– Como ya he dicho, creo que lo que sentí es desprecio -respondió Ikúo-. Especialmente cuando esos programas de televisión de primeras horas de la tarde dedicados a mujeres retransmitían hasta el cansancio el discurso que el llamado "salvador de la humanidad" largaba sobre su retractación. Aunque yo era un niño, aquello hasta me hizo reír. Pero el caso es que en mi interior tal vez me sentía defraudado.
Acaso para contrarrestar el haber hablado por tanto rato, Kizu se limitó a conducir, con pocas palabras ya. En la actitud de Ikúo, tan propensa al silencio, Kizu creía percibir la existencia de un estrato interior profundo e inasible, del que no había sido consciente antes. Como fruto de su relación sexual con Ikúo, Kizu había visto restablecerse su propia autoestima; pero, de todos modos, a veces daba en pensar que el trato mantenido entre ambos no era, en cualquier supuesto, comparable con el de las parejas homosexuales que él estaba habituado a ver en su comunidad universitaria. En realidad, tal vez les ocurriera lo mismo a dichas parejas, pero el caso es que Ikúo no aceptaba la familiaridad normalmente esperable de la intimidad carnal, sino que establecía su distancia respecto a Kizu, y prefería dar muestras de que no necesitaba apoyarse en nadie.
Ikúo no ocultaba el interés que le había suscitado verse de nuevo ante aquella chica, con la que había trabado un contacto tan singular quince años antes. Ese interés iba íntimamente entretejido con el que sentía por aquel ex líder religioso para quien estaba trabajando la que fuera aquel día niña, hecha hoy una joven mujer. La respuesta de Ikúo a las palabras de Kizu daba indicios a éste sobre el hondo interés que sentía el joven por Patrón y Guiador, y asimismo -y no sin relación con lo anterior- sobre cómo tenía algo dentro que le estaba ocultando a Kizu. Éste volvió despacio su mirada a Ikúo: en la tez del joven se había atenuado aquel rojo que se dijera proceder de un vino tinto mezclado con su sangre, y su piel tensa volvía a darle un aire de estatua, cubriendo todas las hendiduras y las prominencias de los huesos. Daba la sensación de que bastaría con una sacudida para que aquella pesada pella de modelado se viniera abajo.
No obstante, al día siguiente llegó Ikúo y, una vez que posó de modelo a lo largo de la mañana, como para compensar la reticencia que había mantenido en el coche ante Kizu, sacó por sí mismo el tema de la joven.
– Aquella chica se encontró con ellos después del Salto Mortal, y con todo cree totalmente en Patrón y Guiador, ¿no? El mundo va a su ruina dice, y Patrón y Guiador nos van a enseñar el camino para hacer frente a esa destrucción. A ella parece importarle poco lo que esos hombres hicieron o dijeron a raíz del Salto Mortal.
– Ella los valora altamente por lo mucho que han venido sufriendo durante diez años, a partir del salto. ¿Será esa también la tónica en que los líderes quieran fundamentar su actuación con vistas al relanzamiento que pretenden? La razón de que ella se enfureciera cuando utilizaste la palabra "juego" se deberá sin duda a que, por encima de todo, ella se toma muy en serio la importancia del relanzamiento.
– ¿Metería yo la pata reaccionando así? -preguntó Ikúo, mirando a Kizu con sus ojos profundamente negros y cargados de ternura, hasta el punto de despertar en Kizu un brote inmediato de deseo sexual-. Como salió a relucir en nuestra charla de ayer, yo soy el tipo de persona que se dedica a pensar en el fin del mundo; ésa es la verdad.
"Entonces, hubo por parte de ella esa manía de reaccionar en contra, y la conversación se fue por otros derroteros; con lo que me quedé sin oír lo que ella tenía que decir, y bien que lo siento.
"Al despertarme esta mañana, me he lamentado interiormente de no preguntarle a ella qué significaba en concreto ese sufrimiento que los líderes han arrastrado durante diez años, a raíz de su retractación. Por lo que yo recuerdo de lo que vi en televisión, allí lo que había era un viejales de poco seso despachándose a su gusto con una charla tonta.
