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Dakota se vio invadida por numerosas emociones y, de todas ellas, la más poderosa fue la gratitud. Pasara lo que pasara, siempre podría contar con su madre.

– No podía pasar por esto sin ti. Adoptar siendo madre soltera no es fácil. He contactado con una agencia que trabaja exclusivamente con niños de Kazajistán.

– Ni siquiera sé dónde está ese lugar.

– Kazajistán es el noveno país más grande del mundo y el país más grande completamente rodeado de tierra -se encogió de hombros-. He investigado un poco.

– Ya lo veo.

– Rusia está al norte, China al sureste. He rellanado el papeleo y estoy preparada para esperar.

Su madre se quedó boquiabierta.

– ¡Vas a tener un hijo!

– No. A finales de enero, después de terminar con el papeleo y de que me investigaran, me llamaron y me dijeron que tenían un niño para mí. Pero al día siguiente me llamaron para decirme que había sido un error y que se iría con otra familia. Con una pareja.

Respiró hondo para evitar llorar. Lo lógico era que el cuerpo terminara quedándose sin existencias de lágrimas, pero ella ya tenía bastante experiencia como para saber que eso nunca llegaba a pasar.

– No sé si fue un error de verdad o si prefieren parejas y por eso no me lo entregaron. Sigo en la lista de espera y la directora de la agencia jura que acabaré teniendo un hijo.

Su madre se recostó en la silla.

– No puedo creerme que hayas pasado por todo esto tú sola.

– No podía hablar de ello con nadie. Al principio me sentía demasiado frágil como para hablar del tema y después tuve miedo de que si lo contaba, fuera a gafar la adopción. No fue por ti, mamá.

– ¿Cómo ha podido ser? -preguntó Denise-. Soy prácticamente perfecta, y aun así…

Por segunda vez, Dakota se rio. Era agradable volver a tener algo por lo que reírse. Habían pasado meses durante los que nada la había hecho feliz.

Dakota le acarició un brazo.

– Lo llevo bien la mayoría de los días, aunque hay veces que me cuesta levantarme de la cama. Tal vez si hubiera tenido una relación, no me habría sentido tan difícil de amar.

– Eso no es verdad, tú no eres así. Eres preciosa, inteligente y divertida. Cualquier hombre tendría suerte de tenerte.

– Eso es lo que me digo. Al parecer, todo el género masculino está loco y es estúpido.

– Así es. Encontrarás a alguien.

– No estoy tan segura. No puedo culpar mi ausencia de vida amorosa a la escasez de hombres que hay por aquí. No del todo. Tampoco salí con nadie cuando estuve en la universidad -se encogió de hombros-. No se lo he contado a nadie, mamá. En unos días hablaré con Nevada y Montana. Si no te importa, he pensado que tú se lo cuentes después a mis hermanos -Denise lo explicaría todo de un modo sencillo y resultaría mucho menos embarazoso para ella.

Su madre asintió. Una vez que sus hermanas lo supieran, querrían correr en su ayuda, pero no serviría de nada. Su cuerpo era así, diferente.

– ¿Aún sigues en la lista para tener un bebé de Kazajistán?

– Sí. Me llamarán. Soy positiva.

– Eso es importante. Sé que no te encanta eso de trabajar en el reality show, pero es una buena distracción.

– Es una locura. ¿En qué estaban pensando? A la alcaldesa le aterroriza que vaya a pasar algo malo. Ya sabes cuánto adora este lugar.

– Todos lo adoramos -dijo Denise con gesto ausente-. Que no te hayas enamorado aún no significa que no vayas a hacerlo. Amar a alguien y que te amen es un regalo. Relájate y sucederá.

Dakota esperaba que tuviera razón. Se inclinó hacia su madre.

– Tuviste mucha suerte con papá. A lo mejor es algo genético, como cantar bien.

Su madre sonrió.

– ¿Quieres decir que debería salir con alguien? Oh, por favor, soy demasiado vieja.

– Lo dudo.

– Es una idea interesante, pero no ahora -se levantó y fue a la nevera-. Bueno, ¿qué puedo prepararte para comer? ¿Un sándwich de beicon, tomate y lechuga? Creo que también tengo algún quiche congelado.

