—Él no es el culpable —dice Sadrac— Estoy seguro de eso. Anoche estaba fuera de sí, desvariaba y gritaba, pero no es un asesino. Tal vez no esté conforme con el régimen de Genghis Mao, pero no es un asesino.
Avogadro se hunde en la silla en donde estaba sentado Buckmaster y, jugueteando con los electrodos, enróscandose los cables en los dedos, dice:
—Ya lo sé.
—¿Qué harán con él?
—Y, lo llevarán al depósito de órganos. Antes del amanecer, probablemente.
—¿Pero por qué?
—Genghis Mao escuchó la grabación y considera que Buckmaster es peligroso.
—¡Dios mío!
—Discuta con Genghis Mao, si quiere.
—Parece que todo esto no le preocupa, Avogadro —dice Sadrac.
—No hay nada que yo pueda hacer, doctor.
—¡Pero no podemos dejar que lo asesinen!
—¿No podemos?
—Yo no puedo.
—Si quiere tratar de salvarlo, vaya a hablar con el Khan.
Le deseo suerte.
—Pero podría intentarlo. Tan sólo intentarlo.
—Buckmaster le dijo que era un negro miserable y un Judas, dice Avogadro.
—Pero por eso no voy a permitir que lo descuarticen. —Usted no permite nada. Las cosas son así y punto. El problema es de Buckmaster, ni suyo ni mío.
—Ningún hombre es una isla.
—¿Es posible que haya escuchado eso antes?
—¿Pero no esta preocupado? —le dice Sadrac mirándolo fijamente—. ¿No le importa la justicia?
—La justicia es para los abogados y los abogados son una especie extinguida. Yo no soy más que un funcionario de seguridad.
—Usted dice eso, pero no lo piensa.
—¿Ah, no?
—Por Dios, Avogadro. No empiece con eso de "Yo no soy más que un policía". Usted es demasiado inteligente para pensar así, y yo soy demasiado inteligente para creerle. Avogadro se incorpora. Se ha enroscado dos cables alrededor del cuello. Parece un payaso cómico y ridículo con la cabeza inclinada hacia un costado como un ahorcado.
— ¿Quiere que vuelva a pasar la cinta de Buckmaster? Hay una parte en la que usted dice que nosotros no somos culpables de que el mundo este como está, que aceptamos nuestro drama, que todos servimos al Khan, porque no nos queda otra salida. La otra alternativa es morir de descomposición orgánica, ¿no es así? Por lo tanto, bailamos al son del Khan y no nos cuestionamos problemas de moral, ni nos preocupamos por culpas o responsabilidades.
—Un momento. Usted lo dijo. Esta en la cinta, dottore. Ahora se lo digo yo a usted. Ya no puedo darme el lujo de tener remordimientos. Perdí ese derecho desde el momento que empecé a trabajar para el Khan. Por lo tanto, no puedo detenerme a considerar si hice bien o mal al mandar a Bucky al depósito de órganos.
—¿Ha visto alguna vez un depósito de órganos?
—No —responde Avogadro—, pero me dijeron…
—Yo sí. Es una sala larga, silenciosa, como la habitación de un hospital, pero muy silenciosa. Sólo se escucha el murmullo de la maquinaria que mantiene a los cadáveres con vida. Hay una doble hilera de tanques abiertos separados entre sí por un pasillo ancho. En cada tanque hay un cuerpo que flota en líquido fisiológico caliente azul y verde, un baño nutritivo. El piso está colmado de tubos intravenosos, como un espagueti rosado. Entre cada par de tanques, hay máquinas de diálisis. Antes de colocar el cuerpo en el tanque correspondiente, matan el cerebro, lo anulan a través del foramen magnum, pero el resto sigue viviendo, Avogadro. Vegetales en forma de animales. Sólo Dios sabe lo que perciben, pero viven, necesitan alimentarse, digieren, excretan. El cabello y las uñas siguen creciendo, las enfermeras afeitan y acicalan los cuerpos periódicamente. Están todos ordenadnos según el tipo de sangre y el tipo de tejido, disponibles para cada transplante. Gradualmente los van despojando de sus miembros y órganos, esta semana un riñón la semana que viene un pulmón, y así los reducen poco a poco a torsos. Les quitan los ojos, los dedos, los órganos genitales, el corazón, el hígado…
—¿Y? ¿Qué me quiere decir con eso, doctor? ¿Qué los depósitos de órganos son lugares horribles? Ya lo sé, pero es la mejor manera de conservar los órganos para luego utilizarlos en transplantes. ¿No es preferible hacer recircular un cuerpo que desperdiciarlo?
—Y transformar a un inocente en un zombie, cuyo único propósito es ser un receptáculo viviente de órganos en reserva.
—Buckmaster no es inocente.
—¿Y es culpable? ¿Culpable de qué?
—De— tener una mala opinión, de tener mala suerte. Buckmaster ya está perdido, doctor. —Avogadro se pone de pie y apoya ligeramente la mano en el brazo de Sadrac—. Usted es un hombre sensato, ¿no es así, dottore? Buckmaster pensó que usted era un cínico malvado, un sirviente desalmado del Anticristo, pero no, se equivocó: usted es un hombre decente, atrapado en una época sucia, que trata de dar lo mejor de sí. Y bien, doctor, yo soy como usted. Y repito sus palabras: sentirnos culpables es un lujo que no nos podemos dar. Amén. Ahora vaya y deje de preocuparse por Buckmaster. Buckmaster buscó su propio destino. Y cuando oiga las campanas, recuerde que las campanas doblan por el, y eso no lo disminuirá ni a usted ni a mí, porque ya nos hemos disminuido todo lo posible —la sonrisa de Avogadro es cálida, casi compasiva—. Vaya, doctor. Vaya y descanse, que yo tengo mucho que hacer. Aún tengo que interrogar a doce sospechosos antes de la cena.
—Y el verdadero asesino de Mangú…
—Fue el mismo Mangú, estoy seguro. Pero eso no significa nada para mí. Yo seguiré buscando al culpable y seguiré con los interrogatorios y seguiré condenando a inocentes al depósito de órganos, hasta que me den la orden de parar. Ahora vaya, doctor, Vaya, vaya.
CAPÍTULO 12
Al día siguiente, circula la noticia de que habían enviado a trece conspiradores al depósito de órganos, incluyendo a Buckmaster, el promotor de la rebelión. Este tipo de rumores suele ser exacto, por lo general, pero Sadrac Mordecai, que no se resigna a aceptar la idea, decide consultar el registrador maestro de personal, para averiguar dónde está Buckmaster. Marca el código del departamento de ingeniería, pero la computadora maestra le informa que Buckmaster ha sido trasladado al Departamento 111. Sadrac marca ese código, entonces, y confirma lo que ya suponía: Departamento 111 es la manera elegante de referirse a los depósitos de órganos. Buckmaster ha pasado a formar parte de las reservas humanas. Le han anulado el cerebro a través del foramen magnum. Pobre tonto. Pobre infeliz.
Como todas las mañanas, Sadrac visita al Khan, pero prefiere no traer a colación el tema de Buckmaster, que ya ha pasado a un segundo plano. Los ojos del presidente brillan con satisfacción lunática, desbordantes de pasión y vehemencia.
—¡Hemos aniquilado a los conspiradores!-declara al verlo entrar a Sadrac— ¡Hemos castigado a los culpables! Hemos combatido la amenaza a nuestro régimen. Nada ni nadie podrá desafiar los principios de la depolarización centrípeta —su cuerpo vetusto rebosa triunfante de buena salud, que vibra en los nódulos de Sadrac como un caudal embravecido de energía renaciente.
Sadrac, entonces, se dispone a extraer muestras de sangre, a administrar los medicamentos del día, a controlar los reflejos, pero el presidente, sumergido bajo un pilón de heliografías de los distintos modelos del monumento de Mangu, apenas le presta atención, como si no advirtiera su presencia, como si Sadrac no fuera más que un mucamo que esta cambiando las sábanas. Es obvio que en este momento lo único que lo preocupa es la deificación del difunto heredero. Mientras canturrea una canción que no existe, Genghis Mao examina los bosquejos que crujen sobre la cama. sobre la almohada, sobre las rodillas huesudas: los analiza desde distintas perspectivas, los aprueba, los desecha, los deja caer, garabatea acotaciones al margen, murmura comentarios personales.