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Estaba bien, seg?n ella le cont?, y aunque profundamente indignado por su fuga, en el fondo, lo que m?s le preocupaba era su suerte.

– Hoy le escribir? que te he visto -agreg? Aline.

– Dile que estoy bien y que prospero. Pero no le digas nada m?s. Ni tampoco en qu? me gano la vida. Tambi?n ?l tiene sus prejuicios y hay que ser prudente. Y ahora, una pregunta que quiero hacerte desde que sub? a tu carruaje. ?Por qu? est?s en Nantes, Aline?

– Estoy de visita en casa de mi t?a, la se?ora de Sautron. Con ella fui anoche al teatro. Nos aburr?amos en el castillo, pero ahora todo ser? diferente. Mi t?a recibir? hoy, entre otras, la visita de La Tour d'Azyr.

Andr?-Louis suspir? fastidiado.

– Aline, ?te han contado alguna vez c?mo mataron a Philippe de Vilmorin?

– S?. Primero me lo cont? mi t?o, y luego el propio marqu?s.

– ?Y eso no te decidi? a poner en duda el proyecto matrimonial?

– ?Qu? pod?a hacer yo? Olvidas que no soy m?s que una mujer. ?Esperabas que juzgara asuntos de esa naturaleza que son propios de los hombres?

– ?Por qu? no? Puedes hacerlo perfectamente, sobre todo porque has o?do a las dos partes. Lo que te cont? mi padrino es la verdad. Si no juzgas es porque no quieres -su tono se volvi? duro-. Cierras los ojos a la justicia, que ser?a lo ?nico que podr?a detenerte en tu enfermiza y artificial ambici?n.

– ?Excelente! -exclam? ella mir?ndolo burlonamente-. ?Sabes que eres pat?tico? No te averg?enza que te encuentre entre la vulgar far?ndula, y del brazo de una fulana de teatro, y ahora me echas un serm?n.

– Aunque mis compa?eros fueran vulgares, aun as? podr?a aconsejarte desde el respeto y la devoci?n que te tengo -dijo Andr?-Louis con austeridad-. Pero no estoy entre personas vulgares. Una actriz puede ser honrada y virtuosa, cosa imposible en una dama que se ofrece en matrimonio por ambici?n, para alcanzar posici?n, riqueza y t?tulos nobiliarios.

Ella se puso p?lida de c?lera, y se dispuso a tirar del cord?n de la campanilla.

– Creo que lo mejor ser? que bajes del coche y vayas a practicar la virtud en la alegre compa??a de esa mujerzuela de teatro.

– No permitir? que hables de ella en esos t?rminos.

– Vaya, ahora resulta que vamos a enfadarnos por su culpa. ?Te he parecido poco delicada al hablar de ella? ?C?mo debo nombrarla, como una…?

– Si quieres nombrarla de alg?n modo -interrumpi? ?l con osad?a-, hazlo con el respeto que deber?as a mi esposa.

El asombro suaviz? la c?lera de la joven, pero su palidez aument?.

– ?Oh, Dios m?o! -dijo mir?ndole horrorizada-. ?Te has casado con… con esa…?

– Todav?a no, pero lo har? muy pronto. Y d?jame decirte que esa joven a quien, en tu ignorante desd?n, insultas, es tan buena y tan pura como t?, Aline. Su talento la ha colocado en el lugar que ocupa y la llevar? mucho m?s lejos. Y es una perfecta mujer que se gu?a ?nicamente por su instinto natural a la hora de elegir a su c?nyuge.

Temblando de ira, Aline tir? del cord?n.

– ?Baja ahora mismo del coche! -dijo en?rgica-. ?C?mo te atreves a compararme con esa…?

– … con esa mujer que muy pronto ser? mi esposa -complet? ?l antes de que ella pudiera rematar su insulto. Acto seguido abri? la portezuela, sin esperar al lacayo, y salt? a la calle, desde donde le dijo:

– Saluda de mi parte al asesino con el que te vas a casar. ?Hala, hala! -le grit? al cochero tras cerrar de golpe la portezuela.

