Le Chapelier, tambi?n con expresi?n grave, se lo present? a Andr?-Louis:
– ?ste es Danton, de quien ya habr?s o?do hablar. Es un colega, tambi?n abogado, fundador y presidente del Club de los Cordeliers.
Por supuesto que Andr?-Louis hab?a o?do hablar de aquel hombre.
?Qui?n no lo conoc?a aunque fuera de o?das?
Ahora recordaba d?nde le hab?a visto. Era aquel hombre que se hab?a negado a quitarse el sombrero en la Comedia Francesa la noche de la tormentosa representaci?n de la tragedia Charles IX.
Mientras le contemplaba, Andr?-Louis se pregunt? por qu? casi todos los jefes de la revoluci?n ten?an la viruela.
Mirabeau, el periodista Desmoulins, el fil?ntropo Marat, Robespierre, el abogadillo de Arras, aquel colosal Danton y otros que Andr?-Louis recordaba, mostraban en su rostro las cicatrices de la viruela. Casi estaba por pensar que hab?a alguna relaci?n entre ambas cosas.
?Producir?an las viruelas ciertos resultados morales que conduc?an a la Revoluci?n?
El vozarr?n de Danton rompi? el hilo de sus especulaciones.
– Este*** Chapelier, me ha hablado de ti. Dice que eres un patriota*** 1.
M?s que por el tono, Andr?-Louis se sobresalt? por las irrepetibles obscenidades que el gigante prodigaba ante un extra?o. Se ech? a re?r. No pod?a hacer otra cosa.
– Si te ha dicho eso, s?lo ha dicho la verdad. Soy un patriota. El resto, mi modestia me obliga a ignorarlo.
– Seg?n parece, tambi?n eres un bromista -vocifer? el otro, ri?ndose con tanta estridencia que los cristales de las ventanas temblaron-. No te ofendas por lo que digo. As? soy yo.
– ?Qu? pena! -dijo Andr?-Louis.
Esta frase desconcert? a Danton.
– ?Eh? ?Qu? significa esto, Chapelier? ?De qu? se las da tu amigo?
El acicalado bret?n, que al lado de su acompa?ante parec?a un petimetre, aunque compart?a con Danton cierta brutalidad en sus modales, se encogi? de hombros.
– Es que simplemente no le gustan tus maneras, lo cual no me sorprende, pues tu educaci?n es execrable.
– ?Bah! Todos ustedes los *** bretones son iguales. Hablemos de lo que nos ha tra?do aqu?. ?No sabes lo que ocurri? ayer en la Asamblea? ?No? ?Dios m?o! ?En qu? mundo vives? ?No sabes tampoco que el otro d?a ese canalla que se autodenomina rey de Francia permiti? pasar por nuestro territorio a las tropas austriacas que van a aplastar a los que en B?lgica luchan por la libertad? ?C?mo rayos no sabes nada de esto?
– S? -dijo Andr?-Louis fr?amente, disimulando su indignaci?n ante los aspavientos de su interlocutor-. He o?do decir algo.
– ?Ah! ?Y qu? piensas?
Con los brazos en jarras, el coloso miraba desde arriba a Andr?-Louis, quien se volvi? a Le Chapelier, y dijo:
– No entiendo nada. ?Has tra?do aqu? a este caballero para que examine mi conciencia?
– ?Maldita sea! ?Es m?s arisco que un puercoesp?n! -protest? Danton.
– No, no -dijo Le Chapelier con tono conciliador-. Es que necesitamos tu ayuda, Andr?-Louis. Danton piensa que t? eres el hombre que necesitamos. Ahora escucha…
– Eso es. Habla t? con ?l -agreg? Danton-, Ambos hablan el mismo remilgado franc?s de***. Seguramente que se entender?n.
Le Chapelier prosigui? sin hacer caso de la interrupci?n:
– La violaci?n que ha cometido el rey, quebrantando los m?s elementales derechos de un pa?s que est? elaborando una Constituci?n que le har? libre, ha destruido las pocas ilusiones que nos quedaban. Algunos han llegado a decir que el rey es el peor enemigo de Francia. Pero esto, por supuesto, es exagerado.
