—¿En dónde lo vio?
—En Piccadilly Circus.
Avogadro vuelve a levantar la mano izquierda, esta vez más alto. Vuelven a activarse los controles. Se repite el espasmo facial, mucho más intenso que el anterior. Sadrac Mordecai comienza a inquietarse, se apoya en un pie, luego en el otro.
—Quizás no sea necesario… —dice en voz baja.
—Sí, es necesario —le dice Avogadro—. El proceso de interrogatorio debe cumplirse al pie de la letra —luego se dirige a Buckmaster—. Estoy dispuesto a seguir con esto todo el día. Me aburre, pero es mi trabajo. Si es necesario lastimarlo, lo lastimare, si me obliga a dejarlo inválido, pues quedará inválido, porque no puedo hacer otra cosa. ¿Me entiende? No puedo hacer otra cosa. Bien, usted se encontró con el doctor Mordecai en…
—Karakorum.
—¿En qué parte de Karakorum?
—AL salir de la carpa de los transtemporalistas.
—¿A qué hora, aproximadamente?
—No sé. Era tarde, pero antes de la medianoche.
—¿Es verdad lo que dice Buckmaster, doctor Mordecai? Piense que grabaremos todo lo que usted conteste.
—Todo lo que ha dicho hasta ahora es verdad —responde Sadrac.
—Bien. Adelanta, Buckmaster. Repita lo que me dijo hoy. Usted se encontró con el doctor Mordecai y, ¿qué le dijo?
—Dije una serie de estupideces.
—¿Qué clase de estupideces, Buckmaster?
—Cosas sin sentido, Aún estaba bajo el efecto de la droga transtemporalista.
—¿Qué fue exactamente lo que le dijo al doctor?
Buckmaster, silencioso, no aparta la mirada del piso.
Avogadro levanta la mano derecha casi hasta la altura del hombro. El asistente activa los controles y Buckmaster da un salto como si acabaran de acuchillarlo, agitando el brazo derecho como una víbora enfurecida.
—Contésteme, Buckmaster. Por favor.
—Lo acusé de hacer el mal.
—Siga.
—Le dije que era un Judas.
—Y un negro miserrable —dice Sadrac. Avogadro lo codea sútilmente, indicándole que su intervención es inoportuna.
—Dígame exactamente de qué lo acusó al doctor Mordecai.
—De hacer su trabajo.
—¿Qué quiso decir?
—Lo acusé de mantener al Khan con vida. Le dije que si el presidente no había muerto hacía cinco años, era por culpa de él.
—¿Es verdad eso, doctor Mordecai? —pregunta Avogadro.
Sadrac duda antes de responder. En realidad, no querría colaborar para que envíen a Buckmaster al depósito de órganos. Pero sería una tontería tratar de protegerlo en este momento. Sabe que el incidente de anoche fue grabado y revisado. Buckmaster es el único culpable de su condena. Por lo tanto, ya no hay esperanzas de salvarlo, ni con una mentira, y si puente lo único que logrará es poner en peligro su propio pellejo.
—Si, es verdad —responde finalmente.
—Muy bien, Buckmaster. ¿Entonces usted lamenta que Genghis Mao no haya muerto hace cinco años?
—Déjeme en paz, Avogadro.
—Contésteme. ¿Usted quiere que el presidente se muera? ¿Es ésa su posición?
—¡Anoche estaba drogado!
—Ahora no está drogado, Buckmaster. ¿Cuál es su actitud con respecto al presidente, en este momento?
—No sé. Sencillamente no lo sé.
—¿Lo ve como un enemigo, quizás?
—Quizás. Mire, Avogadro, no me obligue a hablar más. Ya estoy en sus manos, esta noche me entregarán a los caníbales. ¿No le basta con eso?
—Podemos terminar con todo esto cuanto antes, siempre que usted colabore.
—Muy bien —dice Buckmaster. Levanta la cabeza, demostrando que aún tiene dignidad—. No tengo nada en contra del régimen de Genghis Mao, pero no estoy muy de acuerdo con la política que sigue el CRP. Lamento haber dedicado tanto esfuerzo para servirles. Reconozco que anoche estaba sobreexcitado y que le falté el respeto al doctor Mordecai, de lo cual estoy muy avergonzado. Pero, a pesar de eso, ¡escúcheme bien, Avogadro!, a pesar de eso no fui desleal en ningún momento. No sé nada acerca de la muerte de Mangú. Juro que no tengo nada que ver.
