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Su propia madre había tenido sus esperanzas puestas en que ella estudiara Ciencias de la Educación en la Universidad de Ashikawa, donde el padre también ejercía en la Facultad de Ciencias, y en que luego llegara a ser profesora de Grado Medio o Superior en algún centro de la misma isla de Hokkaido. "De haber secundado esos deseos -añadió Bailarina-, yo no habría pasado el tiempo con esta plenitud de ahora, gracias a la compañía de Patrón y Guiador, que en el sentido propio de las palabras han sido para mí respectivamente como un tutor y un guía. Mi vida habría sido otra bien distinta".

"Así debe de ser, sin duda", pensó Ogi. De un modo o de otro, en la relación mantenida entre aquellas tres personas había algo especial.

Otra imagen que se le imponía a Ogi, también a partir de su pobre experiencia lectora, era ver a aquella pareja de cincuentones con la catadura de dos lobos de mar que hubiesen culminado una larga travesía. Era un símil muy tópico, como juvenil, pero envolvía un sentido de realidad. ¿No era cierto acaso que a los dos les quedaba un aire de haber compartido el mismo barco como compañeros de tripulación: tanto al hombre calmoso y rechoncho que era Patrón, como al otro musculoso, larguirucho y con todo el perfil de un halcón, que era Guiador? En éstas, no bien se había imaginado Ogi tal comparación, cuando probó a soltársela a Bailarina. Pero la réplica que le devolvió ella fue como para sacarle los colores al inocente muchacho:

– Tanto Patrón como Guiador, creo que están todavía en plena tormenta. En días cercanos, incluso alguien como tú podrá ver cómo el oleaje se encrespa de nuevo ante el viento, y cómo se le echan encima el aguacero y la galerna. ¿No vale más la pena, antes de que eso ocurra, buscar un puerto para resguardarse de la tempestad?

– ¿Y tú, entonces? -replicó Ogi.

– Yo, en mi caso, uniré mi suerte a la del capitán y a la del piloto mayor -dijo la muchacha como susurrando, mientras dejaba ver, en su boca entreabierta, la lengua rosácea, húmeda de saliva.

De entrada, y contando con esa manera tan corporal que tenía ella de expresarse, el joven no podía sentirse atraído verdaderamente por Bailarina. Y hay para ello una razón muy simple. Cierto que Bailarina era una chica que encerraba mucho encanto para el común de los jóvenes, dada su juventud y su belleza, y también su personalidad, tan destacable por encima de lo normal. Incluso su manía de llevarle la contraria a él, vista desde otra perspectiva, podía tal vez convertirse en una característica que precisamente lo atrajera sin remedio. Y si se tratara de su voz y de su manera de conversar, en eso más que nada Bailarina era especial, aproximándose ella a uno como con un abrazo que invita al baile: acercaba su cuerpo pequeño y grácil, y se ponía a susurrar íntimamente. Sin embargo, a una con esa voz solía venir alguna palabra punzante de reproche, que ella no podía refrenarse de soltar. Y encima, como ya ha quedado dicho más arriba, incluso cuando estaba callada, mantenía la boca entreabierta, dejando ver hasta el fondo su garganta roja en penumbra.

Para el inocente muchacho que era Ogi, la combinación de "hablar susurrando suavemente" con esa "sensación de boca siempre abierta", tan del gusto de Bailarina -y, dicho sea de paso, no es que por esto la tildara de insensata, sino que más bien interpretaba el hecho como un pequeño receso en medio de su expresión tan movida, inteligente y alerta-, tenía él que dejarla pasar con ánimo abierto; si bien, cuando menos, no era cosa que pudiera en modo alguno dejarlo indiferente.

Por razones de trabajo, Ogi se reunía con Bailarina, la secretaria de Patrón y Guiador, una vez cada dos meses. Aun así, desde que Ogi se incorporara a su trabajo, no se había dado el caso hasta el presente de que fuera ella quien lo telefoneara a él. Pero ahora se presentaba esta circunstancia nueva: que Bailarina contactaba con él de pronto, transmitiéndole el mensaje: "Patrón te necesita urgentemente". Este mensaje le llegó por fax a Ogi cuando se encontraba en Sapporo, isla de Hokkaido, transmitido desde la sede central de su compañía en Tokio; -él trabajaba en la Fundación para el Intercambio Cultural entre las Naciones, y como un eslabón más de su trabajo estaba el mantener contacto periódicamente con Patrón-. Su compañía le había confiado la misión de acompañar a un médico francés y a su mujer, a quienes había invitado, con ocasión de un congreso plenario organizado por la Asociación Japonesa de Dermatología.

El fax decía: "Una persona llamada "Bailarina" -y japonesa, sin duda- nos ha llamado por teléfono, diciendo que quiere contactar contigo urgentemente; que "Guiador" se ha desplomado por una hemorragia cerebral, y que "Patrón" quiere verte. Estos extraños nombres serán apodos, sin duda. Le pedí a ella que me diera los nombres reales, pero me respondió que ya con lo dicho te orientarías mejor que con nada". Y había un añadido al finaclass="underline" "Le dije que como iba a traeros complicaciones a la marcha del congreso si yo la informaba sobre tu hotel y número de teléfono, para evitar esto yo mismo iba a comunicarme contigo. Esa mujer da la impresión de estar como en trance, posesa por algo. "Bailarina' "Guiador' "Patrón"… ¿Qué es eso, y con qué chusma de gente te juntas tú?".

El cometido de Ogi en esa ocasión consistía en llevar al mencionado doctor en Medicina y a su señora, llegados de Lyon, a unas dependencias del hotel que se habían reservado para celebrar el congreso; el doctor debía pronunciar allí su discurso de salutación. Tras hacer una llamada telefónica a la residencia de Patrón, Ogi se dirigió con aquel matrimonio a la enorme sala donde tenía lugar la cena correspondiente a la víspera del congreso; allí escoltó al profesor y a su esposa hasta la mesa donde les esperaba el presidente del congreso acompañado de su esposa, pues los caballeros habían sido colegas de investigación durante muchos años. Cumplida esta misión, el joven explicó su situación al personal responsable del congreso, y enseguida cogió un taxi para enfilar a toda prisa hacia el aeropuerto de Chitose, en las afueras de Sapporo. Cuando por fin se encontró a bordo del último avión con destino al aeropuerto de Haneda, Tokio, Ogi consideró en su interior que jamás antes había actuado con la precipitación de ese momento. Esto le producía a ratos deÑazón, pero también a ratos -y sin que ello se contradijera con lo anterior- le hacía sentir una leve satisfacción.

Para el día siguiente, durante toda la mañana, la fundación -y Ogi a fin de cuentas como delegado suyo- se había comprometido a hacer de guía a la señora del doctor -incluida la provisión de transporte- para una visita turística a Sapporo, mientras su marido se hacía cargo de la conferencia inaugural. Ogi pensó que al día siguiente podía toparse con atascos en la carretera, a causa del tráfico ocasionado por el aeropuerto de Chitose; y se iba a ver entonces muy apurado de tiempo; pero, ya sin tomar la precaución de buscarse un sustituto para desempeñar su trabajo, se había resuelto a volver a Tokio. l era una persona con firme sentido de la responsabilidad, por naturaleza; y aunque la palabra "perfeccionista" tienda fácilmente a adoptar un significado negativo, Ogi era un perfeccionista. A pesar de todo eso, ese día se sentía satisfecho por haber dejado al margen, sin más contemplaciones, su trabajo del día siguiente.

Tal sentimiento era, sin duda, muy acorde con su condición de inocente muchacho, como su simple brote natural; pero también provenía de su íntima sensación de que esa conducta suya reciente no podía ya medir- se por sus patrones habituales de conducta. Incluso llegó a albergar el presentimiento de que eso podría desencadenar la tendencia que llevaría a la quiebra de su propia coherencia personal. A todo esto, ¿por qué Ogi, en un momento tan crucial, había tomado una resolución tan desproporcionada? También eso tiene una simple explicación, pues todo se debe a las conversaciones -aún vívidas en su memoria- mantenidas con Bailarina, la chica que hablaba con suaves susurros, dejando ver el interior de su boca mediante ondulaciones tales como las de una anguila en el agua, y que aun conversando por teléfono tenía un tono sensual que apelaba a la imaginación. Bailarina, en ese caso, había comunicado a Ogi por teléfono, y sin darle tiempo para insertar una sola palabra, el siguiente parte de la situación: