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A partir de la semana siguiente, Kizu acometió la obra de varios cuadros seriados, cuya concepción aún tenía imprecisa, e Ikúo le ayudó asumiendo el papel de modelo, que era clave para la serie. Cuando en realidad estaba aplicado a su dibujo, Kizu adoptó la táctica que solía usar en sus clases: hablar mientras ejercía su tarea; en parte también influenciado por lo que Ikúo había dicho el primer día que fue a su apartamento. Aunque, por cierto, en los seminarios de las universidades americanas, si un profesor en ejercicio se pasaba de la raya hablando, en las evaluaciones al final del período lectivo recibía un tratamiento severo por parte de algunos alumnos. Kizu solía responder a las cuestiones que Ikúo le hacía espontáneamente mientras posaba, a veces dejando pendiente la respuesta para darla la se* mana siguiente, tras dedicarle la reflexión oportuna. Kizu guardaba un vivido recuerdo de la época inicial de esas preguntas y respuestas:

– La semana pasada me preguntaste en qué consiste la libertad personal, ¿te acuerdas? Puesto a pensarlo, me he dado cuenta de que a mí también, desde joven, me ha atormentado esa cuestión. Es decir: ¿qué es para mí una persona libre? El tema me ha dado que pensar. Me viene a la mente una anécdota relativa a cierto pintor, que leí no sé cuándo.

"Para decirte cómo interpreto el asunto, tengo que recurrir a otra cita, pero esta vez no se trata de que me haya leído un libro entero, sino que es una frase escuchada a un compañero que enseña filosofía, así que tengo que recurrir a fuentes secundarias. El círculo que existe en la naturaleza y el círculo que existe en la mente de Dios son la misma cosa; sólo que se manifiestan de forma distinta, al estar revestidos de distinto aspecto. Así es, pues.

"La anécdota tuvo lugar en la época del Renacimiento, cuando cierto pintor fue requerido por un personaje encargado de elegir a alguien que fuera capaz de pintar al fresco un gran mural (en mi juventud, yo estaba fascinado por dicho artista). Se le pidió que presentara una obra capaz de testimoniar su arte. Entonces el pintor dibujó un círculo y lo envió. Es una famosa anécdota.

"Un pintor dibuja a lápiz un círculo sobre el papel. Ese círculo coincide a la perfección con el círculo que Dios ha concebido en su mente. La persona que tiene en su mano conseguir eso, es una persona totalmente libre. Como camino para llegar a esa tal libertad, el artista tiene que ejercitarse, acumulando arte sobre arte. Puesto a pensarlo, parece que el trabajo soñado como el gran quehacer de mi vida se me manifiesta al fin. Me refiero a cosas de mi juventud.

Ikúo seguía posando, sin mover para nada su cuerpo, ni siquiera la expresión facial. Su cara precisamente estaba seria, y le recordaba a Kizu la imagen creada por Blake del joven Los, a quien se comparaba con el sol. Kizu captaba la impresión de que Ikúo al desnudo llevaba sobre sí las sombras propias de un grabado a color en madera de Blake, y la impresión también de que él mismo con su lápiz Conté iba dispersando esas sombras. Ikúo miraba fijamente al espacio vacío que tenía ante sí, y su capacidad de atención la había volcado en sus propias orejas; así es como lo captaba Kizu. Encontrándose Ikúo guardando silencio de ese modo, aprovechó el siguiente momento de descanso para decir:

– Creo que yo también he pensado algo en cierto modo parecido a lo que usted ha dicho, profesor. Suele decirse que los niños pequeños son libres, ¿no? Admitiendo que eso sea realmente cierto, basta con que adquieran un poco de conciencia para que ese ser que dos o tres años antes era libre, no pueda ya actuar libremente. Yo, por mi parte, cuando dejé atrás mi infancia, aun en tales circunstancias creo que soñé con esa libertad como algo real que estaba a mi alcance. Y no se trataba de darle vueltas a un concepto.

