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– S?lo que, ya ves, yo soy alguien importante, y si me cogen y me ahorcan… ?No! Tenemos que encontrar otra forma de hacerlo. Perdona las molestias. Adi?s.

Y tendi? su manaza a Andr?-Louis. Le Chapelier permanec?a vacilante, alica?do.

– Andr?, lamento mucho lo ocurrido…

– No hace falta que digas nada, por favor. Vuelve pronto por aqu?. Me gustar?a que te quedaras un rato m?s, pero ya casi son las nueve y mi primer disc?pulo est? al llegar.

– Yo tampoco permitir?a que se quedara -dijo Danton mientras arrastraba a Le Chapelier hasta la puerta-. Tenemos que encontrar el modo de suprimir al se?or de La Tour d'Azyr y a sus amigos.

– ?A qui?n?

La pregunta son? como un pistoletazo en los o?dos de Danton, haciendo que se detuviera en seco. Dio media vuelta, y Le Chapelier tambi?n.

– He dicho que hay que suprimir al se?or de La Tour d'Azyr.

– ?Ese caballero tiene algo que ver con la proposici?n que me acaban de hacer?

– ?Claro que tiene que ver! ?l es el jefe de los matones.

Y Le Chapelier a?adi?:

– ?l fue quien mat? a Lagron.

– No ser? amigo tuyo, ?verdad? -pregunt? Danton.

– ?Y es a La Tour d'Azyr a quien tengo que matar? -pregunt? Andr?-Louis lentamente, como sumido en sus pensamientos.

– En efecto -dijo Danton-. Y no es trabajo para un aprendiz, de eso puedes estar seguro.

– ?Ah, bueno, eso es harina de otro costal! -dijo Andr?-Louis pensando en voz alta-. Eso es una gran tentaci?n para m?.

– ?Entonces***? -exclam? el hombret?n dando un paso hacia Andr?-Louis.

– Espera un momento -dijo Andr?-Louis levantando una mano; y entonces, cabizbajo, pase? por la habitaci?n, como si estuviera ausente, extraviado en sus meditaciones. Le Chapelier y Danton se miraron, luego le miraron a ?l y esperaron a que lo pensara.

Andr?-Louis estaba admirado. ?C?mo no se le hab?a ocurrido antes aquella idea para saldar la cuenta pendiente con el se?or de La Tour d'Azyr? ?Para qu? hab?a adquirido tanta destreza en la esgrima si no la usaba para vengar a Vilmorin y para salvar a Aline de su propia ambici?n? ?Qu? f?cil ser?a insultar gravemente al se?or de La Tour d'Azyr y concluir el asunto! Eso ser?a un asesinato, casi tan artero como el que cometi? el marqu?s con Philippe de Vilmorin, pues ahora las posiciones se hab?an invertido, y era Andr?-Louis quien mejor dominaba la esgrima. Era un obst?culo moral del que Andr?-Louis pod?a desentenderse. Pero quedaba a?n el obst?culo legal que ?l le hab?a expuesto a Danton. Las leyes segu?an existiendo en Francia, las mismas leyes que le impidieron actuar legalmente contra el marqu?s, pero que en aquel caso caer?an sobre ?l con todo su peso. Y entonces, s?bitamente, como en una inspiraci?n, Andr?-Louis vio el camino. Un camino que probablemente har?a recaer la justicia sobre el se?or de La Tour d'Azyr, que har?a que fuera ?l mismo quien, con su insolencia, con su confianza en s? mismo, se arrojara sobre la espada de Andr?-Louis.

Se volvi? a los pol?ticos y le notaron muy p?lido. Sus ojos obscuros brillaban de un modo enigm?tico.

– Probablemente resulte un poco dif?cil encontrar alguien que sustituya a ese pobre Lagron -dijo-. Nuestros paisanos no tendr?n muchas ganas de morir atravesados por las espadas de los privilegiados.

– Es bastante cierto -dijo Le Chapelier, sombr?o, y entonces, como si de pronto le hubiera le?do el pensamiento a Andr?-Louis, grit?-: ?Andr?-Louis! ?Quieres ser su suplente?

