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Sí -dijo ella, aliviada-. Creo que es lo que voy a hacer.

CAPÍTULO 7

FERNE se alegró de poder escapar tumbándose y cerrando los ojos. Las palabras de Dante la habían enervado al recordarle que se suponía que era ella la que debía cuidar de él.

Se quedó dormida y, al despertar, comprobó que estaba sola. Dante estaba jugando a la pelota con unos niños. Lo contempló durante un momento con los ojos entreabiertos, admirando sin querer las líneas de su cuerpo, la elegancia atlética con que se movía.

Le habría resultado más fácil observar a Dante si una voz en su interior no le estuviese susurrando lo bien que se movería en la cama, lo sutiles y expertas que serían sus caricias.

Se sentó temblando y molesta consigo misma. ¿Qué era lo que le pasaba?

– Sólo amistosamente -eso era lo que pasaba.

Cuando Dante regresó, la encontró totalmente vestida. -Ya he tenido bastante playa por hoy -dijo ella con

ansiedad-. Creo que me iré a la ciudad.

– Gran idea -dijo él-. Te enseñaré las tiendas y luego iremos a cenar.

Ella se clavó las uñas en la palma de la mano. ¿No podía al menos mostrar algo de mal carácter para que le sintiera molesta con él?

Al menos había conseguido que él se pusiera la ropa.

Pasaron el resto del día relajadamente, comprando ropa y programas de ordenador. Durante la cena, Dante, la escuchó con verdadero interés.

Después, la acompañó a la puerta de su habitación pero no intentó pasar.

– Buenas noches -le dijo él-. Que duermas bien.

Ella entró en la habitación, controlándose para no cerrar la puerta de un portazo.

Furiosa, pensó en las señales que le había enviado aquel día, señales que indicaban claramente que la deseaba y que le costaba controlarse. Pero las señales habían cambiado. Se había tomando de hielo y las razones eran obvias.

Dante estaba maquinando. Quería que fuese ella la que cediese. Si a alguno de los dos le acababa superando el deseo, debía ser a ella. En sueños, se rindió a una lujuria incontrolable, tendiéndole la mano para atraerle.

¡Antes se podía congelar el infierno!

Al día siguiente se prometieron pasar el día al sol.

– Podría quedarme aquí para siempre -dijo Dante, tumbándose lujosamente-. ¿A quién le importa el trabajo?

En ese momento, una voz cercana exclamó:

– iCiao, Dante!

Él se incorporó mirando a su alrededor y entonces gritó:

– ¡Gino!

Ferne vio a un hombre de unos cincuenta años, en camisa y pantalón corto, que avanzaba hacia ellos mirándolos encantado.

– ¿Es…?

– Gino Tirelli -dijo Dante, levantándose de un salto.

Cuando ambos se hubieron saludado con palmadas en a espalda, Dante le presentó a Ferne.

– Me encanta conocer a ingleses. Ahora mismo tengo a casa llena de ingleses eminentes. Es una compañía de cine. Están haciendo una película sobre Marco Antonio y Cleopatra y algunas escenas se están rodando en las minas que hay en mis tierras. El director se aloja conmigo, y también el protagonista.

– ¿Y quién es protagonista? -preguntó Ferne.

Antes de que Gino pudiese responder, se escuchó un grito detrás de ellos y se giraron para ver a un joven de nos treinta años de pelo rubio y rizado y un cuerpo perfectamente bronceado que paseaba por la playa desenfadadamente, sugiriendo que no era consciente de la expectación que estaba creando.

Pero sí que era consciente, como bien sabía Ferne. Sandor Jayley siempre sabía exactamente el efecto que provocaba.

– ¡Oh, no! -exhaló ella.

– ¿Qué pasa? -le preguntó Dante en voz baja-. Santo cielo, ¿es…?

– Tommy Wiggs.

El joven se aproximó, quitándose la camisa y pasándosela a un compañero para mostrar un cuerpo musculoso y esculpido a la perfección, quedándose únicamente con un diminuto traje de baño. Mirándolo con tristeza, Dante tuvo que admitir una cosa: como le había dicho Ferne, tenía unos muslos maravillosos.

– Tengo que salir de aquí antes de que me vea -le dijo eIla en voz baja.

Pero era demasiado tarde. Sandor había visto a su anfitrión y se dirigía hacia él.

– ¡Ferne! ¡Querida mía!

Abriendo los brazos, corrió por la arena y, antes de que ella pudiese reaccionar, la abrazó apasionadamente.

Ferne estaba aterrorizada ante la idea de reaccionar como solía, de aquel modo que odiaba recordar. Pero no sintió nada Ni placer, ni excitación. Nada. Quiso gritar de alegría al verse liberada de él.

– Tommy

– Sandor -susurró él rápidamente, y luego le dijo en voz alta-: Ferne, ¡es maravilloso verte de nuevo! -le sonrió mirándola a los ojos con tierna devoción-. Me he acordado mucho de ti.

– Yo también guardo un par de recuerdos tuyos -le informó ella con aspereza¿te importaría soltarme?

– ¿Cómo puedes pedirme eso ahora que vuelvo a tenerte en mis brazos? Te debo tanto…

La soltó de mala gana, centrando su atención en Gino.

– Gino, ¿cómo es que conoces a esta mujer tan maravillosa?

– Acabo de hacerlo respondió Gino-. No sabía que vosotros érais… sois…

– Digamos que somos viejos amigos -dijo Sandor-. Íntimos.

Ferne notó más que nunca la presencia allí de Dante, que los miraba burlonamente con los brazos cruzados. ¿Qué estaría pensando después de todo lo que le había contado sobre Sandor?

Conforme se corrió la voz de que el famoso Sandor Jayley estaba en la playa, una pequeña muchedumbre empezó a congregarse alrededor de ellos. Las jóvenes suspiraban y miraban envidiosas a Ferne.

– Sandor -dijo ella, apartándose de él-, ¿puedo presentarte a mi amigo el signor Dante Rinucci?

– Por supuesto -Sandor le tendió la mano-. Los amigos de Ferne son mis amigos.

Dante le dedicó una sonrisa indescifrable.

– Excelente -dijo-. Pues ya somos todos amigos.

– Sentémonos -Sandor se sentó en la tumbona de Ferne, tirando de ella para sentarla a su lado.

Se mostraba muy ufano, disfrutando de lo que él había tomado por admiración e ignorando que uno de sus acompañantes estaba avergonzado y otro le era totalmente hostil.

– Imagina -suspiró él-. Si la casa en que íbamos a grabar hubiese sido apropiada nunca nos hubiesemos trasladado al palazzo de Gino, y nosotros… -miró a Feme con intención- nunca nos hubiésemos vuelto a ver. ¿Por qué no te vienes con nosotros? -dijo de pronto-. A ti no te importa, ¿verdad, Gino? -aquella pregunta al propietario de la casa se le ocurrió de segundas.

Lejos de sentirse ofendido, Gino se mostró encantado.

– Así Ferne y yo podremos reavivar nuestra maravillosa relación -añadió Sandor.

– Sandor, no me parece… -protestó Ferne rápidamente.

– ¡Pero si tenemos mucho de qué hablar! ¿No te importa que me la lleve unos días, verdad? -le preguntó a Dante.

– ¿Es que Dante no está invitado? -preguntó Ferne con acritud-. Pues entonces no voy.

Oh, querida mía, estoy seguro de que tu amigo lo comprenderá.

– Puede que él sí, pero yo no -respondió Ferne con firmeza-. Dante y yo estamos juntos.

– Siempre tan leal… -susurró Sandor con una voz que hizo que Ferne desease darle una patada en un sitio doloroso-. Signor Rinucci, usted también está invitado, por supuesto.

– ¡Qué amable por su parte! -dijo Dante en una voz que no traslucía nada-. Acepto encantado.

Ferne lo miró horrorizada.

– Dante, no hablarás en serio, ¿verdad? -le dijo en voz baja.

– Por supuesto que sí. Me vendrá bien familiarizarme con el sitio si quiero venderlo.

– ¿Cómo? Eso nunca te había hecho falta antes.

– Bueno, puede que esta vez tenga mis propias razonesdijo él con cierta brillo en los ojos.

Habiendo acabado su escena, Sandor no se entretuvo. Señalando a la muchedumbre, dijo con modestia: