—¿Qué pasa?
Katya menea la cabeza.
—¿Katya…?
—Déjame. Por favor.
—¿Qué te pasa?
—Tengo miedo por ti —dice entre sollozos con la cabeza hundida en la almohada.
—¿Miedo? ¿Por qué? ¿De qué?
Lo mira y menea la cabeza. Se muerde los labios, y su boca se transforma de pronto en la boca de un niño, una boca mansa. Está realmente asustada.
—¿Katya?
—Por favor, Sadrac.
—No entiendo.
Permanece callada. Menea la cabeza. Menea la cabeza.
CAPÍTULO 14
Sólo después de una semana y media Sadrac vuelve a ver a Nikki, que dice estar muy ocupada con los problemas del laboratorio: como consecuencia de la muerte de Mangú, es necesario corregir el sistema del Proyecto Avatar y hacer los ajustes compensatorios adecuados para el nuevo cuerpo donante; por lo tanto, está tan agotada al final del día que prefiere quedarse a descansar. Sadrac, sin embargo, tiene la impresión que Nikki trata de evitarlo, porque siempre fue una persona sociable, aun en las épocas de más trabado. Las salidas con Sadrac eran un desahogo, un escape. ¿Por qué, entonces, se muestra tan reservada y distante? Mordecai está desconcertado. Sabe positivamente que el hecho de que él haya salido con Katya Lindman no es el motivo, ya que no es la primera vez que sale con otras mujeres. Nikki también suele salir en compañía de otros hombres, pero ese tipo de cosas nunca afectó la relación de la pareja. Es obvio que algo está fallando, pero Sadrac no sabe de qué se trata.
El estado crítico de la salud del presidente le hace olvidar temporariamente los problemas con Nikki. Durante los últimos días, Genghis Mao estuvo trabajando en su oficina, visitando el Vector de Vigilancia Lino y dirigiendo las actividades del Comité desde la sala principal. Hasta el momento su recuperación era satisfactoria y, por lo tanto, no había porqué prohibirle que se levantara. Pero ahora, sin embargo, los nódulos internos del doctor Mordecai indican la presencia de algunos trastornos: pulsaciones epigástricas, un leve murmullo sistólico y stress circulatorio general. Sadrac, no tendría que haber permitido que el presidente reanudara sus actividades habiendo pasado tan poco tiempo después de la operación. Mordecai, entonces decide hablar con el Khan, que está en su oficina ocupado con la deificación de Mangú y con la captura de asesinos. No tiene el menor interés de dialogar con su médico acerca de sus síntomas; par lo tanto, ante las preguntas de Sadrac, se limita a responder, en una brusca declaración, que se siente mejor. Lo único que lo preocupa en este momento es su trabado. Ya han arrestado a ciento ochenta y dos conspiradores, de los cuales noventa y siete fueron declarados culpables y enviados al depósito de órganos.
—Los pulmones, riñones e intestinos de todos estos criminales —dice el Khan orgulloso— pronto servirán para prolongar las vidas de los leales miembros del gobierno. ¿Acaso no hay algo de justicia poética en todo esto? Todo es centrípeto, Sadrac. Todos los antagonismos se reconcilian.
—¿Ciento ochenta y dos conspiradores? —pregunta Sadrac—. ¿Es posible que para tirar a un hombre por la ventana hayan hecho falta tantos individuos?
—¿Quién puede saberlo? El crimen en sí tal vez fue perpretado por dos o tres solamente, pero lo más probable es que hayan necesitado toda una organización de conspiradores para alterar los sistemas de seguridad, para distraer a los guardias, para desviar las cámaras. Calculamos que unos doce conspiradores se encargaron solamente de retirar de la plaza los cadáveres de los asesinos que saltaron por la ventana.
—¿Saltaron? ¿Para qué?
Una sonrisa suave se dibuja en los labios de Genghis Mao.
—Hemos llegado a la conclusión de que los asesinos, después de empujar a Mangú, saltaron por la misma ventana, para evitar que los capturaran en el edificio. Los cómplices, entonces, recogieron los cadáveres y eliminaron todo rastro de muerte.
