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– ?Dios m?o!

Como siempre, el se?or de La Tour d'Azyr hizo lo que era de rigor. Se despidi?, pues permanecer m?s tiempo en un sitio donde sus palabras provocaban tal efecto hubiera sido impropio. De modo que se fue con una amargura s?lo comparable a su anterior optimismo; la miel de la esperanza se hab?a transformado en hiel nada m?s llev?rsela a los labios. ?Oh, s?, la ?ltima palabra siempre la ten?a Andr?-Louis Moreau!

T?o y sobrina se miraron cuando el caballero sali?, y en los ojos de ambos se reflejaba el horror. La lividez de Aline era casi cadav?rica y no dejaba de retorcerse las manos angustiada.

– ?Por qu? no le pediste… por qu? no le rogaste…? -exclam?.

– ?Para qu?? -contest? su t?o-. ?l tiene raz?n, y… y… hay cosas que no se pueden pedir, cosas que ser?a humillante pedir -y se sent? suspirando-. ?Oh, pobre muchacho… pobre muchacho descarriado!

Ninguno de los dos ten?a la m?s m?nima duda acerca del desenlace de aquel duelo. El aplomo con que hab?a hablado el marqu?s no auguraba nada bueno. El se?or de La Tour d'Azyr nunca fanfarroneaba, y ellos sab?an que era muy diestro con la espada.

– ?Qu? importa humillarse cuando la vida de Andr?-Louis est? en peligro? -protest? Aline.

– Lo s?… ?Dios m?o! Y yo mismo me humillar?a si supiera que as? puedo evitar ese duelo. Pero el marqu?s es un hombre duro, inflexible y…

Ella le dej?, y sali? bruscamente al jard?n. Corri? hasta alcanzar al marqu?s cuando iba a subir al carruaje. Al o?r su voz, ?l se volvi? y se inclin?.

– ?Se?orita?…

Enseguida adivin? su prop?sito, saboreando anticipadamente la amargura de tener que decirle que no. Pero Aline insisti? tanto que volvi? con ella al vest?bulo de suelo ajedrezado en blanco y negro. ?l se apoy? en una mesa de roble y ella se sent? en el sill?n tapizado con seda carmes? que estaba al lado.

– Se?or, no puedo permitir que part?is as?. No pod?is imaginar el golpe que ser?a para mi t?o si… si ma?ana tiene lugar ese funesto encuentro. Las expresiones que ?l us? al principio…

– Se?orita, me he dado cuenta de lo que en realidad significaban esas expresiones. Creedme, me siento profundamente desolado ante lo inesperado de las circunstancias. Es preciso que me cre?is. Es todo cuanto os puedo decir.

– ?Eso es realmente todo? ?Mi t?o quiere tanto a Andr?! -exclam? ella.

El tono suplicante de Aline hiri? al marqu?s como un cuchillo, y s?bitamente surgi? en su alma otra emoci?n, una emoci?n absolutamente indigna del orgullo de su linaje, que casi parec?a mancharle, pero que no pudo reprimir. Vacil? ante la posibilidad de exteriorizar semejante sospecha, vacil? ante la idea de sugerir ni remotamente que un hombre de tan innoble ascendencia pudiera ser su rival. Pero aquel repentino ataque de celos fue m?s fuerte que su orgullo.

– ?Y vos, se?orita? ?Vos tambi?n quer?is a ese Andr?-Louis Moreau? Os pido perd?n por la pregunta, pero necesito saberlo con claridad.

Entonces vio que la joven se ruborizaba. Primero vio en su rostro confusi?n, y luego el brillo de los ojos azules de Aline le anunci? que era m?s bien enojo. Eso le consol?, pues al fin y al cabo la hab?a insultado. No se le ocurri? pensar que aquel enojo pudiera tener otro origen.

– Andr?-Louis y yo fuimos compa?eros de juegos en la infancia. Tambi?n yo le quiero mucho; casi le considero un hermano. Si yo necesitara algo y mi t?o no estuviese a mi lado, Andr?-Louis ser?a el ?nico hombre a quien ir?a en busca de ayuda. ?Basta con esta respuesta, caballero? ?O quer?is saber algo m?s?

?l se mordi? los labios. Pens? que estaba nervioso aquella ma?ana; de otro modo, no se le hubiera ocurrido hacer aquella est?pida pregunta con que la hab?a ofendido. Hizo una profunda reverencia.

