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Los mandos del avión le eran algo de lo más familiar; no tenía que pensar para volar porque era innato en él. Estar en el aire y desafiar a la gravedad eran algo tan natural como respirar.

En la distancia vio nubes de tormenta que podrían suponer un problema, pero se conocía el clima y el cielo. Las nubes se quedarían al oeste.

A pesar del zumbido del motor, había un relativo silencio. Una sensación de paz. No había nadie sentado a su lado y nadie lo esperaba cuando aterrizara. Podía hacer lo que quisiera y cuando quisiera. Por fin tenía la libertad que tanto había anhelado durante los últimos ocho años.

Según se acercaba al aeropuerto de South Salmon, informó de su posición y se preparó para aterrizar. Cuando las ruedas tocaron suelo, viró el avión hacia los hangares que Bill y él poseían. Su compañero estaba allí, junto al edificio principal.

Bill era un tipo alto y delgado que acababa de cumplir los cuarenta. Sus padres habían trabajado juntos en el negocio y habían vivido mucho juntos.

– ¿Qué tal ha ido? Has estado volando muchas horas.

Finn le entregó la carpeta que contenía los recibos de entrega firmados, además del registro del avión.

– Ahora voy a descansar un poco. Volveré sobre las cuatro.

Las cuatro de la mañana, quería decir. En verano, los tumos comenzaban muy temprano porque querían aprovechar la luz del sol todo lo posible. Volar era mucho más sencillo cuando podías verlo todo.

– ¿Estás adaptándote bien?

– Claro, ¿por qué lo preguntas?

– No eres el mismo. No sé si es que echas de menos algo o a alguien, o si es por el hecho de que tus hermanos se hayan ido. Hay mucho trabajo nuevo, Finn. Un par de contratos y más gente interesada en firmar. Quiero que les eches un vistazo, pero si no vas a estar aquí, tendré que contratar nuevos pilotos y puede que me traiga a mi primo. ¿Quieres que te compre tu parte? Podría pagarte la mitad en metálico y el resto mediante un préstamo bancario. Si no estás seguro, éste es el momento de decírmelo.

Vender el negocio… No podía decir que no lo hubiera pensado. Tres meses atrás habría jurado que no quería salir de South Salmon, pero ahora ya no estaba tan seguro. Sus hermanos se habían marchado y no volverían allí, y él tenía nuevas ideas sobre lo que quería hacer con su vida.

Y también estaba Dakota. La echaba de menos. Por mucho que lo enfurecía y que se preguntara si lo habría engañado, quería estar con ella. Quería verla y abrazarla y reírse con ella. Quería ver a Hannah crecer y convertirse en una jovencita de ojos brillantes y preciosa sonrisa.

Y en cuanto al bebé… No, no podía pensar en ello. La idea lo abrumaba. Desde que sus padres murieron, se había jurado que cuando sus hermanos fueran independientes, él haría todas las cosas que había echado en falta y que se había perdido. Iría a donde quisiera, haría lo que quisiera. Sería libre. No quería volver a tener obligaciones porque cuando era joven y el resto de los chicos habían estado yendo a fiestas y saliendo con chicas, él había estado revisando deberes, haciendo la colada y aprendiendo a cocinar. Había tenido que trabajar y ser padre y madre a la vez.

– ¿Finn?

Finn miró a su socio.

– Perdona.

– Estabas en otra parte.

– En el pasado.

– En cuanto a lo del negocio… ¿podrías decirme algo a finales de semana?

– El viernes -le prometió.

Bill asintió y se marchó.

Pero Finn se quedó donde estaba pensando en Dakota y en cómo tendría que ser padre y madre de dos bebés. Lo de la adopción era algo que ella había buscado, pero lo del bebé era tan inesperado para ella como lo había sido para él.

Estaba seguro de que había hablado en serio al decirle que era libre de marcharse, que no esperaba nada de él. Seguro que redactaría uno de esos acuerdos en los que renunciaba a recibir ayuda económica porque no quería que se sintiera atrapado, lo cual debería haberlo alegrado. Habían hecho falta ocho años, pero por fin estaba donde quería estar: siendo libre, y pudiendo ir a cualquier parte y hacer cualquier cosa. Si además le vendía el negocio a Bill, tendría más libertad y más dinero. La vida no podía ser mejor.

– Estoy bien -insistió Dakota-. Absolutamente bien.

