Un coro de risas salud? la espectacular ca?da del caballero, que se levant? todo embarrado y embisti? furiosamente a Andr?-Louis. Le hab?a puesto en rid?culo, y eso era imperdonable.
– ?sta me la pagar?is -balbuce?-. Os matar?.
Su cara enrojecida estaba casi pegada a la de Andr?-Louis, quien se ech? a re?r. En medio del silencio, todos pudieron o?r su risa y sus palabras:
– ?Era eso lo que estabais buscando? ?Por qu? no lo dijisteis antes? Me hubierais ahorrado el trabajo de lanzaros al suelo. Yo cre?a que los caballeros de vuestra clase siempre se comportaban en estos lances con decoro y con cierta gracia. De haberlo hecho as?, os hubierais ahorrado unos calzones.
– ?Cu?ndo podremos concertar el duelo? -dijo Chabrillanne, l?vido de furor.
– Cuando os plazca, se?or. A vos os corresponde decidir cu?ndo os conviene matarme, pues tal es vuestra intenci?n, como hab?is anunciado, ?verdad?
– Ma?ana por la ma?ana en el Bois 1. Supongo que traer?is a un amigo.
– En efecto. Ma?ana por la ma?ana, pues. Espero que tengamos buen tiempo. Detesto la lluvia.
Chabrillanne le mir? bastante asombrado. Andr?-Louis sonre?a serenamente.
– No os robar? m?s tiempo, se?or. Todo ha quedado claro entre nosotros. Ma?ana por la ma?ana estar? en el Bois a las nueve en punto.
– Es demasiado tarde para m?, se?or.
– Otra hora ser?a para m? demasiado temprano -explic? Andr?-Louis- No me gusta cambiar mis horarios. A las nueve en punto, o a ninguna hora.
– Pero yo debo estar en la Asamblea a las nueve para la sesi?n de la ma?ana.
– Mucho me temo que antes tendr?is que matarme, y por una especie de superstici?n, no me gusta morir antes de las nueve de la ma?ana.
Aquello trastornaba los procedimientos habituales del se?or de Chabrillanne y no pod?a aguantarlo. All? estaba aquel r?stico diputado adoptando precisamente el tono de siniestra burla con que ?l y los de su clase sol?an tratar a sus v?ctimas del Tercer Estado. Y para irritarlo m?s todav?a, Andr?-Louis, siempre en su papel de Scaramouche, sac? su caja de rap? y la alarg? con pulso firme a Le Chapelier antes de servirse ?l.
Todo parec?a indicar que Chabrillanne, despu?s de lo que hab?a tenido que sufrir, no iba a tener ni siquiera una salida airosa.
– De acuerdo, se?or -dijo-, a las nueve en punto. Ya veremos si luego habl?is con tanta petulancia.
Y acto seguido se escabull? entre las befas de los diputados bretones. Para colmo, tambi?n los rapazuelos que se encontr? al bajar por la rue Dauphine se burlaron de ?l, ri?ndose del barro que manchaba sus fondillos de raso y los faldones de su elegante casaca.
Pero, aunque exteriormente se mofaban de Chabrillanne, en el fondo los miembros del Tercer Estado temblaban de miedo e indignaci?n. Aquello era demasiado. Lagron hab?a muerto a manos de uno de aquellos espadachines, y ahora su sucesor tambi?n era desafiado, y morir?a un d?a despu?s de ocupar el puesto del muerto. Varios diputados le pidieron a Andr?-Louis que no fuera al Bois al d?a siguiente, que ignorara el desaf?o y todo aquel asunto, pues no era m?s que un deliberado intento de asesinarlo. El joven escuch? seriamente, sacudi? la cabeza y prometi? que lo pensar?a.
En la sesi?n de la tarde estaba otra vez en su esca?o de la Asamblea, sereno, como si nada le preocupara.
