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Cuando se produjo el primer encuentro, Patrón hablaba en voz baja, pero bien resonante.

– He oído que eres pintor -se puso a decirle, sin más saludo previo-. Y aunque no lo supiera, yo diría que se desprende de tu presencia, nada más verte.

Mientras pronunciaba estas palabras, Patrón estaba arrellanado en una butaca extrañamente baja, y dejaba aflorar a su gran cara, redonda y regordeta, un asomo de curiosidad infantil.

– Es que tienes aspecto de irme a hacer un dibujo de contorno a lápiz sobre la marcha: primero la cara, y luego el cuerpo…

A Kizu no le quedó más que estremecerse. A él y a Ikúo los había introducido Bailarina hasta el estudio-dormitorio de Patrón. En ese momento Patrón estaba aún en la cama, y con la ayuda de Bailarina se trasladó a la butaca, en tanto que allí delante ya había un sillón colocado para Kizu. Llegado tal momento, Ikúo se retiró sigilosamente del cuarto, como -sin duda- se le había instruido previamente. En el salón, por el rincón habilitado como despacho próximo a la fachada, se encontraba Ogi trabajando, a quien Patrón y Guiador llaman a veces "el inocente muchacho" -según le iba diciendo Bailarina a Ikúo, presentándole así medio en broma a Ogi.

– Así que mientras tú, poniendo en juego tu arte, me estás observando, también yo a mi modo te he estado mirando y… ¿no es cierto que estás pasando por un gran cambio que te afecta, corporal y mentalmente, como no lo has experimentado durante toda tu vida, en esa proporción?

Con toda sinceridad, Kizu se dijo a sí mismo que su interlocutor, al estar usando estrategias semejantes a las de cualquier adivino callejero, se había rebajado a un nivel ridículo. Pero, al mismo tiempo, viéndose a sí mismo confrontado por la mirada fija y cargada de sorpresa de aquel hombre -párpados abiertos como el contorno de un melocotón; y a igual distancia del párpado superior y del inferior, el iris negro flotando como abalorio de azabache-, a Kizu le bailaba en la cabeza el presentimiento de que él mismo podía acabar arrodillándose allí de un momento a otro, y difícilmente se libraría de confesar cuanto pasaba por su interior. Pues tomando en consideración su recaída en el cáncer, y además su relación con Ikúo, como circunstancias que lo afectaban física y anímicamente, la adivinación de Patrón había dado en el blanco.

Comoquiera que fuese, con el fin de tomar un poco de distancia y disponerse a dar una respuesta neutra, Kizu echó mano de uno de los ardides a que recurría dando clases en su universidad americana; y empezó a hablar de poesía.

– Para cualquier persona que ronde mi edad, el tipo de cambio al que has aludido viene a estar relacionado con la muerte, se mire como se mire, ¿no? Y como eso es así, yo trato por ahora de no concienciarme respecto a la muerte. Sobre este tema, está la poesía escrita por un inglés, a la que me he aficionado. Incluso pienso que me gustaría aprender pronto de él, para adoptar su actitud ante la muerte.

Tras estas palabras, Kizu sacó de su memoria el texto original de los versos, y lo fue traduciendo mentalmente al japonés, para citarlo:

– "La gente virtuosa deja este mundo sosegadamente, como susurrándole a su propia alma: ¡vete!"

"Es así como se expresa el poeta; y eso que dice de que la persona agonizante, al ver que se queda sólo con su cuerpo, habla al alma que se le va… eso me viene como anillo al dedo.

– En términos generales, se diría que es justo al contrario. Si se pudiera hacer esa brusca pausa para despedir al alma, ¡qué sosegadamente podría dormir el cuerpo luego! Yo a mi vez he leído a John Donne. Lo que sigue suena así, si mal no recuerdo:

"Con todo, no vayas nombrando rostros invernales cuya piel cuelga fláccida, marchita como la bolsa de un derrochador: Sólo es ya el envoltorio de un alma".

