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Con Polichinela a la cabeza, tocando su gran tambor, y Pierrot soplando la trompeta, todos pasaron entre dos hileras de galopines que gozaban de aquel espect?culo sin pagar nada.

Poco despu?s sonaban los tres consabidos golpes de bast?n, alz?ndose el tel?n para mostrar una lamentable escenograf?a -mezcla de jard?n con bosque- donde Clim?ne miraba febrilmente a lo lejos, aguardando impaciente la llegada de L?andre. Entre bastidores, el melanc?lico gal?n, esperaba su turno para entrar en escena. Casi inmediatamente despu?s deb?a seguirle Scaramouche.

En ese momento, Andr?-Louis experiment? una especie de v?rtigo. Trat? de repasar mentalmente el primer acto de aquella comedia de la que era autor, pero ten?a la mente en blanco. Confuso y sudoroso, retrocedi?, hasta llegar a la pared donde, bajo la d?bil luz de un l?mpara, estaba pegada una hoja de papel con un resumen del argumento de la obra. Estaba reley?ndola cuando lo cogieron por un brazo y le arrastraron violentamente hacia los bastidores. Vio vagamente el rostro grotesco de Pantalone, y escuch? su voz ronca:

– Clim?ne ha pronunciado ya tres veces la palabra que apunta tu entrada.

Antes de que pudiera darse cuenta de lo que le dec?an, fue empujado a la escena, donde permaneci? unos instantes alelado, s?bitamente deslumbrado por las candilejas. Estaba tan aturdido que una risotada tras otra fue el saludo que le dedic? el p?blico desde la plaza. Temblando un poco, cada vez m?s asustado y confundido, se qued? all?, inm?vil, recibiendo el ruidoso tributo a su estupidez. Clim?ne le miraba burlona, saboreando de antemano su humillaci?n. L?andre le contemplaba consternado, y entre bastidores, el se?or Binet, daba saltos de rabia.

– ?Maldita sea! -farfull? dirigi?ndose a los miembros de la compa??a que estaban a su alrededor, tan preocupados como ?l-. ?Qu? va a pasar cuando el p?blico descubra que este desgraciado no es un actor?

Pero el p?blico no descubri? nada. El miedo esc?nico que paralizaba a Scaramouche s?lo dur? un momento. Comprendi? que se estaban riendo de ?l, y record? que Scaramouche debe hacer re?r, pero no ser motivo de risa. Ten?a que salvar la situaci?n volvi?ndola a su favor lo mejor que pudiera. Entonces convirti? su confusi?n, su aut?ntico terror, en un terror deliberado, en una confusi?n fingida, mucho m?s exagerada y, por lo tanto, m?s divertida. Mirando en la distancia, dio a entender al p?blico que su espanto se deb?a a alguien que estaba fuera del escenario. Se escondi? detr?s de unos arbustos de cart?n pintados y, cuando las risas disminuyeron, se dirigi? a Clim?ne y a L?andre:

– Perdonadme, bella dama -dijo-, si mi brusca aparici?n os ha podido asustar. Desde mi ?ltimo problema con Almaviva, ya no soy el mismo. Tampoco lo es mi coraz?n. Cuando ven?a hacia ac?, all? en el prado, me encontr? con un viejo que llevaba un garrote, y tuve el horrible pensamiento de que pudiera ser vuestro padre y de que nuestra inocente estratagema para casaros hab?a sido descubierta. Creo que fue el garrote lo que me inspir? esa idea tan descabellada. Y no es que tenga miedo. En realidad, no tengo miedo a nada. Pero no pude menos que reflexionar que de haber sido vuestro padre, me hubiera roto la cabeza con su garrote, y todas vuestras esperanzas habr?an desaparecido conmigo. ?Qu? ser?a de vosotros sin m?, pobres chiquillos?

Las carcajadas del p?blico animaron gradualmente al reci?n estrenado actor hasta hacer que recobrara su presencia de ?nimo. Evidentemente le cre?an un c?mico consumado, mucho m?s c?mico de lo que ?l hab?a imaginado. Aquel histrionismo se deb?a en cierto modo a una circunstancia ajena a su nuevo oficio de actor. El temor a ser reconocido por alguien de Gavrillac o de Rennes, le hab?a obligado a maquillarse y disfrazarse exageradamente. Tambi?n hab?a distorsionado su voz, aprovechando el hecho de que F?garo era espa?ol. En el Liceo Louis Le Grand hab?a conocido a un espa?ol que hablaba un franc?s chapurreado, pr?digo en grotescos sonidos sibilantes. Muchas veces ?l hab?a imitado aquel dejo para hacer re?r a sus condisc?pulos. Oportunamente se hab?a acordado de aquel estudiante espa?ol, y pronunci? todo su parlamento con aquel acento. El p?blico de Guichen lo hall? tan c?mico en sus labios, como antes sus compa?eros de estudios lo hab?an hallado en labios del ridiculizado espa?ol.

Cuando Binet, entre bastidores, escuch? aquella graciosa improvisaci?n que no figuraba en el argumento, sinti? que todos sus temores se disipaban.

– ?Redi?s! -murmur?, riendo entre dientes-. ?Todo su terror era intencionado!

De todas maneras, no le cab?a en la cabeza que un hombre tan dominado por la confusi?n, como en un principio le hab?a parecido Andr?-Louis, hubiese podido recobrar su ingenio tan r?pida y eficazmente. Por eso a?n le quedaban algunas dudas.

Cuando el tel?n cay?, al finalizar el primer acto, que transcurri? con un ?xito nunca antes conocido en los anales de la compa??a -gracias al nuevo Scaramouche sobre quien reca?a el peso de aquella primera parte-, el se?or Binet acudi? al peque?o espacio que hac?a las veces de camerino para hacerle algunas preguntas a Andr?-Louis y as? salir de dudas.

All? estaba toda la compa??a reunida, felicitando al debutante. Scaramouche, un poco excitado por el ?xito -y aunque m?s tarde lo consider? una tonter?a-, aprovech? las preguntas de Binet para vengarse de Clim?ne por haber disfrutado tanto con su pasajero miedo esc?nico:

– No me extra?an tus preguntas -le dijo a Binet-. Es verdad que deb? avisarte de mi intenci?n de hacer desde el primer momento lo que se me ocurriera para predisponer al p?blico a mi favor. Pero la se?orita Clim?ne estuvo casi a punto de arruinarlo todo al negarse a corresponder al terror que yo fing?a. Ni siquiera se mostr? ligeramente asustada. La pr?xima vez, se?orita, avisar? por anticipado todas y cada una de mis intenciones.

La joven se ruboriz? a pesar del maquillaje que embadurnaba su rostro. Pero cuando se dispon?a a contestarle, tuvo que aguantar la rega?ina de su padre, que la culpaba con tanta m?s energ?a cuanto que ?l mismo se hab?a dejado enga?ar por la que ahora se juzgaba como suprema actuaci?n de Scaramouche.

El ?xito de Scaramouche en el primer acto, se repiti? a lo largo de toda la funci?n. Completamente due?o de s? mismo, y con el est?mulo que s?lo da el ?xito, se super? a s? mismo. Imprudente, astuto, gracioso, encarnaba el aut?ntico arquetipo de Scaramouche sin dejar de poner en el personaje mucho de lo que recordaba de Beaumarchais. De este modo, los m?s enterados del p?blico notaban algo del verdadero F?garo, lo cual les hac?a sentirse en contacto con el gran mundo de la capital.

Cuando el tel?n cay? definitivamente, Scaramouche y Clim?ne participaron de los honores del ?xito de aquella noche saliendo a saludar a escena m?s de una vez, pues los espectadores coreaban pidiendo que salieran de detr?s de las cortinas.

