Sí, Sadrac acaba de entenderlo todo: no es en honor a Mangú que Genghis Mao ordena este engrandecimiento póstumo, extravagante y ridículo, sino a su persona misma.
CAPÍTULO 10
El jefe de seguridad, un hombre de huesos macizos, corpulento, perspicaz, de ojos grandes e inexpresivos y boca singular, esta de pie en el pasillo, esperando que Mordecai salga de la habitación del Khan. Mangú ha, muerto, sí; pero, ¿fue realmente un asesinato? Avogadro no está tan seguro de ello.
Por fin, Sadrac sale del aposento imperial y Avogadro, retirándolo hacia un costado le pregunta con voz muy suave:
—¿El Khan está tomando algún medicamento que pueda ocasionarle trastornos mentales?
—No precisamente. ¿Por qué?
—Es la primera vez que lo veo tan alterado.
—Y también es la primera vez que asesinan al virrey.
—¿Qué le hace pensar que se trata de un asesinato, y no un suicidio?
—Bueno… porque… Ionigylakis lo dijo… porque… —Sadrac se detiene confundido—. ¿Acaso no fue un asesinato?
—¿Quién puede saberlo? Horthy vio a Mangú precipitarse en el vacío. Punto. No vio a nadie que lo empujara. Ya hemos hecho todas las pruebas de los monitores de los radares del personal y no se ha registrado la entrada o salida de ningún individuo desautorizado y no hay evidencias de que alguien haya subido al piso setenta y cinco.
—Tal vez se trate de alguien que permaneció oculto toda la noche —sugiere Sadrac.
Avogadro suspira. Parece un poco sorprendido por el comentario de Sadrac.
—Deje que sea yo quien cumpla la función de detective, doctor. De mas está decir que también verificamos las actividades del día de ayer.
—Siento haberlo…
—No quise ser sarcástico. Lo que quiero decir simplemente es que hemos considerado casi todas las posibilidades, las mas obvias al menos. No es fácil para un asesino entrar al edificio, y dudo mucho de que alguien lo haya hecho. Eso no descarta, desde luego, la posibilidad de que el asesino de Mangú haya sido una persona cuya presencia en el edificio no llame la atención, como por ejemplo, el general Gonchidorge, o usted o yo…
—O Genghis Mao —interrumpe Sadrac— Pudo muy bien escurrirse inadvertido desde su habitación a la de Mangú y empujarlo por la ventana.
—Veo que interpreta mi idea. Lo que quiero decir es que cualquiera de los que están aquí arriba pudo haber sido el asesoro de Mangú. Sin embargo no. hay ninguna evidencia. Como usted sabe, todas las puertas del edificio registran la entrada y salida de individuos. Nadie entró a la habitación de Mangú esta mañana, ni por el lado de la Interfaz ni por el ascensor. Los núcleos de localización están completamente en blanco. El último en entrar a la habitación fue Mangú, alrededor de la medianoche. De acuerdo con las investigaciones preliminares que se han llevado a cabo hasta el momento, no hay rastros de intrusos en la habitación, no hay huellas digitales extrañas, ni partículas de caspa, ni cabellos, ni hilachas. Tampoco hay señales de lucha. Mangú era un hombre fuerte, ¿se da cuenta? y hubiera ofrecido resistencia ante un ataque.
—¿Sugiere que se trata de un suicidio, tal vez? —pregunta Sadrac.
—Sí, exactamente. Al igual que todos mis hombres, considero que es la teoría mas aceptable con respecto a este punto. Pero, el presidente está seguro de que fue un asesinato. Tendría que haberlo visto antes de que usted llegara: estaba histérico, furioso, parecía un loco. Como usted comprenderá, el hecho de que el presidente crea que fue un asesinato, redunda en perjuicio de mis hombres y del mío también, ya que nuestra función aquí es, precisamente, evitar todo tipo de ataque. Pero hay algo mas importante aparte de la posibilidad de perder mi trabajo, doctor. Todo este plan ridículo que el Khan está organizando, la "depuración", los arrestos, los interrogatorios, las medidas de represión, todo, una empresa costosa, desagradable y muy complicada que, según mi opinión, carece absolutamente de sentido. Lo que quiero saber —continúa Avogadro— es si usted cree que hay alguna posibilidad de que el presidente, una vez recuperado, esté dispuesto a adoptar una actitud más sensata con respecto a la muerte de Mangú:
—No lo sé, pero no creo. Nunca cambia de idea una vez que ha tomado una determinación.
