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Primero se?al? al amable y alto Rhodomont, a quien Andr?-Louis ya conoc?a.

– Sus piernas son tan largas y su nariz tan ganchuda que le han hecho merecedor de los papeles de furibundos capitanes -explic? Pantalone-. Sus pulmones han justificado nuestra elecci?n. Hay que o?r c?mo ruge. Al principio le llamamos Spavento o ?pouvante 1. Pero eran nombres demasiado vulgares para tan gran artista. Desde los tiempos en que el genial Mondor asombraba al mundo, no se ha vuelto a ver a un mat?n tan impetuoso en el escenario. Por eso decidimos conferirle el nombre de Rhodomont que Mondor hizo famoso, y le doy mi palabra de actor y de caballero, pues soy caballero, se?or m?o, de que nuestro bautismo ha quedado plenamente justificado.

Sus ojillos brillaban en el abotargado rostro mientras miraba al actor elogiado. El terrible Rhodomont se ruboriz? como una colegiala cuando Andr?-Louis se dedic? a escrutarlo solemnemente.

– Despu?s tenemos a Scaramouche, a quien tambi?n ya conoce. A veces hace el papel de Scapin, y otras, de Coviello. Pero d?jeme decirle que el papel en el que m?s se destaca es en el de Scaramouche. Incluso m?s de la cuenta, pues no s?lo es Scaramouche en la escena, sino tambi?n en la vida real. Tiene un don especial para la intriga y, en ocasiones, puede llegar a ser agresivo; nunca deja de ser Scaramouche y no pierde ocasi?n de demostrarlo. Podr?a decir algo m?s sobre ?l, pero soy de naturaleza caritativa y amo a todo el mundo.

Scaramouche mir? burl?n a su maestro y sigui? comiendo tranquilamente.

– Ustedes dos se parecen en el car?cter, pues Scaramouche es bastante mordaz -le dijo Pantalone a Andr?-Louis, y continu? presentando a su compa??a-: Ese brib?n de la gran nariz que hace muecas con la cara, l?gicamente es Pierrot. ?Acaso pod?a ser otro?

– Yo podr?a interpretar galanes perfectamente -dijo el r?stico querub?n.

– Una ilusi?n t?pica de Pierrot -coment? desde?osamente Pantalone-. Ese rufi?n grandull?n que est? all?, el de las cejas tupidas, que parece que naci? viejo y cuyos apetitos aumentan con los a?os, es Polichinela. La naturaleza le design? para ese papel. ?se tan ?gil y pecoso es Arlequ?n; no el Arlequ?n con lentejuelas que ?ltimamente ha degenerado tanto, sino el aut?ntico y original primog?nito de Momo, el estrafalario de la Comedia del Arte, harapiento, imprudente, cobarde y payaso sinverg?enza.

– Como ver?, cada uno de nosotros -dijo Arlequ?n imitando al director de la compa??a- ha sido designado por la naturaleza para el papel que representa.

– F?sicamente, amigo m?o… s?lo f?sicamente, o de otro modo no nos costar?a tanto ense?ar a L?andre su papel de gal?n enamorado. Aqu? est? Pasquariel, que a veces es boticario, a veces notario, otras lacayo y en ocasiones amable amigo servicial. Tambi?n como hijo de Italia, tierra de glotones, es excelente cocinero. Y por ?ltimo, estoy yo que, como padre de toda la compa??a, represento dignamente el papel de Pantalone, padre de la damisela, aunque a veces haga de cornudo, o de ignorante doctor. Pero por regla general siempre soy Pantalone. Adem?s, soy el ?nico que tiene un apellido. Un verdadero apellido. Me llamo Binet, se?or m?o.

Entonces se?al? a una rubia rolliza de unos cuarenta y cinco a?os que sonre?a sentada en el primer pelda?o de la casa ambulante.

– Y ahora vienen las se?oras: la primera por orden de antig?edad es Madame.

Es due?a, madre y nodriza, seg?n las circunstancias.

Simple y regiamente, la conocen por el nombre de Madame.

Si alguna vez tuvo otro nombre, hace tiempo que lo ha olvidado. En cuanto a esa picaronaza de la nariz respingona y la boca grande, es nuestra graciosa Colombina.

Y as? llegamos a mi hija, Clim?ne, una jovencita cuyo talento no tiene rival fuera de la Comedia Francesa, a la que tiene el mal gusto de aspirar.

La encantadora Clim?ne sacudi? sus bucles casta?os y ri?, sosteni?ndole la mirada a Andr?-Louis.

Sus ojos, que ahora s? pod?a ver, no eran azules como antes hab?a cre?do, sino casta?os.

– No le crea, caballero. Aqu? soy una reina, y prefiero ser reina aqu? que esclava en Par?s.

– Se?orita -dijo Andr?-Louis poni?ndose solemne-, siempre ser? una reina donde quiera que se digne reinar.

Por toda respuesta, la joven le dedic? una t?mida y seductora mirada entornando los p?rpados. Mientras tanto, su padre le gritaba a L?andre:

– ?O?ste? Frases como ?sa son las que tienes que ensayar. L?andre enarc? las cejas y se encogi? de hombros:

– ?Esa frase? ?No es m?s que un lugar com?n! Andr?-Louis solt? una carcajada de aprobaci?n:

– L?andre -le dijo a Pantalone- tiene m?s talento del que usted le concede. No deja de ser sutil considerar una trivialidad una frase en la que se llama reina a la se?orita Clim?ne.

Algunos de los presentes se echaron a re?r, incluido el se?or Binet:

– ?Ha cre?do que tiene el talento de decirlo deliberadamente? ?Bah! Sus sutilezas son todas inconscientes.

La conversaci?n se desvi? por otros cauces, y pronto Andr?-Louis supo lo que a?n ignoraba sobre la compa??a de la legua.

Iban hacia Guichen, donde pensaban actuar en la feria, que hab?a de inaugurarse el martes siguiente. Al mediod?a har?an su entrada triunfal en la ciudad en cuyo mercado montar?an el escenario.

El espect?culo tendr?a lugar el s?bado por la noche y consist?a en el estreno de un argumento 1 del se?or Binet, que estaban seguros dejar?a at?nitos a los pueblerinos.

Al llegar a este punto de la conversaci?n, Pantalone suspir? y se dirigi? a Polichinela, sentado a su izquierda:

– Vamos a echar de menos a F?licien -dijo-. No s? c?mo nos las vamos a arreglar sin ?l.

– Ya inventaremos algo -dijo Polichinela sin dejar de masticar.

– Siempre dices lo mismo, a pesar de que eres el menos indicado para pensar.

– No me parece tan dif?cil sustituir a F?licien -intervino Arlequ?n.

– Ser?a f?cil si estuvi?ramos en un lugar civilizado. Pero ?c?mo vamos a encontrar entre los aldeanos de Breta?a a alguien que tenga ni siquiera su escaso talento? -dijo el se?or Binet volvi?ndose a Andr?-Louis para explicarle-: F?licien era nuestro administrador, tramoyista, carpintero y gerente, y a veces, incluso actuaba.

– Supongo que har?a el papel de F?garo -replic? Andr?-Louis ri?ndose.

– ?Ah! Veo que conoce a Beaumarchais -dijo Binet, contemplando al joven con renovado inter?s.

– Es bastante conocido.

– Tal vez en Par?s, pero no sab?a que su fama hubiera llegado hasta los p?ramos de Breta?a.

– Sucede que yo viv? algunos a?os en Par?s. Estudi? en el Liceo de Louis Le Grand. All? me familiaric? con sus obras.

– Es un hombre peligroso -sentenci? Polichinela.

– Tienes raz?n -dijo Pantalone-. Un hombre ingenioso, aunque yo sea poco amigo de usar los textos de los autores. Pero su ingenio es responsable de la difusi?n de muchas de las nuevas ideas subversivas. Creo que esa clase de escritores deber?an prohibirse.

– Seguramente el se?or de La Tour d'Azyr piensa lo mismo -dijo Andr?-Louis apurando su vaso, lleno del vino pele?n de los c?micos.

De no haber recordado Binet gracias a qui?n estaban all? acampados, y que ya hab?a transcurrido media hora desde la visita de los soldados, ese comentario hubiera dado lugar a una discusi?n. Con una agilidad sorprendente en alguien tan corpulento, Pantalone se puso en pie de un salto y empez? a dar ?rdenes, como un mariscal en el campo de batalla.

– ?Hala, muchachos! No podemos estar aqu? todo el santo d?a tragando y tragando. El tiempo vuela y a?n queda mucho por hacer si queremos entrar en Guichen al mediod?a. ?A vestirse! Hay que desmontar el campamento en menos de veinte minutos. ?Vamos, se?oras! A ver si os pon?is lo m?s guapas posible. Todos los ojos de Guichen estar?n sobre vosotras, y de la primera impresi?n que caus?is depender?n los aplausos.

?Vamos, vamos!

Todos le obedecieron sin rechistar. Al instante, toda la vajilla y lo que sobr? de la comida fue a parar a cestas y cajas. Enseguida el terreno qued? despejado, y las tres damas, instaladas en el carruaje. Los hombres ya sub?an a la casa con ruedas cuando Binet se dirigi? a Andr?-Louis:

– Ahora tenemos que irnos -dijo con cierto dramatismo-. Quedamos para siempre vuestros amigos y deudores.

Y le estrech? la mano a Andr?-Louis cuyas ideas, en el ?ltimo momento, se hab?an reorganizado r?pidamente. Recordando la seguridad que contra sus perseguidores hab?a encontrado entre los miembros de la compa??a de la legua, pens? que en ning?n otro sitio podr?a estar mejor oculto, hasta que dejaran de buscarlo.

– Caballero -dijo-, vuestro deudor soy yo. No todos los d?as se tiene la dicha de comer en tan ilustre compa??a.

Sospechando alguna iron?a, los ojillos de Binet escudri?aron al joven. Pero en su cara s?lo encontr? candor y buena fe.

– Me quedo aqu? a rega?adientes -sigui? diciendo Andr?-Louis-. Sobre todo porque no veo motivos para que nos separemos.

– ?C?mo? -dijo Binet frunciendo el ce?o y retirando la mano que Andr?-Louis reten?a entre las suyas m?s tiempo del debido.

– Puede que haya reparado en el hecho de que soy una persona en busca de aventuras -explic? Andr?-Louis-. Y en este momento no tengo rumbo fijo. Por eso no es extra?o que lo que he podido observar, tanto en usted como en su distinguida compa??a, me haya inspirado el deseo de seguirlos tratando. Usted ha dicho que necesitaban a alguien para sustituir a vuestro F?garo, creo que se llamaba F?licien. No tome a mal mi sugerencia, pero creo que podr?a desempe?ar esas tareas tan diversas como ingratas…

– Usted siempre con su peculiar iron?a, amigo m?o. Si no fuera por eso, podr?amos discutir su proposici?n -dijo Binet entornando sus peque?os ojos.

– Podemos discutirla, desde luego. Si me acepta, tendr? que aceptarme tal como soy. En cuanto a mi sentido del humor, que seg?n parece le causa recelo, podr?a convertirse en una cualidad muy rentable.

– ?C?mo?

– De varias formas. Por ejemplo, podr?a ense?ar a L?andre a cortejar a una dama.

Pantalone prorrumpi? en una ruidosa e interminable carcajada.

– Por lo que se ve, tiene usted mucha confianza en su capacidad de ense?ar. La modestia no es su fuerte. -La modestia no es la cualidad principal en un actor. -?Se siente capaz de actuar?