CAPÍTULO 8 . SE HA ELEGIDO UN NUEVO GUIADOR
Kizu recibió una llamada de Ikúo, contándole éste que había regresado a Tokio desde la altiplanicie de Nasu, donde -por cierto- ya era pleno invierno en las montañas; y que luego se había quedado a dormir en la oficina…
Tokio pasaba aún por unos días de veranillo remanente en pleno otoño, pero ya desde el día siguiente amagó de pronto el invierno. Durante una semana se sucedieron los días fríos, y una mañana que incluso se presentía la nieve, Tachibana -quien por ciertas circunstancias había adelantado sobre lo previsto su cese en la biblioteca, y trabajaba ahora en la oficina de Patrón- llamó a Kizu para decirle que esa misma tarde Patrón iba a ir a visitar a Guiador y… ¿Sería tan amable de querer acompañarlo?
Kizu ya incluso había oído que Guiador había escapado del peligro inmediato de muerte, pero que las probabilidades de que recobrara el conocimiento eran escasas. Por lo demás, desde los últimos sucesos, éste era el día en que aún Kizu no se había visto con Patrón. También pudo saber por Ikúo -el cual ahora se ocupaba diligentemente de mantener los contactos telefónicos- que Patrón había caído en picado, y se mantenía recluido por lo general en su estudio-dormitorio. Como el rebrote de la hemorragia cerebral le había sobrevenido a Guiador tras un interrogatorio improvisado, al que lo sometieran ciertos miembros de la facción radical, el suceso en sí tenía obviamente sus raíces en el Salto Mortal. Era pues natural que Patrón se sintiera responsable. Con ocasión de estos recientes acontecimientos, los medios de comunicación concentraron de nuevo su atención en los sucesos de diez años antes, donde estaban implicados Patrón y Guiador.
Kizu se encaminó hacia el hospital del distrito de Ogikubo que Tachi-bana le había indicado; y una vez allí, ante la centralita de las enfermeras de la sección de cirugía cerebral, vio a Patrón allí solo, esperándolo. Patrón llevaba un cuello alto abotonado, cual un sirviente en un drama de Chejov. Contra lo esperado, ni siquiera le concedió una pausa a Kizu para saludar, sino que se echó a andar, tomándole la delantera. Visto desde atrás, se le notaba cargado de hombros por sus excesivas carnes: un cuerpo rechoncho y bajo que andaba con paso apresurado, indicando el camino hacia la habitación del enfermo. Patrón le iba contando a Kizu su preocupación ante el hecho de que los trámites de ingreso en ese hospital habían sido más simples que en el anterior hospital de Shinjuku; y que aquí la seguridad era tan precaria como podía verse. Patrón y Kizu entraron por fin en la habitación que Guiador compartía con otros cinco enfermos graves. Una vez allí, Kizu se imaginó vagamente que una habitación de enfermos terminales, que -como él- tenían su final anunciado, debía ser menos ruidosa que ésa, en términos generales.
En el extremo derecho de la habitación yacía Guiador en su cama, la cabeza vendada, y dos enfermeras, atendiéndole afanosamente por ambos lados, procuraban extraerle flema de la incisión que se le había practicado en la garganta, pero -al parecer- sin éxito. La que dirigía la cura de entre ellas dos le hablaba al inconsciente Guiador, mientras se dedicaba a rein-tentar su maniobra, controlando la conexión del tubo de plástico con la máquina succionadora. De nuevo se oyó iniciarse un fuerte ruido de succión, originándole penosas convulsiones al enfermo, a una con su respiración sofocada. Patrón torció el cuello para desviar su mirada afuera a través de la ventana. También Kizu miró hacia las pesadas nubes que ocupaban el cielo. Sin duda la flema habría salido, pues las enfermeras dirigieron unas palabras de reconocimiento a Guiador -que por cierto seguía sin responder-, y estaban ya recogiendo la máquina.
Cuando se quedaron ellos solos, y antes de que Kizu pudiera situarse a la izquierda de la cama para ver al enfermo de cerca, Patrón acercó la cara a la mejilla de Guiador, y le habló así:
– El profesor Kizu ha venido a verte, Guiador, ¡Guiador! ¿No decías que tenías tanto y tanto que decirle, que tendrías que abreviar? Trata de recordarlo, ¿quieres? Aunque ahora no puedas hablar, si te funciona la cabeza, trata de figurarte lo que te diga el profesor. ¡Te servirá de práctica para cuando ya puedas hablar con él! ¡Va a ser un buen entrenamiento para luego intercambiar palabras y frases!
Kizu vio este comportamiento de Patrón como un punto afectado. En medio de todo, cuando éste tomó la mano de Guiador y la acercó a sí, y teniéndola agarrada le habló, se le veía en posesión de un poder que -por supuesto- podía convertirse en el medio de sanación que Guiador necesitaba para recobrar la conciencia. Los brazos de los dos hombres formaron un caprichoso ángulo, y las manos de ambos, inclinadas, medio se agarraban entre sí, Los grandes dedos de Guiador, ennegrecidos y nervudos, mostraban sus nudillos al trabarse con la mano regordeta y blancuzca de Patrón. Kizu, que lo contemplaba, creyó percibir una energía mental transmitiéndose allí.
El pelo entrecano de Guiador y su piel, que asomaban entre el vendaje puesto tras sufrir su segunda operación, destellaban limpiamente. En la frente se le veía la huella de su reciente herida, y su rostro estaba recobrando el buen color; mientras que el ojo derecho lo tenía oprimido por arrugas. El izquierdo, en cambio, lo tenía abierto, aunque con la pupila desenfocada. Aquella majestuosa y oscura imagen, tan llena de agudeza, que él solía dar, estaba ahora perdida; y más bien se asemejaba a un simpático viejo pueblerino.
– ¡Guiador! ¡Guiador! Mientras tu conciencia está dormida, las palabras tienen que estar esperando para poder convertirse en voz. ¡Si pudieras ahora leerme el pensamiento! Por más que tú has puesto en palabras mis visiones, yo a mi vez no puedo hacer nada por ti… De todas formas, entiendes ¿verdad? que el profesor Kizu ha venido a verte. ¡Guiador!
Kizu tuvo la sensación de ver las palabras amontonadas, como blancos naipes cubiertos de sangre, dentro de la cabeza de Guiador, pero esta imagen era borrosa. En breve tiempo una gruesa lágrima empezó a surcar la mejilla derecha de Guiador.
Y a la vez que Kizu se percataba de ello, también Patrón se encontró enseguida mirando la misma lágrima. Y entonces, aquella impresión tan incómoda que a Kizu le causara la vitalidad corporal de Patrón, se deshizo por completo, igual que se derrite una fina capa de hielo. Lo único que ahora se veía claro era el gran rostro de Patrón cargado de agotamiento, con sus ojos que, sin pestañear, quedaban prendidos de aquella lágrima.
– ¡Guiador, Guiador! -decía Patrón en voz baja, apaciguadora, donde parecía no haber ya lugar para preocuparse más por Kizu.
El color de la tez de Patrón se oscureció, como el sol que se oculta de pronto; a Kizu el cambio le provocó extrañeza. Simultáneamente aquella energía corporal tan viva y aquel modo de hablar incesante, quedaron por igual velados.
Guiador movía esporádicamente su cómica cara enrojecida, y con premiosidad se lamía los labios cuarteados. Entretanto se echó a dormir emitiendo ligeros ronquidos, mientras mantenía el ojo izquierdo abierto, su zona blanca bien visible. Patrón dejó caer su gran cabeza, mostrando así a Kizu la coronilla, que le clareaba bastante.
En éstas, Bailarina, que había aparecido por allí de improviso, para ir a situarse detrás de Kizu, alargó su brazo, y con la yema de su dedo pulgar, que había humedecido de saliva, cerró el párpado de Guiador. Inducido por la patética mirada de Patrón hacia atrás, también Kizu se volvió, para ver cómo la chica, mientras mantenía la vista baja sobre Guiador, se llevaba una vez más el dedo pulgar mojado a la boca y lo chupaba.
Acto seguido Bailarina se secó el dedo con el delantal de papel que se suministraba a los visitantes del hospital, y luego se puso a tapar el pecho y las piernas de Guiador, que estaban al aire. Desde un extremo de la yukata usada como pijama, salió rodando una pelota del tamaño de un puño, de color metálico, cuya caída sorprendió a Patrón y a Kizu. Bailarina, en vez de explicar verbalmente la función de aquella pelota, la recogió, y se puso a practicar con ella ejercicios manuales de recuperación.