Sus hermanas estaban mirándola, como si no se hubieran quedado muy convencidas. Tal vez sus palabras habrían sido un poco más creíbles si no hubiera tenido los ojos hinchados y rojos de llorar. Durante el día lograba ser fuerte, pero en cuanto caía la noche y se veía sola, perdía el valor.

– No estás bien y es normal -le dijo Nevada-. Le dijiste a Finn que lo amabas y él se ha marchado sin decir nada mientras tú te quedas aquí embarazada de su bebé y sola.

– Gracias por recordármelo -murmuró Dakota-. Ahora me siento patética.

– Pues no lo hagas -le dijo Montana-. Has sufrido mucho, pero eres fuerte y lo superarás.

Sus hermanas se miraron.

– ¿Qué pasa?

Estaban en el bar de Jo viendo Súper Modelo. Denise había insistido en que Hannah se quedara a pasar la noche con ella, probablemente para que las hermanas pudieran pasar un rato juntas, y ya que la niña adoraba a su abuela, no había visto problema alguno en ello.

– Debe de ser muy fuerte enterarte de pronto de que vas a ser padre -dijo Montana cautelosamente, como si se esperara que Dakota se lanzara a por ella.

– Lo sé.

– Seguro que necesita un poco de tiempo. Tú necesitaste tiempo.

– Estaba dispuesta a darle tiempo, pero se marchó. Siguió aquí después de que se fueran sus hermanos hasta que le dije que lo quería y que estaba embarazada. Esa misma noche se largó sin decir nada.

Nunca antes se había sentido tan abandonada. Lo más parecido a la sensación que la invadía ahora era la que había tenido cuando su padre murió. Eso también había sido inesperado y después solo había quedado ausencia y dolor.

– Es muy típico de un hombre marcharse así -dijo Nevada-. Ahora ya sabes que es de esa clase.

– ¿Qué clase?

– De los que desaparecen para no tener que hacer frente a las responsabilidades. Solo se preocupa de sí mismo.

Dakota sacudió la cabeza.

– Eso no es justo. Finn no hace eso. Ha pasado los últimos ocho años criando a sus hermanos y tuvo que renunciar a todo para cuidar de ellos.

– Pues mira cómo le ha salido.

– ¿Qué quieres decir? Son unos chicos geniales.

– Uno de ellos quiere ser actor y el otro está saliendo con una mujer que casi le dobla la edad.

– Eso no es verdad.

– ¿Sasha no quiere ser actor? ¿No se ha mudado a Los Ángeles y ha abandonado la carrera a solo un semestre de terminarla?

– Sí, pero…

Nevada se encogió de hombros.

– Estás mejor sin él.

– No, no es verdad. No tiene nada de malo que Sasha quiera seguir sus sueños. Tal vez debería haber terminado la carrera, pero puede hacerlo más adelante. Y en cuanto a Aurelia, es nueve años mayor que Stephen, como sabes muy bien. Es dulce y están muy bien juntos. Stephen volverá a la universidad y está estudiando Ingeniería, como tú.

Estaba cada vez más furiosa e indignada.

– ¿A qué viene ser tan críticas? Finn es un buen hombre y lo ha demostrado una y otra vez. No me arrepiento de nuestra relación y no necesito oír estos comentarios sobre sus hermanos y él.

Nevada levantó su copa y sonrió.

– Solo quería comprobarlo.

– ¿Comprobar qué?

– Que lo quieres, que no te alegra que se haya ido por mucho que intentas disimularlo. ¿Por qué no luchas por lo que quieres?

– ¿Luchar? No puedo forzarlo a estar conmigo.

– No, pero hay un mundo entre forzarlo y no hacer nada.

Nevada asintió.

– Cuando querías entrar en ese programa especial de postgrado, ¿te limitaste a presentar tu solicitud y esperaste a ver qué pasaba? No. Acosaste al jefe de departamento para que te aceptasen hasta que casi tuvo que ponerte una orden de alejamiento. Cuando necesitaste una clase de niños para hacer tu tesis, llamaste a las puertas de un montón de profesores hasta que diste con lo que necesitabas. Cuando descubriste que no podías tener hijos, adoptaste una niña. Haces cosas, Dakota. Te mueves, por muy discreta que seas. Siempre has actuado, así que, ¿por qué ahora tienes una actitud tan pasiva?