– Se?orita, perdonad que os haya molestado con mi pregunta. Hab?is dicho m?s de lo que yo hubiera podido esperar.

Y no dijo nada m?s d?ndole a ella la posibilidad de seguir hablando. Pero Aline no sab?a qu? palabras emplear. Se qued? callada, frunciendo las cejas y tamborileando nerviosamente con los dedos en la mesa, hasta que al fin entr? precipitadamente en el tema que le interesaba.

– Se?or, os ruego que suspend?is ese duelo.

Vio c?mo el marqu?s arqueaba ligeramente las cejas, vio su ef?mera sonrisa apenada, y prosigui?:

– ?Qu? honor pod?is satisfacer en semejante encuentro?

Astutamente ella apelaba a su arrogancia, pues sab?a que era el sentimiento dominante en el marqu?s, un sentimiento que no le hab?a sido muy provechoso.

– No busco satisfacer ning?n honor, se?orita, sino justicia. El encuentro, como ya expliqu? antes, no lo he buscado yo. Me ha sido impuesto, y mi honor no me permite retroceder.

– ?Qu? deshonra puede haber en perdonarle? ?Acaso alguien osar?a poner en duda vuestro valor? Nadie podr?a mal interpretar vuestros motivos.

– Os equivoc?is, se?orita. Sin duda mis motivos ser?an mal interpretados. Olvid?is que ese joven ha adquirido en la ?ltima semana cierta reputaci?n capaz de hacer vacilar a cualquiera que vaya a enfrentarse con ?l.

Ella contest? casi desde?osamente, como si eso fuera algo sin importancia.

– A cualquiera menos a vos, se?or marqu?s.

Se sinti? halagado por la dulzura de su confianza. Pero detr?s de aquella dulzura hab?a un gran amargor.

– A m? tambi?n, se?orita, puedo asegurarlo. Y hay algo m?s. Ese desaf?o al cual el se?or Moreau me ha forzado no es ninguna novedad. Es la culminaci?n de la larga persecuci?n de que me ha hecho v?ctima.

– Persecuci?n que os hab?is buscado -dijo ella-. ?sa es la verdad, se?or marqu?s.

– Nada m?s lejos de mi intenci?n, se?orita.

– Vos matasteis a su mejor amigo.

– En ese sentido no tengo nada que reprocharme. Mi justificaci?n est? en las circunstancias, como ha quedado confirmado tras los disturbios que han estremecido este desdichado pa?s.

– Y… -Aline titube?, apartando por primera vez la mirada-. Y vos… vos le… ?Y qu? hay de la se?orita Binet, con la que ?l pensaba casarse?

?l la mir? sorprendido.

– ?Con la que pensaba casarse? -repiti? incr?dulo, casi consternado.

– ?No lo sab?ais?

– Pero ?y c?mo lo sab?is vos?

– ?No os dije que somos casi como hermanos? ?l me lo dijo antes… antes de que vos lo hicieseis imposible.

?l desvi? la mirada, pensativo y cabizbajo, casi aturdido.

– Hay -dijo quedamente- una singular fatalidad entre ese hombre y yo que hace que nuestros caminos se crucen constantemente…

Tras suspirar, volvi? a mirarla frente a frente, y habl? m?s en?rgicamente.

– Se?orita, hasta ahora yo no ten?a conocimiento… no ten?a ni la menor sospecha de eso. Pero… -se interrumpi?, pens? un instante y se encogi? de hombros-: Pero si le hice da?o fue inconscientemente. Ser?a injusto acusarme de lo contrario. La intenci?n es lo que cuenta en nuestros actos.

– Pero el da?o sigue siendo el mismo.

– Eso no me obliga a negarme a lo que irrevocablemente he de hacer. Por otra parte, ninguna justificaci?n podr?a ser mayor que la pena que esto le ocasiona a mi buen amigo, vuestro t?o, y tal vez a vos misma, se?orita.

Ella se levant? de pronto, desesperada, dispuesta a jugar su ?nica carta.

– Se?or -dijo-, hoy me hicisteis el honor de hablarme en ciertos t?rminos, de… de aludir a ciertas esperanzas con las que me honr?is.

?l la mir? casi asustado. En silencio, esper? a que ella continuara.

