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A los ojos de todos, Andr?-Louis empez? a adquirir el aspecto de un h?roe de novela rom?ntica. Hasta el grupo de los fil?sofos del ala izquierda, que no aceptaban otra fuerza que la de la raz?n, empezaban a mirarle con un respeto y una consideraci?n que sus haza?as ret?ricas jam?s le hubieran proporcionado a ellos.

Desde la Asamblea, su fama fue extendi?ndose poco a poco a Par?s. Desmoulins escribi? su paneg?rico en el peri?dico Les Revolutions, donde le llam? «El palad?n del Tercer Estado», nombre que hall? feliz acogida en el pueblo y por el que le conocieron durante alg?n tiempo. Desde?osamente tambi?n lo mencionaron en Actes des Apotres, el ?rgano sat?rico del partido de los privilegiados, que editaba un grupo de caballeros afectados por una grave miop?a intelectual.

El viernes de aquella semana tan agitada para el joven, al salir de la Asamblea, descubri? que en el vest?bulo no hab?a ning?n espadach?n esper?ndolo. A su lado estaban Le Chapelier y Kersain. Andr?-Louis se sorprendi? tanto que se detuvo bruscamente.

– ?Ya tienen bastante? -le pregunt? a Le Chapelier.

– Ya han tenido bastante contigo -le respondi? su amigo-. Ahora tratar?n de meterse con otro menos diestro en la esgrima.

Andr?-Louis se qued? desilusionado, pues se hab?a prestado a aquel juego con un solo prop?sito. Por lo menos la muerte de Chabrillanne, aunque no era lo que buscaba, ten?a alg?n sentido, pues era como una suerte de pre?mbulo para llegar al se?or de La Tour d'Azyr. Pero los otros tres no le importaban. Se hab?a enfrentado con ellos un poco a rega?adientes y sin poner demasiado empe?o en el duelo, preocup?ndose s?lo por su seguridad. ?Y ahora, sin m?s ni m?s, iba a cesar su misi?n sin que el hombre al que quer?a matar se presentara siquiera? ?En ese caso, tendr?a que forzarlo!

Afuera, bajo la marquesina, hab?a un grupo de caballeros conversando. Andr?-Louis vio entre ellos al se?or de La Tour d'Azyr. Apret? los labios, pues no pod?a partir de ?l la provocaci?n. Ten?a que quedar claro que los pendencieros eran ellos. Ya esa ma?ana Actes des Apotres le hab?a desenmascarado revelando que era un maestro de esgrima, el sucesor de Bertrand des Amis. Present?ndolo como un hombre peligroso, al mismo tiempo esa informaci?n trataba de excusar las sucesivas derrotas de los aristocr?ticos espadachines.

Pero las cosas no pod?an quedar como estaban despu?s de tanto esfuerzo. Apartando la vista del grupo de caballeros, Andr?-Louis levant? la voz para que todos pudieran o?rlo:

– Seg?n parece, mis temores a pasarme el resto de mis d?as en el Bois eran infundados.

Por el rabillo del ojo pudo advertir la agitaci?n que esas palabras provocaron en el grupo. Los caballeros le miraron, pero eso fue todo. Andr?-Louis pens? que tendr?a que decir algo m?s atrevido. Pasando lentamente entre sus amigos, coment?:

– Lo m?s sorprendente es que el asesino de Lagron no haya provocado al sucesor de Lagron. Tal vez tenga sus razones. Quiz?s el caballero es muy prudente.

Hab?a pasado de largo por delante del grupo cuando dej? caer esta ?ltima frase, a la que acompa?? con una insolente y provocadora carcajada. No tuvo que esperar mucho. Sinti? unos pasos que le segu?an y una mano cay? sobre su hombro haci?ndole girar violentamente sobre sus talones. Ahora estaba frente a frente con el se?or de La Tour d'Azyr, en cuyo rostro sereno hab?a unos ojos llameantes de ira. Detr?s de ?l, ven?an lentamente algunos de los caballeros que estaban en el grupo. Los otros, al igual que los compa?eros de Andr?-Louis, contemplaban la escena a prudencial distancia.

