A continuación se dirigió a Patrón, que mostraba la espalda encorvada por el cansancio:
– Ya por hoy, debemos volvernos a la oficina -dijo en un murmullo; y a continuación dio a Kizu una explicación bastante considerada-: Es muy de agradecer el estrecho seguimiento que le han hecho a Guiador, pero ayer se encontraba bastante bien, y cuando las jóvenes enfermeras lo llamaron, él les hizo el signo de la victoria con los dedos, algo desusado en él, según creo. Patrón daba saltos de contento. Incluso hoy, su fuerza de agarre ha sorprendido al médico. ¿No quieres estrecharle la mano?
Tras estas palabras, Bailarina dirigió una mirada inteligente hacia el atomizador de desinfectante situado junto a la puerta de la habitación. Kizu expuso de entrada el dorso de sus manos a la acción del desinfectante, y luego ofreció las palmas a la rociada. La mano derecha de Guiador, una vez sujetada por Kizu, devolvía ciertamente el apretón con un gesto rudo. Sobre la prominencia que hacían las articulaciones de ambas manos al estrecharse, Patrón extendió la carnosa palma de su mano para sumar un apretón envolvente.
Luego, los tres visitantes se volvieron a la oficina. Cuando Ikúo, que conducía, detuvo el microbús al llegar, Bailarina ayudó a apearse a Patrón, mientras le retocaba el cuello del abrigo y la bufanda, muy en su papel ella de estar tomando bajo su cargo a todos los allí presentes.
– Como desde por la mañana has estado yendo de un lado a otro sin parar, Patrón, échate ahora un rato en tu habitación, por favor. Por lo visto tienes una conversación pendiente con el profesor Kizu, pero no puede ser ahora, recién llegado de la calle. Profesor: no te importará esperar un poco en la sala de estar, ¿verdad? Ikúo, ten en cuenta que debes estar preparado para llevar luego al profesor.
Patrón guardaba silencio, y se mostró sumiso ante las indicaciones de Bailarina. Desde el punto de vista de Kizu, si este encuentro con Patrón después de tanto tiempo no se veía que fuera a conducir a una conversación fructífera, más le habría valido a él tomar un taxi al salir del hospital. Por otra parte, tampoco le suponía ningún problema esperarse ahora un rato. Después del desgraciado suceso que le sobrevino a Guiador, el portón de entrada lo mantenían con el cerrojo echado; y por eso al oír llegar y detenerse el microbús, Ogi salió a recibirlos. Cuando entró Patrón, sostenido a ambos lados por Bailarina y Ogi respectivamente, no le quedaba ya a aquél una pizca del vigor que había mostrado cuando esperaba a Kizu ante la centralita de las enfermeras. Viéndolo por la espalda caminar, descargando su peso sobre las espaldas de ambos jóvenes, Kizu sintió que se le oprimía el pecho.
En el rincón destinado al despacho, Tachibana estaba clasificando todos los mensajes recibidos, procedentes de personas que habían sabido por la prensa de las nuevas actividades de Patrón, con motivo de los últimos acontecimientos. Kizu se dio una vuelta por dicho rincón, y le preguntó a Tachibana cómo le iba en el trabajo; entonces ella se limitó a responderle que como Ogi estaba tan ocupado, ella ahora lo había relevado en ese trabajo. Y mientras le hablaba no apartaba su mirada de la pantalla del ordenador.
El recién mencionado Ogi, después de haber llevado a Patrón hasta su estudio-dormitorio, y dejarle allí la restante tarea a Bailarina, volvió a su mesa de oficina, situada junto a la de Tachibana, pero no parecía tener nada que decirle a Kizu. Ikúo, por su parte, tras meter el coche en el garaje y echar el cerrojo al portón, fue a sentarse junto a Kizu; pero también permaneció en silencio, sus musculosos brazos cruzados llamativamente sobre el pecho.
En éstas, apareció Bailarina por el despacho. Ella acercó su boca al oído de Ogi para hablarle. De ordinario Ogi solía situarse con respecto a ella en el papel de hermano menor, pero ahora daba la impresión de haberse convertido en un consejero importante para Bailarina. Acto seguido, dijo elevando la voz:
– Si es eso lo que desea Patrón, ¿cómo va uno de nosotros, tú o yo, a meterse por medio? ¿Por qué no le cuentas a él directamente lo que te ha dicho Patrón?
Con la expresión de una niña abofeteada en la mejilla, Bailarina avanzó unos pasos hacia Kizu para decirle:
– Patrón desea que aceptes convertirte en el nuevo Guiador.
– ¡Pero bueno! ¡Así de repente…! ¡Actuar como Guiador, nada menos…! -saltó Kizu, más bien como en un cuchicheo no dirigido a nadie en particular, que como respondiéndole directamente a Bailarina.
Las palabras de Kizu semejaban un guijarro arrojado en un hondo pozo, en cuanto que no daban lugar a respuesta alguna. Pero tras una pausa, Bailarina le dio la réplica:
– Ya sea que lo aceptes o que lo rechaces, debes responderle a Patrón. Ya aquí no ganamos para sorpresas, así que yo no tengo ni idea de qué opción es la mejor.
La voz de Bailarina no era el susurro penetrante habitual en ella, sino algo mucho más opaco. Y en ello captó Kizu el acento especial de los hablantes de Hokkaido. Cuando esa niña se las vio y se las deseó para comunicar a la familia su vocación orientada a la danza moderna, ése sería sin duda el acento que usaría al hablar… Pero ahora mismo Kizu sintió que tenía sobre sí los ojos apremiantes de Ikúo, que lo miraban sin despegarse de él.
Aquel hombre que estaba esperando a Kizu, la manta y el edredón cubriéndole hasta el pecho mientras se estaba quieto allí acostado, no era ni el personaje enérgico en sus maneras de la primera parte de la visita al enfermo, ni el que -por el contrario- al final de la visita diera muestras de estar tan agotado. Ahora Patrón transmitía más bien la sensación de encontrarse en calma, atesorando una energía contenida. Con una mirada distante de aquellos ojos negros asomándole tras los párpados, observó al artista de arriba abajo; y moviendo el cuello solemnemente como una señal, instó a Bailarina a que los dejara solos. Luego dijo:
– En mi nueva iglesia, el papel que hasta ahora ha desempeñado Guiador te ruego que lo tomes a tu cargo. Para corresponderte, te ayudaré a superar los malos momentos por los que estás pasando, tanto en tu cuerpo como en tu espíritu.
Kizu le respondió al punto:
– Si dispones de ese poder, antes que nada deberías emplearlo en sanar el cerebro de Guiador.
Patrón no reaccionó repeliendo el veneno de esas palabras; antes bien se lamentó con una voz patética, rayana en la insensatez:
– ¡Ah!, ¡si eso me fuera posible…!
Kizu se quedó de una pieza ante la respuesta tan franca de Patrón. Viendo rebatido su argumento, Kizu perdió la oportunidad de seguir insistiendo. Y mientras tanto Patrón desvió la mirada, mientras se le ensombrecía el entrecejo. A poco se fue rehaciendo, y con un tono prosaico, dia-metralmente opuesto a la vivacidad con que antes había dirigido aquella invitación a Kizu, habló así:
– Como Guiador se encuentra en tan lamentable estado, yo también, como persona que va entrando en la vejez, tal vez haría mejor dejando de pensar en el nuevo movimiento, para dedicarme a cuidarle, y pasar así juntos los dos el resto de nuestros días. ¿No piensas tú también así, profesor? Cuando leíamos a R. S. Thomas, ese tema también lo sacamos en nuestras conversaciones, ¿verdad? Igual me gustaría tratarlo con Guiador, pero en fin… Pues es que no tengo modo de juzgar si él entiende mis palabras o no me entiende… Nosotros, cuando dimos el Salto Mortal, nos imaginamos un futuro como este que he dicho, para nosotros…
"No obstante, profesor, toda vez que Guiador está en la situación en que está, yo no puedo pensar en ponerme a salvo renunciando a mi misión de "patrón" o maestro, y dedicarme a empujar la silla de ruedas de este hombre mientras dure su rehabilitación. Pues Guiador se vio enfrentado a esa gente que lo aprisionó, y lo sometió a un infame interrogatorio, pretendiendo hacerle confesar que el Salto Mortal había sido una equivocación. Y de resultas de eso, quedó tan malherido como sabemos.