Выбрать главу

Ciertamente no era una carta diplom?tica. El se?or de Kercadiou carec?a de tacto. Cuando Andr?-Louis la ley? el domingo por la tarde, s?lo vio en aquella carta preocupaci?n por la posible muerte del se?or de La Tour d'Azyr, su buen amigo, como le llamaba, y futuro sobrino pol?tico.

El mozo que hab?a tra?do la carta de su padrino y que ahora aguardaba la respuesta, tuvo que esperar una hora mientras Andr?-Louis la redactaba. Aunque breve, le cost? mucho escribirla. Finalmente, la carta dec?a:

Padrino,

Hac?is que me resulte extraordinariamente duro tener que negarme a lo que me suplic?is en virtud del afecto que os profeso. Si algo he deseado toda mi vida, ha sido tener una oportunidad de demostraros ese afecto. De ah? que me sienta tan desolado al ver que no puedo daros la prueba que ahora me ped?s. Es demasiado grave lo que ocurre entre el se?or de La Tour d'Azyr y yo. tambi?n me ofend?is, a m? y a los de mi clase -cualquiera que ?sta sea- al decir injustamente que no estamos obligados por compromisos de honor. Hasta tal punto me obligan, que, aunque quisiera, no puedo retroceder.

Si en el futuro persist?s en vuestra anunciada intenci?n, tendr? que seguir sufriendo. Y pod?is estar seguro de que sufrir?.

Vuestro afectuoso y agradecido ahijado,

Andr?-Louis

Entreg? el billete al mozo del se?or de Kercadiou y supuso que con esto quedaba zanjado el asunto. Se sent?a herido en lo m?s hondo; pero actuaba con ese externo estoicismo que tan bien sab?a afectar.

Al otro d?a por la ma?ana, vino Le Chapelier a desayunar con ?l. Pero a las ocho y cuarto, cuando se levantaban de la mesa para dirigirse al Bois, su ama de llaves le sobresalt? anunci?ndole la visita de la se?orita de Kercadiou.

Andr?-Louis consult? su reloj; aunque su cabriol? ya estaba a la puerta, a?n dispon?a de unos minutos. Se excus? con Le Chapelier, y sali? r?pidamente a la antesala. La joven avanz? a su encuentro, impaciente, casi febril. -No ignoro a qu? has venido -dijo ?l r?pidamente para abreviar-. Pero tengo prisa, y te advierto que s?lo una raz?n contundente me har?a detenerme un solo instante.

Ella se sorprendi?. Aquello era ya una negativa antes de que ella hubiera podido abrir la boca, y era lo ?ltimo que esperaba de Andr?-Louis. Adem?s, not? en ?l cierto distanciamiento que no era habitual en su trato con ella. Y el tono de su voz era tajante y fr?o.

Esto la hiri?. Aline no pod?a adivinar el motivo de aquella reacci?n. El motivo era que Andr?-Louis comet?a con ella el mismo error que la v?spera hab?a cometido con la carta de su padrino. Pensaba que tanto ?l como ella s?lo estaban preocupados por la suerte del marqu?s de La Tour d'Azyr en aquel lance. No era capaz de concebir que el motivo de tanta inquietud fuera ?l. Tan absoluta era su convicci?n de que saldr?a victorioso de aquel encuentro que no se le ocurr?a pensar que alguien pudiera temer por su vida.

Creyendo que su padrino estaba angustiado por su predestinada v?ctima, se sinti? irritado al leer su carta; del mismo modo que ahora la visita de Aline le enfurec?a. Sospechaba que la joven no hab?a sido franca con ?l; que la ambici?n la impulsaba a considerar como un honor casarse con el se?or de La Tour d'Azyr. Y eso -aparte de vengar el pasado- era lo que m?s le acicateaba para batirse con el marqu?s: salvarla de caer en sus garras.

La joven le contempl? boquiabierta, asombrada de su serenidad en aquel momento.

– ?Qu? tranquilo est?s, Andr?! -exclam?.

– Yo nunca pierdo la calma, de lo cual me enorgullezco.

– Pero… ?Oh, Andr?! Ese duelo no debe tener lugar -dijo acerc?ndose a ?l y poni?ndole las manos en los hombros mientras le sosten?a la mirada.

– ?Conoces alguna raz?n de peso para que no tenga lugar? -dijo ?l.

– Podr?as morir -contest? ella y sus pupilas se dilataron.

Aquello era tan distinto de lo que ?l esperaba que, por un momento, s?lo atin? a mirarla asombrado. Entonces crey? comprender. Se ech? a re?r mientras apartaba las manos de la joven de sus hombros y retroced?a un paso. Aquello no era m?s que una trivial estratagema, una ni?er?a indigna de ella.

– ?Realmente pens?is, tanto t? como mi padrino, que conseguir?is vuestro prop?sito tratando de asustarme? -y se ech? a re?r burlonamente.

– ?Oh! ?Est?s loco de atar! Todo el mundo sabe que el marqu?s de La Tour d'Azyr es el espadach?n m?s peligroso de Francia.

– Esa fama, como sucede en la mayor?a de las ocasiones, es injustificada. Chabrillanne era tambi?n un espadach?n peligroso, y est? bajo tierra. La Motte -Royau era todav?a m?s diestro con la espada, y est? en manos de un cirujano. Y as? son todos esos espadachines, que no son m?s que matarifes que sue?an con descuartizar a este abogado de provincia como si fuera un carnero. Hoy le toca el turno al jefe de todos ellos, ese mat?n de capa y espada. Tenemos que arreglar una vieja cuenta pendiente. Y, ahora, si no tienes otra cosa que decir…

Era el sarcasmo de Andr?-Louis lo que la dejaba perpleja. ?C?mo pod?a estar tan seguro de que saldr?a ileso de aquel duelo? Al desconocer su maestr?a como espadach?n, Aline lleg? a la conclusi?n de que toda aquella entereza no era m?s que otra de sus comedias. Y en cierto modo era verdad que Andr?-Louis estaba actuando.

