– Sin duda me expreso de un modo muy egocéntrico, pero creo que el único camino de experimentar a Dios es que desde aquel otro lado me lleguen sus señales -dijo Ikúo-. Cuando alguna vez su voz me alcanza, y yo procedo según esa voz, pero luego no hay respuesta por su parte, creo que irremediablemente se me corta el camino para un reencuentro con Dios. En la voz de Ikúo, quien mantenía la vista fija al frente, ya no había el tono de indignación de antes, sino más bien un deje de tristeza, que Kizu percibió como una punzada íntima. Guiador pudo haber experimentado lo mismo, pues habló ahora con un tono de voz diferente: -Ikúo, ¿le has hablado a Patrón de esto?
– No. Puede decirse que acabo de estrenarme como chófer suyo, y no ha habido ocasión de que le exponga lo que pienso. A partir de ahora tendré que irme preparando, pues si no, por más que le consulte cosas, creo que acabará cansándose de mí.
– Sin embargo -insistió Guiador-, ¿no te acercaste tú a Patrón con la esperanza de que él podría tal vez colmar tu ansia de Dios?
– Así es. Todo empezó por un encuentro que tuve con Bailarina a raíz de ciertas circunstancias pasadas que me relacionaban con ella; y entonces noté que Patrón tiene la facultad de acceder a un mundo que trasciende el de nuestras propias limitaciones. "Eso" no puede quedar al margen de Dios. Al oír Kizu la cabal confesión de Ikúo, no puede decirse que ésta le resultara inesperada, pero sí que él la acogió con cierta sorpresa y, sobre todo, sintiéndose solidario.
– En tal caso, debes hablarle a Patrón con toda franqueza -dijo Guiador a Ikúo, con el ánimo que también habría querido transmitirle Kizu y, es más, con las mismas palabras-. Patrón, al parecer, se encuentra ahora en la fase preparatoria para revivir una de sus grandes visiones, lo cual se le había negado durante mucho tiempo; pero en cuanto le sea posible, seguramente podrá leer, en esa red que despide velados destellos, la comunicación que Dios te envía. Por ahora hablaré provisionalmente de "tu Dios", y no creo que entre en contradicción con el Dios omnicomprensivo de Patrón.
A Kizu le resultaron incomprensibles las últimas palabras de Guiador. Ikúo a su vez volvió sobre la primera parte del discurso de Guiador, con la intención de asegurarse sobre los puntos del mismo que para él eran esenciales:
– ¿Qué puede significar para mí que Patrón me lea e interprete aquello? ¿Es que debo contentarme con pensar que se me está interpretando la comunicación por la que Dios me llamó una vez, para mantenerse luego en silencio?
– ¿Qué hay de malo en ello? Si tú le pides eso a Patrón, estando él a punto de entrar en un gran trance visionario después de tanto tiempo, seguramente le darás ánimo. Tu consulta le va a servir de estímulo para seguir adelante.
– ¿Y va a ser para bien todo eso?
– ¿A qué te refieres?
– Quiero decir si yo le doy un empujón que altere su manera de ser, o quizás su vida…
– ¿Tienes miedo, Ikúo, de que tú, como un extraño que viene de fuera, puedas ejercer influencia sobre el modo de ser o de vivir de Patrón? Ya no es cuestión de que se le acerque un viejo como yo, sino alguien que está sufriendo como tú, que está buscando el camino…, alguien joven que está trabajando a su lado… un "pobre de espíritu", en una palabra. Y ese joven eres tú. Aunque te diré también que la imagen que me transmitías hasta este momento era toda la contraria.
Guiador asesoraba a Ikúo con una voz ya claramente tomada por la ebriedad. E Ikúo no estaba por cogerse los dedos con su propuesta.
– Yo no voy a ir a Patrón para que me cuente cosas agradables de oír.
– Patrón no tiene una agudeza tan refinada. Al contrario, si tú le das una orientación y lo empujas a seguir por ahí, ya lo tienes avanzando en una nueva dirección, y ésa será su manera de dar coherencia a su nuevo modo de ser, a su vida.
"Ahora Patrón está por lanzarse a un nuevo movimiento de la iglesia. En este momento en que le está brotando tal afán de actividad, si un joven resuelto como tú viene a animarlo con un empujoncito…, eso me parece hasta deseable que ocurra.
