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– Lo que yo ahora he experimentado, no tiene punto de comparación con mis trances anteriores. Esto te lo digo a ti, pues es lo único que cabe decir sobre el asunto; pero añadiré que si nosotros, desde el principio, hubiéramos insistido en nuestra predicación sobre la cuestión de que lo que trataba de conseguir nuestra iglesia era un objetivo a largo plazo, es decir, que pretendíamos preparar a la humanidad para afrontar los retos de fines del siglo veintiuno, no se hubiera producido la desafortunada confrontación con la facción radical. ¿Acaso no está claro para quienquiera que lo mire que, con una perspectiva de cien años y a escala universal de la humanidad, tendrá que producirse un general arrepentimiento en el mundo? A partir de ahora estamos previendo que dentro de cien años la humanidad no podrá detener una crisis de estancamiento global. Y, sin embargo, aquí estamos los países desarrollados, con nuestra prosperidad traída por la cultura del consumismo, y los países subdesarrollados, que se afanan en perseguir la misma meta. ¿No es esto acaso el fiel remedo del esplendor de Sodoma y Gomorra, aquellas ciudades de las que narra la Biblia que eran emporios del placer en la víspera de su propia destrucción?

"Nuestra insistencia había tenido que centrarse en lo necesaria que es una actitud de arrepentimiento para una humanidad que de aquí a cien años va a verse ante la peor de las pruebas. Ése debía haber sido el fin que presidiera la fundación de nuestra iglesia, y que nos habría llevado a establecer una firme base para la lucha. Teníamos que haber predicado que emprendíamos una preparación a cien años vista, dirigida a un arrepentimiento general y a una salvación de alcance universal. ¿No es cierto que, en comparación con los dos mil años transcurridos desde los tiempos de Jesús, cien años representan un breve intervalo? Aun así, precisamente ahora, vemos que los próximos cien años pueden definir el milenio que viene como la era de la tecnología. Urge empezar enseguida; no podemos flaquear, tenemos que seguir adelante.

Hasta el momento, Guiador había impresionado a Bailarina como un tipo de hombre lleno de resolución, y sin embargo nunca lo había oído expresarse de forma clara. Aun reconociendo su amabilidad, lo encontraba inaccesible y taciturno. Pero en esta ocasión Guiador se hizo oír con toda claridad, hasta el punto de que Bailarina pudo imaginarse con cuánta razón ese hombre, en una época de esplendor de la secta, había sido llamado "Profeta".

Guiador se expresó así:

– Perdóname, Patrón, pero cien años es un plazo muy largo. Está bien que prediquemos sobre la destrucción que nos espera al cabo de sólo un siglo. Pero cien años, para tener que vivirlos uno, es un plazo muy largo. Pienso en el grupo de mujeres que vieron nuestro Salto Mortal como un descenso a los infiernos. A esa consideración de nuestra bajada infernal ellas contraponen la visión de los cien años que se abre ante ellas. En el lugar donde mantienen fielmente su fe haciendo vida en común, ellas van acumulando los años, uno por uno, con la mira puesta en el siglo; o más valdría decir que están realizando el esfuerzo de mantener ese ritmo. Pero ¿cómo se lograría enseñar a otros esta manera suya de sumar año tras año para vivir así el siglo? ¿Cómo conseguir esa perseverancia sin dejarse avasallar por la facción radical?

Desde ese momento, Bailarina -por cuanto le contó a Ogi- solía poner la oreja con extrema atención a las palabras de Patrón y Guiador. E incluso en la presente situación, en que ellos no se implicaban en actividades religiosas, gracias a la circunstancia de encontrarse trabajando en la oficina de ambos, había ella llegado a descubrir la alegría de los creyentes. Pero ahora que -según presentía ella- Patrón estaba de nuevo tratando de reanudar su actividad religiosa, ahora precisamente Guiador había padecido el aneurisma y la hemorragia cerebral, y yacía sin sentido. Y Patrón, a su vez, ante el impacto que eso le había causado, estaba postrado por la fiebre. "En esta situación -añadió Bailarina-, ¿cómo puedes tú darnos la espalda a Patrón y a mí para volverte a tu trabajo? ¿No eres tú acaso en este momento -exceptuándome a mí, y a Guiador, que está enfermo- quien está más cerca de Patrón que nadie, tú que has mantenido hasta ahora un trato familiar con él?".

Ogi nunca olvidaría el extraño incidente que tuvo lugar el día en que presentó a Patrón al presidente de la junta directiva de su fundación. Cuando ambos estaban en el rito de intercambiar sus tarjetas de visita, Patrón se excedió en uno de sus movimientos y golpeó sonoramente al presidente en la cabeza. La piel del presidente tenía una sensibilidad similar a la de un occidental de raza blanca, y al recibir el impacto de una mano cerrada sobre su sien derecha abrió unos ojos desmesurados como los de un buey, y se le vio a punto de llorar. Seguramente en su vida de más de setenta años nunca habría recibido un golpe así en la cabeza. El que había propinado el golpe se quedó también perplejo, con expresión de "¿Cómo ha podido ser?".

Ese preciso día, Ogi había conseguido que Bailarina lo acompañara en su misión de hacer de guía de Patrón hasta la fábrica de productos farmacéuticos y centro de investigación anejo de Kansai, que eran la principal responsabilidad del mencionado presidente. La estación del año era la otoñal, y tras llegar ellos a la estación de Shin-Osaka -o "Nuevo distrito de Osaka"-, se dirigieron a las afueras de la ciudad, y luego pasaron por un túnel excavado al pie de un paso de montaña que conectaba dos tramos de la antigua autovía, acortando el trayecto. El follaje caduco de los arces lucía los impresionantes y variados tintes rojizos del otoño. Patrón, adelantándose a la estación, iba pertrechado de invierno. Llevaba un abrigo de cuello redondo abotonado hasta la garganta, y se calaba un sombrero de fieltro de ala ancha, y copa -en forma de pera- semihundida. En conjunto, tenía un aire, poco convincente, al poeta y cuentista Kenji Miyazawa.

La fábrica y centro investigador se alojaban en un edificio de piedra gredosa erigido en medio de un entorno típicamente rural- Al penetrar en él, dejando atrás la imponente fachada, se encontraba uno en una amplia nave de entrada, cubierta con un techo abovedado. Bajo él se asentaba una estatua, de aspecto antiguo, que representaba en mármol al dios Hermes. El presidente se presentó allí para saludarlos con aire muy alegre, y ante él estaba Patrón, dando muestras de un cierto atolondramiento en sus palabras, que le impedía devolver cumplidamente el saludo. Fue a partir de ese momento cuando entre ellos surgió el incidente del golpe, que incluso resonó. Más tarde Ogi leería un libro sobre el dios Hermes en traducción japonesa, y según pudo aprender allí, Hermes era a la vez el dios de la medicina -y como tai, resultaba muy oportuna su representación en una fábrica de productos farmacéuticos y centro anejo de investigación- y el dios del comercio, con lo cual también era un símbolo de la gente tramposa.

Así pues, Ogi recordaba a distancia aquel episodio del impacto sonoro, ocurrido ante la consabida estatua de Hermes. Estos recuerdos le venían a la mente con ocasión de encontrarse viajando en un tren urbano para comunicarle al presidente -que a la sazón había ido a Tokio con motivo de un congreso- su decisión de dejar la Fundación para el Intercambio Cultural entre las Naciones, y trabajar en adelante para la secta religiosa de Patrón.

Ya en la sala de espera próxima al gran auditorio del edificio que la compañía poseía en Tokio, el director ejecutivo de asuntos generales de aquella compañía farmacéutica vino a urgirle con el mensaje "No más de cinco minutos, ¿eh?", relativo a la inminente entrevista. En éstas, hizo su entrada el presidente, con un aspecto muy saludable, que vestía un traje azul marino con chaleco a juego, y una corbata amarilla. Mediante un gesto se deshizo del director ejecutivo, quien salió al punto. Y acto seguido hundió él su cuerpo, de buena constitución física, en una butaca.