– Después de ver la diferencia que había marcado Marlene en la recuperación del abuelo, supe la carrera que quería hacer -respiró hondo y disfrutó con el aroma a café-. Por desgracia, la facultad a la que soñaba ir era cara y el dinero estaba muy justo. De modo que en vez de empezar la universidad de inmediato, decidí sacarme una licencia de fisioterapeuta. De esa manera, podría ganar dinero para la universidad y seguir trabajando en cuanto comenzara a estudiar. Ahora voy a la universidad a tiempo parcial y trabajo media jornada en el spa del Delaford, aparte de aceptar clientes privados.
– ¿En el Delaford no les importa que hagas eso?
– No, ya que al spa sólo tienen acceso los huéspedes. Una de las razones por las que Austell es perfecta para mí. Se halla a mitad de camino del hotel y la universidad. Ya sólo me queda encontrar un modo de atraer más clientes. Ahora mismo, todo funciona por el boca a boca. No me gusta anunciarme en el periódico porque, sin importar cómo se redacte el anuncio, sigue dando la impresión de que ofrezco «otros servicios».
Él asintió despacio, mirándola. Carlie se obligó a detenerse para respirar. Después de varios segundos de silencio, durante los que continuó estudiándola, un rubor embarazoso subió por su cuello. Seguro que pensaba que era una cotorra. Con un risa nerviosa, añadió:
– Lo siento, no era mi intención hablar sin parar. Seguro que te he contado más de lo que alguna vez quisiste llegar a saber.
El movió la cabeza.
– Me gusta escucharte. Es… fácil hablar contigo. Y resulta refrescante oír que a alguien le gusta lo que hace, que su objetivo es ayudar a otras personas. Es evidente que eres apasionada acerca de lo que haces con tu vida y eso me parece encomiable. Muy admirable -alargó la mano y le rozó el dorso de la mano con un dedo-. Muy atractivo.
Esa gentil caricia encendió una tormenta de fuego bajo su piel.
– De hecho -continuó él, acariciándola lentamente otra vez-, no me has contado suficiente.
– ¿Yo… no?
– No -otra caricia pausada.
Otra explosión bajo su piel.
Se humedeció los labios súbitamente secos.
– Me encantará contarte lo que quieras saber. En especial si, mmm, sigues haciendo eso.
Daniel le tomó la mano y no dejó de acariciarla con el dedo pulgar.
– Es un placer. Tu piel es asombrosamente suave.
– Yo… gracias -luchó contra la necesidad de abanicarse con la mano libre-. ¿Había algo más sobre mí que quisieras saber? Será mejor que lo preguntes deprisa, antes de que me derrita sobre tu suelo. Me vuelven loca los masajes de manos.
– Es bueno saberlo. Y, sí, me gustaría saber cómo es que alguien como tú no tiene novio.
– ¿Alguien como yo?
– Alguien con esa piel -le alzó la mano y llevó los labios a la parte interior de la muñeca. Inhaló profundamente-. Alguien que huele tan bien. Que es inteligente y está comprometida con su trabajo -bajó la mano, sin dejar de acariciarla.
Ella tuvo que contenerse para no ponerse a ronronear.
– Rompí con mi último novio hace unos seis meses, después de dos años juntos. Luego decidí que prefería tener cachorros antes que un novio.
– Mi patio estaría en desacuerdo contigo -le guiñó un ojo para indicarle que bromeaba.
– ¿Te he mencionado lo increíblemente paciente que has sido?
– Soy un tipo encantador.
– ¿Quién lo dice…? ¿tu madre? -bromeó.
– De hecho, sí. Entonces, ¿qué pasó con como-se-llame? ¿O preferirías no hablar de él?
Se encogió de hombros.
– Me presionaba para casarnos porque estaba preparado para formar una familia… ya. Le dije que aunque llegara a casarme, querría esperar para tener hijos. Acabar mi carrera y luego ganar un par de años de experiencia laboral antes de lanzarme a la maternidad.
– Suena razonable.
– Eso creí yo. Pero él no. Después de darle más y más vueltas, me lanzó un ultimátum… casarnos y tener hijos ya o nunca. Elegí esto último.
– Debió de ser doloroso.
– Sí. También me irritó que después del tiempo que llevábamos juntos, anhelara tanto cambiarme, que no pudiera aceptarme como soy.
– ¿Te arrepientes?
– Nada. Bueno, salvo por el siguiente chico con el que salí. Duró dos horas. Acabé con él después de que me dijera que estaría realmente bien si perdiera cinco kilos. Fue ahí cuando decidí ponerle fin a mi desgraciada tendencia de encontrar hombres que quieren convertirme en alguien que no soy, y lo conseguí con los cachorros. Siempre están contentos de verme, no les importa que no tenga la complexión de un lápiz, les encanta arrebujarse contra mí y no hablan. Cualidades perfectas en un varón… no te ofendas.
Él rió.
– No me ofendo. Y el tipo que te dijo que necesitabas perder cinco kilos es un idiota.
– Gracias. Lo mismo pensé yo.
– ¿Cómo terminaste con M.C. y G.?
– Los adopté de un refugio. Mi intención sólo era la de conseguir un perro, pero eran los últimos de la camada y me fue imposible elegir. Supuse que dos perros guardianes son mejor que uno.
– Sin duda. Entre los dos, no dejarían ni un hueso de un ladrón.
Ella rió.
– Bueno, ahora que te he aburrido con toda esta cháchara, es tu turno. Cuando me trasladé aquí, tenías novia… -dejó la frase sin acabar y lo miró con curiosidad.
Él asintió y bajó la vista hasta donde su pulgar trazaba círculos hipnóticos sobre la piel de Carlie.
– Nina. Quería más de lo que yo podía darle.
– ¿Emocionalmente?
– Económicamente. Mi trabajo no le impresionaba, tampoco mi casa, esta ciudad pequeña y mi poco espectacular coche. Siempre quería… más. Cuando al fin se dio cuenta de que yo no aspiraba a ser el próximo Bill Gates, se despidió.
– ¿Te dejó el corazón roto? -preguntó, esperando que respondiera que…
– No.
Contestación correcta.
– ¿Está al corriente de tu ostentoso nuevo trabajo?
Él movió la cabeza.
– No. No hemos mantenido el contacto -con gentileza le soltó la mano. Luego bajó del taburete y rodeó la encimera-. El café está listo. ¿Estás lista tú para unas trufas?
– Es una de esas preguntas retóricas, ¿verdad?
Él sonrió y Carlie sintió una oleada de calor desde el centro de su ser. Mientras él servía las tazas, le preguntó:
– ¿Encontraste un regalo de cumpleaños para tu madre en Dulce Pecado?
– Sí. Una fondue de chocolate. Es para un chocolate de fundido especial, y es parecida a una de esas fuentes de champán que se usan en las bodas, sólo que más pequeña. Se pueden mojar todo tipo de cosas. Le va a encantar.
– Suena a fantasía hecha realidad. La promoción del día de San Valentín es una idea original, ¿no te parece? Si encuentras esa mitad de corazón de chocolate que encaje con el tuyo ganas una cena para dos. ¿Te entregó la mitad del chocolate envuelto en celofán azul?
– Sí. Aunque aún no lo he abierto. ¿Y tú el rosa?
– Sí. Lo escondí en un rincón, detrás de las latas de sopa en la estantería superior de mi alacena, en un esfuerzo por lograr que al menos me dure toda la noche.
– Buena suerte con eso.
– Gracias. Voy a necesitarla.
Después de añadir leche a ambas tazas, dejó la caja envuelta en celofán de plata sobre la encimera.
– Puedes hacer los honores.
Ocultó su diversión mientras veía a Carlie abrir la caja con una reverencia inusitada. Era evidente que le encantaba el chocolate. Después de quitar la tapa, se inclinó sobre el contenido e inhaló profundamente. Cerró los ojos y emitió un «oooooh» apenas audible. La diversión se desvaneció de Daniel, reemplazada por un deseo que prácticamente lo dejó sin aliento. Ella abrió los ojos y observó las trufas como si contemplara un alijo de joyas.