– De todo eso viene a desprenderse que el relanzamiento próximo es como dar un nuevo Salto Mortal a placer, y en dirección opuesta.
– También ocurre que a veces los gimnastas dan un salto mortal tras otro, repitiendo sus volteretas para avanzar hacia delante -dijo Ikúo-. A pesar de todo, mientras no oigamos directamente a los interesados no haremos más que pasar de una metáfora a otra sin que se nos aclare nada.
– En resumidas cuentas, sean embaucadores o no esos que se dan aires de "Salvador" y "Profeta" para la humanidad, parece que no te queda más remedio que ir a verlos. Recibiste una invitación de la joven en ese sentido. Si no te parece mal, voy a acompañarte.
– Lo primero será que me ponga en contacto con ella.
Diciendo esto, Ikúo mostró una expresión de contenido indescifrable. Sin embargo, en ese momento en que Ikúo se había echado encima una bata tras posar desnudo, Kizu miraba la parte superior de su pecho y la estructura musculosa de su cuello, que quedaban a la vista entre las solapas abiertas de la bata; y lejos de detenerse a indagar sobre el significado de tal o cual expresión, él tenía el pensamiento ocupado por la obsesiva idea de cómo el cuerpo de aquel joven podía estar dotado con tan espléndida magnificencia. Hasta el punto de que, faltándole aún al muchacho una especial maduración en el orden espiritual, aquel desequilibrio parecía deberse a un mal reparto de los dones naturales destinados a la humanidad.
La razón de que Kizu se afanara tanto en dibujar a Ikúo y así ir preparando la creación del cuadro, acaso estuviese motivada por el deseo de conferir personalmente algo especial a Ikúo en la realización del mismo, antes de que el espíritu del joven y su cuerpo llegaran a equilibrarse en lo que había de ser su singular existencia. Realmente, a Kizu le gustaba soñar despierto con Ikúo, para ver que albergaba en su interior ese "algo especial" aún oculto; mientras su cuerpo se había adelantado en darle solemnidad. Y el fundamento de esa premonición de Kizu -por la que intuía un especial don en el interior del joven- no tenía otra explicación que aquella imagen de quince años atrás: un Ikúo que más que un niño era un pequeño adulto, con una cara de ferocidad casi salvaje y unos preciosos ojos.
Había algo que a Kizu se le venía al recuerdo tras su reencuentro con Ikúo, y era que en un simposio patrocinado por su departamento, y en el que él mismo había participado, se presentó una comunicación que usaba a modo de texto unos grabados dibujados imaginativamente exhumando el contenido de viejas láminas impresas en Francia: mostraban la evolución del morro u hocico de las bestias hasta llegar por sus pasos al rostro humano. En aquella ocasión, viendo cómo la más brutal de las caras humanas tomaba como origen en su línea de desarrollo las facciones de un oso, Kizu se acordó de aquel muchacho que portaba una maqueta de plástico. Pero mientras los ojos del oso-hombre eran pequeños, rehundidos e inexpresivos, los ojos de aquel chico, aun siendo rehundidos, estaban llenos de una ternura sensual…
Kizu se quedó mirando fijamente a Ikúo. El joven, al sentirse blanco de aquella mirada, se levantó, se despojó de la bata, que echó sobre la silla donde había estado sentado, y paseó su cuerpo desnudo y bronceado hasta el gran sofá, donde posó sus nalgas bien dentro, abriendo luego las piernas; y estando así dirigió a Kizu un sonrojado gesto de invitación. Aunque tenía el trasero muy metido en el sofá, se veía su pene, de una esplendidez desmesurada, creciendo en longitud, y con su cabecita descollando en el extremo. Kizu, ante todo, entró un momento en el cuarto de aseo. Kizu creía descubrir en esa actitud del joven, básicamente, una intención de correspondería así, como muestra de gratitud, por haberse él ofrecido a acompañarlo en su intento de acercamiento a la joven y a Patrón. Aun así, allí de pie ante la taza del retrete, y mientras se tocaba el miembro, que a duras penas podía sacar de los pantalones por habérsele puesto especialmente voluminoso, no acertaba a refrenar su absoluta satisfacción.