"Guiador y yo, por medio del Salto Mortal que dimos, abandonamos la iglesia y su doctrina. Eso también suponía que iniciábamos una nueva etapa. Y lo ha visto cierta gente como nuestra caída en los infiernos. Según la interpretación de Guiador, ésta fue la manera de ver el asunto por parte de las mujeres que, al irnos nosotros, también ellas se alejaron de la secta y ahora hacen vida común. Un salvador de la humanidad, antes de cumplir las profecías que se han hecho -es decir: antes de asumir la labor de liberar a este mundo caído, y de conducir a su pueblo directamente a un plano sobrenatural-, tiene que bajar una vez a los infiernos. Todo va ligado a esa manera de pensar. Pues antes del Salto Mortal esa gente nos estaba llamando Salvador y Profeta…
"Sea de eso lo que fuera, a raíz del Salto Mortal Guiador y yo nos apartamos de la secta. Con posterioridad a ello, ésta sigue ejerciendo su actividad en torno a la sede principal de Kansai como centro de operaciones. Nosotros, por nuestra parte, estamos aquí, sin relación alguna con ellos. Luego, al desplomarse Guiador, perdido el conocimiento, nos encontramos ambos en una crisis sin precedentes. Puede decirse que después del Salto Mortal estamos ante la más ardua prueba.
"En tales circunstancias, se me ha ocurrido tomar la iniciativa en abrir el primer contacto con esas personas que, sin relación alguna con la secta, nos han escrito cartas de adhesión con posterioridad al Salto Mortal. Esto es lo que hay.
"Que yo me acuerde, en realidad, hasta ahora, no he tenido un encuentro con las personas cuyos nombres y direcciones figuran en la lista. Esas personas me han demostrado su interés después de irnos Guiador y yo de la iglesia, después de haber sufrido el rechazo de la sociedad, y de vernos reducidos a ser blanco de las burlas. Yo ahora he empezado a pensar en esos nuevos elementos que nos brindan su ayuda. Para establecer contacto con estas personas, me gustaría contar con los primeros servicios de Ogi, mediante la colaboración -claro está- de Bailarina.
– Una cosa que se me ha ocurrido -dijo Bailarina- es que será mejor que confrontemos la lista recibida de Patrón con las cartas o escritos que le enviaron quienes figuran en ella. Porque en algunos casos puede haber por ahí cierto juego sucio. Naturalmente, la primera carta que escribamos para enviar a las direcciones de la lista, la redactaremos siguiendo tus consejos, Patrón. Los detalles del procedimiento a seguir los trataremos aparte tú y yo, Ogi. Patrón tiene que descansar.
Con la ayuda de Bailarina, Patrón, que estaba en bata, pudo levantarse de la pequeña silla, con la cabeza de nuevo hundida entre sus blandos hombros. Luego, con andares de enfermo, volvió a la cama.
Esa noche, Bailarina salió al jardín, ya del todo oscurecido, para llevar la comida al San Bernardo, que se movía con el generoso estrépito de una gran fiera. Entretanto, Ogi la esperó dentro. Patrón se había echado a dormir sin querer cenar. Por fin, entre Bailarina y Ogi, que empezaban su cena, repasaron una vez más las ideas de que habían hablado con Patrón.
– Cuando os oía hablar a Patrón y a ti -dijo ella-, pensaba que tú, aun conociendo las enseñanzas religiosas de Patrón, no sientes inclinación por ellas; y siendo así, ¿cómo es que le prestas tu apoyo, y tienes la intención de trabajar para ayudarle? Desde luego, yo te pedí que lo hicieras, pero he llegado a sentirme mal por haberlo hecho.
– Ese hombre… encierra en algún lugar recóndito un extraño atractivo -respondió Ogi-. Al menos puedo decirte que nunca roe he echado a la cara un vejete de su edad que tenga un carisma de ese calibre.