"Con todo, una vez que te comprometas tan a fondo con él, creo que no vas a escapar indemne del lance. Te lo digo por propia experiencia. Pero eso es inevitable.
– Y, a todo esto, ¿qué puedo hacer? Si yo me pusiera frente a él directamente, no me saldría ni una sola palabra. Creo que incluso me sería más fácil meterme a terrorista.
– Basta con que te armes de valor para manifestarte a él. Recurrir al terrorismo sería hacerle llover encima desgracia sobre desgracia. Él acabará despertando de esta situación que atraviesa, preludio de un trance; pero las secuelas le tienen que durar un tiempo, tanto las físicas como las anímicas. Cuando todo eso se vaya aplacando, le comunicaremos lo que te pasa. El profesor Kizu nos echará una mano en esto, ¿verdad?
Aun yendo como iba, corriendo a más de cien kilómetros por hora por una via urbana y de madrugada, Ikúo.
– Escríbeme una carta, por favor. Aun no te ne expi mente todas las razones por las que necesito tanto hablar con Patrón; pero, aun así, escríbeme una carta para Patrón, profesor.
El tono de Ikúo al decir esto sonaba apremiante.
CAPÍTULO 7 . LA SAGRADA LLAGA
Patrón había estado cinco días reposando en su cama; y por fin, al cabo de ese tiempo, llegó el momento en que se le permitía volver a su vida cotidiana. Al atardecer, mientras Bailarina lo ayudaba a bañarse, Ogi en la oficina cogió el teléfono: era Guiador, que llamaba desde el anexo.
El cuarto de baño de Patrón era como una extensión añadida hacia el norte de su estudio-dormitorio. Por su construcción era semejante a un invernadero, y gozaba de una iluminación espléndida. Patrón tenía la costumbre de meterse en la gran bañera de estilo occidental y pasar allí un rato bien largo. Ogi llegó con el teléfono inalámbrico hasta la puerta de la habitación contigua, usada para cambiarse de ropa, y lanzó una voz a través de la puerta. Aunque no había ruido de agua, su voz -por lo visto- no alcanzaba hasta el cuarto de baño. Él abrió la puerta y entró en la habitación de cambiarse, comunicada con el baño mediante una puerta que estaba abierta. Ogi se dirigió pues al cuarto de baño, y cuando cayó en la cuenta era ya muy tarde para retroceder.
Lo primero que vio Ogi fue la bañera, situada perpendicularmente respecto a su línea de visión. Casi toda el agua la habían dejado correr, y sobre el fondo estaba echado Patrón cuan largo era. A poco de haberlo visto, salió Bailarina de uno de los lados como una exhalación, interponiéndose en su línea de visión. Llevaba en la mano la alcachofa de la ducha, soltada de su soporte. Ella estaba completamente desnuda, e inclinó su torso sobre el borde de la bañera. Se había recogido el pelo en un moño alto y abultado, pero al tener la cabeza vuelta hacia abajo, lanzó a Ogi su relampagueante mirada desde esa posición invertida. Aun habiendo sido sorprendida sin posible defensa en tal situación, ella no trató de ocultar nada suyo, pues mantuvo sus piernas bien abiertas, como estaban, sobre el embaldosado. Con sus magníficos muslos y piernas, lo que estaba tratando de tapar era la desnudez de Patrón, allí echado en la bañera. Ogi dejó el inalámbrico en el umbral del cuarto de baño, dio media vuelta y se fue. "¡Hasta la habitación de cambiarse me la convierten en zona prohibida!", se dijo, no sin cierto regocijo, en tanto que se sentía también asediado por algo internamente.
Pasado un rato, Bailarina, vestida y aseada, se acercó a la mesa de trabajo de Ogi, y se quedó de pie a su lado.
– Ya que has visto lo que has visto, eso ya no tiene remedio, pero por ahora no le cuentes nada a Ikúo, ni a Tachibana, ni, por supuesto, al profesor Kizu -le dijo, con una calma afectada.
Sin más, Bailarina orientó a la vista del joven su trasero, enfundado en una estrecha falda, y de esa vuelta sacó impulso para alejarse hacia la cocina, dándole a Ogi el espectáculo de sus caderas. A poco volvió otra vez, dejando ver la lengua entre sus labios entreabiertos.