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– El profesor Kizu me ha dicho que él también se sorprendió al oírtelo contar, Ikúo; pero que en su interior también se sentía de acuerdo; y así me lo comunicó por carta: aquello de que en tu adolescencia escuchaste la voz de Dios,, ¿no fue así? Y que luego has seguido esperando la continuación de esa voz divina que te invita a actuar resueltamente: "¡Hazlo!"; y también que ahora quieres valerte de mi mediación para que la voz de Dios continúe hablándote. Así lo he entendido.

La voz de Patrón no reflejaba ya la elocuencia oratoria de un rato antes. La lengua se le trababa y las palabras le salían confusas, como empujadas a duras penas desde su garganta. Con todo, a Ogi le causó muy buena impresión que Patrón, a pesar de su mal estado físico y anímico, y de la inquietud que sentía por Guiador, se hubiera preocupado de atender a Ikúo según lo prometido. A juzgar por el tono de Ikúo, que respondía con gran naturalidad, también el joven se solidarizaba con el sentir de Ogi.

– Cuando era niño, yo estaba convencido de haber oído la voz de Dios. Al profesor Kizu no le he contado los pormenores en torno a aquello. De todos modos yo tenía fe en haber oído la voz de Dios, y eso inevitablemente ha condicionado mi vida desde entonces. Hasta el día de hoy he vivido con la esperanza de que esa voz se me haga oír otra vez. En realidad, creo que la cosa no ha sido tan simple.

"Sobre todo, una vez que dejé la universidad, he vivido sin perseverar mucho tiempo en un trabajo, sin hacer amigos, sin quedarme por largo tiempo residiendo en el mismo sitio… he venido pensando que lo mío es estar en actitud de espera. Así he estado siempre esperando, pero no he vuelto a oír la voz de Dios hablándome de nuevo.

"Aunque, a pesar de todo, este año, al encontrarme con el profesor Kizu, o -mejor diría- al haberme reencontrado con él, creo que las cosas han empezado a cambiar. Y luego he podido encontrarme contigo, Patrón. Y aunque todavía no hayamos hecho más que encontrarnos, creo que una persona como tú puede entender mejor que nadie lo que significa que Dios le hable a uno.

"Yo ahora, aunque esto parezca un sueño, tengo la esperanza de que por tu mediación podré oír cómo Dios vuelve a hablarme. Y, a propósito, he empezado a sentirme interesado por la gente de la facción radical que formara Guiador. Pues ¿no es acaso a esa gente a quien, por tu mediación, se dirigía la voz de Dios que ordena: "¡Hazlo!"? De ahí viene mi interés. Aunque después esa voz de mando, cuando por fin estaba a punto de hacerse oír, ¿no es cierto que Guiador y tú la habéis ahogado? No puedo verlo de otra manera.

Ikúo terminó con dichas palabras, que traslucían lo que ya antes tenía en su mente, cuando preguntó sobre el Salto Mortal. Patrón, de entrada, no le contestó ni palabra. Dejando por medio una pausa demasiado larga, incluso para Ogi, por fin Patrón abrió la boca. Su manera de hablar era más premiosa que antes, y se le oía expresarse a retazos. Pero Ogi trataba de recomponer su discurso, de tal modo que pudiera recordarlo. Como en las palabras de Patrón había la suficiente fuerza para asustar a un "inocente muchacho" como era Ogi, éste aguzaba el oído queriendo captar de algún modo aquella voz tan difícil de entender; pero ese mismo esfuerzo hizo que su memoria fuera fiable.

– En tanto que Guiador y yo poníamos en marcha nuestro movimiento para dar a la gente una muestra de lo que sería el fin del mundo y el fin de los tiempos, y así atraerlos a todos al arrepentimiento, el Salto Mortal supuso un abandono de esa doctrina. Tú antes preguntabas por qué en aquella ocasión Guiador y yo -o más bien: por qué entonces yo, sobre todo- renuncié a las enseñanzas impartidas. Y no sólo eso; por expresarme con tus palabras, yo hacía de mediador de Dios, y puse a esos hombres en un lugar donde también ellos pudieran recibir la voz divina ordenando "¡Hazlo!". Y encima, no me bastó con hacerles esperar en vano, sino que proclamé a los cuatro vientos la estupidez de esos tipos al mantenerse ellos ahí esperando tan seriamente.