Avogadro hace un movimiento afirmativo con la cabeza y, dirigiéndose a Mordecai, pregunta:
—¿El prisionero mencionó a Mangú anoche?
—Creo que no.
—¿No puede dar una respuesta más precisa?
Mordecai queda pensativo unos minutos, al cabo de los cuales responde:
—No. Por lo que puedo recordar, no mencionó a Mangú.
—¿Hizo alguna amenaza en contra de la vida de Genghis Mao?
—Ninguna que yo recuerde.
—Piense, doctor.
Sadrac menea la cabeza.
—Usted tiene que entender, Avogadro, que yo también estaba bajo el efecto de la droga transtemporalista y no presté mucha atención a lo que dijo Buckmaster. Sí, criticó al gobierno, pero no creo que haya hecho amenazas directas. No.
—Tendré que refrescarle la memoria, entonces —dice Avogadro al tiempo que le hace una seña a su asistente. A continuación se oye un sonido sibilante y, de un parlante invisible, el sonido de una voz, extraña y familiar al mismo tiempo. Es la voz de Sadrac.
—…La manera en que te comportas, Buckmaster, es realmente suicida. Mañana el presidente recibirá un informe de todo lo que has dicho, Roger. Te estás destruyendo.
—…Yo lo destruiré a él. A ese vampiro que nos tiene a todos como rehenes a nuestros cuerpos, a nuestras almas…
—Otra vez —dice Avogadro—. Esa última parte.
—…Yo lo destruiré a él. A ese vampiro que nos tiene a todos…
—¿Reconoce esas voces, doctor?
—La mía y la de Buckmaster.
—Gracias. La identificación es importante. ¿Quién fue el que dijo "Yo lo destruiré a el"?
—Buckmaster.
—Sí. Gracias. ¿Era ésa su voz, Buckmaster?
—Usted sabe que sí.
—¿Una amenaza en contra de la vida de Genghis Mao, tal vez?
—Estaba sobreexcitado y, además lo dije en sentido figurado.
—Sí —interviene Sadrac—. Así es como lo entendí yo. Yo insistí en que dejara de gritar esas estupideces. No veo que sea una amenaza tan seria como para tomarla en cuenta. ¿Tiene una cinta de toda la conversación?
—Sí, íntegra —responde Avogadro—. Tenemos muchas conversaciones grabadas y hemos apartado las que nos parecían subversivas… Ésta fue una de las primeras que apartamos. El espectrograma de la voz indicaba que se trataba de usted y de Buckmaster, pero, desde luego, su corroboración directa es muy útil…
—Claro —dice Buckmaster— como si fueran a hacer un juicio, con jurado y abogados. Como si no me fueran a transformar en un cadáver antes del amanecer.
—¿No dijo nada acerca de Mangú ¿no es así? —pregunta Sadrac.
—No. Por lo menos, no se, grabó nada.
—Era lo que yo pensaba. ¿Entonces, por qué retenerlo?
—¿Por qué defenderlo, doctor? De acuerdo con la cinta, él lo insulto y lo ofendió.
—Sí, No crea que lo he olvidado, pero, sin embargo, no guardo rencor. Anoche se comportó muy mal conmigo, pero no creo que el hecho de que se haya comportado mal conmigo sea una razón lo suficientemente válida como para enviarlo al depósito de órganos.
—¡Repítelo! —grita Buckmaster—. ¡Por Dios, repítelo!
—Por favor —dice Avogadro. La reacción de Buckmaster parece causarle dolor. Le hace una seña a su asistente, quien, activando los controles correspondientes, libera a Buckmaster de los electrodos y de las correas. Dos ayudantes de seguridad lo ayudan a levantarse y lo sacan de la habitación. Antes de llegar a la puerta, Buckmaster vuelve la cabeza: tiene la cara húmeda, distorsionada por el miedo, los labios le tiemblan, está a punto de llorar.
—¡Yo no soy el asesino! —grita. Finalmente desaparece arrastrado por los ayudantes.