Y el carruaje se alej? por el Faubourg Gigan dejando atr?s a Andr?-Louis temblando de rabia. Gradualmente, a medida que se acercaba a la posada, su furor fue aplac?ndose. Y as? hasta que acab? perdonando a su amiga. Ella no ten?a la culpa de pensar como pensaba. Su educaci?n hac?a que viera a todas las actrices como mujerzuelas, del mismo modo que ve?a como un acto honrado el monstruoso matrimonio de conveniencia al que la induc?an.

Cuando lleg? a la posada encontr? a toda la compa??a sentada a la mesa. No m?s entrar se hizo un repentino silencio, as? que sospech? que hab?an estado hablando de ?l. Arlequ?n y Colombina hab?an hecho correr de boca en boca el cuento de un pr?ncipe disfrazado, recogido por el carruaje de una princesa, y la fant?stica historia no hac?a m?s que crecer a medida que la contaban una y otra vez.

Clim?ne hab?a permanecido callada y pensativa, cavilando acerca de lo que Colombina llamaba su novela rom?ntica. Evidentemente su Scaramouche no era lo que parec?a, pues de otro modo no hubiera tratado con tanta familiaridad a aquella gran se?ora, ni ella a ?l. Ella lo hab?a amado tal como cre?a que era, y ahora iba a recibir la recompensa por su desinteresado afecto.

Hasta la secreta hostilidad del viejo Binet contra Andr?-Louis se hab?a extinguido ante aquella revelaci?n y le pellizc? cari?osamente el l?bulo de la oreja a su hija, dici?ndole:

– ?Aja! As? que fuiste capaz de descubrirlo a pesar de su disfraz.

El comentario la ofendi?.

– De ninguna manera -dijo-. Siempre cre? que era lo que aparentaba ser.

Su padre le gui?? un ojo con picard?a y se ech? a re?r.

– S?, por supuesto. Pero siendo hija de tu padre, que es tambi?n un caballero y conoce sus modales, descubriste una sutil diferencia entre ese joven y los que hasta ahora, por desgracia, te hab?an rodeado. T? sabes tan bien como yo que ese aire altanero, esa capacidad de mandar que ?l posee, no se adquieren en un mohoso bufete de abogados, y que su forma de hablar y sus ideas no son las del burgu?s que ?l pretende ser. Eres muy sagaz, Clim?ne. Estoy orgulloso de ti.

Ella le volvi? la espalda d?ndole la callada por respuesta. Las palabras de su padre la ofend?an. Obviamente Scaramouche era un gran caballero, un poco exc?ntrico si se quiere, pero de ilustre cuna. Y cuando ella fuera su esposa, su padre tendr?a que tratarla de otro modo.

Cuando Andr?-Louis entr? en el comedor del hotel, por primera vez ella le mir? t?midamente. S?lo entonces advirti? el garbo que desplegaba al andar y esa gentileza en los ademanes que s?lo poseen los que en su adolescencia tuvieron profesores de baile y maestros de esgrima.

Y casi le irrit? verle tratar a Arlequ?n como a un igual, y mucho m?s ver c?mo Arlequ?n trataba con la misma confianza de siempre a aquel caballero, m?xime ahora que sab?a qui?n era.

CAP?TULO IX El despertar

– Todav?a estoy esperando la explicaci?n que me debes -le dijo Clim?ne cuando se quedaron solos en la sobremesa de aquella comida a la que Andr?-Louis hab?a llegado tan tarde. ?l llenaba su pipa, pues desde que era actor se hab?a acostumbrado a fumar. Los dem?s c?micos hab?an salido, unos para tomar el aire, otros, como Binet y Madame, para que Andr?-Louis pudiera explicarle a solas a Clim?ne algo que a ?l no le parec?a tan importante. Con toda su santa paciencia, encendi? la pipa y frunci? el ce?o:

– ?Explicar qu??

– Explicar el secreto que ocultas a todos, incluy?ndome a m?.

– ?Qu? secreto?

– ?Acaso no es un secreto ocultar a tu futura esposa tu verdadera identidad? ?No lo es hacerte pasar por un abogaducho de provincia, cosa que se ve a la legua que no eres? Me parece muy rom?ntico, pero… en fin, ?te quieres explicar?

– Entiendo -dijo ?l soltando la pipa-. Si hay alg?n secreto en mi vida que no te haya contado ya, es porque no lo considero importante. Pero est?s equivocada, jam?s he pretendido ser lo que no soy. Y no soy ni m?s ni menos que lo que parezco ser.

Esta persistencia empez? a enojar a Clim?ne, alter?ndole la voz y enrojeci?ndole el rostro.

– Y esa fina dama de la nobleza a la que tratas con tanta confianza y que te ha llevado en su coche, mostrando por cierto muy poca consideraci?n para conmigo, ?qui?n es?

– Es como una hermana para m? -dijo ?l.

– ?Como una hermana! -Clim?ne estaba indignada-. ?Arlequ?n nos dijo que dir?as eso, y le divert?a mucho, pero yo no le veo la gracia! Supongo que esa especie de hermana tendr? alg?n nombre…

– Claro. Es la se?orita Aline de Kercadiou, sobrina de Quint?n de Kercadiou, se?or de Gavrillac.

– ?Oh! Un nombre de mucha alcurnia y abolengo para ser una especie de hermana tuya.

Por primera vez desde que se conoc?an, Andr?-Louis not? en la joven actriz un matiz de vulgaridad que no le gust? nada.

– Para ser m?s exactos, tal vez deb? decir que es una supuesta prima.

– ?Una supuesta prima! ?Y me puedes explicar qu? clase de parentesco es ?se?

– Eso exige una explicaci?n.

– Eso es exactamente lo que te pido, aunque pareces reacio a dar explicaciones.

– ?Oh, no se trata de eso! Simplemente es que no veo qu? importancia pueda tener. Pero, en fin, el t?o de esa dama, el se?or de Kercadiou, es padrino m?o, por lo cual ella y yo crecimos juntos. En el pueblo aseguran que ese caballero es mi padre. Lo cierto es que ?l cuid? de mi educaci?n desde ni?o y a ?l debo el haber estudiado en Louis Le Grand. Le debo todo cuanto tengo, mejor dicho, cuanto ten?a, pues por mi propia voluntad me separ? de ?l tras una discrepancia, y hoy s?lo poseo lo que puedo ganarme en el teatro, o en cualquier otra parte.

Frustrada en su orgullo, Clim?ne se qued? aturdida y palideci?. Si aquello ?l se lo hubiera contado un d?a antes, no le habr?a impresionado, no le habr?a dado la menor importancia. Pero ahora, despu?s de haberlo imaginado como un noble, despu?s de las fantasiosas suposiciones de Arlequ?n y Colombina, que la hab?an convertido en la envidia de toda la compa??a; despu?s de que todos la creyeran destinada a convertirse en una gran se?ora, aquello era como echarle un jarro de agua fr?a. ?Su pr?ncipe de inc?gnito no era m?s que el desheredado bastardo de un caballero provinciano! Esa revelaci?n la convertir?a en el hazmerre?r de toda la compa??a, de todos aquellos que hasta hac?a unos minutos hab?an envidiado su suerte de hero?na de novela rom?ntica.

– Deber?as hab?rmelo dicho antes -le reproch? con voz ahogada en un esfuerzo por aparentar serenidad.

– Tal vez tengas raz?n. Pero ?qu? importa todo eso?

– ?Que qu? importa? -dijo Clim?ne reprimiendo su furia-. ?No dices que la gente asegura que ese se?or de Kercadiou es tu padre? ?Y eso qu? significa exactamente?

– Exactamente lo que te he dicho. Porque es un rumor al que no doy cr?dito. Una corazonada me dice que no debo creer en esa hablilla. Adem?s, una vez se lo pregunt? al se?or de Kercadiou, y me dijo que no era ?l. El se?or de Kercadiou es hombre de honor y yo creo en su palabra. Sobre todo cuando coincide, como en este caso, con mis intuiciones. Me asegur? que no sab?a qui?n era mi padre.