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– De acuerdo, mi querido Scaramouche, fue una suerte para ambos que nos conoci?ramos.

– Para ambos -repiti? Scaramouche con ?nfasis-. Eso mismo quer?a yo decir. As? que no creo que vayas a entregarme a la polic?a.

– ?C?mo puedes creerme capaz de semejante cosa? Me tomas el pelo, querido Scaramouche. Te pido que nunca volvamos a aludir a esa broma.

– Ya est? olvidada -dijo Andr?-Louis-. Y ahora volvamos a mi propuesta. Si me voy a convertir en el arquitecto de tu fortuna, si realizo todo lo que he planeado, en esa misma medida, debo ser tambi?n mi propio arquitecto.

– ?En la misma medida? -Binet frunci? el ce?o.

– Exactamente. A partir de hoy los negocios de esta compa??a se har?n en su debida forma, y llevaremos un libro de caja donde se anote la entrada y salida del dinero.

– Yo soy un artista -dijo el se?or Binet con orgullo-. No soy un tendero.

– Hay un aspecto comercial en tu arte, y hay que llevarlo de forma comercial. He pensado en todo, as? que no te molestar? con detalles que podr?an perturbar el ejercicio de tu arte. Lo ?nico que tienes que decir es s? o no a mi proposici?n.

– ?Y en qu? consiste?

– En que yo sea tu socio a partes iguales en los beneficios de la compa??a.

El mofletudo rostro de Pantalone palideci?, sus ojillos se abrieron desmesuradamente escudri?ando el rostro de su interlocutor. Entonces estall?:

– ?Tienes que estar loco para hacerme una proposici?n tan monstruosa!

– Admito que hay en ella cierta injusticia. Pero ya he pensado en eso. Por ejemplo, no ser?a justo que adem?s de todo lo que me propongo hacer, tambi?n haga el papel de Scaramouche y escriba nuestros argumentos sin ninguna recompensa, aparte de las ganancias que recibir?a como socio. Por ello, antes de que haya beneficios que repartir, debes pagarme un salario como actor, y una peque?a suma por cada argumento que escriba para la compa??a. Esta medida nos conviene a los dos. Del mismo modo, recibir?s un sueldo por tu interpretaci?n de Pantalone. Despu?s de abonados estos gastos, as? como el salario de los dem?s actores y otros gastos de viaje, alojamiento, etc., el resto ser? el beneficio que dividiremos a partes iguales entre los dos.

L?gicamente el se?or Binet se resisti? a aceptar aquella proposici?n y contest? con un no rotundo.

– En ese caso, amigo m?o -dijo Scaramouche-, abandono la compa??a ma?ana mismo.

Binet mont? en c?lera. Habl? de ingratitud en t?rminos sentimentales, y volvi? a aludir veladamente a aquella broma que hac?a referencia a la polic?a y que hab?a prometido no volver a mencionar.

– Puedes hacer lo que quieras, incluso el papel de sopl?n, si te gusta. Pero entonces te ver?s definitivamente privado de mis servicios, y sin m? no eres nada, del mismo modo que no eras nada antes de que yo me uniera a tu compa??a.

El se?or Binet dijo que le importaban un comino las consecuencias. ?l le ense?ar?a a aquel descarado abogado de provincia que al se?or Binet nadie le impon?a nada. Scaramouche se puso en pie.

– Muy bien -dijo entre indiferente y resignado-. Como quieras. Pero antes de actuar, cons?ltalo con la almohada. A la clara luz de la ma?ana, podr?s ver nuestros proyectos en su justa dimensi?n. El m?o promete fortuna para los dos. El tuyo anuncia ruina tambi?n para los dos. Buenas noches, se?or Binet. Que el cielo te ayude a tomar la decisi?n acertada.