Dakota pensó en decirle que su problema no era uno que se solucionara con comida, pero su madre no la escucharía. Denise era una madre de lo más tradicional.

– Un sándwich está bien -respondió, sabiendo que no era el sándwich lo que la haría sentirse bien, sino el poder dar todo el amor que llevaba en su interior.

Dakota iba a reunirse con sus hermanas en el bar de Jo y llegó un poco pronto, sobre todo porque su casa le había parecido demasiado silenciosa y su única compañía allí habían sido sus pensamientos.

Fue hacia la barra, preparada para pedir un martini con una gota de limón, y se dio cuenta de que Finn Andersson estaba allí en mitad de la sala. Parecía algo confuso.

«¡Pobre chico!», pensó mientras avanzaba hacia él. El bar de Jo no era exactamente el lugar al que un hombre iba al final de un duro día.

Hasta hacía muy poco, la mayoría de los establecimientos eran regentados por mujeres.

Jo era una preciosa treintañera. Había llegado al pueblo hacía años, había comprado el local y lo había convertido en un lugar en el que las mujeres se sentían a gusto. Las luces eran favorecedoras, los taburetes tenían respaldo y ganchos para colgar los bolsos y las enormes pantallas de televisión emitían Súper Modelo y programas femeninos en general. Siempre había música. Esa noche sonaban éxitos de los ochenta.

Los hombres tenían su lugar allí: una pequeña sala en la parte trasera con una mesa de billar. Pero sin estar previamente preparado, ver el bar de Jo podía suponer un gran impacto para un hombre normal.

– No pasa nada -dijo Dakota mientras conducía a Finn hacia la barra-. Te acostumbrarás.

Él sacudió la cabeza como si intentara aclararse la vista.

– ¿Son rosas las paredes?

– Malva. Un color de lo más favorecedor.

– Es un bar -miró a su alrededor-. O creía que era un bar.

– Aquí en Fool’s Gold hacemos las cosas un poco distintas. Es un bar que sirve principalmente a mujeres. Aunque los hombres son bienvenidos. Vamos. Siéntate. Te invito a una copa.

– ¿Llevará una sombrillita dentro?

Ella se rio.

– A Jo no le gusta poner sombrillitas en las bebidas.

– Supongo que eso ya es algo.

La siguió y se sentó. El taburete acolchado parecía un poco pequeño para su cuerpo, pero no se quejó.

– Nunca había estado en un lugar así -admitió mirándola.

– Somos únicos. Ya habrás oído lo de la escasez de hombres, ¿no?

– Eso es lo que atrajo a mis hermanos a venir hasta aquí.

– Muchos de los empleos que suelen desarrollar los hombres, aquí los desarrollan las mujeres: casi todos los bomberos, los policías, el jefe de policía y, claro, la alcaldesa.

– Interesante.

Jo se acercó.

– ¿Qué vais a tomar? -les preguntó Jo con una picara mirada.

– He quedado con mis hermanas -se apresuró a decir Dakota-. He rescatado a Finn. Es su primera vez aquí.

– Por lo general, os servimos en la parte trasera -le dijo Jo-, pero ya que estás con Dakota puedes quedarte aquí.

Finn frunció el ceño.

– Estás de broma, ¿verdad?

Jo sonrió y se dirigió a Dakota.

– ¿Lo de siempre?

– Por favor.

Jo se apartó.

Finn miró a Dakota.

– ¿No va a servirme nada?

– Va a traerte una cerveza.

– ¿Y si no quiero cerveza, qué?

– ¿No quieres?

– Claro, pero… -volvió a sacudir la cabeza.

Dakota contuvo una carcajada.

– Te acostumbrarás, no te preocupes. Jo es un encanto, aunque le gusta vacilar un poco a la gente.

– Querrás decir a los hombres. Le gusta vacilar a los hombres.

– Todo el mundo necesita una afición. Bueno, ¿y cómo van las cosas? ¿Ya has convencido a tus hermanos de que se vayan?

La expresión de Finn se tensó.