– Si no me equivoco, creo que habl?is de m? -dijo el marqu?s sin alterarse.

– En efecto, hablaba de un asesino. Pero s?lo estaba hablando con estos amigos m?os.

La actitud de Andr?-Louis era tan sosegada como la de su interlocutor, o incluso m?s, pues de los dos era el que m?s experiencia ten?a como actor.

– Habl?is lo bastante alto para ser o?do por los dem?s -dijo el marqu?s contestando a la insinuaci?n de que ?l estaba escuchando a escondidas.

– Los que quieren o?r por casualidad, suelen conseguirlo con bastante frecuencia.

– Me parece que ten?is la intenci?n de ofenderme.

– ?Oh, est?is en un error, se?or marqu?s! No deseo ofenderos. Pero no me gusta que me pongan la mano encima, mucho menos trat?ndose de manos que no puedo considerar limpias. En estas circunstancias, no puedo ser cort?s.

El se?or de La Tour d'Azyr parpade?. Casi admiraba la actitud de Andr?-Louis. M?s bien tem?a salir perdiendo si la comparaban con la suya. Y eso lo sac? de sus casillas.

– Me hab?is llamado el asesino de Lagron. Como veis, no soy sordo. Y tambi?n recuerdo que no es la primera vez.

– ?Cu?nto me halaga que os acord?is de m?, se?or!

– En aquella ocasi?n me llamasteis asesino porque us? mi habilidad para eliminar a un fan?tico que representaba un peligro para m?, ni m?s ni menos como hac?is vos, maestro de esgrima, cuando os enfrent?is a otros cuyo dominio de la espada es inferior al vuestro.

Los amigos del se?or de La Tour d'Azyr estaban serios y desconcertados. Era realmente incre?ble que aquel gran caballero descendiera a discutir con un canalla abogado espadach?n. Y, lo que era peor, que en aquella discusi?n quedara en rid?culo.

– ?Me enfrento yo a ellos? -dijo Andr?-Louis en tono de burla-. Perdonad, se?or marqu?s, pero fueron ellos los que me provocaron est?pidamente. Me empujaban, me abofeteaban, me pisaban los pies, me insultaban. Eso no tiene nada que ver con el hecho de que yo sea maestro de esgrima. ?Acaso por serlo tengo que soportar los malos tratos de vuestros groseros amigos? ?O es que de haber sabido antes que yo era maestro de esgrima, sus modales hubieran sido m?s correctos? Pero yo no tengo la culpa de eso. ?Qu? injusticia!

– ?Payaso! -le apostrof? desde?osamente el marqu?s-. Nada de lo que dec?s viene al caso. ?Esos hombres con los que os hab?is enfrentado viven de la espada como vos?

– Al contrario, se?or marqu?s. Por lo que he podido comprobar, son hombres que mueren por la espada con asombrosa facilidad. No creo que sea vuestro deseo ser uno de ellos. -?Y por qu? no? -dijo el se?or de La Tour d'Azyr con el rostro enrojecido.

– ?Oh! -exclam? Andr?-Louis enarcando las cejas y crispando los labios-. Porque vos, se?or, prefer?s las v?ctimas f?ciles, los Lagron y los Vilmorin de este mundo, meras ovejas para vuestro matadero.

El marqu?s de La Tour d'Azyr le dio una bofetada a Andr?-Louis, quien retrocedi?. Sus ojos brillaron por un momento; despu?s se ech? a re?r en la cara de su enemigo.

