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Cuando Andr?-Louis ley? el peri?dico durante el desayuno, se ri? para s?, pues no se enga?aba acerca de la falsedad de aquella afirmaci?n. La novedad de su anterior art?culo, y la presuntuosidad que entra?aba, hab?a conseguido enga?arlos lindamente. Se volvi? para saludar a Binet y a Clim?ne que entraban en aquel momento, y les agit? el peri?dico por encima de su cabeza.

– La cosa marcha bien -anunci?-. Permaneceremos en Nantes hasta Pascua Florida.

– ?De veras? -dijo Binet secamente-. Para ti todo marcha siempre muy bien.

– Puedes leerlo t? mismo -dijo Scaramouche tendi?ndole el peri?dico.

El se?or Binet ley? el art?culo con el ce?o fruncido y lo dej? en silencio para dedicarse a su desayuno.

– ?Ten?a raz?n, s? o no? -pregunt? Andr?-Louis, quien sospech? algo extra?o en la conducta de Binet.

– ?En qu??

– En querer venir a Nantes.

– Si no lo hubiera cre?do as?, no estar?amos aqu? -dijo Binet.

At?nito, Andr?-Louis dej? el tema.

Despu?s del desayuno, Scaramouche y Clim?ne salieron a tomar el aire por los muelles. Era un d?a soleado, menos fr?o que los anteriores. Colombina se uni? a ellos, aunque su indiscreci?n qued? atenuada por la presencia de Arlequ?n, quien corri? hasta alcanzarla.

Andr?-Louis iba delante con Clim?ne, hablando de algo que empezaba a preocuparle.

– ?ltimamente tu padre se comporta conmigo de un modo muy raro -dijo-. Casi como si s?bitamente me odiara.

– Son imaginaciones tuyas -repuso ella-. Mi padre, al igual que todos, te est? muy agradecido.

– Lo que demuestra es cualquier cosa menos agradecimiento. Est? furioso conmigo, y creo que s? cu?l es el motivo. ?T? no? ?Puedes adivinarlo?

– No puedo.

– Si fueras mi hija, Clim?ne, y gracias a Dios que no lo eres, detestar?a al hombre que te separase de m?. ?Pobre Pantalone! Cuando le dije que quer?a casarme contigo, me llam? «bandido».

– Y ten?a raz?n. Scaramouche siempre ha sido un mentiroso y un bandido.

– Forma parte de la naturaleza de mi personaje -dijo ?l-. Tu padre siempre ha querido que actuemos seg?n nuestro propio temperamento.

– S?. Por eso t?, al igual que Scaramouche, tomas cuanto deseas -dijo ella con una expresi?n a medias cari?osa y a medias t?mida.

– Es posible -dijo ?l-. Es verdad que le arranqu? a la fuerza el consentimiento para nuestro matrimonio. No quise esperar a que me lo diera. De hecho, cuando se neg?, se lo arrebat?, y si ahora quiere quit?rmelo, lo desafiar?. Me parece que esto es lo que m?s le duele.

Clim?ne se ech? a re?r y empez? a responderle animadamente. Pero ?l no pudo o?r ni una sola palabra de lo que dec?a. A trav?s de los coches que iban y ven?an por los muelles, un carruaje, cuyo techo era casi todo de cristal, se acercaba a ellos. Dos magn?ficos caballos tiraban de ?l y el cochero iba elegantemente vestido.

En el coche iba sola una joven esbelta con un abrigo de pieles, y su rostro era de una delicada belleza. La joven se asom? a la ventanilla, boquiabierta y con los ojos clavados en Scaramouche, quien se qued? mudo, inm?vil.

Clim?ne, a mitad de su frase, tambi?n se detuvo tirando de la manga de su prometido.

– ?Qu? sucede, Scaramouche?

Pero ?l no contest?. Y en ese momento, el cochero, a quien la joven hab?a avisado, detuvo el carruaje junto a ellos. Al ver el espl?ndido coche, las blasonadas portezuelas, el majestuoso cochero y el lacayo de blancas medias de seda que inmediatamente salt? al detenerse el veh?culo, su refinada ocupante le pareci? a Clim?ne una princesa de cuento de hadas. Ahora aquella princesa, inclin?ndose, con los ojos resplandecientes y las mejillas ruborizadas, le tend?a a Scaramouche una mano exquisitamente enguantada.

– ?Andr?-Louis! -le llam?.

Scaramouche tom? la mano de aquella egregia criatura del mismo modo que hubiera tomado la de Clim?ne, con unos ojos radiantes que reflejaban la alegr?a de la dama del coche y una voz que hac?a eco a la alborozada sorpresa que tintineaba en la de aquella joven, ?l la llam? familiarmente por su nombre, como ella hab?a hecho con ?class="underline"

– ?Aline!

CAP?TULO VIII El sue?o

– ?Abrid la puerta! -orden? Aline a su lacayo. Y despu?s, a Andr?-Louis-: ?Sube, si?ntate a mi lado! -Un momento, Aline.

Scaramouche se volvi? a su novia, que no sal?a de su estupor, lo mismo que Arlequ?n y Colombina, que ven?an atr?s y en ese momento llegaban junto al carruaje.

– ?Me permites, Clim?ne? -dijo ?l m?s como orden que como ruego-. Afortunadamente no est?s sola, Arlequ?n y Colombina te har?n compa??a. ?Hasta la vista, esp?rame para comer! Y sin esperar respuesta, subi? al coche. El lacayo cerr? la portezuela, el cochero hizo restallar el l?tigo, y el carruaje parti? a lo largo del muelle, dejando atr?s a los tres c?micos boquiabiertos. Entonces, Arlequ?n solt? una carcajada. -Nuestro Scaramouche es un pr?ncipe disfrazado -dijo. Colombina aplaudi? mientras dec?a risue?amente: -?Esto es como una novela para ti, Clim?ne! ?Qu? maravilloso!

Clim?ne depuso el ce?o y su resentimiento devino turbaci?n.

– Pero ?qui?n es ella?

– Por supuesto, su hermana -dijo Arlequ?n de lo m?s seguro.

– ?Su hermana? ?Y t? c?mo lo sabes?

– Yo s? lo que ?l te dir? cuando vuelva.

– Pero ?por qu??

– Porque no le creer?as si te dijera que esa dama es su madre.

Mientras ve?an alejarse el lujoso carruaje, caminaron en la misma direcci?n. Dentro del coche Aline miraba a Andr?-Louis muy seria, con la boca ligeramente crispada y frunciendo las cejas.

– Te codeas con gente muy exc?ntrica -fue lo primero que dijo-. Si no me equivoco, la que te acompa?aba era la se?orita Binet del Teatro Feydau.

– No te equivocas. Pero no sab?a que la se?orita Binet fuera ya tan famosa.

– ?Oh! ?Y eso qu? importa?… -Aline se encogi? de hombros, y con tono desde?oso, explic?-: Lo que pasa es que anoche estuve en la funci?n. Por eso la he reconocido. -?Estuviste anoche en el Teatro Feydau? ?No te vi!

– ?T? tambi?n estabas all??

– ?Que si estaba? -grit? ?l para luego cambiar abruptamente de tono-: S?, estaba all?.

En cierto modo le repugnaba confesar que hab?a descendido a lo que ella considerar?a poco menos que los bajos fondos, pero al mismo tiempo estaba satisfecho de comprobar que su disfraz y su voz le hac?an irreconocible incluso para alguien como Aline, que lo conoc?a desde ni?o.

– Comprendo -dijo ella poni?ndose m?s seria.

– ?Qu? es lo que comprendes?

– La extra?a fascinaci?n que ejerce la se?orita Binet. Es natural que estuvieras anoche en el teatro. Tu tono de voz te ha delatado. Me decepcionas, Andr?. Tal vez sea est?pido de mi parte, pues revela el poco conocimiento que tengo de los hombres. Sin embargo, no ignoro que la mayor?a de los j?venes modernos encuentran un irresistible atractivo en ese tipo de mujer. Pero no lo esperaba de ti. Fui lo bastante tonta para imaginar que eras distinto, que estabas por encima de esos amor?os triviales. Cre?a que eras un idealista.