– Yo… yo… Por favor, comprended, se?or marqu?s, que si persist?s en ese asunto, si… no anul?is ese compromiso de ma?ana en el Bois, no deb?is conservar ninguna esperanza, pues jam?s podr?is volver a acercaros a m?.

Era lo ?ltimo que pod?a hacer. A ?l correspond?a ahora aprovechar la puerta que ella le abr?a de par en par.

– Se?orita, vos no pod?is…

– S? puedo hacerlo, se?or, irrevocablemente… Por favor, os ruego que lo comprend?is.

?l se puso p?lido y la mir? con l?stima. La mano que el marqu?s antes hab?a levantado en se?al de protesta empez? a temblar. La dej? caer para que Aline no advirtiese aquel temblor. As? permaneci? un breve instante, mientras en su interior se libraba una batalla, la lucha entre su deseo y lo que le dictaba su sentido del deber, sin percibir c?mo aquel sentido del honor se transformaba en implacable sed de venganza. Suspender el duelo, se dijo, equivaldr?a a caer en la m?s abyecta verg?enza, y eso era inconcebible. Aline ped?a demasiado. No pod?a saber lo que estaba pidiendo, porque si lo supiera no ser?a tan injusta, tan poco razonable. Al mismo tiempo, sab?a que era in?til tratar de que lo comprendiera.

Era el fin. Aunque a la ma?ana siguiente matara a Andr?-Louis Moreau, como esperaba hacer, la victoria siempre ser?a para aquel intr?pido joven. El marqu?s se inclin? profundamente, con la pena que inundaba su coraz?n reflejada en el rostro.

– Se?orita, os presento mis respetos -murmur? y se volvi? para irse.

Azorada, atolondrada, ella se levant? llev?ndose una mano al coraz?n. Entonces grit? aterrada:

– Pero… ?si a?n no me hab?is contestado!

?l se detuvo en el umbral y se volvi?, y desde la sombra del vest?bulo Aline vio su graciosa silueta recort?ndose contra el resplandor del sol. Esa imagen suya la perseguir?a obstinadamente como algo siniestro y amenazador a lo largo de las horas de pavor que seguir?an.

– ?Qu? quer?is que haga, se?orita? He querido evitarme y evitaros el dolor de una negativa.

Y se fue, dej?ndola acongojada y furiosa.

Aline se dej? caer de nuevo en el gran sill?n carmes? y all? permaneci?, acodada en la mesa y cubri?ndose el rostro con las manos.

Un rostro ardiente de verg?enza y de pasi?n.

?Se hab?a ofrecido y la hab?an rechazado! Aquello era inconcebible. Le parec?a que semejante humillaci?n era una m?cula imborrable en su conciencia.

CAP?TULO XI El regreso de la calesa

Aquel d?a el se?or de Kercadiou escribi? una carta:

Ahijado -empezaba sin ning?n adjetivo que indicara afecto-, he sabido, con pena e indignaci?n, que otra vez has faltado a la palabra que me diste de abstenerte de toda actividad pol?tica. Con mayor pena e indignaci?n todav?a, me he enterado de que, de un tiempo a esta parte, te has convertido en alguien que abusa de la destreza adquirida en la esgrima contra los de mi clase, contra los de la clase a la cual debes todo lo que eres. Tambi?n s? que ma?ana tendr?s un encuentro con mi buen amigo, el se?or de La Tour d'Azyr. Un caballero de su alcurnia y abolengo tiene ciertas obligaciones que, por su nacimiento, le impiden suspender un compromiso de esa naturaleza. Pero t? no tienes esa desventaja. Un hombre de tu clase puede negarse a cumplir un compromiso de honor, o bien dejar de asistir a ?l sin que eso entra?e un sacrificio. Los partidarios de tus ideas opinar?n que puedes hacer uso de una justificada prudencia. Por consiguiente, te suplico -y creo que por los favores que has recibido de m?, podr?a orden?rtelo- que te abstengas de asistir a la cita de ma?ana. Si mi autoridad no basta, como se deduce de tu pasada conducta en la que ahora has reincidido, si tampoco puedo esperar de ti un justo sentimiento de gratitud hacia m?, entonces debes saber que en caso de sobrevivir a ese duelo, no quiero volver a verte, pues para m? habr?s muerto. Si todav?a te queda una chispa del afecto que alguna vez me demostraste, o si para ti significa algo mi afecto que, a pesar de los pesares, me hace escribir esta carta, no te negar?s a hacer lo que te pido.