– Eso mismo estaba pensando. Eso legitimar?a mi presencia en la Asamblea. Si el se?or de La Tour d'Azyr decide provocarme, su sangre caer? sobre su propia cabeza. No ser? yo quien lo impida -sonri? de un modo extra?o-. Yo no soy m?s que un p?caro que busca la manera de ser honrado. De hecho, sigo siendo Scaramouche; un hijo de la sofister?a. ?Cre?is que Ancenis me querr? como su representante?

– ?Tener a Omnes Omnibus como representante? -exclam? Le Chapelier alborozado-. Para Ancenis eso ser? el mayor orgullo. No es lo mismo que representar a Nantes o a Rennes, como antes te propuse. Pero de todas maneras ser?s la voz de Breta?a.

– ?Tendr? que ir a Ancenis?

– Eso no ser? necesario. Bastar? una carta m?a a la municipalidad para que confirmen tu designaci?n enseguida. No tienes que salir de Par?s. En un par de semanas todo quedar? arreglado. ?Te parece bien?

Andr?-Louis sigui? pensando antes de dar una respuesta definitiva. Estaba el trabajo en su academia, aunque Le Due y Galoche podr?an encargarse de las clases mientras ?l se limitaba a dirigirlos. Despu?s de todo, ya Le Due era un maestro consumado y digno de confianza. En cualquier caso, si era necesario, pod?a emplear a un tercer ayudante.

– Bien, acepto -dijo por fin.

Le Chapelier le estrech? la mano d?ndole las gracias, pero el hombret?n de la casaca escarlata, que segu?a en la puerta, los interrumpi?:

– Exactamente ?qu? es lo que se traen entre manos? -pregunt?-. ?Si te hacen representante de Breta?a no tendr?s escr?pulo en matar de una estocada al marqu?s?

– Si el se?or marqu?s as? lo desea, como sin duda suceder?, no tendr? ning?n inconveniente.

– Advierto la distinci?n. Eres muy ingenioso -dijo Danton entre burl?n y despreciativo, y volvi?ndose a Le Chapelier, a?adi?-: ?C?mo dices que empez? este***, como abogado, verdad?

– S?, primero fue abogado y despu?s saltimbanqui.

– ?Y he aqu? el resultado!

– Como si dij?ramos. Despu?s de todo, t? y yo nos parecemos en algo -dijo Andr?-Louis.

– ?Qu??

– Al igual que t?, una vez yo incit? a otros para que mataran al hombre que yo quer?a ver muerto. Por supuesto, t? dir?as que eso es una cobard?a.

Le Chapelier se prepar? para lo peor, dispuesto a separar a los dos hombres, pues un nubarr?n apareci? en la frente del gigante. Pero enseguida se disip?, y una gran carcajada vibr? en la habitaci?n.

– Me has tocado por segunda vez, y en el mismo sitio. Se ve que sabes esgrimir, muchacho. Seremos buenos amigos. Puedes visitarme en la rue des Cordeliers. Cualquier golfo en el barrio te dir? d?nde est? la casa de Danton. Desmoulins vive en los bajos. Te espero cualquiera de estas tardes. Para un amigo siempre hay una botella de vino.

CAP?TULO VIII Los espadachines 1

Despu?s de una ausencia de m?s de una semana, el se?or marqu?s de La Tour d'Azyr estaba de regreso en su esca?o de la Asamblea Nacional. En realidad, en aquel entonces ya se pod?a hablar de ?l como el ex marqu?s de La Tour d'Azyr, pues en septiembre de 1790, ya hac?a dos meses que se hab?a aprobado el decreto -puesto en marcha por Le Chapelier, ese bret?n que abogaba en pro de la igualdad de derechos- suprimiendo la nobleza hereditaria, pues as? como la marca con hierro candente o la horca no ultrajan a los posiblemente honrados descendientes de un malvado presidiario, tampoco el blas?n glorifica autom?ticamente al posible indigno descendiente de alguien que ha probado su val?a. De modo que aquel decreto envi? al basurero de la historia los escudos de armas que una ilustrada generaci?n de fil?sofos no toleraba. El se?or conde de La Fayette, que apoy? la moci?n, dej? la Asamblea convertido simplemente en el se?or Motier, el gran tribuno conde de Mirabeau pas? a ser el se?or Riquetti, y el marqu?s de La Tour d'Azyr se transform? en el se?or Lesarques. La idea surgi? en uno de aquellos momentos de exaltaci?n motivados por la proximidad del gran Festival Nacional del Champ de Mars, y sin duda los que se prestaron a ello se arrepintieron al d?a siguiente. De este modo, a pesar de ser una nueva ley, nadie se preocupaba por hacerla respetar.

