—Llámame cuando la operación haya terminado —le dice Nikki.
—Pero, si lo hago, interrumpiré las pruebas de evaluación definitiva.
—No afectará demasiado. Llámame. Te veré esta noche.
—Sí, esta noche —dice Sadrac con voz suave. Son las 8.55: ya es hora de llevar a Genghis Mao a la Sala de Cirugía.
CAPÍTULO 4
El hígado, la glándula más grande del cuerpo humano, es un órgano útil y complejo cuyo peso es de un kilogramo y medio, aproximadamente un dos por ciento del peso total del cuerpo. Como tal, cumple una serie de importantes funciones bioquímicas. En primer lugar, produce bilis, un líquido verde esencial para la digestión. La sangre portal que va al corazón pasa por el hígado, el cual, a modo de filtro, elimina bacterias, sustancias tóxicas, drogas y otras impurezas nocivas. La sangre recibe, además, las proteínas plasmáticas que. el hígado produce, entre las cuales se encuentran el fibrinógeno, agente coagulante, y la heparina, agente anticoagulante. El hígado, a su vez, recibe azúcar de la sangre, que convierte en glucógeno y almacena hasta que el cuerpo. lo necesite. El hígado también es responsable de la conversión de brasas y proteínas a carbohidratos, del almacenaje de vitaminas grasas solubles, de la producción de anticuerpos, de la destrucción de eritrocitos desgastados, etcétera.
Así, pues, el hígado cumple tantas funciones metabólicas que ningún vertebrado puede vivir más de unas pocas horas sin él. Tan fundamental es su importancia para la vida, que posee extraordinarios poderes regenerativos: si se eliminan tres cuartos del hígado, las células restantes se multiplican tan rápidamente que la glándula recupera sus dimensiones originales en el lapso de dos meses. Incluso si se destruye un noventa por ciento del volumen total del hígado, éste sigue produciendo bilis al ritmo normal. La redundancia es nuestro principal sendero de supervivencia. El hígado, no obstante, está sujeto a diversos trastornos: ictericia, necrosis, septicemia abscesos disentéricos, cáncer de los conductos biliares, etcétera. La energía total del hígado hace que soporte todos estos trastornos por lapsos prolongados, pero el poder de recuperación disminuye con la edad, como sucede con muchas otras cosas.
Genghis Mao padece de trastornos hepáticos crónicos. Para mantener en vida las órganos artificiales y transplantados contenidos en el cuerpo del presidente, el organismo debe ingerir día a día litros de medicamentos. La función del hígado es eliminar la corriente constante de sustancias químicas de alto poder, que ni el más fuerte de los hígados sería capaz de resistir. Por otra parte, debido a la presencia de tantos órganos ajenos, se producen fenómenos de interacción bioquímica, que el hígado debe contrarrestar, lo cual requiere también esfuerzo excesivo. Este bloqueo constante hace del hígado del presidente un órgano delicado, lo cual, sumado a la edad y a la complejidad contranatural de su estructura interna mixta, lleva a la necesidad de reemplazarlo periódicamente, necesidad que, precisamente, se evidente en este momento.
Dos ayudantes corpulentos levantan la figura pequeña de Genghis Mao y la depositan en la camilla. Comienza así el viaje, ya tan conocido, desde los aposentos imperiales hasta la mesa de operaciones. A pesar de sus ojos húmedos, su aspecto febril y endeble, el Khan está alegre: entre gestos de aprobación y guiños, le dice a los ayudantes que está cómodo, emite risitas astutas e, incluso, ensaya una o dos morisquetas. Mordecai comprueba, a través de la información telemetrada que llega a sus sensores internos, la calma increíble del Khan en momentos como éste, lo cual, como siempre, lo deja maravillado. Genghis Mao sabe, seguramente, que existen bastantes probabilidades de que muera durante la operación, pero, de acuerdo con los registros de la producción somática, parece no estar consciente de ello, como si el espíritu del presidente, al estar suspendido entre el amor por la vida y el anhelo por la muerte, se mantuviera en perfecto equilibrio metabólico. Sea como fuere, Sadrac esta mucho mas tenso que su amo, tal vez porque considera que los riesgos de un transplante de hígado no constituyen en absoluto una cuestión trivial y porque no está preparado, desde ningún punto de vista, para enfrentar el desafío de la incertidumbre personal en un mundo post-Genghis Mao.
