– Y tu madre, ?tampoco sab?a qui?n era? -pregunt? Clim?ne con un desd?n que ?l no advirti?, pues en ese momento ella estaba de espaldas a la luz.
– No quiso decirme su nombre. Pero s? me confes? que era muy amiga suya.
La muchacha contest? a estas palabras con una risita desagradable que hiri? a Andr?-Louis.
– Una amiga muy ?ntima, puedes estar seguro, bobalic?n. Y ?cu?l es entonces tu apellido?
Andr?-Louis reprimi? la indignaci?n que empezaba a arderle en las venas para contestar tranquilamente:
– Moreau. Es el nombre del pueblo donde nac?. En verdad no me lo merezco. De hecho, mi ?nico nombre es Scaramouche, pues me lo he ganado. De modo que ya ves, querida -concluy?-, nunca te ocult? ning?n secreto.
– Ya lo veo -replic? la joven ri?ndose mientras se dispon?a a levantarse-. Estoy muy cansada…
Al instante ?l se puso en pie para ayudarla, pero ella le rechaz? con un gesto.
– Voy a descansar hasta que empiece la funci?n -dijo.
Y avanz? hacia la puerta, que ?l corri? a abrirle. Clim?ne pas? por su lado sin dignarse a mirarlo siquiera.
El rom?ntico sue?o de Clim?ne hab?a terminado. El glorioso mundo que poco antes hab?a imaginado estaba hecho a?icos, a sus pies, y lo peor de todo era que aquellos escombros se alzaban como obst?culos que le imped?an volver a aceptar a Scaramouche tal como en realidad era.
Andr?-Louis se qued? fumando junto a la ventana, con la mirada perdida en el r?o. Estaba intrigado. Era evidente que Clim?ne estaba disgustada con ?l, pero ?por qu?? Haber confesado que no ten?a padre, ni apellido, no pod?a perjudicarle a los ojos de una muchacha criada en aquel ambiente de artistas ambulantes. Y sin embargo, era obvio que aquella confesi?n le hab?a molestado.
Media hora despu?s la alegre Colombina lo encontr? en el mismo sitio, junto a la ventana.
– ?Aqu? solo, mi pr?ncipe? -le pregunt?, y aquel saludo tan ingenuo ilumin? de pronto las tinieblas que Andr?-Louis trataba de desentra?ar en vano. S?bitamente comprendi? que Clim?ne estaba decepcionada al desaparecer la esperanza que la loca imaginaci?n de los c?micos hab?a engendrado a ra?z de su encuentro con Aline. ?Pobre ni?a!, pens? sonriendo tristemente a Colombina.
– No ser? ya pr?ncipe por mucho tiempo, pues pronto todos sabr?n que no lo soy.
– ?No eres un pr?ncipe? ?Oh, entonces seguramente ser?s duque o, como m?nimo, marqu?s!
– Ni marqu?s ni duque, tan s?lo soy un caballero andante. No soy m?s que Scaramouche, y todos mis castillos est?n construidos en el aire.
La decepci?n invadi? el candoroso rostro de la comedianta. -Yo hab?a imaginado que eras…
– Ya lo s? -interrumpi? ?l-. Y eso es lo malo. Andr?-Louis pudo medir el da?o que aquella fantas?a hab?a causado en Clim?ne por su conducta de aquella noche, pues durante los entreactos los caballeretes entraban m?s que nunca en su camerino para manifestarle su admiraci?n. Hasta entonces ella siempre los hab?a recibido con grave circunspecci?n y sin dejarles pasar de la puerta. Sin embargo, ahora se mostraba cascabelera y casi provocativa.
Mientras regresaban juntos a la posada, Andr?-Louis, con mucho tacto, reprendi? a Clim?ne aconsej?ndole mayor prudencia en lo sucesivo.
– Todav?a no nos hemos casado -replic? ella con aspereza-. Espera a entonces para criticar mi conducta. -Espero que entonces no me des motivos -dijo ?l. -?Esperas? ?Pues s? que esperas t? cosas!
– Clim?ne, sin querer te he ofendido. Lo siento mucho.
– No importa -dijo ella-. T? eres as?.
