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Pero la situación era de nudo y, conociéndose a sí mismo dentro de lo que cabe, a cinco o seis días del final de los Juegos, Carvalho decidió refugiarse en su casa de Vallvidrera para meditar. Una vez desnudo, encendió el fuego de la chimenea con el libro Olimpiadi dello sprego e dell’inganno, versión italiana del libro de una tal Ulrike Prokop. No disponía de suficiente literatura olímpica para quemar libro por día y aplazó con explícita gula la cremación de los libros que le restaban. Con gula paralela se preparó una cena que quiso respondiera a un imaginario afrodisíaco de situación. Es decir, su estímulo erótico más próximo, aunque mediocre y presentía en él algo correoso, había sido la culturista serbia hija de Tito. ¿Qué menús asociaba a aquel cuerpo incomible? Sin duda un civet. Por lo que cualquier bestia dura, ¿por qué no una culturista?, debería permanecer marinada durante varios días y luego guisada en la sangre y en los vinos más tintos de la tierra. Mas no se expedía carne de culturista ni siquiera en los mercados alimentarios de lo que había sido Berlín Occidental, donde antes de la caída del muro podía adquirirse carne de tigre en lata, y Carvalho recurrió a un simple estofado de toro, guisado con abundancia de cebollitas, porque las cebollitas dentro de los guisos espesos cumplen función de hallazgo de claraboyas hacia otras realidades, exactamente igual que esos versos de trovadores que utiliza Pound para compensar la americanada de meter un jeroglífico egipcio en un poema.

Estofado de toro a pesar del recién nacido agosto, una botella de irrepetible 1904, en un retorno al respeto por los riojas, después de un largo y enriquecedor viaje por los vinos del Duero, y Carvalho ya se consideró en disposición de acabar de atar los diferentes nudos de la historia. Para empezar, la evidencia de que Samaranch no había asistido al día de la inauguración de los Juegos, sino su doble, conducía a la pregunta ¿qué otros personajes «no estaban» en el palco presidencial? Pujol, presidente del gobierno autonómico catalán, tampoco. Ésa era la evocación intermitente que le había provocado la visión del vídeo. El presidente de la autonomía de Cataluña suele adornar su gesticulación cada vez más manierista con guiños faciales y en cambio en el vídeo ni movía los brazos contando banderas, ni guiñoteaba mediante el concurso de músculos rebeldes y ojos con voluntad de fuga. Tampoco el rey era el rey, y si ni Samaranch, ni Pujol, ni el rey eran ellos ¿lo era el presidente Felipe González y su señora? ¿Y los cantantes Plácido Domingo, la Caballé, Carreras, Aragall, Pons, Teresa Berganza, Kraus? ¿Y los atletas? ¿Eran reales Carl Lewis o Magic Johnson? Tal vez el único personaje real era la princesa española que se había echado a llorar al ver a su hermano marchoso abriendo el desfile de la delegación patria. Pero si todos los demás llevaban máscaras, incluso podía sospecharse que la liturgia de los Juegos era también un enmascaramiento. ¿Para qué tanta ocultación?

En un argumento de acción ancien régime, el nudo exige una causa y un efecto privilegiado, un por qué y para qué que clásicamente suelen ser unívocos. Por ejemplo: Fu Manchú dispuesto a hacerse el amo del mundo o Spectra, la sociedad secreta del mal contra la que lucha James Bond. Prehistoria argumental. Ahora, en pleno desorden causado por la caída del muro de Berlín y el descubrimiento de que casi todos los miembros del Politburó soviético habían sido agentes de Smiley y acérrimos anticomunistas algo lentos de reflejos que tardaron toda su vida y mucha más Historia en descubrir la falacia del comunismo ¿cómo puede autocontenerse el nudo? ¿Quién tiene cojones de responsabilizarse de un desenlace, del que sea, en un mundo donde sólo caben futuros imperfectos? Recurrió al tiempo. Puesto que los Juegos Olímpicos empezaban su tramo final, el desenlace quedaba emplazado y todo conato de nudo era válido. Un puñetazo rompió el cristal de una de las ventanas de la casa y tras el puño penetró la culturista hija de Tito. Se cerraba el nudo, ¿o ya era el desenlace?

No era desaliento lo que aflojaba la tensión de los músculos faciales de la culturista serbia, pero sí un cierto desencanto ante los resultados que albergaba en su cerebro. A las preguntas de Carvalho contestaba con monosílabos y se puso a leer un ejemplar atrasado de Jours de France que llevaba en el bolsillo de la gabardina. El paso del tiempo invitaría a Carvalho a plantearse que debió tener en cuenta detalles como la adicción de la serbia al Jours de France para comprender sus verdaderas afinidades. Entonces Carvalho había pensado: Hay quien come o bebe para olvidar y ella, evidentemente, leía para olvidar. Al fin no pudo retener los motivos de su congoja y espetó a Carvalho:

– ¿Y tú al margen de todo? Se está decidiendo el destino de la humanidad y tú con tus potingues gastronómicos y tu cobarde desquite de la quema de libros.

– Y tú leyendo Jours de France.

– De vez en cuando conviene adentrarse en el territorio ideológico y simbólico del enemigo.

– Para empezar podrías haberme explicado dónde te has metido. Te echas al mar. Pasan horas, días y reapareces pidiendo explicaciones, no dándolas. ¿Quién te ha autorizado esta parte del guión? ¿Qué explicaciones debo darte?