– Pura lisonja.

– Ya lo veo. Pero eso me hiciste creer. Hablabas tanto de moral, siempre filosofando con tanta naturalidad, que me enga?aste. Tu hipocres?a era tan perfecta que jam?s sospech? de ti. Y eres tan buen actor que me sorprende que no te hayas unido a la compa??a de la se?orita Binet.

– En realidad, formo parte de ella.

Eligiendo de dos males el menor, Andr?-Louis sinti? la necesidad de confesar. Al principio, Aline se mostr? incr?dula, luego consternada, y por ?ltimo, disgustada.

– Por supuesto -dijo Aline al cabo de una pausa-. As? tienes la ventaja de estar siempre cerca de ella.

– ?sa fue s?lo una de las razones. Hubo otra. Obligado a elegir entre el teatro y la horca, comet? la incre?ble debilidad de preferir el tablado del teatro antes que el del cadalso. Te parecer? indigno de un hombre de mis altos ideales. Pero ?qu? quer?as que hiciera? Al igual que otros ide?logos, me he convencido de que es m?s f?cil predicar que dar ejemplo. ?Quieres que me baje del carruaje para que no te contamines con mi abyecta persona? ?O quieres que te cuente todo lo que ocurri??

– Cu?ntamelo todo primero. Despu?s decidiremos.

?l le cont? c?mo hab?a encontrado la Compa??a Binet y c?mo la aparici?n de los soldados le hab?a impulsado a ver en ella un refugio donde ocultarse hasta que la situaci?n se calmara. Esta explicaci?n deshizo la actitud glacial de la joven.

– ?Pobre Andr?-Louis! ?Por qu? no me lo dijiste antes?

– Porque no me diste tiempo y, adem?s, porque tem? molestarte con el espect?culo de mi denigraci?n.

– Pero ?por qu? no nos mandaste aviso de tu paradero? -protest? ella en tono severo.

– Ayer fue que pens? en hacerlo. Antes vacil? por varios e importantes motivos.

– ?Cre?ste que tu nueva profesi?n podr?a ofendernos?

– Cre? que ser?a mejor sorprenderos con la magnitud de mi ?xito final.

– ?Eso quiere decir que piensas convertirte en un gran actor? -pregunt? Aline casi con desprecio.

– Es muy posible. Pero me interesa m?s llegar a ser un gran autor. No hagas esa mueca de asco. Es un oficio muy honrado. Todo el mundo se enorgullece de conocer a hombres como Beaumarchais y Ch?nier.

– ?Piensas igualarlos?

– Pienso superarlos, aunque reconozco que fueron ellos quienes me trazaron el camino. ?Qu? te pareci? la funci?n de anoche?

– Muy divertida y muy bien concebida.

– Pues te presento al autor.

– ?T?? ?Pero no es una compa??a de improvisadores?

– Hasta los que improvisan necesitan un autor que trace el argumento, un resumen de las situaciones, de los di?logos, las entradas y salidas de actores. Eso es lo que hasta ahora me limito a escribir. Pero no tardar? en crear obras de un estilo m?s moderno.

– Te enga?as, mi pobre Andr?. La obra de anoche no hubiera sido nada sin los actores. Ten?is la suerte de contar con vuestro Scaramouche.

– Confidencialmente, te lo presento.

– ?T?? ?Tambi?n eres Scaramouche?

La joven se volvi? para mirarlo de frente. ?l sonri? levemente y asinti? con un gesto.

– ?Y c?mo no fui capaz de reconocerte!

– Te agradezco el elogio. Supongo que imaginaste que mi empleo en la compa??a ser?a de tramoyista. Y, ahora que lo sabes todo, ?qu? pasa en Gavrillac? ?C?mo est? mi padrino?