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Dakota se rio.

– Estás siendo demasiado dura contigo misma.

– No lo creo.

Nevada se acercó a la mesa. Aunque medía y pesaba lo mismo que sus hermanas, no lo parecía. Tal vez era por su pelo corto, sus vaqueros y esas camisetas de manga larga que tanto le gustaban. Mientras que Montana siempre había sido la más femenina, Nevada prefería un aspecto más de chicazo.

– Hola -dijo al sentarse frente a Dakota-. ¿Qué tal?

– Deberías haber llegado antes -le dijo Montana con una sonrisa-. Dakota estaba con un chico.

Nevada había levantado un brazo para avisar a Jo, pero al oír eso se quedó paralizada y se giró hacia su hermana.

– ¿En serio? ¿Alguien interesante?

– No estoy segura de si es interesante, pero está como un tren -contestó Montana.

Dakota sabía que no había modo de luchar contra lo inevitable, y aun así, lo intentó.

– No es lo que creéis.

– No sabes lo que estoy pensando -dijo Nevada.

– Puedo imaginármelo -suspiró Dakota-. Se llama Finn y sus hermanos participarán en el programa.

Les contó el problema, al menos, desde el punto de vista de Finn.

– Deberías ofrecerte para consolarlo en sus malos momentos -le dijo Montana-. Para darle un abrazo que dure. Un suave beso con un susurro. Excitantes caricias que… -miró a sus hermanas-. ¿Qué?

Nevada miró a Dakota.

– Creo que está perdiendo la cabeza.

– Creo que necesita un hombre -dijo Dakota antes de mirar a Montana-. ¿Excitantes caricias? ¿En serio?

Montana se cubrió la cara con las manos.

– Necesito pasar un buen rato con un hombre desnudo. Ha pasado demasiado tiempo -se puso derecha y sonrió-. O podría emborracharme.

– Lo que haga falta -murmuró Nevada aceptando el vodka con tónica que le había llevado Jo-. Montana está perdiendo la cabeza.

– Eso nos pasa a las mejores -dijo Jo con tono alegre, pasándole a Montana su ron con Coca Cola light.

Cuando Jo se marchó, la puerta delantera se abrió y Charity y Liz entraron. Charity era la urbanista del pueblo y estaba casada con el ciclista Josh Golden, mientras que Liz se había casado con Ethan, el hermano de las trillizas. Las dos vieron a las hermanas y se acercaron.

– ¿Qué tal va todo? -preguntó Charity.

– Bien -respondió Dakota mirando a su amiga-. Estás fantástica. Fiona tiene… ¿cuántos? ¿Tres meses? Nadie diría que acabas de tener un bebé.

– Gracias. He estado caminando mucho y Fiona ahora duerme más, así que eso ayuda.

Liz sacudió la cabeza.

– Recuerdo esas noches… gracias a Dios que los míos son mayores.

– Espera a que digan que quieren conducir -le dijo Nevada.

– Me niego a pensar en eso.

– ¿Queréis sentaros con nosotras? -les preguntó Montana.

Liz vaciló.

– Charity ha estado leyendo mi borrador y quiere discutir unas cosas. ¿La próxima vez?

– Claro -respondió Dakota.

Liz escribía una exitosa serie de novelas de detectives en las que, hasta el momento, las víctimas se habían parecido sorprendentemente a su hermano Ethan. Ahora que estaban juntos, Dakota tenía la sensación de que el siguiente cadáver no se le parecería en nada.

Las dos mujeres fueron hacia la otra mesa.

– ¿Cómo va el trabajo? -le preguntó Nevada a Montana.

– Bien. Estoy entrenando a unos cachorros. He hablado con Max sobre el programa de lectura en el que he estado investigando y tengo una cita con unos cuantos miembros del consejo escolar para hablar sobre un programa de prueba.

Montana había descubierto varios estudios que explicaban que los niños que leían mal mejoraban mucho cuando leían ante perros en lugar de ante personas. Sería por eso de que los perros te apoyan y no te juzgan, pensó Dakota.

– Me encanta la idea de ir a clase y ayudar a niños -dijo Montana pensativa-. Max dice que al principio tendremos que hacerlo gratis y, una vez que mostremos resultados, las escuelas nos contratarán -arrugó la nariz-. Sinceramente, la mayor parte de lo que hacemos es gratuito. No sé de dónde sacará el dinero. Están mi sueldo y el cuidado de los perros. Por mucho que la tierra sea suya, hay que mantenerla.

– ¿No te ha dicho de dónde recibe ayuda? -le preguntó Nevada.

Montana negó con la cabeza.

– Podrías preguntárselo -le dijo Dakota.

Montana volteó los ojos y levantó su bebida.

– Eso no va a pasar.

– ¿Cómo te va a ti? -le preguntó Dakota a Nevada.

– Bien. Como siempre -su hermana se encogió de hombros-. Estoy en un bache.

– ¿Cómo puedes decir eso? -le preguntó Montana-. Tienes un trabajo fantástico, y siempre has sabido lo que quieres hacer.

– Lo sé. No estoy diciendo que vaya a dejar la ingeniería para ponerme a trabajar como bailarina de barra americana, pero a veces… -suspiró-. No sé. Creo que mi vida necesita un poco de movimiento.

Dakota sonrió.

– Siempre podríamos buscarle un ligue a mamá. Eso sí que sería una distracción.

Sus dos hermanas la miraron.

– ¿Una cita a mamá? -preguntó Montana con los ojos como platos-. ¿Es que os ha dicho que quiera hacerlo?

– No, pero es muy atractiva y jovial. ¿Por qué no podría salir con alguien?

– Sería muy extraño -apuntó Montana.

– Y resultaría una situación incómoda. Seguro que encontraría a un tipo en quince segundos mientras que yo no recuerdo la última vez que tuve una cita.

– Eso es lo que he pensado yo también -admitió Dakota-. Pero, ¿no os parece que alguna deberíamos tener suerte en el tema de las citas?

~¿No te humillaría que, de todas nosotras, esa persona tenga que ser nuestra madre? -preguntó Nevada.

Dakota sonrió.

– Eso es verdad.

Montana sacudió la cabeza.

– No. No puede hacerlo. ¿Qué pasa con papá?

Dakota la miró.

– Ya han pasado diez años desde que murió. ¿No se merece una vida?

– No te pongas en plan terapeuta conmigo. Me siento muy cómoda sin ser la madura.

– Entonces no deberías preocuparte. Solo estábamos bromeando con el tema -a modo de aliviar la tensión, pensó Dakota tristemente. A modo de distracción de la verdad sobre su incapacidad para tener hijos.

– No se habrá presentado como concursante del programa, ¿verdad? Y no es que no fuera a apoyarla si lo hubiera hecho… -dijo Nevada.

– No, no lo ha hecho.

– ¡Gracias a Dios! -Nevada se recostó en su silla-. Hablando del programa, ¿cuándo anunciarán a los participantes?

– Mañana. Ya han tomado la decisión, pero no se lo han comunicado a nadie. Creo que lo emitirán en directo o algo así. Estoy intentando mantenerme al margen todo lo posible.

– ¿Estará allí Finn? -preguntó Montana.

– Casi todos los días.

Montana enarcó las cejas.

– Pues eso pondrá la cosa interesante.

– No sé qué quieres decir. Es un hombre simpático, nada más.

Nevada sonrió.

– ¿Y esperas que nos creamos eso?

– Sí, y si no os lo creéis, espero que finjáis.

Aurelia hizo lo que pudo por ignorar el sermón mientras metía los platos en el lavavajillas. La perorata le resultaba familiar: que era una hija terrible, que era egoísta y cruel, que solo se preocupaba de sí misma, que su madre la había cuidado durante años y que a cambio no estaría mal que le mostrara un poco de apoyo…

– Pronto me iré -dijo su madre-. Estoy segura de que estás contando los días para que me muera.

Aurelia se giró lentamente para mirar a la mujer que la había criado con su sueldo de secretaria.

– Mamá, sabes que eso no es verdad.

– ¿Así que ahora soy una mentirosa? ¿Es eso lo que le dices a la gente? No he hecho otra cosa que quererte. Eres la persona más importante de mi vida. Mi única hija. ¿Y así es como me lo agradeces?