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—¿Cómo habría de saberlo? —dice Ionigylakis encogiéndose de hombros.

—Tendría que haber esperado… El shock con este tipo de noticias…

—Yo me di cuenta de lo que ocurría cuando se iluminaron las luces de emergencia en el Vector de Comité Uno. Después todos empezaron á correr como locos y luego entraron aquí.

—¡Qué locura! —dice Sadrac frunciendo el ceño—, hacer tanto ruido, alterar el sistema nervioso del Khan, impregnar el ambiente con bacterias infecciosas en potencia. ¿Pero es que nadie tiene un poco de sentido común? Estamos poniendo en peligro la vida del presidente en este caos. Ayúdeme a despear la habitación.

—¡Pero el Khan mandó llamar a esta gente!

—No importa. No la necesita. Yo soy responsable de la salud del Khan y quiero que se vaya todo el mundo excepto… a ver… excepto Avogadro y Gonchigdorge y tal vez Eyuboglu.

—Pero…

—No hay peros que valgan. El resto debe volver al Comité de Vigilancia Uno por si surgen más problemas. ¿Qué pasaría si esto es una sublevación revolucionaria mundial? ¿Quién enfrentará la crisis si todos ustedes están acá? Vayan, vayan. Quiero despejar la habitación. Saque a todos de aquí. Hágame el favor, es una orden.

Ionigylakis titubea un momento, pero después hace un esto afirmativo con la cabeza y comienza a empujar a todos lacia la puerta, explicándoles con voz enérgica que deben abandonar la habitación. Entretanto, Sadrac llama al jefe de seguridad y le dice que ubique a dos de sus hombres en el hall para evitar la entrada de visitantes.

Sadrac se acerca a la cama. Genghis Mao está abatido y tenso, la frente húmeda y brillosa, la tez pálida y grisácea, respira agitado y su mirada, siempre activa, vibra con una intensidad maníaca. El sistema de mantenimiento de terapia intensiva comienza a funcionar y le proporciona una corriente de glucosa, cloruro de sodio y plasma sanguíneo. Sadrac echa un vistazo alas lecturas del panel de instrumentos e, integrando esa información con la telemedición de sus módulos, determina el nivel de potasio sanguíneo del presidente, el magnesio plasmático, la permeabilidad capilar, la vasoconstricción arteriolar y la presión venosa. Luego realiza los ajustes manuales necesarios de la dosis de medicación.

—Trate de relajarse —le dice a Genghis Mao— Apóyese en el respaldo de la cama. Afloje brazos y piernas.

—Lo mataron —dice el Khan con voz renca— ¿Escuchó? Lo tiraron por la ventana.

—Sí, ya sé. Acuéstese, por favor, señor.

—Los asesinos no pueden haber salido del edificio aún. Yo mismo supervisare la investigación. Lléveme al Vector de Vigilancia Uno, Sadrac.

—No será posible, señor. Debe quedarse en cama.

—No se dirija a mí de esa manera. ¡Avogadro! ¡Avogadro! ¡Ayúdeme a sentarme en la silla de ruedas!

—Lo siento, señor —murmura Sadrac, mientras hace señas por detrás a Avogadro para que ignore los órdenes de Genghis Mao. Al mismo tiempo, oprime un pedal que envía una corriente de calmante 9-pordenone al cuerpo de Genghis Mao— Las consecuencias pueden llegar a ser fatales si sale de la cama ahora, señor. ¿Me entiende? Corre peligro de muerte.

Genghis Mao lo entiende. Vuelve a hundirse en la almohada y hasta parece tranquilizarlo el hecho de que alguien lo domine. A medida que la droga hace efecto, su rostro se relaja y toma un aspecto más calmado. Sadrac advierte que Genghis Mao está mucho más débil de lo que indica el panel de instrumentos.

—Lo mataron —repite el Khan pensativo y divagante—. No era más que un niño y lo mataron. No tenía enemigos —los labios del anciano comienzan a temblar y sus ojos se llenan de lágrimas. Sadrac queda azorado. ¿Qué es esto? ¿Acaso Genghis Mao quiere probar que es capaz de sentir verdadera emoción? ¿Es posible que un dolor cuasipaternal embargue al presidente, cuando precisamente él planeaba un destino nefasto para Mangú? O la operación de ayer lo ha debilitado hasta el punto de despertar en él un sentimentalismo poco común y un cariño excesivo, o Mordecai ha malinterpretado la señaclass="underline" en lugar de pena, lo que el Khan siente es miedo; ha tomado conciencia de que su persona está en peligro, de que si los asesinos pudieron llegar a Mangú, bien podrían llegar a los aposentos sagrados del Khan. Sí, tiene que ser eso. El presidente está enfurecido y atemorizado, pero como está tan abatido físicamente a causó de la operación, su furia y temor se transforman, por un momento, en dolor. Y efectivamente, después de un momento el Khan recupera la calma. Con voz fresca, grave y controlada, dice:

—Este es el primer ataque en contra de nuestro gobierno que se lleva a cabo con éxito. Es algo sin precedentes, porto tanto, debemos enfrentarlo con fuerza para demostrar que nuestro vigor y autoridad no serán superados —le indica a Avogadro que se acerque a la cama y comienza a dictar planes de arrestos masivos, interrogatorios a subversivos sospechosos, estrictas medidas de seguridad en toda la torre así como también en toda la capital. El tono de su voz, más que el de un anciano acongojado, es el de un déspota amenazado. La muerte de Mangú, ya no cabe dudas al respecto, le afecta poco o nada, ya que Mangú era un ser insignificante, pero su desaparición presagia una brecha en el poder del Khan y será necesario, por lo tanto, imponer un régimen de terror.

Genghis Mao continúa absorto elaborando planes maléficos. De pronto, levanta la vista en dirección a Sadrac, como si acabara de advertir su presencia, y le dice en fono amigable:

—Tiene el torso descubierto, doctor. ¿Por qué?

—Todo esto me tomó muy de sorpresa y apenas tuve tiempo para vestirme. Supe que algo andaba mal cuando una terrible convulsión interna me despertó.

—Sí, cuando Horthy me dio la noticia del asesinato me agité mucho.

—Estas malditas puertas me tuvieron esperando durante cinco minutos. Tenemos que hacer algo con respecto a eso. Algún día habrá un problema grave que requiera mi presencia de inmediato, y si Interfaz Tres hace lo de hoy, llegaré demasiado tarde.

—Mmm. Sí, eso tenemos que hablarlo.

El Khan parece atraído por el torso desnudo de Sadrac. Lo contempla casi con admiración, examinando la fuerte musculatura de su vientre, los brazos largos y delgados, la espalda ancha y corpulenta. Sadrac sabe que su físico es atractivo, de contextura compacta y estilizada, cubierto por un suave manto de piel chocolate, un cuerpo atlético y elegante, casi el mismo de hace veinte años atrás, cuando era un respetable estudiante deportista y un jugador de básquetbol pasable. Sin embargo, hay algo misterioso e intimidatorio en esa mirada acechante.

—Tiene un aspecto muy saludable, Sadrac —dice el Khan con voz casi jovial.

—Trato de mantener mi estado, señor.

—Es usted un médico inteligente. Muchos de sus colegas se ocupan de la salud de todos menos de la de ellos. Pero, ¿cómo es que todavía estaba en la cama a estas horas de la mañana?

—Estuve en Karakorum hasta tarde —confiesa Sadrac.

Genghis Mao estalla en carcajadas.

—¡Vida pródiga y licenciosa! ¿Así es cómo mantiene su estado, Sadrac?

—Bueno…

—Tranquilo. Es sólo una broma —el humor del presidente ha dado un vuelco tremendo. Esta burla molesta, esas bromas sutiles…, es realmente asombroso, cuesta creer que hace sólo un momento lloraba por la muerte de Mang—. Puede ir a su habitación a ponerse la camisa, si quiere. Creo que puedo prescindir de usted por unos minutos, Sadrac.

—Preferirla quedarme un rato más, señor. No tengo frío.

—Como guste —Genghis Mao parece perder interés en Sadrac. Se dirige nuevamente a Avogadro, que aún está de pie al costado de la cama, y comienza a enumerar, una tras otra, nuevas medidas de represión que serán puestas en práctica de inmediato. Cuando termina con el jefe de seguridad, llama al vicepresidente Eyuboglu y traza de improviso un detallado programa para la canonización virtual de Mangú: un entierro colosal y pomposo, un período prolongado de duelo; se cambiarán las nombres de caminos y ciudades en las capitales más importantes, se levantarán monumentos conmemorativos, imponentes y espléndidos ¿Y todo esto para un joven tan insignificante? ¿Para qué? Todo este despliegue funerario, piensa Sadrac, es digno de un semidios, de un Augusto César, de un Sigfrido, e incluso de un Osiris. ¿Por qué? No tiene sentido, a menos que Mangú fuera la extensión simbólica de Genghis Mao, el eslabón que lo une con el mañana, la esperanza de la reencarnación física.