—Pero, señor —dice Sadrac, mirándolo fijamente—, Horthy dice que vio un solo hombre que caía en el vacío.
—Horthy no se quedó en la plaza y, por lo tanto, no sabe lo que sucedió después.
—Aun así…
—Si los asesinos de Mangú no saltaron después de empujarlo —dice Genghis Mao con los ojos iluminados por el brillo del razonamiento—, ¿qué pasó con ellos, entonces? Después del crimen no encontraron a ningún sospechoso en toda la torre.
Sadrac no encuentra una respuesta apropiada. Sabe que cualquier comentario complicara la situación.
—Señor, me gustaría hablar de su salud —dice después de un momento.
—Ya le dije que me siento perfecto.
—Los síntomas que he detectado, señor, son bastante serios.
—¿Síntomas de qué? —estalla Genghis Mao.
Sadrac cree que se trata de un aneurisma en la aorta abdominaclass="underline" una alteración en las paredes del gran vaso que transporta la sangre del corazón. Le pregunta a Genghis Mao si ha sentido algún malestar extraño, y el presidente admite, finalmente, que en los últimos días tuvo dolores de espalda. Esto, obviamente, contradice lo que Genghis Mao ha dicho hace sólo un momento, pero Sadrac no hace ningún comentario al respecto: la confesión del presidente le da cabida suficiente para ordenarle que vuelva a la habitación a descansar.
A través de la sonda que canaliza la aorta de Genghis Mao, Sadrac confirma su diagnóstico. Es probable que, a causa de la operación de hígado se hayan formado coágulos en la corriente sanguínea del presidente; y que uno de esos coágulos se haya alojado en las paredes de la aorta abdominal, formando así la infección. Tal vez sea otra la causa, pero, de todas maneras, será necesario operar, porque se trata de un tumor en formación. En el caso de algún otro paciente, tal vez sería preferible dejar que se expandiera el aneurisma, ya que una operación tan próxima a un transplante de órganos es sumamente riesgosa. Sin embargo, como se trata de Genghis Mao, para quien las operaciones son algo natural, Sadrac se muestra casi indiferente ante la idea de volver a abrirlo. Por otra parte, el aneurisma se ha alojado tan cerca del hígado que Warhaftig podrá extraerlo a través de la misma incisión del transplante, ya que todavía no se ha cicatrizado.
La noticia, empero, altera a Genghis Mao.
—Ahora no tengo tiempo para operarme —dice irritado. Aún no hemos terminado con la búsqueda de conspiradores, y ése es un problema que debo seguir muy de cerca. Además, la semana próxima, será el funeral público de Mangú y pienso presidirlo en persona. Yo…
Es sumamente peligroso, señor.
—Usted siempre me dice lo mismo. A veces pienso que se divierte diciéndomelo. Usted es muy inseguro, Sadrac. ¿Acaso cree que lo voy a despedir si todas las semanas no me descubre algún problema en el organismo? No, Sadrac, usted me cae bien.
—Yo no invento los problemas, señor.
—Aun así. ¿No podemos esperar uno o dos meses?
—Si esperamos tanto tiempo, será necesario hacer un corte nuevo en un tejido ya cicatrizado.
—¿Qué problema hay? Tengo tantos cortes que uno más…
—Además de eso, los riesgos…
—Sí, sí. Los riesgos ¿Qué riesgos corro si no me operan? —¿Sabe lo que es un aneurisma, señor?
—Más o menos.
—Es un tumor que contiene sangre o un coágulo de sangre que está en contacto directo con las paredes de una arteria y causa deterioros en los tejidos que lo rodean. Imagínese que es un globo que se va inflando gradualmente. cuando un globo se infla demasiado, explota.
—Ah.
—El aneurisma podría romperse, finalmente. En los intestinos, en el peritoneo, en la pleura o en los tejidos retroperitoneales. O podría causar una embolia en la arteria mesentérica superior, produciendo así un infarto intestinal. Incluso la aorta podría romperse espontáneamente. Son muchas las cosas que pueden suceder, y todas traen consecuencias fatales.