—Pero la operación…
—Sí, la operación lo debilitó, sin duda. Física. y psicológicamente, pero eso no significa que haya perdido la razón. El siempre ha tenido esta obsesión con los asesinos, y es obvio que, al dar por sentado que Mangú fue asesorada, Genghis Mao satisface una especie de necesidad interna; una suerte de proyección de la fantasía, algo muy oscuro y complejo. Creo que aun en perfecto estado de salud hubiera hecho la misma suposición. Por lo tanto, pienso que su recuperación per se no seca un factor que lo haga reconsiderar la muerte de Mangú. Todo lo que puedo sugerirle es que espere tres o cuatro días hasta que el presidente recupere las fuerzas necesarias fiara retomar sus actividades. Sólo entonces, usted podrá informarle acerca de los hallazgos de toda la investigación, y explicarle de manera terminante que no hay evidencia de asesinato. Confíe en que la sensatez básica del Khan lo ayudará a convencerse, por fin, de que Mangú se suicidó…
—¿Y si traigo el informe esta misma tarde?
—No. No está preparado para tantas tensiones. Además, ¿usted cree que la investigación podrá estar concluida para esta tarde? No. Le aconsejo que espere por lo menos tres días. Cuatro o cinco si es posible.
—Y mientras tanto —dice Avogadro—, habrá que reunir a todos los sospechosos, investigar, interrogar, castigar a inocentes, y tras hombres gastarán energías en la estúpida persecución de un asesino que no existe.
—¿Y no puede suspender la "depuración" por unos días?
—El Khan dio la orden de empezar de inmediato; doctor.
—Sí, lo sé, pero…
—Él Khan dio la orden de empezar de inmediato y así lo hicimos.
—¿Ya?
—Sí. Ya hace diez minutos que comenzaron con los arrestos. Yo se lo que significa una orden del presidente. Podría dilatar el proceso del interrogatorio para evitar en lo posible que se castigue a los prisioneros hasta tanto el Khan no esté enterado de todas mis averiguaciones sobre la muerte de Mangú, pero no tengo autoridad para ignorar las instrucciones —y agrega con voz serena—: ni lo intentaría siquiera.
—Habrá "depuración" entonces dice Sadrac, encogiéndose de hombros—. Lo siento tanto como usted, supongo. Pero no hay manera de evitarlo, ¿no es así? Y si el Khan se empecina en creer que Mangú fue asesinado, hay muy pocas esperanzas de que usted lo convenza de que fue un suicidio, ni esta tarde, ni mañana, ni la semana que viene. Lo siento.
—Yo también —dice Avogadro—. Bien, gracias por haberme escuchado, doctor.
Avogadro se aleja, pero luego se detiene, vuelve la cabeza, la mirada calculadora y penetrante.
—Ah, algo más doctor —dice— ¿Usted no sabe, por casualidad, si Mangú tenía alguna razón para matarse?
Sadrac queda pensativo, analizando todo lo que sabe.
—No —responde después de un momento—, no. Ninguna… que yo sepa.
Una vez terminada su conversación con Avogadro, se dirige al Vector de Vigilancia Uno. La sala está atestada de gente, todos miembros del personal jerárquico. Sadrac comienza a sentirse algo ridículo, paseándose por las oficinas con el pecho descubierto. El general Gonchigdorge está sentado en el ostentoso trono del presidente, palmoteando con sus manos regordetas el enorme tablero que controla todo el funcionamiento del aparato espía. A medida que el general oprime los botones, el Vector de Vigilancia Uno vibra con imágenes de la vida diaria de la Sala de Traumas, imágenes que aparecen y desaparecen, temblorosas. El desordenado despliegue de secuencias que ofrecen las pantallas es tan vertiginoso como cuando la máquina funciona a su antojo. Tiene que suceder, ya que Gonchigdorge maneja los controles sin orden ni concierto, con impaciencia ofuscada, como si esperara descubrir un complot revolucionario, escarbando el mundo aquí y allá con palas descontroladas y enloquecidas hasta encontrar un grupo de desesperados enarbolando un estandarte que diga "SOMOS CONSPIRADORES". Pero las pantallas se limitan a reflejar la historia humana de siempre: gente que pelea, que trabaja, que sufre, que muere.