– Despu?s de todo, sois como los dem?s. ?Muy bien! La historia se repite, aunque con ligeras variaciones, pues el pobre Vilmorin no pudo soportar la vil mentira con la que le provocasteis, y entonces os abofete?; y ahora vos no pod?is soportar una verdad igualmente vil, y por eso me abofete?is. Pero siempre la vileza est? de vuestra parte. Y ahora, como entonces, para el que abofetea… -se interrumpi? y luego dijo-: pero, en fin, no hace falta decirlo. Deb?is recordarlo, puesto que vos mismo lo escribisteis aquel d?a con la punta de vuestra espada. Y ya que as? lo dese?is, caballero, nos batiremos. -?Y qu? otra cosa iba a desear? ?Hablar? Andr?-Louis se volvi? a su amigo suspirando. -Como ves, tendr? que ir de nuevo al Bois, Isaac. ?Podr?as hacerme el favor de hablar con cualquiera de estos amigos del se?or marqu?s y concertar el duelo para ma?ana a las nueve en punto, como de costumbre?

– Ma?ana, no -le dijo el marqu?s a Le Chapelier-. Tengo que visitar a alguien en el campo y no puedo dejar de ir. Le Chapelier mir? a Andr?-Louis y ?ste dijo: -Entonces nos batiremos el domingo a la misma hora. -Tampoco puedo ir el domingo -explic? el marqu?s-. No soy tan pagano como para infringir la fiesta de guardar. -Pero seguramente Dios no condenar? a un caballero tan devoto como el se?or marqu?s porque falte a una misa -dijo Andr?-Louis-. Muy bien, Isaac, fija el encuentro para el lunes si es que no hay otra solemne festividad ni ning?n compromiso impostergable que se lo impida al se?or marqu?s. Lo dejo en tus manos.

Salud? con el aire de alguien a quien aburren esos detalles y, cogiendo del brazo a Kersain, se alej?.

– ?Dios m?o! ?Qu? estilo tienes para estos asuntos! -le dijo Kersain, que de estas cosas no sab?a nada.

– De ellos lo aprend? -dijo ech?ndose a re?r. Estaba de muy buen humor. Y Kersain se sum? a los que cre?an que Andr?-Louis era un inconsciente o un hombre sin coraz?n.

Pero en sus Confesiones nos dice -y eso nos permite descubrir al hombre verdadero detr?s de su m?scara- que aquella noche se arrodill? para pedirle al esp?ritu de su difunto amigo Philippe que fuera testigo de c?mo estaba a un paso de cumplir el juramento hecho sobre su cuerpo, hac?a dos a?os, en Gavrillac.

CAP?TULO X Orgullo herido

La persona a la que el se?or de La Tour d'Azyr ten?a que visitar en el campo era el se?or de Kercadiou. Ese d?a muy temprano se dirigi? con su coche a Meudon, llevando consigo el ?ltimo n?mero de Actes des Apotres, cuyas s?tiras sobre los innovadores tanto divert?an al se?or de Gavrillac. El venenoso desprecio destilado contra aquellos golfos le hac?a olvidar los sinsabores que ellos mismos le hab?an causado oblig?ndolo a desterrarse de Breta?a.

Durante el ?ltimo mes, el marqu?s hab?a visitado dos veces al se?or de Gavrillac, y al ver a Aline, tan dulce y lozana, tan bella e inteligente, las cenizas del pasado, que ?l cre?a ya apagadas, volvieron a encenderse. La deseaba m?s que a nada en el mundo. Cre?a que era su pasi?n m?s pura, y que, de haberla experimentado siendo m?s joven, le hubiera convertido en otro hombre. Le hab?a dolido en el alma que, despu?s del asunto del Teatro Feydau, ella hubiera manifestado que no quer?a volver a verle. De un golpe, a causa de aquel malhadado mot?n, hab?a perdido una amante que le gustaba y una mujer que idolatraba. El s?rdido amor de la se?orita Binet le hubiera podido consolar al perder el amor de Aline, del mismo modo que su exaltado amor por Aline le hab?a inclinado a sacrificar su relaci?n con la hija de Binet. Pero aquella ri?a tumultuaria en el teatro le hab?a privado de ambas a la vez. Fiel a lo que le hab?a prometido a Sautron, hab?a roto definitivamente con la actriz para encontrarse con que tambi?n Aline romp?a definitivamente con ?l. Y cuando ya se hab?a recuperado de su pesar, cuando volvi? a pensar en la se?orita Binet, la comedianta ya hab?a desaparecido sin dejar rastro.