De pronto reina el silencio. Sadrac está en paz: ha alcanzado la esencia de la muerte onírica, el final de la lucha y de la búsqueda. La carrera ha terminado. Si quisiera, podría ir a Bangkok, a Addis Abeba, a San Francisco, a Bagdad, a Jerusalén; pero, ¿para qué?, si todos los lugares se han fusionado en un solo universo. Es mejor permanecer aquí, en el punto estático e inmóvil, envuelto en el plumón dulce y suave de la tumba. Consummatum est. Sadrac está en perfecto equilibrio: ya ha muerto, por fin, y sabe que dormirá para siempre.
Se despierta al instante: la mente clara y alerta, como un retintín de campanas penetrantes. El pene, excitado por el deseo tal vez, o por ese poder ciego que atrapa a los hombres en los sueños, Corma una pequeña pirámide en la falda del taparrabo. Katya, que está tendida en el piso apoyada sobre los codos, lo mira. Una sonrisa enigmática se dibuja en sus labios delgados. La espalda desnuda, ancha y corpulenta, las nalgas compactas y robustas atraen a Sadrac: la tranquilidad de la muerte onírica. desaparece para dar lugar a —un ferviente deseo, un deseo que lo domina…
—Vamos —dice en tono áspero.
—Bien, vamos —dice Katya.
—Estamos cerca del refugio para amantes.
—No. No vayamos allí —dice mientras se viste. La guía enmascarada está en el otro extremo del pasillo, recibiendo á los recién llegados. El resplandor del aire encandila a Sadrac, que aún tiene la sensación de ver a Thot y Anubis acechando en las cercanías. Trata de recuperar el equilibrio ya esfumado, de regresar al punto estático de la muerte, pero sabe que para poder lograrlo par sus propios medios; tendrá que participar en muchas sesiones de la muerte onírica.
—¿Adónde, entonces? —pregunta.
—A la torre. Odio hacer el amor en hoteles. ¿No lo sabías?
Pues entonces Sadrac tendrá que sofocar sus deseos una o dos horas más. Tal vez eso sea el mensaje que le deja la muerte— onírica: postergar el placer, purificar el espíritu. O tal vez no. El contraste entre el ambiente luminoso. de la carpa de la muerte onírica y la oscuridad de la calle estremece a Sadrac. Es una noche fría, demasiado fría para esta época del año: indicios de nieve en el aire, copitos que lastiman la brisa. Apenas se dirigen la palabra en el viaje de vuelta, pero, ya cerca dé la estación de Ulan Bator, Sadrac dice:
—¿Estabas allí realmente?
—¿En tu sueño?
—Sí. Cuando encontramos a Pancho Sánchez. Y al Primer Emperador. Y cuando fuimos a Méjico.
—Eso lo soñaste tú —dice Katya—. Yo soñé otra cosa. —Ah. Ah. Yo no estaba seguro, pero todo parecía tan reaclass="underline" estabas conmigo y me hablabas.
—Sí, siempre pasa lo mismo en los sueños.
—Pero, sabes, me sorprende que haya sido tan divertido. Casi frívolo.
—¿Esa es la impresión que tuviste?
—Sí. Sólo al final todo tomó un tono solemne y calmo.
Pero hasta entonces me pareció…
—¿Frívolo?
—Muy frívolo, Katya.
—Mi sueño fue solemne todo el tiempo. Sereno. —¿Cada uno tiene una experiencia distinta?
—Por supuesto —responde Katya—. ¿Qué creías?
—¿Creías que yo estaba contigo en el sueño, que te hablaba, que compartíamos las mismas experiencias?
—Confieso que sí.
—No. No estuve allí.
—Claro, me imagino —Sadrac se ríe—. Estaba inconsciente. Ahora dime: ¿el hecho de que tu sueño haya sido solemne y el mío divertido, dice algo de tu personalidad, de mi personalidad?
—No, Sadrac.
—¿Nada?
—En absoluto.
—¿Acaso no expresamos algo de nuestras caracteres en los sueños que elegimos?
—No —responde Katya.
—¿Cómo puedes estar tan segura?
—Nosotros no elegimos los sueños. Los elige un extraño. Eso es todo lo que sé. La joven de la máscara nos dice lo que tenemos que soñar, nos da las pautas generales, el tono.
—¿Y el contenido? ¿No lo elegimos nosotros?
—Sólo en parte. Las instrucciones de la guía se infiltran en nuestra razón. Sin embargo… sin embargo…
—¿El sueño es siempre el mismo?
—¿En cuanto al contenido? ¿En cuanto al tono?
—En cuanto al tono.
—El sueño es siempre diferente —explica Katya—. La sensación que se experimenta, sin embargo, es siempre la misma, porque la muerte es siempre igual. En cada sueño pasan cosas diferentes, pero al final todas te llevan al mismo lugar, de la misma manera.
—¿Al punto estático?
—Podríamos llamarlo así. Sí. Sí.
—¿Y el significado de mi sueño…?
—No —interrumpe Katya—. No se puede hablar de significados. En la muerte onírica no hay palabras del oráculo. El sueño no tiene significado —el tren subterráneo llega a la estación de Ulan Bator. Vamos —dice Katya.
Suben al departamento de Katya, dos pisos más abajo que el de Nikki. Es un lugar oscuro: tres habitaciones pequeñas en donde cortinados pesados y tiesos bloquean la entrada de luz. Una vez más, están desnudos uno frente al otro, una vez más, Sadrac siente la atracción irresistible que ejerce el cuerpo macizo y corpulento de Katya. Se acerca rígido hacia ella, la abraza, hunde los dedos en los hombros y la espalda rolliza, pero una fuerza irreprimible lo aleja de esa boca aterradora. Sadrac se acuerda del sueño, de la alegría que experimentaba cuando hacía el amor con Katya en los arrozales, en las fragantes noches de Méjico. Caen en la cama. pero, a pesar de que él le acaricia los pechos, a pesar de que hunde la cara entre los muslos fríos y suaves, y a pesar de que se abalanza hacia ella con aparente frenesí, la presencia física de Katya lo castra, lo aniquila, lo debilita. o es la primera vez que esto sucede: cada vez que hacen el amor — muy esporádicamente—, surgen este tipo de dificultades, dificultades que Sadrac rara vez experimenta con otras mujeres. Katya no se incomoda en absoluto por esta situación: con un leve puñetazo, lo aparta a Sadrac de su lado y luego, inclinándose hacia adelante, comienza a besarlo con su boca siniestra, salvaje y filosa, lo envuelve con astucia. Sadrac se relaja, ya no le aterran los dientes de Katya, sólo siente labios y lengua, labios y lengua, cálidos y húmedos, que, por fin, logran excitarlo. Katya, entonces, se incorpora deslizándose sobre el cuerpo de Sadrac —se trata, evidentemente, de una maniobra que practica con frecuencia—, para luego descender sobre él, en una embestida súbita e inesperada: un jinete poderoso que se agazapa sobre Sadrac meciendo su cuerpo en apasionado vaivén, con las rodillas flexionadas y las nalgas tensas. Los primeros espasmos del éxtasis laten en la nariz de Katya, distorsionando su rostro. Sadrac la observa, contemplando los párpados comprimidos y la sonrisa feroz que se dibuja en sus labios, y luego, cerrando los ojos, se entrega por completo a la unión sexual. Una energía pavorosa recorre el cuerpo de Katya, que cabalga enardecida irguiendo la espalda de manera que el único punto de contacto entre los dos cuerpos es el pubis. Luego, extendiendo las piernas hacia atrás, oprime su cuerpo contra el de Sadrac. Sí, Katya domina, Katya avasalla a Sadrac entre sus piernas, pero él no se siente en absoluto disminuido. Finalmente, Katya da la señal, una carcajada grotesca, que los une en el clímax culminante.
Después de un breve sueño, Sadrac se despierta y. la encuentra a Katya llorando. ¿Katya llorando? ¡Qué extraño! Nunca se había imaginado que Katya fuera capaz de llorar.