Выбрать главу

Un murmullo de aprobaci?n se dej? o?r entre varios miembros de la compa??a que hab?an sido testigos del tono arrogante que antes empleara el marqu?s, por lo cual se sent?an ofendidos en su condici?n de artistas.

– Es m?s -continu? Andr?-Louis-, un hombre digno, en otro terreno, se hubiera alegrado de poder darle una patada en los cuartos traseros a ese marqu?s.

– ?Qu? quieres decir? -vocifer? Binet y Andr?-Louis mir? a todos los comediantes sentados en torno a la mesa.

– ?D?nde est? Clim?ne? -pregunt? alarmado. L?andre se puso en pie de un salto y, casi temblando, dijo:

– Poco despu?s de acabada la funci?n, sali? del teatro con el marqu?s, y se fueron en su carruaje. Yo o? c?mo el se?or de La Tour d'Azyr la invitaba a traerla en coche hasta aqu?.

Andr?-Louis mir? el reloj que estaba en la repisa de la chimenea y que parec?a tardar una eternidad para avanzar un segundo.

– Eso fue hace una hora. Tal vez m?s. ?Y a?n no ha llegado?

Busc? la mirada de Binet. Los ojos de Pantalone elud?an los suyos. De nuevo fue L?andre quien le contest?:

– Todav?a no.

– ?Ah!

Andr?-Louis se sent? a la mesa y se sirvi? una copa de vino.

Se hizo un silencio embarazoso. L?andre miraba a Scaramouche esperando su reacci?n; Colombina le compadec?a en silencio. Hasta el se?or Pantalone parec?a esperar que dijera algo. Pero sus primeras palabras decepcionaron a todos: -?Me han dejado algo de comer?

Le acercaron los platos, y Andr?-Louis comi? tranquilamente, en silencio, y al parecer, con apetito. Binet se sent? tambi?n, frente a ?l, y empez? a beber una copa de vino. Al poco rato, trat? de iniciar alguna conversaci?n insustancial. Pero aquellos a quienes se dirig?a le contestaban lac?nicamente, o con monos?labos. Por lo visto, aquella noche el se?or Binet hab?a ca?do en desgracia con los de su compa??a.

Al fin se oy? en la calle el ruido de un carruaje y el piafar de unos caballos, y luego unas voces, y la sonora risa de Clim?ne. Andr?-Louis sigui? comiendo, como si aquello no tuviera nada que ver con ?l.

– ?Qu? magn?fico actor! -le susurr? Arlequ?n a Polichinela, quien asinti? tristemente.

La damisela entr? d?ndose aires de gran actriz, alzando la barbilla, los ojos risue?os, el gesto triunfal. Sus mejillas ard?an y su negra cabellera estaba un poco desordenada. Llevaba en la mano izquierda un ramo de flores y en su dedo anular luc?a un diamante cuyo brillo cautiv? inmediatamente a todos. Su padre se levant? apresuradamente para recibirla con inusitadas muestras de afecto: -?Al fin llegas, hija m?a!

La llev? hasta la mesa. Ella se dej? caer en una silla, demostrando estar algo cansada, un poco nerviosa, pero sin que la sonrisa desapareciera de sus labios ni siquiera al ver a Scaramouche al otro lado de la mesa. S?lo L?andre, que la observaba anhelante, descubri? algo parecido al miedo en sus pupilas, algo que el r?pido movimiento de sus azulados p?rpados ocult? enseguida.

Andr?-Louis sigui? comiendo tranquilamente sin mirar siquiera a Clim?ne. Pronto los miembros de la compa??a comprendieron que amenazaba tormenta, pero que no estallar?a hasta que todos se hubieran retirado. Polichinela dio la se?al levant?ndose, y todos salieron de la habitaci?n. En menos de dos minutos no quedaba all? nadie salvo el se?or Binet, su hija y Andr?-Louis. Entonces Scaramouche dej? cuchillo y tenedor, bebi? una copa de vino de Borgo?a y se arrellan? en la silla para contemplar a Clim?ne.

– Creo -dijo- que vuestro paseo en coche ha sido agradable.

– Muy agradable, se?or.

Imprudentemente, ella trataba de remedar la frialdad de Scaramouche, aunque sin conseguirlo.

– Y ha sido un paseo provechoso, a juzgar por la piedra preciosa que desde aqu? puedo ver. Debe de valer por lo menos doscientos luises, lo que es mucho dinero incluso para alguien tan rico como el marqu?s de La Tour d'Azyr. ?Ser?a impertinente que vuestro futuro esposo os preguntara, se?orita, qu? es lo que hab?is dado a cambio de esa sortija?

Pantalone se ech? a re?r con una mezcla de cinismo y enfado.

– Nada -dijo Clim?ne airada.

– Todo el mundo sabe que una joya es una especie de anticipo.

– ?En nombre de Dios! Lo que dices es indecente -protest? Binet.

– ?Indecente? -Andr?-Louis mir? a Binet con un desprecio tan fulminante que el muy sinverg?enza se removi? intranquilo en su asiento-. ?Has mencionado la palabra decencia, Binet? No me hagas perder la paciencia, que es lo que m?s detesto en la vida -y volvi? a mirar a Clim?ne, que estaba con los codos apoyados en la mesa y la barbilla en la palma de las manos, mir?ndole entre indiferente y desafiante. Entonces dijo-: Se?orita, por vuestro bien os aconsejo que pens?is un poco adonde conducen vuestros pasos.

– No necesito vuestros consejos para saberlo.

– Ya tienes la respuesta que te mereces -dijo Binet riendo-. Espero que haya sido de tu agrado.

El rostro de Andr?-Louis hab?a palidecido ligeramente y sus ojos, que no se apartaron un momento de su prometida, reflejaban una gran incredulidad. Ni siquiera oy? el comentario de Binet.

– No quisiera equivocarme ?pero est?is diciendo que, conscientemente, quer?is cambiar el honrado estado de esposa que os he ofrecido por… por lo que un hombre como el marqu?s de La Tour d'Azyr puede ofreceros?

El se?or Binet hizo un gesto de fastidio volvi?ndose a su hija.

– Ya oyes lo que dice este gazmo?o. Ahora ver?s con claridad que casarte con ?l ser?a tu ruina. Siempre estar?a atravesado en tu camino. Ser?a el peor de los maridos, te quitar?a todas las oportunidades que se te presenten, hija m?a.

Ella asinti? sacudiendo su linda cabeza.

– Empiezo a aburrirme de sus est?pidos celos -confes? mirando a su padre-. A decir verdad, me temo que como marido Scaramouche es imposible.

A Andr?-Louis se le encogi? el coraz?n. Pero, siempre actor, no dej? traslucir nada. Se ri? un poco forzadamente y se levant?.

– Es vuestra decisi?n, se?orita. Espero que no teng?is que arrepentiros.

– ?Arrepentirse? -exclam? Binet sin dejar de re?r, aliviado al ver que su hija al fin romp?a con un novio que ?l nunca hab?a aprobado, exceptuando las pocas horas en que crey? de verdad que era un exc?ntrico arist?crata de inc?gnito-. ?Y por qu? habr?a de arrepentirse? ?Porque acepta la protecci?n de un noble tan poderoso que puede regalarle una joya tan valiosa que una actriz consagrada en la Comedia Francesa no podr?a comprarse con el trabajo de todo un a?o? -Binet se hab?a levantado y avanz? hacia Andr?-Louis de forma conciliadora-. Vamos, vamos, amigo m?o, no seas rencoroso. ?Qu? diablos! No te interpondr?s en el camino de mi hija, ?verdad? Realmente no puedes reprocharle su elecci?n. ?Sabes lo que significa para ella? ?No te has parado a pensar que con el mecenazgo de un caballero as? puede llegar muy alto y muy lejos? ?No ves la suerte maravillosa que ha tenido? Si la quisieras tanto como demuestra tu temperamento celoso, no podr?as desearle nada mejor.

Andr?-Louis le mir? en silencio largo rato y luego se tuvo que re?r.

– ?Eres absurdo! -dijo con desprecio-. Eres un ser absolutamente irreal -le dio la espalda y se dirigi? a la puerta.

La actitud de Andr?-Louis, su mirada de asco, su risa y sus palabras, hicieron estallar la ira del se?or Binet por encima de su ?nimo conciliador.

– ?Absurdo yo? Irreal, ?eh? -grit? siguiendo a Scaramouche y mir?ndolo con sus peque?os ojos donde ahora brillaba la maldad-. ?Soy absurdo porque prefiero para mi hija la poderosa protecci?n de ese noble caballero antes que casarla con un bastardo don nadie como t??

Andr?-Louis se volvi?, ya con la mano en el picaporte.

– No -dijo-, me equivoqu?. No eres absurdo, simplemente eres un canalla, al igual que tu hija, pues ambos est?is envilecidos.

Y sali?.

CAP?TULO X Contrici?n

La se?orita de Kercadiou paseaba al sol de un domingo de marzo, en compa??a de su t?a, por la terraza del castillo de Sautron.

A pesar de su dulzura, de un tiempo a esta parte Aline estaba bastante irritable, rezumando cinismo. Lo cual hizo pensar a la se?ora de Sautron que su hermano Quint?n hab?a descuidado un poco su educaci?n. Parec?a que estaba muy instruida acerca de todo lo que una muchacha deb?a ignorar e ignoraba todo lo que una se?orita deb?a conocer. Al menos eso pensaba la se?ora Sautron.

– D?game, se?ora -le pregunt? Aline-, ?por qu? los hombres son tan mujeriegos?

A diferencia de su hermano, la condesa era alta y sus modales, majestuosos. Antes de casarse con el caballero de Sautron, las malas lenguas del pueblo la defin?an como el ?nico hombre en su familia. Desde su elevada estatura, mir? azorada a su peque?a sobrina.

– Francamente, Aline, haces preguntas que no s?lo son desconcertantes sino tambi?n indecentes.

– Quiz? se deba a que la vida es desconcertante e indecente.

– ?La vida? Una se?orita nunca debe opinar sobre la vida.

– ?Por qu? no, si una tiene que vivir? A menos que vivir tambi?n sea una indecencia.

– Lo que es indecente es que una jovencita soltera quiera saber demasiado acerca de la vida. En cuanto a tu absurda pregunta sobre los hombres, debo recordarte que el hombre es la m?s noble creaci?n de Dios, y supongo que as? queda suficientemente contestada.

La se?ora de Sautron no estaba dispuesta a extenderse sobre el tema. Pero la se?orita de Kercadiou era muy testaruda.

– Entonces -dijo Aline-, ?quiere decirme por qu? los hombres buscan irresistiblemente lo imp?dico de nuestro sexo?

La condesa se detuvo alzando las manos al cielo y mir? a su sobrina muy enfadada.

– A veces, y m?s de la cuenta, mi querida Aline, quieres saber demasiado. Le escribir? a Quint?n para que te case enseguida, y eso ser? lo mejor para todos.

– El t?o Quint?n me ha dado permiso para que yo decida sobre eso -le record? Aline.

– ?se es el ?ltimo y m?s torpe de sus errores -afirm? la se?ora convencida-. ?D?nde se ha visto que una jovencita decida cu?ndo ser? su matrimonio? Es hasta… indelicado exponerla a pensar en semejantes cosas. Pero Quintin es un pat?n. Su conducta es inadmisible. ?Que el se?or de La Tour d'Azyr tenga que esperar a que t? decidas! -y de nuevo se enoj?-. ?Eso es una ordinariez… es casi una obscenidad! ?Dios m?o! Cuando yo me cas? con tu t?o, nuestros padres lo arreglaron todo. Le vi por primera vez cuando vino a firmar el contrato. Y de haber sido de otro modo, me hubiera muerto de verg?enza. ?sa es la ?nica manera de resolver estos asuntos.

– No dudo que tenga raz?n, se?ora. Pero ya que en mi caso no es as?, tratar? el asunto de otra forma. El se?or de La Tour d'Azyr quiere casarse conmigo. Le he permitido que me corteje, y me gustar?a que alguien le informara que no quiero que lo siga haciendo.