"Durante los diez años siguientes a aquellos hechos, Guiador y yo nos convertimos en la irrisión de la sociedad japonesa. Y en nuestro fuero interno nos sentimos aún más acosados y sin escapatoria, como cadáveres condenados a vivir. Y ahora yo -valiéndome de nuevo de tus palabras- he sido impulsado desde lo más hondo del infierno, viéndome elevado a un lugar desde el que tengo que transmitir la voz de Dios que dice: "¡Hazlo!" Yo me he hecho a la idea de que a este destino tengo que entregar mi vida. Al menos si yo esta vez soy el intermediario de Dios para transmitir su palabra "¡Hazlo!", ya desde ahora por nada voy a echar marcha atrás. Te lo prometo, Ikúo.

"La razón por la que apostatamos de nuestra doctrina con el Salto Mortal es porque cabalmente un Salto Mortal tiene que ser una cosa así, con su voltereta hacia atrás. Según eso, el rumbo que tome ahora en esta nueva andadura lo emprenderé como alguien que se ha lanzado al Salto Mortal. También uno que ha saltado de ese modo tiene que participar, según el proceder humano, en esa llamada al arrepentimiento ante el fin del mundo y el fin de los tiempos. Si te pones a pensarlo, ¿acaso no queda claro que el fin del mundo y de los tiempos nos espera a la vuelta de unos cien años? ¿Es mucho tiempo cien años?

"Ikúo, tú ahora estás en la idea de escuchar a través de mi mediación la voz de Dios. Y eso se debe seguramente a que has pasado mucho tiempo sin escuchar esa voz de Dios.

"Para alguien que ha dado el Salto Mortal, ¿es posible que de nuevo se vea confrontado por Dios? Yo he regresado de nuevo hasta el punto preliminar de un gran trance visionario, y puedo decir que sí, que creo que es posible. Por decir algo heterodoxo, ¿Dios llegaría a abandonar a su suerte a alguien que se haya lanzado al Salto Mortal? ¿Es que Dios iba a dar lugar a que lo tomara por imbécil? Se puede poner la cosa en esos términos. ¿No es cierto que tú mismo, habiendo oído una vez la voz de Dios, estás convencido de que la volverás a oír? Y es precisamente eso lo que te ha traído hasta mí. Seguir manteniendo esa convicción tiene que haberte resultado una amarga experiencia, dada tu juventud. ¿Acaso no has recibido tú -o digamos: también tú- una herida irrestañable para siempre ya? Pero mira, Ikúo: eso es una señal…

La voz de Patrón se hizo más baja, y le salía aún más lenta y entrecortada. Al fin él se quedó callado, y se oyó su respiración tranquila, que ya no comportaba voz; y aunque llegó a hacerse semejante a un pacífico ronquido, los dos jóvenes siguieron allí de pie, con el oído alerta. Entretanto, a su espalda sintieron un rumor que superaba ligeramente los ronquidos de Patrón. Era Bailarina, que estaba al lado de la puerta abierta y, recibiendo desde atrás la luz que llegaba del comedor, les hacía un gesto con la mano. Ambos chicos salieron con ella al pasillo y, una vez cerrada tras ellos la gran puerta de la habitación, Bailarina se acercó a Ikúo, presionando su pequeño y menudo cuerpo contra el del joven, para susurrarle:

– También tú has escuchado un mensaje importante de Patrón, ¿no?

Sin darle una pausa a Ikúo para responder, les contó a éste y a Ogi la nueva conversación con Tachibana por teléfono: A Guiador se le daba por desaparecido. La policía, que se había presentado en la oficina al recibir el aviso, encontró al San Bernardo, tan querido para Patrón, envenenado. Así que al día siguiente, muy temprano, había que volver a Tokio con Patrón para hacer frente a esta emergencia.

Los tres jóvenes entonces fueron junto a la chimenea, y se aplicaron a rescatar las ascuas del fuego que aún se veían rojear quedamente entre las cenizas que las cubrían, logrando así que los zoquetes ya negros volvieran a arder. Acallando sus voces, empezaron los tres a deliberar sobre el caso; cuando, al poco rato, volvió a sonar el teléfono, con la tercera llamada de Tachibana. Guiador había sufrido otra congestión cerebral con hemorragia, según las últimas noticias. Lo que motivó esta situación era que lo habían secuestrado unos hombres que lo habían llevado a un refugio secreto donde lo habían sometido a un vergonzante interrogatorio, para dejarlo luego allí abandonado. Con todo, los propios secuestradores dieron aviso; por lo que se presentó una ambulancia en el lugar, y su equipo de urgencia lo encontró allí.