– Eso llevar? mucho tiempo -dijo Andr?-Louis-. Porque el se?or de Kercadiou nunca cultiv? amistades en la corte.
– Pero s? ha cultivado la del se?or de La Tour d'Azyr -le record? ella para su asombro.
– ?Ese hombre! -grit? indignado, y luego se ech? a re?r-: ?Pero si fue contra ?l que levant? la c?lera del pueblo de Rennes! Ya veo que no te contaron todo mi discurso.
– S? me lo contaron, y eso tambi?n.
– ?Ah! ?Y a pesar de todo quieres salvarme, a m?, al hombre que busca la muerte de tu futuro esposo, sea a manos de la ley o de las del pueblo? ?O acaso el asesinato del pobre Philippe te abri? los ojos, y al ver el verdadero car?cter de ese hombre, has dejado tu ambici?n de llegar a ser la marquesa de La Tour d'Azyr?
– A veces no demuestras ninguna capacidad de razonar.
– Tal vez. Pero no llego al extremo de imaginar que el se?or de La Tour d'Azyr mueva un solo dedo para salvarme a m?.
– En lo cual, como de costumbre, te equivocas. Puedes estar seguro de que lo har? si yo se lo pido.
– ?Si t? se lo pides? -el horror se dej? traslucir en la voz de Andr?-Louis.
– Claro que s?. Todav?a no he dado mi consentimiento para ser marquesa de La Tour d'Azyr. A?n lo estoy pensando. Y esa situaci?n ofrece ventajas, entre otras, la de asegurarse la completa obediencia del pretendiente.
– ?Ah, ya veo! Entiendo. Piensas decirle: «Si me neg?is esto, yo me negar? a ser marquesa». ?Es eso lo que quieres decir?
– Si fuera preciso, puedo hacerlo.
– ?Y no ves que eso te comprometer?a? Estar?as en sus manos y faltar?as a tu palabra de honor si luego le rechazaras. ?Crees que puedo consentir que por mi culpa caigas en sus manos? ?Crees que querr?a perjudicarte de ese modo, Aline?
Ella solt? el brazo de Andr?-Louis.
– ?Oh, est?s loco! -exclam? la joven perdiendo la paciencia.
– Es posible, pero prefiero estar loco. Prefiero eso antes que tu cordura. Con tu permiso, Aline, voy a entrar en Gavrillac a caballo.
– ?No, Andr?, no debes hacerlo! ?Te matar?n! -alarmada, Aline retrocedi? con su caballo para cerrarle el paso.
Ya era noche cerrada, pero la luna se abri? paso entre las nubes para disipar las tinieblas.
– Vete -le rog? ella-. S? juicioso y haz lo que te pido. Mira, ah? viene un carruaje. ?Ojal? no nos encuentren aqu? juntos!
Andr?-Louis se decidi? r?pidamente. No era hombre que se complaciera en falsos hero?smos, ni ten?a el menor deseo de conocer la horca que el se?or de Lesdigui?res le destinaba. La tarea inmediata que se hab?a impuesto estaba cumplida. Hab?a logrado que todos oyeran -y en tono en?rgico- la voz que el se?or de La Tour d'Azyr cre?a haber silenciado. Pero si bien su tarea hab?a terminado, no ten?a la menor intenci?n de que acabara su vida.
– Aline, s?lo te pongo una condici?n. «. -?Cu?l?
– Que jam?s le pidas al se?or de La Tour d'Azyr que me ayude.
– Ya que insistes y el tiempo apremia, la acepto. Y ahora cabalga conmigo hasta la vereda. Ya el coche se acerca.
La vereda a la que se refer?a Aline part?a de la carretera a unas trescientas yardas de donde estaban y llevaba directamente, colina arriba, hasta el castillo. En silencio, Andr? y Aline penetraron con sus cabalgaduras en el camino vecinal, bordeado de espesos setos. Cuando llevaban recorridas unas cincuenta yardas, ella se detuvo:
– ?Ahora! -dijo.
?l la obedeci?, se ape? del caballo y le entreg? las riendas.
– No tengo palabras para agradecerte lo que haces -dijo ?l.
– No es necesario -contest? Aline.
– Espero que alg?n d?a te lo podr? pagar.
– Tampoco eso ser? necesario. Era lo menos que pod?a hacer. No quisiera o?r decir que te han ahorcado, ni tampoco lo querr?a mi t?o, aunque est? muy enojado contigo.
– Eso supongo.
– No puede sorprenderte. Fuiste su delegado, su representante. Confiaba en ti, y ahora has cambiado de casaca. Con raz?n est? indignado, te llama traidor y jura que nunca volver? a dirigirte la palabra. Pero no quiere que te ahorquen, Andr?.
– Por lo menos estamos de acuerdo en algo, pues yo tampoco lo quiero.
– Har? todo lo que pueda para que hag?is las paces. Y ahora… adi?s, Andr?. Escr?beme cuando est?s a salvo.
– Que Dios te bendiga, Aline.
Ella se fue y ?l se qued? escuchando el ruido de los cascos de los caballos hasta que se extingui? en la distancia. Entonces, lentamente, cabizbajo, volvi? sobre sus pasos en direcci?n a la carretera, dudando qu? rumbo tomar. De pronto se detuvo, recordando que casi no ten?a dinero. No ten?a d?nde esconderse en toda Breta?a y mientras estuviera all?, el peligro era inminente. Pero para salir de la provincia tan r?pidamente como aconsejaba la prudencia, necesitaba caballos. ?C?mo iba a conseguirlos si s?lo ten?a un luis de oro y algunas monedas de plata?
Adem?s, estaba muy cansado. Hab?a dormido muy poco desde la noche del martes, y hab?a pasado largo tiempo cabalgando, lo cual era fatigoso para alguien que no estaba acostumbrado a montar a caballo. Estaba tan exhausto que era imposible pensar que pudiera llegar muy lejos aquella noche. Tal vez podr?a llegar hasta Chavagne. Pero cuando llegara all?, necesitar?a cenar y dormir. ?Y qu? har?a al d?a siguiente?…
De haberlo pensado antes, Aline hubiera podido prestarle algunos luises. Estuvo a punto de seguirla hasta el castillo, pero la prudencia le detuvo. Antes de que pudiera hablar con ella, le ver?an los criados y la noticia de su llegada correr?a de boca en boca por todo el pueblo.
No ten?a elecci?n. Tendr?a que ir a pie hasta Chavagne, pernoctar all? y seguir viaje antes del amanecer. Con resoluci?n, dio media vuelta y observ? el camino por donde hab?a venido. Pero volvi? a detenerse. Chavagne estaba en el camino de Rennes, si segu?a en aquella direcci?n se meter?a en la boca del lobo. Lo mejor era dirigirse hacia el sur otra vez. Al pie de los prados, hab?a una barca que le llevar?a a la otra orilla del r?o. As? evitar?a pasar por el pueblo y, poniendo agua entre ?l y el peligro inmediato, aumentar?a su sensaci?n de seguridad.
A un cuarto de milla de Gavrillac, estaba el sendero que conduc?a hasta la barca. Despu?s de veinte minutos andando, Andr?-Louis lleg? con los pies destrozados. Vio que hab?a luz en las ventanas de la caba?a del barquero y dio un rodeo para evitarla. Al amparo de la obscuridad, se arrastr? sigilosamente hasta la peque?a embarcaci?n. Pero para su consternaci?n, descubri? que la barca estaba atada a la orilla con cadena y candado.
Andr?-Louis sonri?. Por supuesto, ten?a que haberlo imaginado. La barca era propiedad del se?or de La Tour d'Azyr y era l?gico que la dejara amarrada para que los pobres diablos como ?l no dejaran de pagar sus se?oriales derechos.
Viendo que no hab?a otra alternativa, Andr?-Louis fue a la caba?a del barquero y golpe? su puerta. Al abrirse, se ech? hacia atr?s para que la luz que sal?a del interior no lo iluminara.
– ?Necesito la barca! -dijo lac?nicamente.
El barquero, un pat?n corpulento a quien Andr?-Louis conoc?a muy bien, sali? de la caba?a alzando un farol. La luz dio de lleno en la cara del viajero.
– ?Bendito sea Dios! -exclam?.
– Veo que sabes que tengo prisa -dijo Andr?-Louis mirando fijamente el rostro perplejo del hombre.
– Claro que s?, pues sab?is que en Rennes os espera la horca -mascull? el barquero-. Ya que hab?is sido tan necio para regresar a Gavrillac, lo mejor ser? que os alej?is de aqu? cuanto antes. No dir? a nadie que os he visto.
– Gracias, Fresnel. Tu consejo coincide con mis intenciones. Pero por eso mismo necesito la barca.
– ?Ah, no, eso no! -exclam? Fresnel impetuosamente-, no dir? nada, pero es todo lo que puedo hacer, pues mi pellejo vale tanto como el vuestro.
– No tendr?as que haber visto mi rostro. Olvida que lo has visto.
– Eso har?, se?or, pero nada m?s. No puedo llevaros a la otra orilla.
– Entonces dame la llave del candado y yo cruzar? el r?o.
– Eso no cambiar?a nada. No puedo. Nada dir?, pero no quiero… no me atrevo… a ayudaros.
Andr?-Louis contempl? un momento la expresi?n adusta y resuelta del barquero. Su actitud era comprensible. Aquel hombre, que viv?a a la sombra del marqu?s de La Tour d'Azyr, no se atrever?a a hacer nada que fuera contra la voluntad de su temido amo.
– Fresnel -dijo tranquilamente-, como bien dices, me espera la horca, y todo por el asesinato de Mabey. De no haber sido asesinado, yo no hubiera tenido necesidad de denunciar el caso como lo he hecho. Si mal no recuerdo, Mabey era amigo tuyo. En honor a su memoria, ?podr?as hacerme el peque?o favor que te pido para salvarme?
La sombra que cubr?a el rostro del barquero, en vez de extinguirse, se nubl? m?s:
– Lo har?a si me atreviera, pero no me atrevo -dijo enoj?ndose, como si necesitara enfadarse para justificar su decisi?n-. ?Es que no comprend?is que no puedo hacerlo? ?Quer?is que un pobre hombre como yo arriesgue su vida por vos? ?Qu? hab?is hecho nunca vos, ni los vuestros, por m? para pedirme ahora algo as?? Esta noche no cruzar?is el r?o en mi barca. Marchaos ahora mismo, marchaos antes de que me arrepienta y recuerde que hablar con vos sin informar de vuestra presencia puede ser peligroso. ?As? que marchaos!
Dispuesto a entrar en su caba?a, el barquero le dio la espalda, y Andr?-Louis se sumi? en el desaliento.
En un rel?mpago, Andr?-Louis comprendi? que deb?a obligar a aquel hombre y que ten?a los medios para hacerlo. Record? la pistola que Le Chapelier le hab?a dado cuando sali? de Rennes, un obsequio que al principio desde??. No estaba cargada ni Andr?-Louis ten?a municiones. Pero ?c?mo iba a saberlo Fresnel?
R?pidamente sac? el arma de su bolsillo y, cogiendo al barquero por el hombro, lo oblig? a girar sobre sus talones.
– ?Y ahora qu? quer?is? -pregunt? el barquero furioso-. ?No os he dicho ya que…?
Bruscamente se call?. El ca??n de la pistola apuntaba a su sien.
– Necesito la llave del candado de la barca. Eso es todo, Fresnel. O me la das enseguida o yo mismo la coger? despu?s de levantarte la tapa de los sesos. Lamentar?a tener que matarte, pero no vacilar? si me obligas. Es tu vida contra la m?a, y no te parecer? extra?o que si uno de los dos tiene que morir, yo prefiera que seas t?.
Fresnel meti? la mano en un bolsillo y sac? la llave. Cuando se la dio a Andr?, sus dedos temblaban, m?s de ira que de miedo.
– Cedo a la fuerza -gru?? mostrando los dientes como un perro-, pero no os servir? de mucho.