– Claro que s?, creo que me llamo Parvissimus.
– ?Parvissimus? ?Acaso es un apellido? -pregunt? Binet.
– En una compa??a donde s?lo el jefe goza del privilegio de tener un apellido, no ser?a correcto que lo imitara quien no es m?s que el ?ltimo mono. Por eso tomo el nombre que mejor me cuadra y creo que es Parvissimus, lo m?s peque?o.
A Binet le divert?a aquello. Era curioso que aquel advenedizo tuviera tanta imaginaci?n.
– ?Oh, estoy seguro de que podremos trabajar juntos en los argumentos!
– Lo preferir?a a hacer de carpintero -confes? Andr?-Louis.
A pesar de todo, aquella tarde tuvo que volver a su tarea, y trabajar sin parar un momento hasta las cuatro, hora en que el exigente Binet dio por terminados los preparativos y le orden? a Andr?-Louis que dispusiera la iluminaci?n, que en parte eran velas de sebo, y en parte, l?mparas en las que ard?a aceite de pescado.
A las cinco en punto de la tarde sonaron los tres golpes de bast?n y se levant? el tel?n, dando inicio a la obra titulada El padre cruel.
Entre las funciones que Andr?-Louis hered? del desaparecido F?licien, estaba la de portero, para lo cual ten?a que disfrazarse de Polichinela con una larga nariz de cart?n. As? lo acordaron de buen grado, pues de este modo el se?or Binet estaba m?s seguro de que el reci?n reclutado no se largar?a con los ingresos, y, al mismo tiempo, Andr?-Louis -que no era ajeno a la desconfianza de Pantalone- evitaba que nadie lo reconociera en Guichen.
La puesta en escena result? floja en todos los sentidos; el auditorio fue escaso y poco entusiasta. En los primeros bancos del mercado apenas hab?a unas veintisiete personas; once de las cuales hab?an pagado veinte perras chicas por cabeza, y doce las otras diecisiete. En los bancos del fondo, hab?a otras treinta personas a seis perras chicas por cabeza. En total se recaudaron dos luises, diez libras y dos perras chicas. Cuando el domingo el se?or Binet hubiera pagado el alquiler del mercado, la luz y los gastos de la posada, no quedar?a gran cosa para pagarles a los actores. As? que no era extra?o que el buen humor del se?or Binet se hubiera amargado aquella noche.
– ?Qu? le pareci?? -le pregunt? a Andr?-Louis cuando termin? la funci?n.
– Pod?a haber sido peor, pero es dif?cil imaginarlo. Sorprendido, el se?or Binet lo mir?:
– ?Dios m?o! -exclam?-. ?Es usted franco!
– Una impopular virtud entre los necios, ?no cree?
– Pero yo no soy necio -dijo Binet.
– Por eso soy franco con usted. Lo hago en honor a la inteligencia que supongo en usted.
– ?Seguro? -pregunt? Binet-. ?Y qui?n diablos es usted para suponer nada? Sus suposiciones son presuntuosas, se?or.
Y dicho esto, se sumi? en el m?s profundo silencio, entreg?ndose a calcular mentalmente sus escasas ganancias.
Pero en la mesa, media hora despu?s, reanud? el tema.
– Nuestra ?ltima adquisici?n, el excelente se?or Parvissimus -anunci?-, ha tenido el descaro de decirme que nuestra comedia hubiera podido ser peor, pero que dif?cilmente alguien pudiera imaginar algo as?.
Y diciendo esto hinch? sus carrillos invitando a los dem?s a re?rse de la necedad del cr?tico.
– Es muy malo -dijo ir?nicamente Polichinela, quien se mostraba tan serio como Rhodomont-. Pero es mucho peor que el p?blico haya tenido la desfachatez de pensar lo mismo que ?l.
– Son una partida de ignorantes y maleducados -dijo L?andre sacudiendo desde?osamente su bella cabeza.
– Te equivocas -dijo Arlequ?n-. Has nacido para el amor, querido amigo, pero no para la cr?tica.
L?andre que, como sabemos, era escaso de entendederas, mir? despreciativamente a su interlocutor y le pregunt?:
– Y t? ?para qu? has nacido?
