Es evidente que Sadrac Mordecai no tiene apuro esta mañana, ya que permanece cinco, ocho, diez minutos en la enorme habitación. Después de todo, según la información que le suministran los pequeños nódulos que lleva injertados, Genghis Mao todavía duerme. Nadie se libra de ser vigilado en este mundo: Genghis Mao controla el mundo entero, y él, a su vez, es controlado por su médico. Mordecai, inmóvil al lado del trono tapizado del presidente, recibe información interna y externa: el desarrollo metabólico del Khan hace vibrar los nódulos, el material resplandeciente de pantallas le inunda la mirada. Está apunto de irse cuando en una pantalla, en el ángulo superior izquierdo, aparece una escena en una ciudad que, con toda seguridad, es Filadelfia, la inconfundible Filadelfia, su ciudad natal. Atraído por la imagen, se detiene. Él fue un bebé Aniversario, ya que nació en el año en que los Estados Unidos de América cumplían doscientos años de vida. Entró al mundo en la misma ciudad que Ben Franklin, en el Hospital Hahnemann. Y ahora, Filadelfia, ante sus ojos, girando en el ojo de algún satélite, ojo que acecha con una sutileza indefinible. Mordecai ve aquellos tótems que recuerda de la niñez, el City Hall, el Independence Hall, el Penn Center y la Iglesia de Cristo. Pasó mucho tiempo desde que estuvo en Filadelfia por última vez. Ya hace diez años que vive en Mongolia, y pensar que alguna vez le costó creer que existiera un lugar como Mongolia, la tierra de fantasía de Prestar John y Genghis Khan. Ahora, en cambio, la fantasía parece surgir de Filadelfia. ¿Y los Estados Unidos de América? ¿Tienen sentido estas sílabas, todavía? ¿Quién iba a imaginarse que la Constitución de Jefferson y Madison quedaría en el olvido, y que América rendiría obediencia a un soberano mogol? En realidad, eso sería exagerar la verdad, porque Mordecai sabe que los Estados Unidos, como todas las demás naciones, están regidos por una sección local del Comité Revolucionario permanente, una alianza de grupos reaccionarios y radicales que funciona a través de una serie de rudimentarias instituciones cuasidemocráticas, y que el anciano Genghis Mao, recluido en un mundo propio, no es más que el presidente del Comité: una figura remota y semimística que gobierna indirectamente y no tiene influencia inmediata alguna sobre la vida diaria de los que alguna vez fueron compatriotas del doctor Mordecai. Es probable que ningún norteamericano se detenga a considerar que Genghis Mao representa la autoridad del Comité Revolucionario Permanente y que es. por lo tanto, el único conductor del cuerpo político, en la misma medida en que nadie considera que el presidente de la mesa directiva de la compañía local de electricidad es el que suministra y controla la corriente de energía que se obtiene al pulsar una perilla. Sin embargo, Genghis Mao es la autoridad, pero no hay por qué pensar que a los norteamericanos les molestaría saber que deben rendir homenaje a un mogol. Lo que sucede es que el mundo entero ha abdicado, el juego de la política terminó, Genghis Mao gobierna porque hay negligencia, porque a nadie le importa, horque todos se alivian ante la idea de que alguien, cualquiera, esté dispuesto a cumplir la función de dictador en este mundo agotado, destrozado, cuyos habitantes mueren día a día de descomposición orgánica.
Filadelfia desaparece de la pantalla para dar lugar a una idílica escena tropicaclass="underline" una playa rosada, blanquecina, se extiende bajo la luz del semilunio, con palmeras frondosas y flores escarlatas y amarillas. No se ve ninguna persona; Mordecai se encoge de hombros y se va.
El aposento imperial es de estructura circular y ocupa la totalidad del último piso de la Gran Torre del Khan, a excepción de los cinco departamentos cuneiformes distribuidos, equidistantes, en torno a la circunferencia, dentando así sus bordes. Sadrac ocupa una de esas habitaciones. Mordecai atraviesa el Vector de Vigilancia Uno y se dirige hacia la habitación que está más aleada de la interfaz por la que entró. Allí, enfrenta tres puertas macizas, dispuestas a ocho metros de distancia una de la otra. La puerta de la izquierda lleva a la habitación de Genghis Mao, pero Mordecai no piensa atravesarla: hoy es conveniente que el presidente duerma todo lo que necesite. Tampoco elige la puerta del medio, que lleva a la oficina privada del presidente. Se dirige, en cambio, a la puerta de la derecha, que abre el camino al Vector de Comité Uno, habitación por la cual tiene que pasar para poder llegar a su oficina.
Espera unos segundos mientras la puerta lo examina y aprueba. Todas las habitaciones internas de la residencia imperial están divididas entre sí pop esas barreras impermeables, de menor envergadura que las puertas principales en las cinco interfaces, pero con la misma desconfianza: nadie puede Pasar de una habitación a otra sin ser controlado. Después de un momento, la huerta le da acceso al Vector de Comité Uno, una habitación amplia, iluminada, esférica como todas las habitaciones principales de la residencia de Genghis Mao. Constituye el efe del departamento, el punto central en torno al cual gira todo lo demás y, en un sentido menos literal, es el centro motor de la estructura que gobierna el planeta, el Comité Revolucionario Permanente. Día y noche llegan aquí comunicados urgentes que envían los núcleos de control del Comité en todas las ciudades; día y noche, las autoridades del Comité se sientan ante intrincados paneles de control que resplandecen con terminales de memoria, elaboran políticas y las comunican a los sátrapas de las distintas provincias. Todas las solicitudes para el tratamiento del Antídoto Roncevic se tramitara en esta habitación; todos los pedidos para transplante de órganos, terapia regenerativa u otros servicios vitales se consideran en el Vector de Comité Uno; todas las disputas jurisdiccionales balo la dirección local del Comité se solucionan aquí, de acuerdo con los principios de la depolarización centrípeta, la mayor ofrenda filosófica que Genghis Mao haya hecho a la humanidad. Sadrac Mordecai es un hombre ajeno a la política no está muy al tanto de las actividades que se llevan a cabo en el Vector de Comité Uno, pero como la disposición de las salas le obliga a pasar por esta habitación muchas veces al día, suele detenerse y observar a los burócratas en su trabajo, como quien examina el comportamiento de extraños insectos en un tronco a punto de desintegrarse.
Ahora no hay mucha actividad. En épocas de plena crisis, en cambio, los doce asientos del panel de control están ocupados y Genghis Mao dirige la marcha de la estrategia, desde su escritorio ubicado en el centro, donde manea, enérgico, el formidable despliegue de sofisticados aparatos de comunicación. Ésta es una época de tranquilidad: la única crisis trascendente en el mundo es la del hígado del presidente, pero pronto será superada. Ya hace varias semanas que Genghis Mao no se ha tomado la molestia de ocupar su puesto en el Vector de Comité Uno. Prefiere cumplir con sus responsabilidades de soberano desde la otra oficina más pequeña, contigua a su habitación. Esta mañana funcionan tres paneles de control solamente. Los vicepresidentes que los manejad, dos hombres y una mujer, están agotados hasta el punto que el cansancio no les permite mantener la cabeza erguida; entre bostezos, reciben los mensajes y formulan respuestas adecuadas.
Mordecai atraviesa la habitación a paso ligero. Llega al centro de la sala y escucha que alguien lo llama. Al volverse, ve a Mangú, el heredero aparente del Khan, que viene de la oficina privada del presidente y se dirige a él.
—¿Hoy operan al Khan? —pregunta Mangú, preocupado.
Mordecai hace un gesto afirmativo con la cabeza y dice:
—Dentro de tres horas aproximadamente.
Mangú parece preocupado. Es un joven mogol, elegante y buen mozo, casi tan alto como Mordecai, rasgo poco común en los hombres de su raza. Tiene la cara redonda, rasgos agradables, simétricos, ojos vivaces y alegres. En este momento está tenso, nervioso y alarmado.