Pero al otro d?a por la ma?ana, cuando la Asamblea se reuni?, su asiento y el del se?or de Chabrillanne estaban vac?os. El temor y la angustia reinaban entre los miembros del Tercer Estado, y sus debates ten?an un tono ?spero que no era habitual. Unos desaprobaban la falta de circunspecci?n del reci?n reclutado diputado, otros criticaban su temeridad, y s?lo unos pocos -los pertenecientes al grupito de Le Chapelier- ten?an esperanzas de volverlo a ver.
De modo que muchos se sorprendieron aliviados cuando, unos minutos despu?s de las diez, lo vieron entrar, tranquilo y sereno, y dirigirse a su asiento. El orador que ocupaba la tribuna en aquel momento, un miembro del partido de los privilegiados, se interrumpi? y le mir? boquiabierto, entre incr?dulo y desalentado. Hab?a algo incomprensible en todo aquello. Entonces, como queriendo conciliar el asombro de ambos bandos de la Asamblea, alguien explic? desde?osamente lo que hab?a pasado:
– No ha habido duelo. ?ste se acobard? en el ?ltimo momento.
As? deb?a de ser, pensaron todos. Ces? la expectaci?n y todos volvieron a arrellanarse en sus asientos. Cuando Andr?-Louis oy? aquella voz explicando el caso para satisfacci?n de todos, se detuvo un momento antes de sentarse. Pens? que deb?a esclarecer los hechos, y dijo:
– Se?or presidente, presento mis excusas por haber llegado tarde.
Desde luego, Andr?-Louis no ten?a que dar ninguna explicaci?n. Aquello no era m?s que un golpe de efecto teatral, tan en consonancia con el temperamento de Scaramouche, que no pod?a renunciar a ?l. Por eso continu?:
– Me he retrasado un poco debido a un compromiso impostergable. Tambi?n os presento excusas en nombre del caballero de Chabrillanne quien, desgraciadamente, en lo sucesivo estar? permanentemente ausente de su puesto de la Asamblea.
Un silencio sepulcral cay? sobre los all? reunidos. Y Andr?-Louis se sent?.
CAP?TULO IX El palad?n del Tercer Estado
El caballero de Chabrillanne estaba muy relacionado con el asesinato de Philippe de Vilmorin. No s?lo hab?a secundado al se?or de La Tour d'Azyr, sino que incluso le hab?a incitado. De manera que Andr?-Louis se sinti? justificado al matarlo durante el duelo. En cierta forma era el acto de justicia que no hab?a podido obtener por otros medios. Por otra parte, Chabrillanne hab?a provocado aquel duelo confiado en que ?l era un experto espadach?n y Andr?-Louis, un burgu?s sin ninguna experiencia con la espada. As? pues, moralmente, el caballero de Chabrillanne no era m?s que un asesino, y merec?a morir. Sin embargo, cuando Andr?-Louis comunic? aquella muerte a la Asamblea, hab?a en su timbre de voz un acento c?nico. Eso corroboraba no s?lo la opini?n de Aline, sino tambi?n la de otros conocidos suyos, cuando afirmaban que no ten?a coraz?n.
Su crueldad tambi?n se puso de manifiesto cuando descubri? la infidelidad de la hija de Binet y prepar? su venganza. De all? naci? su desprecio hacia todas las mujeres, y, si bien no amaba a Clim?ne tanto como hab?a pensado al principio, su reacci?n al sentirse rechazado por ella parece indicar que lleg? a quererla m?s de lo que cre?a. No menos c?nico y fingido era su deseo de haber matado a Binet, aunque, convencido de que era mejor librar al mundo de gentes como ?l, tampoco experimentaba compunci?n. Como el lector recordar?, ten?a la rara capacidad de ver las cosas en su justa dimensi?n, y jam?s las magnificaba ni las reduc?a por consideraciones sentimentales. Al mismo tiempo, que contemplara el hecho de matar con una ecuanimidad tan c?nica, cualquiera que fuera su justificaci?n, era algo absolutamente incre?ble.
De igual modo, ahora, al regresar del Bois de Boulogne, donde hab?a matado a un hombre, su falta de seriedad al hablar del caso no revelaba su aut?ntico temperamento. No se identificaba con Scaramouche hasta ese punto. Pero s? lo suficiente para ocultar siempre sus verdaderos sentimientos tras una m?scara, y trocar lo que realmente pensaba en frases ocurrentes. Era siempre el actor, el hombre que calcula el efecto que producir?n sus palabras, y que nunca deja de ocultar su aut?ntico car?cter tras una apariencia ficticia. En todo aquello hab?a algo diab?lico.
Esta vez nadie se ri? de su ligereza. Tampoco era su intenci?n provocar la risa. M?s bien quer?a asustar, y sab?a que mientras m?s desenfadado e indiferente fuera su tono, m?s impresionar?a. As? que obtuvo exactamente el efecto deseado.
Es f?cil adivinar lo que sigui?. Cuando se levant? la sesi?n, hab?a por lo menos seis espadachines aguard?ndole en el vest?bulo, y esta vez ya no le escoltaban los hombres de su partido. Ahora sab?an que era capaz de defenderse. Evidentemente pod?a plantar cara a sus enemigos adoptando sus mismos m?todos, as? que sus compa?eros no sintieron la necesidad de protegerlo.
Al salir, estudi? la hilera de rostros hostiles que le aguardaban. Sus actitudes, sus gestos, dec?an a las claras para qu? estaban all?. Sin embargo, se detuvo buscando al hombre a quien ansiaba desafiar. Pero el se?or de La Tour d'Azyr no estaba en aquella fila de espadachines. Y eso le extra?? bastante. Aparte de primos, el se?or de La Tour d'Azyr y el caballero de Chabrillanne eran ?ntimos amigos, y seguramente hab?a estado aquel d?a en la Asamblea. Lo cierto era que el se?or de La Tour d'Azyr se hab?a quedado demasiado sorprendido y desolado ante el inesperado desenlace. Y hab?a refrenado, tambi?n de un modo extra?o, su sed de venganza. Tal vez tambi?n ?l recordaba el papel que hab?a desempe?ado Chabrillanne en el duelo de Gavrillac y comprend?a que aquel Andr?-Louis Moreau que tan tenazmente le persegu?a era un astuto vengador.
La repugnancia que sent?a ante la idea de enfrentarse con ?l, particularmente despu?s de esta provocaci?n, le resultaba m?s enigm?tica que nunca. Pero exist?a, y ahora actuaba como un freno en su conciencia.
Puesto que el se?or de La Tour d'Azyr no estaba en aquel grupo que le esperaba, a Andr?-Louis le daba lo mismo qui?n fuera el pr?ximo contrincante. Result? ser el vizconde de La Motte -Royau, una de las espadas m?s diestras de la nobleza.
El mi?rcoles por la ma?ana, al llegar a la Asamblea, una hora m?s tarde de lo convenido, Andr?-Louis anunci?, en t?rminos similares a los empleados dos d?as antes para anunciar la muerte de Chabrillanne, que el se?or de La Motte -Royau probablemente no alterar?a la armon?a de la Asamblea durante las pr?ximas semanas, pues tardar?a en reponerse de los efectos de un desagradable accidente que inesperadamente hab?a tenido aquella ma?ana.
El jueves anunci? lo mismo refiri?ndose a Vidame de Blavon. El viernes justific? su retraso diciendo que hab?a tenido una entrevista con el se?or de Troiscantins, y luego, volvi?ndose a los miembros del ala derecha, y mostr?ndose grave, a?adi?:
– Me alegra informaros que el se?or de Troiscantins est? en manos de un excelente cirujano que sin duda os lo devolver? restablecido dentro de algunos d?as.
Aquello era inaudito, fant?stico. Tanto sus amigos como sus enemigos en la Asamblea estaban estupefactos ante aquella sucesi?n de anuncios serenamente hechos por Andr?-Louis. Cuatro de los mejores espadachines estaban fuera de combate por alg?n tiempo, uno de ellos muerto. Y todo esto lo hab?a ejecutado y anunciado con absoluta indiferencia y desenfado, un abogaducho de provincia.