– Sólo puedo conjeturar que el contenido de la caja representa un desastre dietético. Una catástrofe calórica. Y según el tamaño, un fiasco económico. ¿Qué has comprado?
– Lo que dijiste que querías.
– ¿Y qué es?
– El día de la inauguración de la tienda, le dijiste a Ellie Fairbanks que querías dos cosas de todo -con la cabeza indicó la caja-. Eso es dos de todo.
Se quedó boquiabierta.
– ¿Dos de todo lo que había en el local?
– Sí. Es para ti, aunque espero que lo compartas.
– Contigo.
– Ése es el plan.
– Nos llevará mucho tiempo comer todo este chocolate.
– Ése también es el plan -la miró fijamente-. La noche que apareciste en mi casa con aquella toalla, había estado esperando ansiosamente tu llegada. Recuerdo pensar que todo estaba listo… que lo único que faltaba eras tú. Resulta que fueron pensamientos proféticos.
– ¿Y si mis sentimientos no son los mismos que los tuyos? -le preguntó ella.
– Entonces tendré que esforzarme en convencerte de que lo que tenemos juntos es realmente bueno. Y que sólo podrá mejorar. Que estamos hechos el uno para el otro. Que tú eres todo lo que alguna vez he querido. Y que podría hacerte muy feliz.
– Com… comprendo. Imagino que eso significa que si ahora fuera a decirte que estoy enamorada de ti, renunciaría a la gratificación de que trataras de convencerme.
– Diablos, no. Dios, no. ¿Estás diciendo…? ¿Quieres decir…?
Parecía tan preocupado y serio, que se sintió avergonzada por mofarse de él. Le tomó la cara entre las manos y dijo:
– Te amo, Daniel. Mucho. Y no tienes que convencerme de que lo que tenemos juntos es realmente bueno. O de que sólo podrá mejorar. O de que estamos hechos el uno para el otro. Ya lo sé. Tú eres todo lo que alguna vez he querido. Y voy a hacerte muy feliz.
Con un gemido, la subió a su regazo y la besó hasta que la cabeza le dio vueltas. Luego se echó para atrás.
– No lo estás diciendo por todo el chocolate que te he traído, ¿verdad?
– No -movió las cejas-. Pero, desde luego, eso ayudó.
El sonrió.
– Debería haber sabido que no tendría que haber buscado más allá de mi propio patio para encontrar la felicidad.
Ella se adelantó y le pasó la lengua por el labio inferior.
– Cariño, no sabes cuánto me gustaría recompensarte…
– ¿Oh? ¿Y qué tenías en mente?
– Tú. Yo. Chocolate. Desnudos -le dedicó una sonrisa perversa-. Y no necesariamente en ese orden.
Jacquie D’Alessandro