Finalmente, al se?or Binet no le qued? m?s remedio que rendirse ante la firme resoluci?n demostrada por Andr?-Louis. Desde luego, hubo m?s discusiones y el obeso Pantalone no se dej? convencer sino despu?s de mucho regatear, cosa que no dejaba de sorprender en alguien que se consideraba un artista y no un tendero. Por su parte, Andr?-Louis hizo un par de concesiones: renunciar a los honorarios de sus argumentos y acceder a que el se?or Binet percibiera un salario exageradamente superior a sus m?ritos.

Pero finalmente la cuesti?n qued? zanjada. El arreglo se anunci? a la compa??a y, como era de esperar, eso provoc? envidias y resentimientos. Pero nada grave, pues todo se disip? como por ensalmo cuando se supo que bajo la nueva administraci?n aumentar?an los salarios de todos los miembros de la compa??a. A esto se hab?a opuesto tenazmente el se?or Binet. Pero no hab?a quien pudiera con el invencible Scaramouche.

– Si hemos de actuar en el Teatro Feydau, necesitamos una compa??a decorosa y no una cuadrilla de aduladores rastreros. Cuanto mejor les paguemos, mejor trabajar?n para nosotros.

As? se desvaneci? el resentimiento en la compa??a. Todos, desde los primeros actores hasta los m?s insignificantes, aceptaron el dominio de Scaramouche, un dominio tan s?lido que hasta el propio Binet deb?a someterse a ?l.

Todos lo aceptaron menos Clim?ne, pues su fracasado intento de subyugar a aquel advenedizo que apareci? cierta ma?ana en las afueras de Guichen, hab?a aumentado su aparente desd?n hacia ?l. Ella protest? por la formaci?n de la nueva sociedad, se encoleriz? con su padre hasta llegar a llamarle «est?pido», de resultas de lo cual el se?or Binet perdi? los estribos y le dio un cachete. Clim?ne anot? tambi?n este disgusto entre los agravios infligidos por Scaramouche, y aguardaba la ocasi?n para ajustarle cuentas. Pero las ocasiones no se presentaban con frecuencia. Scaramouche estaba cada vez m?s ocupado. Durante la semana que permanecieron en Fougeray, apenas se le ve?a salvo en las representaciones, y una vez llegados a R?don, iba y ven?a, raudo como el viento, del teatro a la posada y viceversa.

El experimento de R?don sali? a pedir de boca. Estimulado por ese ?xito, Andr?-Louis trabaj? d?a y noche durante el mes que pasaron en aquella industriosa y peque?a ciudad. Era una buena temporada, ya que el comercio de casta?as, cuyo centro est? en R?don, se hallaba a la saz?n en todo su apogeo. Cada tarde el peque?o teatro se llenaba, pues los casta?eros divulgaban la fama de la compa??a por toda la comarca, y el p?blico se renovaba con gente de las cercan?as y de pueblos m?s lejanos. Para evitar que las ganancias disminuyeran, Andr?-Louis escrib?a una nueva comedia cada semana. Adem?s de las dos que ya hab?a estrenado, escribi? tres cuyos t?tulos eran El matrimonio de Pantalone, El amante t?mido y El terrible capit?n. Sobre todo, esta ?ltima auguraba un ?xito rotundo. Inspirada en el Miles gloriosus de Plauto, permit?a que Rhodomont y Scaramouche se lucieran, aqu?l como capit?n y ?ste como su ayudante. Parte de este logro se debi? a la habilidad de Andr?-Louis al ampliar los argumentos indicando minuciosamente las l?neas que seguir?an el di?logo y repartiendo algunos trozos de estos parlamentos, aunque sin exigir que los actores los siguieran al pie de la letra.

Simult?neamente, mientras el negocio iba viento en popa, tambi?n se ocupaba de los sastres y decoradores, mejorando el vestuario de la compa??a, que tanto lo necesitaba. Encontr? una pareja de actores en apuros econ?micos, y los contrat? para papeles secundarios, como los de boticarios o notarios, haciendo que en sus ratos de ocio pintaran el nuevo decorado, que deb?a estar listo para la conquista de Nantes, a principios de a?o. Andr?-Louis nunca hab?a trabajado tanto. Su impetuoso entusiasmo era tan inagotable como su buen humor. Iba y ven?a, actuaba, escrib?a, creaba, dirig?a, planeaba y ejecutaba mientras Binet se ocupaba de descansar, beber Borgo?a todas las noches, comer pan blanco y otros manjares exquisitos, sin dejar de felicitarse por su astucia al asociarse con aquel joven infatigable. Tras descubrir cuan vanos eran sus temores a actuar en R?don, ahora empezaba a perderle el miedo a entrar con su compa??a en Nantes.

Ese optimismo se reflejaba en todos los miembros de la compa??a, menos en Clim?ne. La joven ya no miraba con desd?n a Scaramouche, pues comprend?a que sus desaires no lograban zaherirlo. Pero a medida que se reprim?a, aumentaba su resentimiento, y buscaba a toda costa alg?n desahogo.

Un buen d?a, despu?s de terminada la funci?n, Clim?ne busc? la manera de encontrarse con Andr?-Louis cuando ?ste saliera del teatro. Los dem?s se hab?an ido ya y ella volvi? con el pretexto de haber dejado olvidada alguna cosa.

– ?Puede saberse qu? te he hecho yo? -le pregunt? ella sin ambages.

– ?Hacerme t? a m?? -se sorprendi? Andr?-Louis.

La joven gesticul? impaciente.

– ?Por qu? me odias?

– ?Odiarte, yo? No odio a nadie. Es la m?s est?pida de las emociones. Nunca he odiado a nadie… ni siquiera a mis enemigos.

– ?Qu? cristiano tan resignado!

– ?Por qu? iba a odiarte?… ?Si te considero adorable! No me canso de envidiar a L?andre. Hasta he pensado seriamente en ponerle a hacer el papel de Scaramouche y pasar yo al de gal?n.

– No creo que tuvieras ?xito -dijo ella.

– Eso es lo ?nico que me detiene. Y sin embargo, considerando la inspiraci?n de L?andre en su papel, no parece dif?cil triunfar…

– ?A qu? inspiraci?n te refieres?

– A la de actuar con una Clim?ne tan adorable.

Los ojos de la actriz escudri?aron el rostro de Andr?-Louis.

– ?Me est?s tomando el pelo! -dijo y entr? en el teatro en busca del objeto supuestamente olvidado. No hab?a nada que hacer con aquel joven. No ten?a sentimientos. No era como los dem?s.

Cinco minutos despu?s, cuando la muchacha sali? del teatro, lo encontr? donde mismo lo hab?a dejado, junto a la puerta.

– ?Todav?a est?s aqu?? -pregunt? con aire de suficiencia.

– Te estaba esperando. Supongo que vas a la posada. Si me permites que te acompa?e…

– ?Cu?nta galanter?a! ?Cu?nta condescendencia!

– ?Acaso prefieres que no te acompa?e?

– ?C?mo voy a preferir eso, se?or Scaramouche? Sabes muy bien que ambos seguimos el mismo camino y la calle es libre para todos. Lo que me confunde es el raro honor que me haces.

?l mir? atentamente el rostro de la damisela, y advirti? una sombra de dignidad ofendida. Se ech? a re?r.

– Tal vez tem?a que ese honor no fuera de tu agrado.

– ?Ah! Ahora lo entiendo -exclam? ella-. Quiz? pensaste que yo deb?a ped?rtelo. Que soy yo quien deber?a cortejar a un hombre, y no al rev?s como yo cre?a. Te pido excusas por mi ignorancia.

– Te diviertes siendo cruel conmigo -dijo Scaramouche-. Pero no importa. ?Caminamos?

Salieron juntos y anduvieron deprisa para protegerse contra el aire fr?o de la noche. Caminaron un rato en silencio, aunque mir?ndose mutuamente a hurtadillas.

– ?Dec?as que soy cruel? -dijo ella al fin, pues la acusaci?n le hab?a dolido. ?l la mir? sonriendo.

– ?Puedes negarlo?

– Eres el primer hombre que me acusa de eso.