– ?Qui?n dice eso? -grit? Danton echando horribles maldiciones para expresar su discrepancia. Le Chapelier le hizo se?a para que se callara, y continu?:
– De todas maneras, ese hecho ha sido la gota que colma el vaso, pues sumado a todo lo dem?s, ha conseguido alterar la Asamblea. La guerra se ha declarado otra vez entre el Tercer Estado y los privilegiados…
– ?Acaso hubo paz alguna vez?
– Quiz? no. Pero ahora todo presenta un nuevo cariz. ?No has o?do hablar del duelo entre Lameth y el duque de Castries?
– Es un asunto sin importancia.
– En sus resultados, s?. Pero pudo haber sido peor. En todas las sesiones se insulta y se desaf?a a Mirabeau. Pero ?l no se deja provocar y sigue su camino con sangre fr?a. Otros no son tan circunspectos; a cada insulto responden con otro insulto, golpe por golpe, y todos los d?as corre la sangre en duelos personales. Los espadachines de la nobleza han reducido el asunto a eso.
Andr?-Louis movi? la cabeza en un gesto afirmativo. Estaba pensando en Philippe de Vilmorin.
– S? -dijo-, es un viejo ardid. Y es tan sencillo y directo como ellos mismos. Lo que me asombra es que no hayan empleado antes ese recurso. En los primeros d?as de la Asamblea General, en Versalles, pod?a haberles resultado muy eficaz. Ahora me parece que es un poco tarde.
– ?Maldita sea, por eso mismo quieren recuperar el tiempo perdido! -estall? Danton-. Aqu? y all? se multiplican los desaf?os entre esos matones, que son espadachines profesionales, y los pobres diablos togados que s?lo saben esgrimir la pluma. Son verdaderos*** asesinatos. Pero si yo empezara a romperles las cabezas a los nobles con mi bast?n y a retorcerles el pescuezo con mis manos, la ley me condenar?a a la horca. ?Y eso en un pa?s que se esfuerza por conquistar su libertad! ?*** Dios! Ni siquiera me dejan ponerme el sombrero en el teatro. Pero ellos*** esos***.
– Tienes raz?n -dijo Le Chapelier-. La situaci?n es insoportable. Hace dos d?as, el se?or de Ambly amenaz? a Mirabeau con su bast?n en presencia de toda la Asamblea. Ayer el se?or de Faussigny se levant? para arengar a los suyos invit?ndoles a matar. «?Por qu? no mat?is a esos granujas con vuestras espadas?» Eso grit? delante de todos.
– Eso es mucho m?s sencillo que hacer leyes -dijo Andr?-Louis.
– Lagron, el diputado por Ancenis, en el distrito del Loira, le contest? algo que no o?mos. Al salir del sal?n del Man?ge, uno de esos matones diestros en la espada le insult? groseramente. Lagron se limit? a dar un codazo y seguir de largo; pero aquel tipejo grit? que le hab?a golpeado, y le desafi?. Esta ma?ana se batieron en los Champs Elys?es, y, por supuesto, Lagron muri? con el est?mago atravesado por un hombre que esgrim?a como un maestro, mientras que el pobre Lagron ni siquiera llevaba espada. Tuvieron que prestarle una.
Andr?-Louis segu?a pensando en Philippe de Vilmorin, cuyo caso ve?a ahora repetido hasta en los m?s m?nimos detalles, y sinti? que le herv?a la sangre en las venas. Apret? los pu?os y las mand?bulas. Los ojillos de Danton lo escudri?aban.
– ?Y bien? ?Qu? piensas de todo eso? «Nobleza obliga», ?eh? Si ellos se sienten obligados a honrar su nombre, nosotros tambi?n estamos obligados a*** a esos***. Debemos pagarles con la misma moneda; luchar con sus mismas armas, aniquilarlos y mandarlos al mism?simo infierno.