Sin embargo, Andr?-Louis no estaba preocupado. Comprend?a la causa de su enfado, por bien que la deploraba, y por eso mismo la perdonaba. Muy pronto advirti? que tambi?n su padre se hab?a contagiado con el mal humor de la actriz, cosa que en el fondo le divert?a. Ante el enojo de Pantalone demostr? un tolerante desd?n. En cuanto al resto de los c?micos, eran muy cari?osos con Scaramouche. Tal vez porque le hab?an visto caer del alto pedestal donde su imaginaci?n lo hab?a colocado, o porque se daban cuenta del desencanto que aquella ficci?n pasajera hab?a provocado en Clim?ne.
La excepci?n era L?andre. Su habitual melancol?a parec?a por fin haber desaparecido, y ahora sus ojos reluc?an con maliciosa satisfacci?n cuando ve?a a Scaramouche, a quien sol?a llamar con sorna: «mi pr?ncipe».
Durante la ma?ana del d?a siguiente, Andr?-Louis casi no vio a Clim?ne. Lo cual no era extra?o, pues estaba muy ocupado preparando la puesta en escena del F?garo Scaramouche, que tendr?a lugar al siguiente s?bado. Por otra parte, adem?s de sus ocupaciones teatrales, ahora dedicaba todas las ma?anas una hora a asistir a una academia de esgrima. De este modo, no s?lo procuraba rellenar una laguna en su formaci?n, sino tambi?n ganar en gracia y desenvoltura para moverse por el escenario. Aquella ma?ana su pensamiento no se apartaba de Clim?ne y Aline. Y lo m?s curioso es que era Aline quien m?s le preocupaba. La actitud de Clim?ne le parec?a algo pasajero, nada serio. Pero pensar en la conducta de Aline le desconcertaba, y lo que m?s le ensombrec?a era imaginar su boda con el marqu?s de La Tour d'Azyr.
Estas meditaciones le recordaron la misi?n que se hab?a impuesto y que casi hab?a olvidado. Hab?a jurado que har?a escuchar en todo el pa?s la voz que el marqu?s hab?a silenciado con la muerte. ?Y qu? era lo que hab?a cumplido de su juramento? Hab?a incitado al pueblo de Rennes y de Nantes con las mismas palabras que hubiera empleado el pobre Philippe, s?, pero luego hab?a puesto pies en polvorosa para ir a refugiarse en el primer cubil que encontr?, dedic?ndose a cosas que nada ten?an que ver con aquel juramento tan generoso. ?Qu? contraste entre lo prometido y su realizaci?n!
As? hablaba Andr?-Louis consigo mismo, reproch?ndose que mientras pasaba su tiempo haciendo de Scaramouche y aspirando a rivalizar con autores como Ch?nier y Mercier, el se?or de La Tour d'Azyr segu?a vivo, haciendo su voluntad orgullosamente. Sab?a que la semilla sembrada por ?l hab?a dado sus frutos, pues sus peticiones de Nantes para el Tercer Estado hab?an sido concedidas por Necker, gracias a su an?nima arenga. Pero esto no ten?a nada que ver con su misi?n, su prop?sito no era regenerar al g?nero humano, ni siquiera cambiar la estructura social de Francia. Lo ?nico que le importaba era que el marqu?s pagara bien cara la muerte de su amigo Philippe de Vilmorin. Y no le hizo sentirse mucho mejor descubrir que era la posibilidad de que Aline se casara con el marqu?s lo que hab?a estimulado su rencor record?ndole su juramento. Tal vez fuera un poco injusto consigo mismo, y descartaba como un mero sofisma el argumento que hasta entonces le hab?a retenido: la certeza de que si sal?a de su escondite lo arrestar?an y lo enviar?an a Rennes, donde le esperaba la horca.
Es imposible leer esta parte de sus Confesiones sin sentir cierta l?stima por ?l. Era evidente el estado de confusi?n de su mente, atormentado por sentimientos encontrados, incapaz de tomar una decisi?n acerca del primer paso a dar para llegar a su verdadera meta.
As? las cosas, al salir a escena el jueves por la noche, la primera persona a quien vio fue a Aline, y la segunda, al marqu?s de La Tour d'Azyr. Ocupaban un palco a la derecha del proscenio, casi encima del escenario. Con ellos hab?a otras personas, entre otras una venerable anciana que Andr?-Louis supuso ser?a la condesa de Sautron. Pero ?l s?lo ten?a ojos para aquellas dos personas que tanto turbaban su esp?ritu ?ltimamente. Ver a cualquiera de los dos hubiera bastado para desconcertarle, pero verlos juntos estuvo a punto de hacerle olvidar lo que ten?a que hacer en escena. Por fin logr? reunir fuerzas y actuar. Y lo hizo con inusual maestr?a, por lo cual fue m?s aplaudido que nunca antes en su breve pero sensacional carrera teatral.
?sa fue su primera emoci?n de la noche. La otra vino despu?s del segundo acto. Al entrar en el camerino de Clim?ne se lo encontr? m?s lleno de admiradores que nunca, y entre ellos estaba el marqu?s de La Tour d'Azyr. Sentado al fondo, junto a la actriz, intercambiaba sonrisas con ella habl?ndole en voz baja. Estaban a solas, privilegio que Clim?ne no conced?a a ninguno de los que iban a felicitarla. Todos los otros caballeretes de menor jerarqu?a se hab?an retirado al ver al marqu?s, como hacen los chacales en presencia del le?n.
Andr?-Louis se qued? un rato muy confuso. Luego, recobr?ndose de su sorpresa, escudri?? al marqu?s con ojos inquisitivos. Ten?a que reconocer la belleza, la gracia y el esplendor de aquel noble, su aire cortesano y su absoluto dominio de s? mismo. M?s que nunca se fij? en aquellos ojos obscuros que devoraban el encantador rostro de Clim?ne, y tuvo que morderse los labios de rabia.
El se?or de La Tour d'Azyr no repar? en ?l. Pero de haberlo hecho, tampoco le hubiera reconocido detr?s de su m?scara de Scaramouche. Y de haberlo reconocido, eso no le hubiera perturbado en lo m?s m?nimo.
Andr?-Louis se sent? aparte con la cabeza d?ndole vueltas. En eso, un caballero le dirigi? la palabra, y ?l se volvi? para contestarle. Clim?ne estaba poco menos que secuestrada y a Colombina la asediaba un enjambre de galanteadores. As? pues, los visitantes menos importantes deb?an conformarse con Madame o con los miembros masculinos de la compa??a. El se?or Binet era el centro de un alegre corro que le re?a todos sus chistes. Parec?a haber emergido s?bitamente de la tristeza de los ?ltimos d?as, recobrando su buen humor. Scaramouche advirti? que constantemente los ojos de Pantalone, chispeantes de felicidad, contemplaban a su hija y a su espl?ndido admirador.
Aquella noche Clim?ne y Andr?-Louis discutieron. Cuando de nuevo ?l le aconsej? que no le diera motivos al marqu?s para que no se propasara, ella le contest? con injurias. Andr?-Louis qued? turbado por el tono violento que por primera vez ella empleaba con ?l. Trat? de mostrarse razonable, y entonces ella le contest?:
– Si te vas a convertir en un obst?culo para mi carrera, cuanto antes terminemos, mejor.
– Entonces ?no me amas?
– El amor no tiene nada que ver con esto. No tolerar? tus incesantes celos. Una actriz para triunfar tiene que aceptar todos los homenajes.
– Estoy de acuerdo, siempre y cuando la actriz no d? nada a cambio.
P?lida y con los ojos llameantes, se volvi? a ?class="underline"
– ?Qu? est?s dando a entender?
– M?s claro ni el agua. Una muchacha en tu situaci?n puede aceptar todos los homenajes que le ofrezcan con tal que los reciba con una digna reserva que implique que no dar? en cambio otro favor que no sea el de sus sonrisas. Si es prudente, se las arreglar? para que esos homenajes sean colectivos y que ninguno de sus admiradores tenga jam?s el privilegio de estar a solas con ella. Si es juiciosa, no alentar? ninguna esperanza que m?s tarde no pueda dejar de cumplir.