CAPÍTULO. 2 REENCUENTRO
A partir de este punto, y por cierto espacio de tiempo, tenemos que volver en nuestro relato a un reencuentro, que tendría lugar entre aquel joven de bellos ojos y cara perruna y el pintor Kizu; quince años después de haberse visto ambos por primera vez. Entretanto se supone que el inocente muchacho que era Ogi, tan trabajador que jamás se perdona esfuerzos en su tarea, seguirá aplicado, en compañía de Bailarina, a la labor que les encomendara Patrón. Así pues, la historia marginal en que ahora entramos vendrá a desembocar, en nada de tiempo, hacia el nuevo lugar de trabajo del joven Ogi. Ambas historias confluirán, y de nuevo tendrán que avanzar, ya unidas.
Kizu se volvió a encontrar en persona, y por pura casualidad, con aquel muchacho de años atrás, cuyo proceso de crecimiento lo había obsesionado tanto. Sin embargo, no fue hasta bastante después de haberlo tratado amigablemente cuando por fin se dio cuenta de que el muchacho en cuestión era la misma persona que tenía ante sí, hecho ya un joven veinteañero.
Kizu estaba de vuelta en Japón, gracias al año sabático de su universidad, y empezó a vivir en un apartamento del barrio de Akasaka. Un antiguo alumno de su seminario sobre didáctica de las artes, que también había vuelto a Japón, lo introdujo en un club de atletismo situado en Nakano, donde Kizu se inscribió, para asistir al centro dos veces por semana. Tal vez no parezca normal tal comportamiento en alguien que es consciente de su recaída en el cáncer, pero en ese caso se diría más bien que él se sintió espoleado a ello precisamente por ser consciente de su condición. Sea como fuese, el caso es que Kizu no tardó en interesarse por un joven del club al que conocía sólo por azar y de vista, sin haber aún hablado con él, y sin que nadie le hubiera hablado tampoco de él. Era un joven de veinticuatro o veinticinco años, de gran belleza física, la cual, realzada por su estilo personal de natación, atrajo verdaderamente a Kizu. Por añadir alguna explicación a este punto, diríamos que el tema lo veía Kizu en relación con el programa que se había trazado, para su estancia en Tokio, de retomar la pintura al óleo. Desde que asumió la dirección de su departamento universitario, en América, su trabajo había sido incesante, no sólo por las conferencias y seminarios, sino por la multitud de asuntos inherentes a la complejidad de su cargo; de tal manera que se había alejado del trabajo verdaderamente creativo. Puesto a recuperar la pintura al óleo, Kizu no se había hecho un esquema mental satisfactorio sobre el tema concreto en que centrarse, pero más que ponerse a pintar desnudos femeninos, él sentía preferencia desde luego por la idea de retratar del natural a algún joven desnudo.
Kizu observó al joven mientras instruía como monitor a niños de escuela primaria en ejercicios de calentamiento al borde de la piscina, y luego viendo cómo corregía las brazadas de los pequeños nadadores una vez ya en el agua. Pero, sobre todo, cuando el joven mismo se entrenaba nadando, hubo una escena que le dejó una viva impresión. Un día laborable, a horas tempranas de la tarde, en la piscina de la planta baja del club de atletismo se estaban dando dos clases infantiles, y otra de entrenamiento para adultos -que de hecho eran sobre todo mujeres, con algún que otro hombre mayor metido en el grupo-. En la zona reservada para socios numerarios del club había algunas calles marcadas para hacer largos, y en ellas dos o tres nadadores; el agua estaba muy transparente y se notaba algo más fría que de costumbre. Uno de los nadadores era Kizu.
Entretanto llegó la hora de otro turno de clase, y en el amplio espacio abierto entre la piscina principal y otra dedicada a prácticas de natación sincronizada se daba una clase a muchos niños, que en ese momento empezaban su gimnasia preparatoria de calentamiento. Kizu, una vez realizada su práctica natatoria del día, se disponía a levantar el campo, cuando -por entre el grupo de los jóvenes monitores, contratados por horas, que allí departían amigablemente- tuvo ocasión de ver una escena singular. Al pie de la escalera, en una zona dedicada a duchas y surtidores para lavarse los ojos, había un profundo estanque de agua de un par de metros cuadrados, que en principio le había parecido ser nada más que una pileta algo especial, pero que en realidad era una piscina para prácticas de buceo. Al lado estaban tres chicas en traje de baño, luciendo unos poderosos muslos que sobresalían desde el corte alto del bañador; apoyando los brazos en la barandilla metálica, miraban hacia abajo. Kizu se detuvo cerca de ellas.