– ?Recibiste la carta de mi t?o? -le pregunt? ella cambiando de t?ctica.

– S?, y ya la contest?.

– Lo s?. Y lo que te advierte en su carta, lo cumplir?. Si llevas a cabo tu horrible prop?sito, ni sue?es con su perd?n.

– Ahora s?, esa raz?n es m?s poderosa que la otra -dijo ?l-. Si hay una raz?n en el mundo que pueda conmoverme, es ?sa. Pero lo que ocurre entre el se?or de La Tour d'Azyr y yo es algo muy grave. Por ejemplo, un juramento que hice sobre el cad?ver de Philippe de Vilmorin. Jam?s pens? que Dios me ofrecer?a una oportunidad como ?sta para cumplir mi promesa.

– A?n no la has cumplido -coment? ella.

?l le sonri?.

– Es verdad. Pero falta poco para las nueve. Perm?teme una pregunta -dijo s?bitamente-, ?por qu? no has ido con esta petici?n al se?or de La Tour d'Azyr?

– Ya lo hice -contest? ella ruboriz?ndose al recordar su negativa del d?a anterior. Y ?l interpret? aquella se?al de su rostro err?neamente.

– ?Y ?l? -pregunt? Andr?-Louis.

– El sentido del honor del se?or de La Tour d'Azyr… -empez? a decir la joven, pero se detuvo para a?adir brevemente-: El marqu?s se neg?.

– Muy bien, muy bien. Era su deber, costara lo que costara. Y, sin embargo, en su lugar, a m? no me costar?a nada. Pero, ya ves, los hombres somos distintos -suspir?-. Del mismo modo, en tu lugar, yo no hubiera insistido m?s. Pero en fin…

– No te entiendo, Andr?.

– Pues est? muy claro. Todo en m? est? claro. Pi?nsalo bien. Quiz?s eso te consuele -volvi? a consultar su reloj y a?adi?-: Qu?date aqu?, est?s en tu casa. Ahora tengo que irme.

Le Chapelier asom? la cabeza desde la puerta de la calle.

– Perdona, Andr?, pero se nos hace tarde.

– Ya voy -contest? Andr?-. Te agradecer?, Aline, que aguardes mi regreso. Sobre todo, tomando en cuenta lo que tu t?o ha decidido.

Ella no le contest?. Hab?a perdido el habla. Confundiendo su silencio con el consentimiento, Andr?-Louis sali? no sin antes inclinarse profundamente ante ella. Como una estatua, Aline oy? alejarse los pasos de Andr?-Louis; lo oy? hablar tranquilamente con Le Chapelier y not? que su voz segu?a siendo sosegada y normal.

?Oh, estaba loco de atar! ?La vanidad le cegaba! Cuando su carruaje parti?, Aline se sent? con una sensaci?n de cansancio, casi de hast?o. Se sent?a d?bil y estaba muerta de horror. Andr?-Louis corr?a a arrojarse en brazos de la muerte. Esa convicci?n -una convicci?n insensata que probablemente le hab?a transmitido el se?or de Kercadiou- embargaba su alma. As? se qued? un rato, paralizada por la desesperanza. Pero de pronto, se puso en pie de un salto, retorci?ndose las manos. Ten?a que hacer algo para evitar aquel horror. Pero ?qu? pod?a hacer? Seguirlo hasta el Bois de Boulogne y tratar de separarlos ser?a dar un esc?ndalo en vano. Las m?s elementales normas de conducta, nacidas de la costumbre, se alzaban ante ella como una barrera infranqueable. ?No habr?a nadie capaz de ayudarla?

A pesar de estar fren?tica en medio de su impotencia, oy? en la calle el ruido de otro carruaje que se acercaba hasta detenerse ante la academia de esgrima. ?Habr?a regresado ya Andr?-Louis? Apasionadamente se asi? a esa fr?gil esperanza. Alguien llamaba a la puerta de la calle, aporre?ndola fuertemente. Entonces oy? los zuecos del ama de llaves de Andr?-Louis bajando por la escalera para abrir.

Aline corri? a la puerta de la antesala y, entreabri?ndola, escuch? jadeante. La voz que oy? procedente de la calle no era la que tan desesperadamente necesitaba o?r. Era una voz de mujer preguntando con urgencia si el se?or Andr?-Louis hab?a salido; una voz que primero le result? vagamente familiar a Aline, y despu?s, muy conocida: era la voz de la se?ora de Plougastel.

Excitada, Aline corri? hacia la puerta de entrada a tiempo para o?r a la se?ora de Plougastel exclamar con agitaci?n:

– ?Se ha ido ya? ?Oh! Pero ?cu?nto tiempo hace?

Evidentemente el motivo de la visita de la se?ora de Plougastel deb?a de ser id?ntico al suyo, pens? Aline en medio de su afligida confusi?n. Despu?s de todo, aquello no ten?a nada de asombroso. El singular inter?s de la se?ora de Plougastel por Andr?-Louis le parec?a suficiente explicaci?n. Sin pensarlo dos veces, sali? de detr?s de la puerta y corri? hacia ella exclamando: