– ?Eh, vosotros!
Los c?micos, que ser?an unos doce, se quedaron pasmados de miedo. Pantalone avanz? dos pasos con la cabeza muy erguida, casi tan majestuoso como el procurador del rey.
– ?Qu? diablos quer?is? -dijo m?s bien mirando al cielo que al sargento. Y entonces, alzando la voz, volvi? a preguntar-: ?Qu? sucede?
Tras cuchichear entre s?, los gendarmes se acercaron m?s a los comediantes.
Andr?-Louis, en el primer escal?n de la casa con ruedas, sigui? pein?ndose la cabellera desgre?ada de manera mec?nica e inconsciente. Estaba pendiente del grupo de gendarmes que avanzaba, dispuesto a agarrarse a la primera soluci?n que se ofreciera.
Impaciente, el sargento farfull?:
– ?Qui?n os ha dado permiso para acampar aqu??
La pregunta no tranquiliz? del todo a Andr?-Louis. No pod?a consolarse con la idea de que aquellos gendarmes estuvieran dedicados solamente a perseguir a los vagabundos y a los intrusos en terrenos ajenos. Eso era s?lo una parte de su misi?n, tal vez con la esperanza de cobrar alg?n impuesto. Lo m?s seguro es que vinieran desde Rennes buscando a un joven abogado acusado de sedici?n. Entretanto, Pantalone segu?a gritando:
– ?Que qui?n nos ha dado permiso? ?Qu? permiso? Esto es campo com?n, libre para todo el mundo.
M?s que sonre?r, el sargento hizo una mueca y avanz? m?s, seguido por sus hombres.
– No hay -susurr? una voz detr?s de Pantalone- ning?n campo com?n, en el sentido propio de la palabra, en los vastos dominios del marqu?s de La Tour d'Azyr. ?ste es un terreno acotado, y los alguaciles de campo del caballero cobran un impuesto a cuantos traen a pacer aqu? a sus bestias.
Pantal?n dio media vuelta y vio a Andr?-Louis con la toalla al hombro, el peine en la mano y medio despeinado.
– ?Maldito sea! -estall? Pantalone-. ?Ese marqu?s de La Tour d'Azyr debe de ser un ogro!
– Ya os he dicho lo que opino de ?l -le dijo Andr?-Louis-. En cuanto a esos hombres, m?s vale que me dej?is hablar con ellos. Tengo experiencia en la materia.
Y sin esperar el consentimiento de Pantalone, Andr?-Louis avanz? hacia los gendarmes. Hab?a comprendido que s?lo la osad?a pod?a salvarle.
Cuando estuvo al lado del sargento, sin dejar de peinarse, Andr?-Louis le mir? a la cara, sonriendo ingenuamente. Pero, sin hacer caso de la sonrisa, el militar gru??:
– ?T? eres el jefe de esta banda de trotamundos?
– S?… mejor dicho, lo es mi padre -y se?al? con el pulgar hacia el se?or Pantalone, que estaba a sus espaldas-. ?Qu? se le ofrece, mi capit?n?
– Llevaros a todos a la c?rcel.
Hablaba en t?rminos tajantes. Los actores estaban aterrados. Con lo dura que era la vida errante de los pobres c?micos de la legua, ahora los amenazaban con la c?rcel.
– ?C?mo, mi capit?n? ?ste es un terreno comunal, libre para todos.
– De eso nada.
– ?D?nde est?n los cercados? -pregunt? Andr?-Louis describiendo un amplio c?rculo con el peine para indicar la amplia libertad de aquel lugar.
– ?Los cercados! -repiti? con sorna el sargento-. ?Para qu? se necesitan cercados? No se puede pacer aqu? sin pagar tributo al marqu?s de La Tour d'Azyr.
– Pero si no estamos paciendo -sonri? ingenuamente Andr?-Louis.
– ?Vete al diablo! ?Vosotros no est?is paciendo, pero vuestros animales s?! -?S?lo un poquito! -se disculp? Andr?-Louis sonriendo de nuevo.
El sargento estaba cada vez m?s furioso. -No se trata de eso. Se trata de que est?is cometiendo un robo y eso se paga con la c?rcel.
– T?cnicamente, usted lleva raz?n -suspir? Andr?-Louis sin dejar de peinarse y sosteni?ndole la mirada al sargento-. Pero si hemos cometido una transgresi?n, ha sido por ignorancia. Le agradecemos mucho el aviso.
Entonces pas? el peine a su mano izquierda y, metiendo la derecha en el bolsillo del pantal?n, dej? o?r un tintineo de monedas-. Lamentamos haberos apartado de vuestro camino. Tomando en consideraci?n la molestia que os hemos causado, ?querr?ais hacernos el honor de deteneros en la pr?xima posada para beber a la salud de… del… se?or de La Tour d'Azyr, o a la de cualquier otro de su clase?
El rostro del sargento se desencapot?, aunque no del todo.
– Bueno, bueno -refunfu??-, pero ten?is que marcharos de aqu?. ?Entendido?
Y se inclin? un poco en la silla alargando la mano en la que Andr?-Louis coloc? una moneda de tres libras.
– Nos iremos dentro de media hora -dijo el joven.
– ?Por qu? dentro de media hora y no ahora mismo?
– ?Oh, porque tenemos que almorzar!
Los dos hombres se miraron. Despu?s el sargento contemplo la moneda de plata que reluc?a en la palma de su mano, y la expresi?n de su rostro se suaviz?.
– Despu?s de todo -dijo-, no es nuestro oficio hacer de alguaciles de la hoz del se?or de La Tour d'Azyr. Nosotros somos de Rennes -los ojos de Andr?-Louis chispearon a punto de traicionarle-. Pero si permanec?is aqu? mucho tiempo, cuidado con los guardabosques del marqu?s. No est?n dispuestos a enternecerse. Bueno, bueno… que teng?is buen apetito, se?ores -se despidi?.
– Buen viaje, mi capit?n -contest? Andr?-Louis.
El sargento volvi? grupas y sus hombres le siguieron, pero cuando ya se iban, se volvi? de nuevo.
– Oiga, se?or -dijo dirigi?ndose a Andr?-Louis, quien enseguida estuvo a su lado-. Estamos buscando a un canalla llamado Andr?-Louis Moreau, de Gavrillac, un fugitivo de la justicia que est? condenado a la horca por sedici?n. ?Por casualidad hab?is visto por aqu? a alg?n individuo sospechoso?
– Creo que s?, vimos a uno -dijo Andr?-Louis audazmente y contento de poder complacer al sargento.
– ?Lo hab?is visto?- exclam? el gendarme-. ?D?nde y cu?ndo?
– Anoche, en las cercan?as de Guignen.
– S?, s? -dijo el sargento sintiendo que hab?a encontrado una pista.
– Vimos a un individuo que parec?a tener miedo de que le reconocieran… Era un hombre de unos cincuenta a?os…
– ?Cincuenta! -exclam? el sargento desalentado-. ?Bah! El que buscamos no es m?s viejo que usted, delgado, de su misma estatura, y con el pelo negro como el suyo. Abran bien los ojos durante el viaje, se?or comediante. El procurador del rey, en Rennes, pagar? diez luises a quien le informe sobre el paradero de ese sinverg?enza. De modo que si ten?is los ojos abiertos y avis?is enseguida, pod?is ganaros diez luises. Una ganancia inesperada para vosotros, ?verdad?
– Ser?a un magn?fico golpe de suerte, mi capit?n -contest? Andr?-Louis ri?ndose.
Pero el sargento ya hab?a espoleado su caballo haci?ndolo trotar para alcanzar a sus soldados. Andr?-Louis segu?a sonriendo, en silencio, como sol?a hacer cuando su peculiar sentido del humor estaba satisfecho.
Entonces se volvi?, y regres? despacio adonde estaban Pantalone y el resto de los actores. Pantalone fue a su encuentro con los brazos abiertos. Andr?-Louis crey? que iba a abrazarle.
– ?Dios salve a nuestro salvador! -declam? el corpulento y gordo comediante-. Ya la sombra de la c?rcel se cern?a sobre nosotros. Porque aunque pobres, somos honrados y ninguno ha sufrido jam?s la ignominia de estar en prisi?n. Lo m?s probable es que ninguno de nosotros sobrevivir?a a esa experiencia. Pero gracias a usted, amigo m?o, estamos a salvo de eso. ?Cu?l es su magia?
– La magia que en Francia ejerce siempre un retrato del rey. Como habr? podido observar, los franceses son muy leales al rey. Lo aman, sobre todo en efigie, especialmente cuando est? acu?ada en oro. Pero tambi?n lo respetan si es de plata. El sargento se emocion? tanto al ver el noble rostro de Su Majestad, representado en una moneda de tres libras, que su enfado desapareci? como por arte de magia, y ha seguido su camino dej?ndonos partir en paz.
– ?Oh, es verdad, tenemos que levantar el campamento! ?Hala, muchachos! ?Vamos, vamos!
– Pero no nos iremos hasta despu?s de almorzar -dijo Andr?-Louis-. El sargento se emocion? tanto que nos concedi? media hora para almorzar. Es verdad que habl? de la posible visita de los guardabosques. Pero no hay que hacer mucho caso de eso, y si vinieran, de nuevo el retrato del rey, aunque sea de cobre, producir?a el mismo efecto. As? pues, mi querido se?or Pantalone, pueden almorzar a gusto. Puedo oler el guisado desde aqu?, y su aroma me dice que no tengo que desearos buen apetito.
– ?Mi amigo, mi salvador! -dijo Pantalone abrazando al joven abogado-. Te quedar?s a almorzar con nosotros.
– Confieso que estaba esperando esa invitaci?n -dijo Andr?-Louis.
CAP?TULO II Al servicio de Tespis
Mientras almorzaba con sus nuevos amigos detr?s de la casa con ruedas y bajo el sol, que suavizaba el rigor de aquella fr?a ma?ana de noviembre, Andr?-Louis advirti? que los c?micos eran tan curiosos como alegres y atractivos. Al parecer, no les preocupaba nada. Y hasta podr?a decirse que les divert?an las privaciones de su vida n?mada. Eran amables y teatrales hasta en los actos m?s cotidianos; exageraban sus gestos; engolaban la voz, buscaban las palabras m?s grandilocuentes. Realmente, parec?an seres de otro mundo, un mundo irreal que s?lo alud?a a la realidad cuando pon?an en escena una farsa, a la luz de las candilejas. Estaban unidos por lazos de lealtad y compa?erismo, y Andr?-Louis reflexion? c?nicamente que esta armon?a pudiera ser la causa de su aparente irrealidad. En el mundo real, la ambici?n y la competencia envidiosa imped?an que surgiera un ambiente de amistad como aqu?l.
La compa??a la formaban once personas: tres mujeres y ocho hombres que se llamaban entre ellos por el nombre de sus respectivos personajes, nombres que alud?an genialmente a los arquetipos que representaban y que nunca cambiaban, fuera cual fuere la obra teatral representada.
– Somos -explic? Pantalone a Andr?-Louis- una de las pocas compa??as que a?n conservan la tradici?n de la Comedia del Arte italiana. No queremos abusar de nuestra memoria ni frustrar nuestro talento con parlamentos altisonantes, fruto de las desdichadas lucubraciones de un autor. Cada uno de nosotros es su propio autor al mismo tiempo que actor. Somos improvisadores. Improvisamos al estilo de la noble escuela italiana.
– Ya me di cuenta -dijo Andr?-Louis- cuando sin querer asist? al ensayo de vuestras improvisaciones.
Pantalone frunci? el ce?o:
– Veo que usted es bastante ir?nico, por no decir mordaz. Eso est? muy bien. Es el temperamento que encaja con su fisonom?a. Pero en este caso se equivoca. El ensayo que vio es excepcional entre nosotros. Simplemente era necesario para adiestrar a L?andre en su papel de gal?n. Tratamos de inculcarle el arte que no le dio la naturaleza. Si siguiera fracasando y no hiciera honor a nuestra escuela… Pero, en fin, no echemos a perder esta armon?a anticipando cosas desagradables que espero puedan evitarse. Con todos sus defectos, queremos a nuestro L?andre. Y ahora voy a presentarle a los miembros de nuestra compa??a.