Desde el punto de vista de Ogi, lo que había dicho Ikúo al preguntarle a Patrón parecía tocar la médula de cuanto concernía personalmente al propio Ikúo. No creía Ogi que, habiendo accedido Patrón a viajar hasta esa casa de campo con Ikúo, tuviera aquél ahora razón alguna para retraerse de darle respuesta. En suma, que Ogi no entendía la insistencia de Bailarina en impedir que Patrón le contestara a Ikúo. Ogi estaba ya animándose para darle una voz a Bailarina y decirle "¡Vamos a escuchar a Patrón!".
Entonces empezó a sonar el teléfono, desde el comedor adjunto a la amplia sala de estar donde estaba la chimenea, aunque el comedor se mantenía aislado de esa sala mediante una puerta de cristal que estaba cerrada, para evitar la fuga del calor en tiempo, invernal. Los que estaban reunidos ante la chimenea se quedaron desconcertados por lo imprevisto de la llamada. Aún no eran las nueve de la noche, pero las casas de campo vecinas estaban cerradas, y la quietud de la altiplanicie hacía pensar que fuera ya de madrugada. Ogi se levantó para responder a la llamada, no sin advertir que Patrón estaba particularmente tenso.
Después de todo la llamada tenía una procedencia de lo más natural, pues quien la hacía era Tachibana, la cual se había quedado a cargo de la oficina en la ausencia de ellos; pero lo que decía era preocupante. Ese mismo día por la tarde Guiador había estado esperando en la oficina a algunas personas que, tiempo atrás, habían mantenido relación con la iglesia. Guiador le dijo a Tachibana que, por supuesto, no iban a darles de cenar, pero que si los visitantes no habían llegado cuando ella se tuviera que ir, él mismo les ofrecería un té; así que le rogaba únicamente que le dejara las cosas preparadas. También -según contó Tachibana- Guiador le había dicho que si por casualidad Bailarina, de viaje hacia la altiplanicie de Nasu, llamara, no se le debía contar nada sobre ese asunto de las visitas. Al cabo del día los visitantes no habían aparecido estando allí Tachibana. Ella preparó la cena para Guiador según las instrucciones dejadas por Bailarina -ya que, después del ataque que él sufrió, tenía que seguir una dieta estricta-. Tachibana lo dejó todo preparado sobre la mesa del comedor, y se volvió a ^su apartamento de la ciudad universitaria, donde la esperaba su hermano. Cuando dieron las ocho, le entró preocupación por el asunto del té, y llamó al anexo de Guiador para decirle que tanto el juego de té como los otros oplatos y demás, lo dejara todo sin fregar, que ya ella se encargaría; pero no hubo respuesta. También llamó al teléfono de la oficina, con el mismo resultado. En vista de eso, dijo que se disponía a volver a Seijoo para ver qué pasaba.
Ogi dudó sobre si debería o no dar parte de la llamada de Tachibana, no fuera a ser que llegara a oídos de Patrón. Éste, con todo, presionado como estaba por Ikúo a seguir hablando, se hallaba aún sumido en un frío estado de excitación. No le preguntó nada a Ogi sobre la llamada, pero su cabeza se adivinaba llena de preocupación por Guiador: por cuantos sucesos desgraciados podían sobrevenirle, o por los que quizás le habrían sobrevenido ya. Patrón se limitó a observar, silenciosa y quedamente, la espalda de Ikúo, mientras éste se dedicaba a remover los zoquetes apilados y a medio arder en la chimenea. Tal y como estaban las cosas, no había lugar a continuar hablando, así que Ogi se dispuso a esperar por si de nuevo sonaba el teléfono; en tanto que Bailarina dispensaba a Patrón su medicación de pastillas para dormir y tranquilizantes, y luego lo acompañaba a su habitación. Naturalmente, Ikúo se mostraba un poco frustrado; pero como Patrón aún no se había recuperado bien de su cansancio físico y espiritual, la cosa no tenía remedio.
Como Bailarina estaba ocupada atendiendo a Patrón, Ogi le preparó la cama a Ikúo en la planta superior, en una habitación de estilo japonés.
Allí no alcanzaba el calor del fuego encendido en la planta baja, y hacía tanto frío como en Tokio durante el pleno invierno.
– Si usas la manta eléctrica, te las podrás arreglar sin problemas -le explicó Ogi a Ikúo.
Pero este último aún parecía estar dándole vueltas al tema de que su conversación con Patrón se había interrumpido a medio camino; y no se le veía muy convencido de la eficacia de ese aviso de tipo práctico que le venía de Ogi.
Ogi se aplicó luego a ahogar el fuego echando ceniza sobre la leña, y en el espacio que quedaba delante extendió un futón japonés para prepararse él la cama. Bailarina apareció por allí para decirle que subiera a despertar a Ikúo. Patrón insistía en recibir a éste en su dormitorio para reanudar la conversación interrumpida, y no atendía a razones. Bailarina estaba disgustada y, al parecer, se había quejado a Patrón. Mientras esperaban los dos a que Ikúo se vistiera de nuevo y bajara a la sala de la chimenea, ella le susurró directamente a Ogi:
– Patrón pretendía dormir, pero está preocupado y no sólo por Guiador, sino que nuestra conversación anterior le ha traído recuerdos amargos que le dan vueltas en la cabeza, y no hay manera de que se tranquilice. Entretanto, según él, "es mejor dejar terminada en esta noche la charla que tengo pendiente con Ikúo".
"Yo he tratado de calmarlo diciéndole que el somnífero pronto le hará efecto, y que más valdría dejar la charla para mañana por la mañana. Pero bueno, si le ves a Ikúo ganas de discutir, procura que la cosa no llegue a tanto. Yo también voy a estar por aquí.
– ¿Pretendes estar a su lado para hacerle la censura de cuanto diga? Y, más aún ¿vas a dar las respuestas en lugar de Patrón?
El fuego del hogar estaba ya reducido a cenizas, y la única claridad que había era la que se filtraba desde la luz del comedor a la sala de estar; así que en medio de la penumbra se notaba oscuramente cómo a Ikúo le subía la sangre a su gran cara. Ante la rudeza de esta reacción suya, Bailarina se sintió intimidada.
– Pues entonces, en lugar de ir yo, ¿puedes acompañarlo tú, Ogi? -suplicó ella con una voz nerviosa, casi sollozante-. Porque si las respuestas de Patrón no le gustan, y este chico empieza a ponerse violento, yo no sabría qué hacer. Yo me encargo de responder al teléfono.
Ogi condujo a Ikúo a la habitación que de toda la vida era el dormitorio principal de la casa. Era una gran habitación de estilo occidental, donde tanto las luces del techo como las de las lámparas de junto a la cama se hallaban apagadas. En ella estaba instalada una alta cama, de la que la madre de Ogi -por lo que había visto en una colección de fotos de diseño para interiores- solía decir que era cabalmente la de una granja americana. Al resplandor que arrojaba una estufa eléctrica situada junto a la cama, no se veía ni una silla donde los jóvenes pudieran sentarse; tan sólo una vieja cajonera de ropa. Optaron por permanecer de pie a un lado, con la mirada baja; ni siquiera podían distinguir con claridad si Patrón, reposando su cabeza sobre una alta almohada, tenía o no los ojos abiertos. Ogi pensó con optimismo que Patrón se habría dormido en algún buen momento, pero en realidad se mantenía en vela. Entretanto Patrón, con sus ojos entornados, abrió la boca; las palabras que le dirigía a Ikúo parecían -todas y cada una- bien pensadas.