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Sadrac queda azorado ante la confesión de Katya. Apenas puede hablar; le tiemblan las piernas; un frío helado le recorre el cuerpo.

—¿Cómo pudiste hacerlo? —dice.

—No sé. Fue una reacción espontánea: las palabras brotaban desde adentro, ya no podía seguir callando. No podía seguir soportando la pena de ver al pobre Mangú, predestinado a la destrucción». tratando de entender su futuro, de ver cuál sería su función en los próximos años. Yo sabía que, si el Proyecto Avatar se llevaba a cabo, Mangú no tendría futuro. Todos lo sabíamos menos él. No pude seguir callando.

—¿Qué pasó después?

—Se quedó callado, los ojos muertos, vacíos, en blanco, un abismo en la expresión. Después de un rato me preguntó cómo lo sabía y le respondí que mucha gente lo sabía. Quiso saber si tú también estabas enterado y le dije que creía que sí. Él quería hablar con Nikki, pero le recordé que estaba contigo en Karakorum. Luego me preguntó qué pensaba yo acerca de Avatar. En realidad, yo no sabía si el Proyecto Avatar se llevaría a cabo con éxito, pero le explique que tenía mucha fe en mi proyecto y que con un poco de suerte, Talos iba a superar a Avatar, que todo era cuestión de tiempo. Ahora, Avatar es más importante que Talos, y si en los próximos meses le sucede algo grave al Khan, habría que acelerar la actividad de Avatar, porque el autómata de Talos necesita por lo menos un año más de elaboración y el Proyecto Fénix ofrece muy pocas esperanzas. Mangú se quedó pensando y pensando. Luego dijo que el hecho de ser o no el cuerpo donante no le importaba, que lo que más le afectaba era que Genghis Mao le había hecho creer que sería el heredero, mientras que, por otro lado, aceptaba que hicieran con él lo que, en otras palabras, equivale a un asesinato. Eso era lo que le dolía, dijo, no la idea de morir o de dar su cuerpo para Genghis Mao, sino que le hayan hecho trampa, que lo hayan tratado como un zonzo. Después se levantó, me dio las buenas noches y se fue. Caminaba despacio, muy despacio. Lo que pasó después, no lo sé. Supongo que habrá pasado la noche entera pensando en todo lo que habíamos hablado, pensando en cómo lo habían engañado, en cómo lo preparaban para la matanza, como a un corderito premiado. A la mañana siguiente se suicidó.

—A la mañana siguiente se suicidó —dice Sadrac— Sí. Sí. Todo tiene un poco más de sentido ahora. A veces es difícil afrontar la verdad.

—Por lo tanto no hubo ningún conspirador. La única conspiración es la locura de Genghis Mao. Los trescientos arrestados son inocentes. ¿Cuántos de ellos fueron enviados al depósito de órganos? ¿Noventa y siete? Inocentes. Todos inocentes y yo no puedo hacer nada, sino callar y limitarme a contemplar esta locura. Dicen que el Khan se niega incluso a considerar la hipótesis del suicidio.

—Sí, se empeña en creer que fue una conspiración —dice Sadrac— Se divierte castigando a los culpables.

—Y si le contara lo que acabo de contarte a tí, me mandaría matar.

—Sí, mañana mismo estarías en el depósito de órganos. O tal vez te elegiría como donante para Avatar.

—No —dice Katya—, eso es muy difícil.

—¿Por qué no? Se adecuaría a su filosofía. Respondería a sus principios de la depolarización centrípeta, ¿no crees? Tu lengua suelta le costo el cuerpo de Mangú, y entonces te utilizaría a ti como reemplazante. Se ajusta perfectamente a sus ideales.

—No seas tonto, Sadrac. Eso es imposible. Genghis Mao es un bárbaro, ¿no es así? Es mogol y cree que es la reencarnación de Genghis Khan, por lo tanto, nunca permitiría que lo transplanten al cuerpo de una mujer.

—Sin embargo, estás equivocada. Los khanes mogoles no hacían diferencias por sexo. Al contrario, recuerdo haber oído que los mogoles se dejaban gobernar por regentes femeninas cuando se debilitaba la línea masculina. De más está decir que tendría problemas de adaptación, por supuesto, el cambio de sexo, los reflejos físicos, y un sin fin de cosas masculinas de las que tendría que olvidarse…

—Basta ya, Sadrac. Es ridículo pensar que el Khan me elegirá a mí.

—Pero es divertido pensar…

—A mí no me divierte —se detiene, gira la cabeza y lo mira a Sadrac con ojos sombríos. Está pálida y tensa—. ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podemos detener estos arrestos espantosos?

—No hay forma de lograrlo. El proceso tiene que cumplir su desarrollo.

—¿Qué sucedería si le mandamos un anónimo al Khan, diciéndole que Mangú se enteró de cuál sería su destino, que alguien le dijo que lo utilizarían para…?

—No. No serviría de nada. Genghis Mao lo ignoraría, o bien daría la orden de iniciar un proceso de interrogatorio masivo a todos los que podrían estar al tanto de la actividad de¡Proyecto Avatar.

—Pero, ¿si siguen con los arrestos?

—No creo que eso dure mucho más, porque Avogadro ya no tiene a quien arrestar.

—¿Y los prisioneros que aguardan la sentencia?

Sadrac suspira.

—No podemos ayudarlos. Están perdidos. Ya no hay nada que hacer. De alguna u otra manera, Katya, todos nosotros estamos aguardando la sentencia.

Sadrac, obsesionado por la imagen de Mangú lastimosamente engañado, despojado de sus ilusiones, confrontado con la triste realidad, pasa toda la tarde pensando en la actitud de Katya. ¿Por qué la doctora Lindman le reveló su verdadero destino? ¿Por compasión? Dios mío, ¿acaso pensó realmente que lo ayudaría, o que le haría un bien si le contaba todo? ¿Es posible que no se haya dado cuenta de lo cruel y desalmada que era su actitud? No, no puede ser. Ella sabía, seguramente, que un hombre como Mangú, afable, superficial, conformista, que soñaba con la fantasía irrealizable de ocupar, algún día, el puesto más poderoso del mundo, creyendo que gozaba del aprecio, y aun del cariño, de Genghis Mao, se derrumbaría por completo si la estructura de esa fantasía se hacía pedazos… Ella lo sabía.

Claro que lo sabía… Una hora después de haber almorzado con Katya, Sadrac comprende, finalmente, todo el plan. La doctora Lindman, como buena ajedrecista que es, había previsto todas las consecuencias de la jugada. Decirle a Mangú la verdad, simulando compasión y franqueza. Mangú, por humillación, indignación, miedo, incluso por venganza, o por lo que fuera, se suicida, alejando así su cuerpo del alcance de Genghis Mao. Sin Mangú, entonces, se retrasa la actividad del proyecto Avatar, que pasa a un segundo plano perdiendo su primacía sobre el Proyecto Talos: la derrota de Nikki Crowfoot, rival de Katya Lindman. Sadrac, por otra parte, ya alejado de Nikki por alguna misteriosa razón, es atraído inevitablemente hacia Katya, que sigue en ascensión. Claro. Claro. Y todo lo demás, la falsa preocupación de Katya por las desafortunadas víctimas del arresto, y la congoja por el pobre Mangú… todo parte del juego. Sadrac tiembla. Aun en el clima repugnante y perverso de la Gran Torre del Khan, esto es un plan monstruoso, y la doctora Lindman es una figura maligna, adversa y maquiavélica, la consorte perfecta del mismo Genghis Mao, o incluso el receptáculo ideal para la mente siniestra y extraviada del viejo ogro. ¡Sí! Por un momento, Sadrac piensa seriamente en la posibilidad de sugerirle al Khan que use a Katya como reemplazante de Mangú: Una elección apropiada, señor, muy centrípeta, responde perfectamente a sus principios. Sin embargo, hay algo que lo confunde, algo que no termina de aclararse: ¿por qué la doctora Lindman le ha contado todo a él?; Es posible que, siendo. Katya un monstruo tan calculador, no haya calculado la posibilidad de que Sadrac, tarde o temprano, descubriría su personalidad siniestra? ¿Acaso era ese su objetivo? ¿Por qué? Esta reflexión tan compleja lo aturde.

Quiere volver a Nikki, pero Nikki continúa distante, ni siquiera lo ha llamado por teléfono en los últimos días. Sadrac la llama, entonces, con el pretexto de que necesita una actualización de las actividades del Proyecto Avatar. En la, pantalla del vídeo-teléfono aparece la imagen de uno de los asistentes del laboratorio, un tal doctor Eis de Francfort, típicamente teutónico, de ojos azules, pálidos y cabellos suaves y rubios. AL verlo a Sadrac, el asistente hace un gesto de… ¿sorpresa?, ¿espanto? ¿desagrado? frunciendo el ceño y los labios. Inmediatamente corrige la expresión y hace un saludo formal e indiferente.