"Si la carne de un viejo es como una bolsa vetusta y raída, creo que ocurre precisamente eso: al alma le será sumamente fácil marcharse de allí, me imagino.

Kizu se sintió avergonzado al ver que su pretendida erudición, superficial en el fondo, quedaba superada por un hábil golpe de mano. Aunque en realidad Patrón no parecía tener otra intención que la de manifestar que a él también le gustaba la poesía.

– Sin embargo, lo único que he leído a fondo de poesía es lo que acabo de citar; por lo demás, ya pueden ser poetas extranjeros o de nuestro país, que hasta ahora no he prestado atención a ninguno. Pero tú, recientemente, ¿no has dado acaso con un poeta que ha sido un hallazgo? ¿No has pasado por esa experiencia?

– Por lo que se ve, todas las cosas importantes que me conciernen se van desvelando una por una. Verdaderamente, así ha sido -respondió Kizu sumisamente-. El año pasado, en verano, con ocasión de un festival artístico en el País de Gales, se celebró allí un simposio sobre docencia de Bellas Artes, como actividad curricular. Así que viajé a Swansea, donde el organizador del simposio me obsequió con un libro de un poeta de aquella tierra. Esa noche, en el hotel, que se erguía sobre un acantilado en la costa, fui hojeando el libro y leyendo un poco al azar; me invadió una energía anímica y física de tal fuerza que no pude seguir acostado.

Mientras así se expresaba, Kizu pensó que hasta el presente solía siempre relacionar esa inquietud suya con el rebrote de cáncer, pero ahora le daba alegría interpretarla como un presagio de su actual relación de intimidad con Ikúo.

– Enrojecí, con la cara desencajada, y me puse a deambular por la pequeña habitación del hotel; mientras me quejaba interiormente: "Aunque ahora me encontrara con este poeta, ya no me quedan tiempo ni energías para darle una respuesta digna con mi vida". Por eso tampoco puede decirse que yo haya cambiado positivamente a raíz de aquello. Soy demasiado superficial para una cosa así.

– Al oírte decir "el País de Gales"… ¿No será Dylan Thomas ese poeta que has descubierto a estas alturas? -quiso enseguida preguntarle Patrón, como un niño al que están mareando con enigmas.

– Se trata del poeta R. S. Thomas.

– ¿Y cómo es su poesía? ¿No habrá por ahí algún verso del que te acuerdes? -preguntó Patrón, incapaz de reprimir su impaciencia, que iba en aumento.

– A estas alturas ya no me acuerdo de ningún verso con exactitud, de memoria. Otra cosa es cuando yo era joven. En cuanto a los temas, tal vez por aquello de llamarse el poeta Thomas, había allí varios poemas centrados en la figura de aquel apóstol Tomás, tan lleno de dudas. Cuando él introduce la mano en el costado abierto, sangrante, de Jesús, y entonces empieza a creer en su resurrección…: el sentido de todos esos acontecimientos lo describe el poeta según la perspectiva del mismo Tomás. Es este tipo de temática.

Patrón escuchaba sin pestañear, fijando esos ojos suyos como melocotones.

– ¿Tendrías la amabilidad de irme leyendo poemas de sus libros? -preguntó Patrón a Kizu, evidenciando una fuerte insistencia-. Ya que Ikúo, de quien me informan que está trabajando para nuestra oficina, ha dicho que tú también te muestras interesado en lo que hacemos. De ser posible, nos veríamos una vez por semana, al menos. En los últimos diez años he venido sintiendo lo necesario que es esto, aunque nunca lo he puesto por obra.

Así es como el encuentro de Kizu con Patrón se orientó hacia una continuación insospechada; y desde entonces Kizu empezó a leer con Patrón la poesía de R. S. Thomas. Mientras regresaba luego en coche, conduciendo Ikúo, Kizu se maravilló del sesgo que habían tomado los acontecimientos; en tanto que el joven más bien parecía haberlo estado esperando.