– No te des por enterado de que estoy vivo. Me he hecho el muerto para impedir que me mataran. Te espero en el Rompeolas a las siete de la tarde.
– ¿Qué puedo hacer por ti, ahora?
– Entristecerte, mirar a derecha e izquierda como si buscaras ayuda y luego correr hacia la primera cabina telefónica, como si estuvieras llamando a la policía.
Así lo hizo, porque la voz de Parra volvía a ser la de los viejos tiempos, pero no podía quedar mano sobre mano durante un día entero a la espera del encuentro con el antiguo guerrillero imaginario y de todos los caminos que le devolvían al núcleo del enigma, la culturista serbia le parecía el más adecuado. ¿Dónde encontrarla? Recorrió varios establecimientos especializados en ventas de alimentos para culturistas y finalmente dio con ella cuando estaba engullendo el quinto pote de proteínas puras reactivadas, enriquecidas, subrayadas, reiteradas y biodegradables. Precipitaba el contenido del tarro abierto hacia los abismos de su cuerpo, sin duda dotado de tanta musculatura exterior como interior, y Carvalho se la imaginó de pronto como un cuerpo reversible. Cuando ella advirtió la presencia de Carvalho gruñó e instintivamente protegió con sus brazos los tarros que aún no había consumido.
– ¿Por qué me buscas? Eres como una mariposa de luz que no sabe graduar la distancia con el calor de las bombillas. Que no sabe mantener la distancia con la muerte.
– Como ejemplo me parece manido y como metáfora un tópico devaluado. ¿Dónde están los desaparecidos olímpicos? ¿Qué o quién los retiene?
– Cosas peores van a ocurrir. Estos Juegos Olímpicos son una trampa. Aléjate de ellos antes de que puedan destruirte.
De pronto se produjo una extraña descomposición nuclear del aire y las campanas de las iglesias de la ciudad sonaron, mientras el cielo adoptaba, a pesar de su nocturnidad, luminosidades de arco iris.
– ¿Qué ha pasado?
El dueño de la tienda de productos dietéticos teologales estaba pendiente de la pantalla de un pequeño televisor situado junto a la caja registradora y contempló a Carvalho como a un intruso en su éxtasis, porque era éxtasis, es decir, una síntesis de diferentes éxtasis lo que emanaba de su rostro cuando respondió:
– ¡España ha conseguido la primera medalla de oro!
En el televisor un ciclista en estado diríase que de precolapso salía de un traje-funda que se le ceñía al cuerpo como una segunda piel malvada y se dejaba abrazar, zarandear, aunque sus ojos seguían alelados, como si aún estuvieran buscando algo tan intangible como batir el récord del kilómetro. Poco a poco volvió de su túnel mental de colapso y récord y sonrió como lo que era: un muchacho andaluz. Cuando Carvalho examinó el rostro de la serbia para percibir sus emociones, vio sólo desprecio y un orgullo mortificado.
– ¿Quién celebrará los triunfos de la Gran Serbia? Ni siquiera nos permiten que suene nuestro himno o que ondee la bandera de la providencial Yugoslavia que puso en jaque a los dos imperialismos de este siglo, el norteamericano y el soviético, y que se enfrenta ahora al imperialismo alemán… Mi padre lo vio claro y mientras él vivió…
Pero Vera se acababa de dar cuenta de que había hablado demasiado, se mordió los labios y dio la espalda a Carvalho. El dueño del establecimiento vivía el trance de escuchar el himno nacional, de ver en el mástil la bandera de España, mientras el ciclista recibía el pago moral de semanas y semanas de tratar de vencer la relación espacio tiempo establecida entre un kilómetro y una bicicleta. Carvalho se fue a por Vera.
– Tu padre era…
– Sí.
– Así que tu padre fue…
– También. Nunca he estado de acuerdo sobre las diferencias estrictas entre los pasados gramaticales. Pero, lo asumo, mi padre era, pretérito imperfecto, y fue, pretérito perfecto, también llamado indefinido por los diletantes, el mariscal Tito. De hecho yo nunca fui reconocida como hija legal, porque Tito estaba casado, no era serbio y sostenía relaciones extramatrimoniales con mi madre, que era una culturista serbia muy jovencita…
– ¿También tu madre era culturista?
– Y mi abuela. Todas las mujeres de mi familia han sido siempre anatómicamente perfectas, musculadas a poco que cultivaran el cuerpo. Ya en tiempos del conde Drácula de Transilvania las mujeres de mi familia eran muy musculadas.
– ¿Qué relación tiene lo que está ocurriendo en los Balcanes con los Juegos Olímpicos de Barcelona?
Quiso callar pero no pudo, porque el culturismo patrimonial de su familia no afectaba a la espontaneidad de la lengua.
– Se trata de provocar una balcanización de los Juegos con una provocación que convierta Barcelona en una segunda edición de la Comuna de París, no en balde estamos a punto de celebrar el aniversario de la Comuna. Por otra parte, las dificultades que tienen los norteamericanos para intervenir en los Balcanes por la complejidad geopolítica, se vuelven facilidades si han de invadir Barcelona, por ejemplo. Es vital para el futuro de la revolución mundial que en vez de producirse una intervención norteamericana allí, se provoque aquí.
– Pero eso significaría la caída de la democracia en España. La caída de la monarquía.
– ¿Con un rey tan alto y rubio como el que tenéis? ¿Y ese pedazo de príncipe al que si me lo dejan a mí le pongo las proteínas que le faltan y lo convierto en proteína pura? No. No te asustes. Tenéis monarquía para rato, si Dios quiere. Y fíjate qué profesionalidad la de este pedazo de rey… que no os lo merecéis… no se pierde un acontecimiento deportivo punta… ni él ni su familia…
La pantalla de televisión ponía a prueba las limitaciones ubicuas de la familia real y producía la ilusión óptica que estaba en todas partes donde iba a ganar algún súbdito.
– Parecen imanes de la victoria… ¡Qué majestad!
Definitivamente el marxismo en Serbia estaba bajo mínimos. Carvalho de pronto recordó la cita con Parra en el Rompeolas, cogió por una muñeca a Vera y la obligó a seguirle a la carrera. Tras superar los controles olímpicos de rigor, el coche de Carvalho se lanzó a toda velocidad por la escollera. Allí estaba, entre las rocas, desnudo y afeitándose todo el vello corporal con una navaja barbera, el coronel Parra.
– ¿Por qué te afeitas el vello, incluso el del pubis?
– Se nada más rápido. La tecnología olimpiónica lo ha demostrado y hay que aprovechar la investigación venga de donde venga para la gran causa de la revolución científico técnica universal.
Sin tiempo para contestar, Carvalho captó una mirada de inteligencia entre Vera y el coronel Parra y no sólo una mirada.
– ¿El coronel Parra, supongo?
– ¿Se conocían?
Parra y Vera cruzaron otra mirada de inteligencia de espías terminales de película terminal de un Hitchcock terminal, más inteligente, si cabe, que la anterior mirada de inteligencia, desde el intento de bloquear la inteligencia de Carvalho. El coronel se afeitaba ahora los pelos de las piernas, ayudado por la luna llena, depositando el engrudo de la pasta jabonosa y los pelillos en las aristas de las rocas de la escollera. Cuando ya daba por terminado su rasurado, Vera le avisó de que aún no se había afeitado los excesos pilíferos del trasero y, en efecto, el coronel tenía las nalgas calvas en su máxima curvatura, pero el resto era pura foresta. Ante la dificultad de afeitarse él mismo el dorso, fue Vera quien lo hizo, con meticulosidad pero con una rapidez que evidenciaba antiguos conocimientos.
– Para los pases de exhibición hay quien se afeita el trasero. Yo misma tengo que hacerlo, porque todas las mujeres de mi familia somos muy peludas.
– Ahí están.
Del horizonte marino llegaron señales luminosas. Parra se untaba ahora el cuerpo depilado con aceite de oliva virgen, especialmente el cráneo al cero, para favorecer el deslizamiento en el agua. Ya depilado y aliñado, a punto para recibir el complemento de las sales de mar, quiso despedirse con una frase que pasara a la historia.
– Pepe, a veces he leído en tus ojos la burla porque te imaginabas que yo me había convertido en un burócrata reformista, al servicio de un olimpismo evasivo y corruptor de la conciencia crítica de los individuos y los pueblos. Es posible que pasara por una fase de alineación neocapitalista, movido, sin duda, por esa pulsión que lleva al clandestino a la necesidad de ser aceptado: olimpismo, nueva cocina, Armani, BMV, desodorante Farenheit, vacaciones en el Club Mediterranée, casarse en segundas nupcias con la secretaria o echarte en los brazos de un travestí brasileiro, comprarte una vivienda adosada a la de otro yuppi adosado… vivienda, desde luego, provista de bodega para vinos preseleccionados por un club del vino montado por ex miembros del Ejército Armado del Pueblo… por todo eso he pasado, pero desde la conciencia secreta de que un día saldría de tanta alienación y recuperaría el camino hacia Sierra Maestra, donde afortunadamente aún nos espera el comandante Castro. ¿Recuerdas la canción de Carlos Puebla?: ¿Qué tiene Fidel que los yanquis no pueden con él? Y finalmente se me hizo la luz. Fue en el transcurso de una reunión ampliada del Comité Organizador de la Olimpiada de Barcelona. Yo debía informar sobre la estrategia cultural y cuando me oía a mí mismo haciendo el inventario de «actividades culturales» me preguntaba, ¿qué es cultura? ¿Reproducir consciencia, insisto, consciencia, no conciencia, neutralizada o crear consciencia, insisto, consciencia, no conciencia, crítica? ¿Decidme…? ¿Qué es cultura?
Parpadean urgentes luces en el horizonte. Carvalho no sabía qué responder, pero Vera sí.
– Es cultura la consciencia del sujeto histórico de cambio y sus necesidades objetivas.
– Algo parecido, pero… Bien. Las luces me reclaman. Están a punto de producirse prodigios, Pepe. Los olimpiónicos de verdad no hemos de resistir la llamada del sol, la llamada de Apolo. Un nuevo orden internacional. Pero no el antiguo desorden maquillado o un nuevo desorden disfrazado de orden. Una nueva Internacional compuesta por ex colaboradores del COI asume el reto de la revolución pendiente. En verdad en verdad te digo que formarán en primera línea esos llamados voluntarios olímpicos que en su tarea de guías de los agentes olímpicos han descubierto las contradicciones del sistema y el placer ético de la solidaridad, de una solidaridad correspondiente con el grado de revolución científicotécnica que hemos alcanzado. ¡Salud, camaradas! ¡La revolución olimpiónica nos espera!