– Nadie lo sabe -admiti? con candidez-. Ni tampoco se sabe por qu? nac?. Tal es el caso de muchos de nosotros, querido amigo, puedes creerme.
– Pero ?por qu? dices que L?andre se equivoca? -pregunt? Binet frustrando el principio de una bonita discusi?n.
– Porque, por regla general, siempre se equivoca. Y tambi?n porque considero al p?blico de Guichen demasiado refinado para apreciar El padre cruel.
– Ser?a m?s exacto decir -intervino Andr?-Louis, que era el verdadero causante del debate- que El padre cruel es demasiado poco refinado para el p?blico de Guichen.
– ?Cu?l es la diferencia? -pregunt? L?andre.
– Ninguna. Simplemente he sugerido que es una manera m?s feliz de decir lo mismo.
– Nuestro amigo es muy sutil -se burl? Binet.
– ?Y por qu? es un manera m?s feliz? -pregunt? Arlequ?n.
– Porque es m?s f?cil acercar El padre cruel al refinamiento del p?blico de Guichen que aproximar al p?blico de Guichen al poco refinamiento de El padre cruel.
– A ver, a ver, dejadme pensar -gimi? Polichinela llev?ndose las manos a la cabeza.
Pero desde la otra punta de la mesa, sentada entre Colombina y Madame, Clim?ne se dirigi? a Andr?-Louis:
– Le gustar?a modificar la comedia, ?no es verdad, se?or Parvissimus?
– Yo lo aconsejar?a -dijo ?l inclinando la cabeza.
– ?Y c?mo lo har?a?
– ?Yo?, pues mejor?ndola.
– ?Por supuesto! -ironiz? ella-. ?Pero c?mo?
– S?, eso, que nos diga c?mo lo har?a -rugi? Binet, a?adiendo-: Silencio, damas y caballeros, que va a hablar el se?or Parvissimus.
Andr?-Louis mir? primero al padre, luego a la hija y sonri?:
– ?Dios m?o! -exclam?-. Estoy entre la espada y la pared. Si escapo con vida de ?sta, puedo considerarme afortunado. Pero ya que insist?s, os dir? lo que har?a. Volver?a a leer el texto original de la obra, y lo escribir?a de nuevo m?s libremente.
– ?El original? ?Qu? original? -pregunt? Binet, que supuestamente era el autor de la obra.
– Pues el original, que creo que se titula El se?or de Pourceaugnac y que escribi? Moliere.
Alguien ri? disimuladamente, pero no fue el se?or Binet. Su orgullo estaba herido, y en sus ojos apareci? algo muy distinto a su habitual bondad.
– ?Me est? acusando de plagiario? -dijo finalmente-. ?Cree que le robo las ideas a Moliere?
– Siempre existe -dijo Andr?-Louis imperturbable- la posibilidad de que dos grandes artistas coincidan en su trabajo.
El se?or Binet estudi? al joven atentamente. Le hall? impenetrable y decidi? arremeter de nuevo.
– Entonces ?no ha querido decir que yo he plagiado a Moliere?
– Lo que he querido decir es que lo haga -fue la desconcertante r?plica de Andr?-Louis.
El se?or Binet se qued? pasmado.
– ?Me aconseja el plagio! ?Me aconseja a m?, Antoine Binet, que a mis a?os me vuelva un ladr?n!
– ?Es un ultraje! -clam? indignada la damisela.
– ?Un ultraje! ??sa es la palabra! Te agradezco que la hayas dicho, querida hija. O sea, se?or m?o, que conf?o en usted, le siento a mi mesa, disfruta el honor de entrar en mi compa??a, y encima tiene el atrevimiento de aconsejarme que me convierta en un ladr?n, que perpetre el peor robo que puede concebirse, el robo de las cosas espirituales, el robo de las ideas. Esto es intolerable. Temo haberme equivocado profundamente acerca de usted, del mismo modo que usted parece haberse equivocado conmigo. No soy un brib?n, como usted supone, y no quiero en mi compa??a a un hombre que se atreve a aconsejarme que lo sea. ?Es un ultraje!
Estaba col?rico. Su voz retumbaba en la peque?a habitaci?n y todos estaban amedrentados, con los ojos clavados en Andr?-Louis, que era el ?nico absolutamente tranquilo en medio de aquel hurac?n de virtuosa indignaci?n.
– ?Se da cuenta, se?or -dijo Andr?-Louis con toda su santa calma- de que est? insultando la memoria de un ilustre muerto?
– ?Eh? -exclam? Binet. Andr?-Louis argument?:
– Est? insultando la memoria de Moliere, la gloria de nuestro teatro, y una de las m?s grandes de nuestro pa?s, cuando sugiere que haya vileza en intentar lo que ni ?l ni ning?n otro gran autor vacilaron en hacer. Est? en un error si supone que Moliere se preocup? en ser original en materia de ideas. Est? en un error si cree que las historias que nos relata en sus obras nunca antes hab?an sido relatadas. Como supongo que sabe, aunque parece que lo ha olvidado moment?neamente y por eso tengo que record?rselo, la mayor?a de sus temas salieron de las obras de autores italianos, quienes a su vez los sacaron de sabe Dios d?nde. Moliere tom? esas viejas historias y las volvi? a contar adapt?ndolas a su lenguaje. Y esto es, precisamente, lo que le he aconsejado que haga. Su compa??a es una compa??a de improvisadores. Ustedes hilvanan el di?logo mientras act?an, lo cual es mucho m?s de lo que se propuso Moliere. Puede, si lo prefiere, aunque me parece que ser?a ceder a un exceso de escr?pulo, ir directamente a Boccaccio o a Sacchetti. Pero ni siquiera entonces podr?a estar seguro de haber llegado a las fuentes originales.
Despu?s de esta explicaci?n, Andr?-Louis quedaba airoso. Era un gran polemista, capaz de hacer que lo negro pareciera blanco, y viceversa. La compa??a qued? impresionada, sobre todo Binet, quien en lo sucesivo dispon?a de un argumento demoledor contra aquellos que en el futuro pudieran acusarle de plagiario, lo cual -dicho sea de paso- era en verdad. Disimuladamente, baj? la guardia y adopt? un tono m?s conciliador:
– ?Cree entonces -dijo tras la larga ovaci?n que todos dedicaron a Andr?-Louis- que nuestra comedia El padre cruel podr?a enriquecerse con una relectura de El se?or de Pourceaugnac, obra que, tras pensarlo mejor, efectivamente presenta algunas similitudes superficiales con la m?a?
– Eso pienso, siempre y cuando lo haga con prudencia. Las cosas han cambiado de Moliere ac?.
De resultas, el se?or Binet se retir? temprano, llev?ndose consigo a Andr?-Louis. Toda la noche permanecieron juntos, y el domingo por la ma?ana volvieron a reunirse.
Despu?s de comer, Binet ley? ante la compa??a reunida la nueva versi?n de El padre cruel, corregida y aumentada bajo la supervisi?n de Parvissimus. Nadie dudaba acerca de qui?n era el verdadero autor de aquel nuevo argumento. El lenguaje, la garra que ten?a la historia, hac?a que aquellos que conoc?an la obra de Moliere enseguida captaran que, lejos de aproximarse al original, el nuevo argumento se alejaba de ?l. El protagonista de Moliere, cuyo nombre daba t?tulo a la obra, hab?a devenido un papel insignificante, para gran disgusto de Polichinela, que era quien lo encarnaba. Pero los otros personajes hab?an crecido en importancia, salvo el de L?andre, que segu?a siendo igual que antes. Dos grandes papeles eran ahora el de Scaramouche, que interpretaba a Sbrigandini, y el de Pantalone, que hac?a de padre. Hab?a tambi?n un papel c?mico para Rhodomont, quien personificaba al mat?n contratado por Polichinela para aniquilar a L?andre. Y en vista de la importancia que ahora ten?a Scaramouche, la obra fue rebautizada con el t?tulo de F?garo Scaramouche. Lo cual no se consigui? sin una tenaz oposici?n por parte del se?or Binet. Pero su inexorable colaborador, que en realidad era el autor de la nueva versi?n, al fin logr? convencerlo.