M?s tarde, cuando ya el p?blico se retiraba, el se?or Binet se acerc? a Andr?-Louis frot?ndose las gruesas manos. Con aquel joven abogado hab?a llegado la suerte. El inesperado ?xito de Guichen, sin parang?n en la historia de aquella compa??a de la legua, se repetir?a y aumentar?a en otros lugares. Ya se hab?a acabado eso de acampar y dormir a la sombra de los ?rboles y en los graneros. La adversidad hab?a quedado atr?s. Binet le puso una mano en el hombro a Scaramouche, y lo contempl? con una sonrisa aduladora que ni la pintura roja de sus mejillas, ni la colosal nariz postiza, pudieron disimular.

– ?Y ahora, qu? me dices? -le pregunt?-. ?Me equivoqu? al asegurarte que tendr?as ?xito? ?Crees que llevo toda una vida en el teatro para no saber descubrir a un actor nato? Te he descubierto, Scaramouche. Te he descubierto incluso ante ti mismo, te he puesto en el camino de la fama y la fortuna. Y espero que me lo agradezcas.

Scaramouche se ri?, pero no era una risa del todo agradable.

– ?Siempre ser?s Pantalone! -dijo.

El gran rostro de Binet se nubl?.

– Veo que a?n no has olvidado mi peque?a estratagema que al fin y al cabo ha servido para hacerte justicia a ti mismo. ?Perro ingrato! El ?nico prop?sito que me anim? era conseguir tu triunfo. Si sigues haci?ndolo as? de bien, llegar?s hasta Par?s. Podr?s entrar en la Comedia Francesa, y rivalizar con Taima, con Fleury y con Dugazon. Cuando eso ocurra, tal vez sentir?s la gratitud que le debes al viejo Binet. Porque todo se lo debes a este viejo tonto, pero de buen coraz?n.

– Si fueras tan buen actor en la escena como lo eres en la ida privada -dijo Scaramouche-, hace tiempo que hubieras entrado por la puerta grande en la Comedia Francesa. Pero no te guardo rencor, Binet.

Y se ech? a re?r, tendi?ndole una mano que Binet estrech? efusivamente.

– Me alegro -declar? el director de la compa??a-. Tengo grandes planes para ti, muchacho. Ma?ana iremos a Maure, donde hay feria este fin de semana. El lunes nos presentaremos en Pipriac. Y despu?s, ya veremos. Es posible que est? a punto de realizarse el sue?o de mi vida. Creo que esta noche hemos tenido una recaudaci?n de unos quince luises. Pero… ?d?nde diablos est? ese pillo de Cordemais?

Cordemais era el nombre verdadero del antiguo Scaramouche, que tan inoportunamente se hab?a torcido el pie. El hecho de que Binet le llamara por su nombre real indicaba a las claras que en la compa??a hab?a dejado de ser para siempre el int?rprete de Scaramouche.

– Vamos a buscarle y luego brindaremos en la posada con una botella de Borgo?a. O tal vez con dos botellas…

Pero no encontraron a Cordemais. Ninguno de los miembros de la compa??a le hab?a visto desde el final de la funci?n. El se?or Binet se dirigi? a la entrada. All? tampoco estaba. Al principio, Binet se disgust?, y despu?s, mientras gritaba en vano su nombre, empez? a inquietarse. Por ?ltimo, cuando Polichinela, descubri? la muleta de Cordemais, abandonada detr?s de la puerta de la taquilla, el se?or Binet se alarm? en serio. La terrible sospecha que le asalt? le hizo palidecer incluso bajo la capa de maquillaje rojo.

– Pero si esta noche no pod?a caminar sin muleta -grit?-. ?C?mo la ha dejado aqu? y se ha marchado?

– Tal vez ha ido a la posada -sugiri? alguien.

– Pero si no pod?a andar sin la muleta -insisti? Binet.

Como era evidente que no estaba en el teatro improvisado en la plaza, ni en todo el espacio que abarcaba el mercado, todos decidieron ir a la hospeder?a donde ensordecieron a la posadera con sus preguntas.

– S? -contest? ella-. El se?or Cordemais estuvo por aqu? hace ya bastante rato.