En fin, que corr?a el mes de septiembre, y el tiempo era lluvioso, y algo de su humedad y de su lobreguez parec?a haber penetrado en el gran sal?n del Man?ge, donde en ocho hileras de verdes esca?os, dispuestos el?pticamente en gradas ascendentes en el espacio conocido como La Piste , se sentaban unos ochocientos o novecientos representantes de los tres Estados que ahora compon?an la naci?n.

Estaban debatiendo si la Corporaci?n que iba a suceder a la Asamblea Constituyente trabajar?a conjuntamente con el rey, si ser?a peri?dica o permanente, y si tendr?a dos C?maras o una.

El abate Maury -hijo de un zapatero remend?n, y, por consiguiente, en aquellos d?as de ant?tesis, orador del partido de la derecha- estaba en la tribuna y hablaba a favor de los privilegiados. Parec?a aconsejar la adopci?n de dos C?maras, sistema copiado del modelo ingl?s. M?s interminables y mon?tonos que su h?bito, sus argumentos adoptaban cada vez m?s la forma de un serm?n, y la tribuna de la Asamblea Nacional poco a poco se convirti? en un pulpito; pero los diputados, a la inversa, se parec?an cada vez menos a una congregaci?n de feligreses. Aquella pomposa verbosidad empezaba a inquietarlos, cuchicheaban entre ellos, se cambiaban de sitio, y en vano los cuatro ujieres con calzones de sat?n negro y pelucas empolvadas circulaban por la sala dando suaves palmadas y susurrando: «?Silencio! ?Vuelvan a sus esca?os!».

Tambi?n en vano sonaba continuamente la campanilla del presidente desde su mesa frente a la tribuna. El abate Maury hab?a hablado demasiado tiempo y ya nadie le escuchaba. Aparentemente se dio cuenta, ces? de hablar, y el zumbido de mil conversaciones a la vez se hizo general. Pero ese murmullo de colmena tambi?n ces? bruscamente. Hubo un silencio de expectaci?n, todas las cabezas se volvieron, los cuellos se estiraron. Hasta los secretarios, sentados alrededor de la mesa redonda que estaba bajo el estrado de la presidencia, salieron de su habitual apat?a para mirar al joven que por primera vez sub?a a la tribuna de la Asamblea.

– ?Andr?-Louis Moreau, diputado suplente del difunto Emmanuel Lagron por Ancenis, en el distrito del Loira!

El se?or de La Tour d'Azyr sali? de su melanc?lica abstracci?n. Cualquiera que fuese el sucesor del diputado a quien ?l hab?a dado muerte, deb?a ser objeto de su inter?s. Pero l?gicamente ese inter?s aument? a o?r aquel nombre y reconocer en aquel Andr?-Louis Moreau al joven sinverg?enza que incesantemente se cruzaba en su camino ejerciendo contra ?l una siniestra influencia que a cada instante le hac?a lamentar haberle perdonado la vida hac?a dos a?os, en Gavrillac. Que aquel joven pasara a ocupar el puesto del difunto Lagron le pareci? al se?or de La Tour d'Azyr algo m?s que una mera coincidencia, era un desaf?o directo.

Mir? al joven con m?s asombro que rabia, y experiment? una vaga inquietud, casi una premonici?n. Desde el primer momento, el abierto desaf?o que significaba la presencia de aquel hombre se manifest? de modo inequ?voco.