Por fin, Nikki sale de la ducha luciendo un vestido dorado, largo hasta el piso, de malla abierta que deja ver pezones achocolatados, sombras negras y azuladas del triángulo púbico, de muslos, de nalgas; una prenda provocativa y sensual, por cierto, la antítesis de la bata que usa en el laboratorio. De buena gana, Sadrac la llevaría a la cama en este momento, pero sabe que está cansada, que tiene hambre, que todavía está preocupada por los fracasos del día y —que, por lo tanto, no está con animo, por ahora, para hacer el amor. Además, la conoce bien, y sabe que no le gusta mantener relaciones sexuales en horas de la tarde, que prefiere dejar la excitación erótica para la noche. Por lo tanto, Sadrac se conforma con un beso suave y juguetón y con una sonrisa cariñosa. ¡A Karakorum, entonces. A sumergirse en las profundidades de la torre para esperar el tren subterráneo que los llevará a la diversión!
Karakorum está a cuatrocientos kilómetros al oeste de Ulan Bator. El túnel que une las dos ciudades por debajo del desierto de Gobi fue cavado hace cinco años por el perforador térmico de un taladro subterráneo que, activado por energía nuclear, fue rompiendo los granitos y esquistos paleozoicos de las profundidades. En la actualidad, a pesar de los cuatrocientos kilómetros de distancia, el viaje desde Ulan Bator hasta Karakorum no dura más de una hora gracias a los trenes que se desplazan a velocidades vertiginosas, sobre carriles movibles, uniendo así la capital moderna y la antigua. Sadrac Mordecai y Nikki Crowfoot se unen a la multitud, que, en busca del placer, espera el tren que partirá en unos pocos minutos. La gente los saluda, pero nadie se acerca a ellos: hay algo sublime y misterioso en una pareja atractiva, un halo que los enmarca en un circuló gélido, impenetrable. Sadrac bien sabe que Nikki y él forman una parea atractiva, los dos altos, ella de piel cobriza y porte vigoroso, él negro y delgado, rostros y cuerpos impactantes, elegancia y buen gusto en el vestir: Otelo y Pocahontas en un paseo nocturno. Pero hay, además, otro factor que los aísla del resto: la relación de Mordecai con el Khan. Todos saben que el doctor Mordecai es uno de los pocos que tiene contacto directo con Genghis Mao y, aunque a Sadrac no le guste la idea, el Khan le ha transmitido esa especie de aureola temeraria que lo caracteriza y que hace que la gente se aleje de su alrededor. Lamentablemente no puede hacer nada para evitarlo.
El tren llega a destino. Allá van Sadrac y Nikki, a la noche de Karakorum… Karakorum. Fundada hace ochocientos años por Genghis Khan. Transformada en majestuosa capital por el hilo de Genghis, Ogodai. Abandonada, una generación más tarde, por Kublai Khan, el nieto de Genghis, quien prefirió gobernar desde Cambaluc, en China. Destruida por Kublai Khan cuando su rebelde hermano menor intento hacer de ella un centro revolucionario. Más tarde fue reconstruida, pero finalmente abandonada para quedar así sumergida en la decadencia y perdida en el olvido. A mediados del siglo XX, un grupo de arqueólogos de la República Popular de Mongolia y la Unión Soviética redescubrieron su asiento. Y ahora tire restaurada por decreto de Genghis II Mao IV Khan, sucesor autoconsagrado del imperio antiguo y del moderno, que desea recordarle al mundo la grandeza de Genghis y hacerle olvidar los años de letargo mogol posterior a la caída de los Khanes.
La noche de Karakorum resplandece con un brillo ultraterreno, con una majestuosa incandescencia lunar. A la izquierda de la estación están las ruinas de la vieja ciudad de Karakorum. Nikki y Sadrac se detienen a contemplarlas: sobre el pasto amarillento hay una solitaria tortuga de piedra, vestigios de paredes de ladrillos, columnas hechas pedazos. En las cercanías, se levantan stupas de piedra gris, monumentos a los lamas sagrados, erigidos en el siglo XVI. A lo lejos, al pie de las colinas resecas por el sol, se ven los edificios de estuco blanco del Centro de Agricultura de Karakorum, un grandioso proyecto de la desaparecida República Popular de Mongolia, una inmensa empresa agrícola que ocupa medio millón de hectáreas de terreno. Entre el centro de agricultura y los stupas se eleva la Karakorum de Genghis Mao, una extravagante reconstrucción de la ciudad originaclass="underline" el gran palacio de las mil columnas, de Ogodai Khan, renovado; el espléndido observatorio con sus cúpulas aguijones que llegan a Dios; las mezquitas e iglesias; los coloridos alfeneques de seda de la nobleza, las casas de ladrillo oscuro de los comerciantes extranjeros; todo, atestigua la fuerza y magnificencia del príncipe de los príncipes, Genghis Mao, quien, de acuerdo con alguna leyenda, a veces desmentida, tuvo alguna vez un nombre mas humilde, Choijamtse u Orchirbal o Gombojab —las versiones varían según el relator— y fue un funcionario de menor jerarquía, un apparatchik insignificante en la burocracia de la antigua República Popular en los días ya pasados del marxismo, antes de que el mundo se derrumbara y se construyera en su lugar el nuevo imperio mogol.
Sin embargo, la ciudad de Karakorum, así renacida, no es simplemente un monumento estéril al pasado: por decreto de Genghis Mao, es un lugar de diversión, un parque de rebeldías y placeres, un Xanadu del siglo XXI radiante de energía frenética. En este complejo multicolor de alfeneques amarillos, verdes y escarlata, se come, se bebe, se juega; aquí están en venta las últimas invenciones, las más descabelladas; también hay cabida para el sexo en este parque: el visitante puede elegir su pareja a gusto. En Karakorum, además, se practican los ritos populares del momento: la muerte onírica, el transtemporalismo y la carpintería. Sadrac practica el rito de la carpintería y, a veces, aunque no últimamente, el del transtemporalismo, culto favorito de Nikki. Una vez, Sadrac vino a Karakorum con Katya Lindman, esa mujer salvaje y temperamental, y a pesar de la insistencia de su acompañante, se negó a probar la muerte onírica. Esta actitud de Sadrac bastó para que Katya se burlara de su timidez durante días y días, no con palabras, ya que la doctora Lindman tiene un poder especial para humillar en silencio, sino con miradas castradoras, expresiones furiosas, y una infinidad de gestos burlones.
Ahora, al pasar por el pabellón de la muerte onírica, apenas lo miran. Sadrac, tratando de alejar de su mente la imagen de la figura ardorosa de Katya Lindman, escucha a Nikki que dice:
—¿No es peligroso que te alejes de Ulan Bator, habiendo pasado tan pocas horas después de la operación?
—No precisamente. Es más, siempre salgo a la noche, después de un transplante. Es una especie de premio que me doy después de un día de mucho trabajo. Además, es el momento más adecuado para haber venido a Karakorum.
—¿Por qué?
—Esta noche el Khan está en terapia intensiva. En caso de que surja alguna complicación, las alarmas sonarán en toda la torre y algún médico auxiliar responderá al instante. Además, mi trabajo no me exige estar veinticinco horas por día al lado del Khan: no es necesario y él tampoco quiere que así sea, ¿entiendes?
El cielo se cubre de pronto de fuegos artificiales: estallidos, aros de oro y carmín, lanceros nocturnos. A Sadrac le parece ver la imagen de Genghis Mao reflejada en las alturas, pero no, no, es sólo una ilusión óptica, el dibujo es completamente abstracto, completamente.