La camilla donde yace Genghis Mao se desliza sobre silenciosos neumáticos desde los aposentos imperiales hasta la oficina imperial, luego se dirige al comedor privado, atraviesa la oficina de Sadrac Mordecai y, finalmente, llega a la Sala de Cirugía, sin eximirse, desde luego, del eterno control de los radares de la Interfaz Cinco. La Sala de Cirugía, que ocupa los dos últimos pisos de la Gran Torre del Khan, es un magnífico recinto en forma de tetraedro, cuya base subtiende un arco de aproximadamente treinta grados, formando así una bóveda que reviste las paredes internas de la cúspide del alargado edificio cónico. Desde la parte más alta de la habitación, penden artefactos cromados agrupados en forma de cruz, que inundan el lugar con una luz brillante, aunque no intensa. En el extremo opuesto a la entrada, se ve una plataforma que se desprende de la pared, dividiendo ese sector de la sala en dos partes. Sobre esa plataforma está ubicada la burbuja aséptica, transparente y luminosa, en donde se llevan a cabo las intervenciones quirúrgicas propiamente dichas; debajo de la plataforma que sostiene la burbuja se encuentra el aparato que mantiene la humedad, asepsia y temperatura del campo quirúrgico: un siniestro cubo de metal verde opaco, provisto de una cubierta que, según imagina Mordecai, contiene bombas, filtros, conductos de caldeos, sustancias químicas esterilizantes, humidificadores y otros equipos. En el otro extremo, hay una serie de gradas de color azul verdoso, dispuestas en forma de torre, en donde están ubicados los elementos complementarios. Todo este conjunto de aparatos ocupa una extensión de aproximadamente treinta metros. En el fondo se alcanza a ver la unidad motriz, de color ladrillo, aparatos de medición, un autoclave, un bisturí láser, la consola de anestesia, una cámara adosada a un brazo metálico y pantallas monitores, que permiten a los médicos seguir paso a paso, todo lo que se lleva a cabo en la burbuja.
Todo este material desconcierta a Mordecai. Sin embargo, tío es necesario que sepa la función que cumple cada uno de estos aparatos, ya que no será él quien lleve a cabo la intervención quirúrgica propiamente dicha: su función es actuar como parte del equipa complementario, porque con su capacidad para monitorear, evaluar y transmitir minuto a minuto, los cambios fisiológicos que se producen en el organismo de Genghis Mao, hace las veces de una supercomputadora, mucho más útil y perceptiva que cualquier aparato médico… Los demás aparatos, desde luego, controlarán también el estado del Khan (la redundancia es nuestro principal sendero…), pero Sadrac, que se mantendrá junto a Warhaftig, recibiendo información directa de los procesos fisiológicos del presidente, podrá captar los mensajes y asesorar al cirujano con una inteligencia intuitiva y deductiva que ninguna máquina posee. Sadrac no se siente en absoluto disminuido u ofendido por cumplir el papel de una supercomputadora, ya que esa es, precisamente, la función que se le ha asignado.
La camilla se dirige zigzagueando hacia la, unidad quirúrgica y se ubica junto a la mesa de operaciones. Los brazos mecánicos de metal brillante adosados a la mesa, semejantes a los de un pulpo, comienzan a desplegarse a la manera de un telescopio, abrazan a Genghis Mao, lo levantan y lo depositan sobre la mesa. La camilla, cumplida su función, se retira. Mordecai, Warhaftig y los dos ayudantes, perfectamente esterilizados y envueltos en camisolines, entran a la burbuja aséptica. La puerta se cierra detrás de ellos, y no volverá a abrirse hasta tanto la operación no haya concluido. Se escucha un silbido: son los purificadores de aire, que están eliminando las impurezas de la atmósfera, para crear así el medio ambiente propicio para la operación.