"Entonces pensé en el caso de Jonás: intenta escapar lejos de Dios, pero no hay para él modo alguno de lograrlo. Eso tiene que aprenderlo a base de sufrimientos que casi lo llevan a la muerte. Todo eso que se relata de que estuvo en el vientre de la ballena y demás… me ha hecho pensar en la peste que haría allí dentro…

En este punto, Kizu no pudo refrenar una sonrisa.

– Pasado todo eso, Jonás se da por vencido y se dispone a hacer lo que Dios le manda. Y una vez que toma esa decisión, él se vuelve obstinado. Y a ese Dios que ha cambiado de planes, le dirige su queja: "El rumbo que habías tomado desde el principio, ¿no tenías que seguirlo hasta el final?" -le reprueba. ¿No es éste precisamente el proceder de alguien que es libre? Aunque tal libertad puede darse únicamente en el supuesto de que Dios existe. Es posible que me equivoque, pero si Dios, por su parte, no da lugar en su mente a que haya alguien con esa libertad para objetarle, ¿no es cierto que esa libertad inmensa y sin restricciones no hay quien pueda asegurarla? Si yo he deseado leer la continuación del Libro de Jonás, ha sido justamente por eso.

Kizu no replicó nada sobre la marcha. Aunque le respondió con una sonrisa significativa, dando a entender que comprendía lo que el joven quería decirle.

Estaba entrando el otoño en Tokio. Cuando Kizu vivía en la residencia de su facultad en Nueva Jersey, había por allí una extensa lengua de agua -aunque solían llamarla "el lago"-, siempre con el agua fangosa y turbia, que en realidad no era más que un canal artificial para hacer allí prácticas de remo en canoa. Desde su orilla opuesta, con cada llegada del otoño venía hasta los oídos de Kizu una voz animal semejante al chirriar de las cigarras. El compañero de habitación de Kizu -un alumno africano de Historia del Arte- aseveraba, sin dar su brazo a torcer, que era el grito de un pájaro salvaje. Ante el apartamento donde ahora vivía Kizu en Tokio, mirando desde la terraza, orientada al Sur, se alzaba un enorme árbol, a una distancia de cinco metros, de la especie llamada ñire u olmo japonés. Con sus amplias hojas blandas y redondeadas, le recordaba a Kizu la línea de arbolado que bordeaba el campus universitario de Nueva Jersey, y por ahí dedujo él que el ñire era una variedad del olmo. Nunca se había detenido a pensar -por cierto- que ese tipo de árbol era etiquetado en Japón como ñire. Pero cuando Ikúo posó desnudo para él la primera vez, al quitarse la ropa interior dirigió su mirada a los remotos edificios que quedaban más allá del árbol, a través del frondoso ramaje de éste, y comentó:

– Ese akadamo nos sirve de mampara, ¿eh? Aunque cuando caiga la hoja no podremos decir lo mismo.

– ¿Akadamo, dices?

– Así oí que lo llamaban en Hokkaido cuando yo correteaba por allí -dijo Ikúo-. La gente lo suele llamar harunire o ñire de primavera, por la época de su floración: un olmo escocés, por otro nombre. Creo que a éste le toca florecer pronto, ¿no? En mi niñez me enseñaron a diferenciar entre esta especie y el auténtico harunire por la época en que florece cada año. Oí decir a mi padre que…

Entretanto el rostro de Ikúo, que hacía pensar en el hocico de un animal carnívoro, por más que trasluciera un tranquilo aire de remembranza, trajo un desvaído recuerdo a la mente de Kizu. Ikúo nunca se había referido antes al hogar donde se había criado, y lo único que había dicho alguna vez era que desde hacía bastante tiempo no mantenía contacto con su familia. La cara del joven era tan obviamente singular que en su infancia debía de haber tenido un encanto muy gracioso, que lo haría ser el personaje más célebre de su casa. Ese niño, al hacerse joven y empezar sus correrías a pie por Hokkaido, y luego por otras regiones, para acabar no regresando al hogar, a la fuerza tuvo que provocar en su familia un sentimiento de pérdida.