– La sal me puso perdido el pelo y Corcuera tenía vigiladas todas las peluquerías. Pero urgía comunicarte que la plataforma continental de Barcelona está llena de una flota submarina concentrada a la espera de acontecimientos, mientras la crisis del sistema se acelera. ¿Sabes de qué han estado hablando esta noche los miembros del COI (Comité Olímpico Internacional)? Puede autorizar ciertas formas de doping, porque de lo contrario no se fuerzan récords, se pierde el espectáculo y la gran bicoca olímpica peligraría. Se teme incluso que sin doparse y mimados como están, los atletas actuales no sólo no superarán récords, sino que pueden retroceder en la escala de los mismos. 1992 se caracteriza también por el fracaso deportivo de la raza blanca, muy especialmente en Estados Unidos. De no ser por los eslavos, la hegemonía de negros, chinos y otros orientales hubiera puesto en evidencia el desastre. Ya sé que puede ser una simple cuestión sociologista y el deporte sea el instrumento reservado a las razas económica, cultural y políticamente vencidas… Pero ¿presenciaste la exhibición de orgullo negro contenido que emanaba del podio de los cien metros lisos? El capitalismo ha manipulado con fuego, al convertir el deporte en una monstruosa deformación del juego.

– ¿Y qué tiene que ver todo eso con el «peligro» de una pérdida de hegemonía de la raza blanca?

– Insensatos. Os habéis pasado cuatro años montando estos Juegos enfrentados a un único problema: ¿serán catalanes?, ¿serán españoles? Mientras tanto todos los intereses creados del mundo preparaban el subterráneo de los Juegos, la penúltima oportunidad de dar un sentido al siglo XX y colocarse en disposición de hegemonía espiritual de cara al dos mil, porque de Atlanta, de los Juegos de Atlanta, casi nadie espera nada, como no sea la tercera parte de Lo que el viento se llevó. ¿Acaso no es ilustrativa esa mascota insecto de los juegos americanos que se llama, reveladoramente, Pero ¿qué es esto? Fíjate hasta qué punto la decadencia de nuestra raza se consuma, que un sesenta por ciento de los miembros del COI se están sometiendo a procedimientos de ennegrecimiento. La rendición racista se complementará con la bomba de explosión demográfica de todos los pueblos del Sur. Aquí nadie hace el amor, para empezar tú mismo.

– Hago lo que puedo. Me tomo tres pastillas de ginseng coreano todas las mañanas.

– No te disculpes. La libido universal es más importante que la libido individual pequeñoburguesa. Tres cuartas partes de la humanidad se reproduce para invadir el Norte Fértil y utilizan los Juegos Olímpicos como plataforma de intoxicación ideológica. Lo que antes era pugna entre Este y Oeste, ahora lo es entre Norte y Sur.

¿A qué incoherencias había llegado la culturista serbia? ¿A un internacionalismo blanquista y socialista-monárquico?

– Así es, porque imagínate que ganan los del Sur tal como están y me mutilan el clítoris o me prohíben la gimnasia de pesas. Y no creas que no te afecta, podrido filisteo, porque si gana el Sur que no ha accedido al modo de producción capitalista, sea capitalismo privado o de Estado, tú no podrías comer carne de cerdo, por ejemplo. ¿Qué sería de Cataluña sin las judías con butifarra o de España sin chorizo? Te he hablado de la flota submarina rebelde de la URSS que permanece lejos de la detección del sonar, a la espera de una decisión. No creas que es el único poder dispuesto a apoderarse de Barcelona antes de que terminen los Juegos. El Vaticano ha enviado un equipo completo de exorcistas disfrazados de corredores de marcha y preparan un comunicado sobre la diabolización de los Juegos Olímpicos. Se dice que el mismísimo papa polaco está en Barcelona de incógnito, disfrazado de lanzadora de jabalina checa.

Carvalho no pudo reprimir la excitación.

– Entonces el atentado que sufriste… la jabalina… ¡El papa!

– Pues debió ser sin querer… porque me han dicho que la lanza fatal. Es un metomentodo y ya se sabe, como dice un proverbio serbio: Quien mucho abarca poco aprieta. El papa está obsoleto, aunque se niegue a aceptarlo. Bush. Ése es peligroso. ¡Es más malo…! El presidente Bush duda entre tirar unas cuantas bombas inteligentes sobre Irak o sobre Barcelona, porque le han dicho que Barcelona está cerca de Bagdad y llena de iraquíes… ¿No te das cuenta de que el olimpismo es el internacionalismo más extendido y su gestualidad marcará el lenguaje y la conducta de los tiempos venideros? ¡Pásate a la revolución olimpiónica!

De tantas cosas se había tenido que dar cuenta a la fuerza que una más ¿qué importaba?

– ¿Me haces el amor?

– Sólo tengo un pene para toda la vida.

– Antes de que se precipiten los acontecimientos.

– Me dan miedo tus músculos interiores.

– Todo puede terminar de un momento a otro.

¿Por qué no? Durante una fase de su vida había respetado mejor o peor el principio de que las experiencias enriquecen, pero ahora pensaba exactamente lo contrario. Las experiencias nuevas solían aportar la sensación de que o lo eran o, en cualquier caso, frustraban otras realmente nuevas o más nuevas, como Marx, que había impedido la existencia de un Marx más marxista que él. Vera lloriqueaba. Se sentía repudiada.