– S?, pero ?c?mo?
– ?C?mo? ?Maldita sea! ?No lo he dicho ya?
– Por eso necesitamos tu ayuda -agreg? Le Chapelier-. Entre tus mejores disc?pulos debe de haber hombres de sentimientos patri?ticos. La idea de Danton es que un grupo de ellos, digamos unos seis contigo a la cabeza, podr?an escarmentar a esos matones.
Andr?-Louis frunci? el ce?o.
– ?Y c?mo piensa el se?or Danton que eso podr?a hacerse?
El aludido contest? con vehemencia:
– Muy sencillo. Os dejamos apostados en el sal?n del Man?ge a la hora en que se suspende la sesi?n de la Asamblea. Os decimos qui?nes son los seis flebotomianos que nos est?n desangrando, y dejamos que les insult?is, antes de que ellos tengan tiempo de insultar a nuestros representantes. Y ma?ana por la ma?ana, esos seis***sangradores ser?n a su vez desangrados secundum artem. Esto asustar? a los otros. Y si fuera necesario, la dosis podr?a repetirse para asegurar la curaci?n. Cuantos m?s de esos*** mat?is, mejor.
Se call? y su cetrino semblante enrojeci? entusiasmado con la idea. Andr?-Louis le contemplaba, con expresi?n inescrutable.
– Y bien, ?qu? dices?
– Que es muy ingeniosa la idea -dijo Andr?-Louis, volvi?ndose a mirar por la ventana.
– ?Y eso es todo?
– No digo todo lo que pienso porque, probablemente no me vais a comprender. Al menos t?, Danton, tienes la excusa de que no me conoces; pero t?, Isaac, ?c?mo se te ocurre traer aqu? a este caballero con semejante proposici?n?
Le Chapelier parec?a confuso.
– Confieso que vacil? -se disculp?-. Pero Danton no quiso o?rme cuando le expliqu? que esto no ser?a de tu agrado.
– No quise creerte -rugi? Danton manote?ndole casi en la cara a Le Chapelier-, porque me dijiste que este hombre era un patriota. El patriotismo no conoce escr?pulos. ?Y t? le llamas patriota a este melindroso profesor de minu??
– ?Te convertir?as t? en asesino por patriotismo?
– Por supuesto. ?No he dicho ya que contento ir?a con mi porra y los aplastar?a como si fueran *** cucarachas?
– Y entonces, ?por qu? no lo haces?
– ?Por qu?? Tambi?n lo dije antes. Porque me ahorcar?an.
– ?Y qu? importa que te ahorquen si es en nombre de la patria? ?Por qu?, como un nuevo Curcio, no saltas al vac?o, si est?s tan seguro de que tu pa?s se beneficiar?a con tu muerte?
Danton contest? exasperado:
– Porque mi pa?s se beneficia mucho m?s si estoy vivo.
– Pues yo tambi?n participo de esa vanidad, se?or m?o.
– ?T?? ?Qu? peligro habr?a para ti? Eres un experto, luchar?as en un ***duelo igual que ellos.
– ?No se te ha ocurrido pensar que la Ley juzgar?a implacablemente a un profesor de esgrima que mate a su adversario, sobre todo si ha sido ese profesor quien ha provocado el duelo?
– ?Diablos! -grit? Danton con un gesto de desprecio-. Ahora resulta que tienes miedo.
– Si te gusta pensar eso, puedes hacerlo. Tengo miedo de hacer astuta y traidoramente lo que un apasionado patriota como t? tiene miedo de hacer franca y abiertamente. Tengo tambi?n otras razones. Pero con ?sta basta.
Danton se qued? boquiabierto, y acto seguido empez? a despotricar echando sapos y culebras por la boca.
– ?Maldita sea! Tienes raz?n -admiti? para sorpresa de Andr?-Louis- Tienes raz?n y yo estoy equivocado. Soy tan cobarde y tan mal patriota como t?.
Entonces invoc? a todos los pr?ceres del Pante?n como testigos de su autocr?tica. Y agreg?: