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Dime algo pronto porque se me acaba el subsidio y aquí no hay cultura de la solidaridad ni leches y el clima no ayuda. El puente sobre el Támesis que me he ganado a cuchilladas es de los peores, cosa lógica porque los inmigrantes del Sur siempre nos hemos de conformar con lo que les sobra a los autóctonos.

Hoy por ti, mañana por mí.

José Luis Corcuera, ex ministro del Gobierno de España en la etapa de Modernización y ex jefe de seguridad privada de Su Graciosa Majestad Británica.

El cartero llamó dos veces. Tal vez porque no era estrictamente el cartero, sino lo que en otro tiempo se llamó un recadero. Un paquete de Andorra y al abrirlo un radiotransistor, AM/FM Stereo Receiver, para ser más exactos, como un tonelillo de plástico negro a colgar del cuello para dar aspecto de perro San Bernardo al más pintado. Y una nota escueta pero muy estudiada, de Charo:

La radio que tenías ya no había por dónde cogerla. Como eres un dejado seguro que no la has cambiado. En Andorra las radios crecen por las montañas. Recuérdame, que recordar es volver a vivir… decía una canción que cantaba mi madre. Esto es muy sano. ¿Por qué no te das una vuelta? Te haríamos precio especial. Pero las maletas te dan miedo. Es como si los demás te metieran dentro de ellas. En fin. Charo.

Y Carvalho conectó la radio para no pensar en lo que la radio significaba. Charo daba un paso para volver a empezar. A empezar ¿qué? La radio estaba cargada de información sorprendente. Los socialistas han vuelto a ganar las elecciones después de haber perdido el punto de orientación del enemigo y de las malas amistades. Las han ganado frente a un político con bigotillo, el eterno retorno del bigotillo español desde el Concilio de Trento hasta el infinito. Sin el Enemigo, el comunismo, desairados por las Malas amistades, el capitalismo, que se ha ido con el del bigotillo, los socialistas han vuelto a ganar las elecciones porque es lo único que saben ganar y los más vergonzosos o avergonzados se han escondido en sus chalés adosados, los que los tienen, para llorar a escondidas de los psiquiatras, los que los tienen. Biscuter se ha hecho anarquista y busca una fórmula modernizadora del lema: sin Dios, sin Rey y sin Patrón. La ciudad trata de impedir que lo construido para los Juegos Olímpicos se convierta en arqueología contemporánea. Biscuter también tiene opiniones sobre los Juegos Olímpicos y la ciudad resultante.

– Yo estaba en París y me sentía un patriota. Ni siquiera sentí tanto patriotismo cuando España ganó la copa de Europa de fútbol de 1964.

– ¿Tú también, Biscuter?

– Aquí o todos o ninguno, pero si en Europa se ponen patriotas de lo suyo, yo a lo mío, que a mí a serbio no me gana nadie. ¿Fueron bonitos los Juegos, verdad, jefe?

– Nunca existieron. Igual que la guerra del Golfo. Son como paisajes y textos que se han perdido en la computadora. Se manipula con ellos el tiempo necesario. Luego se van a lo más hondo, lo más remoto de la memoria, un lugar del que ya sólo saldrán para meterse un poquito en los diccionarios enciclopédicos.

– Pero quedan huellas. Por ejemplo, la ciudad ha cambiado. A mí me sacan de mis calles y me hago con la picha un lío. Demasiadas oficinas y pocos negocios. Esta ciudad sólo se salva si la nombran capital de algo importante, por ejemplo, de Alemania. Una ruina, jefe. Deberíamos dar la vuelta al mundo en ochenta días.

– En ochenta horas… Te lo tengo dicho. En ochenta días ya no te dejan.

Biscuter miraba de reojo el transistor sobre la mesa de despacho de Carvalho. Quería decir algo y finalmente lo dijo. Señaló el transistor y se le estranguló la voz.

– Es un detalle.

– ¿Qué?

Biscuter dirigió un dedito al transistor aunque apartó de él los ojos llorosos.

– Digo que es un detalle.

– Sí. Es un detalle.