Esta vez Andr?-Louis estaba esper?ndola, y pudo pararla desvi?ndola de un golpe. Y acto seguido avanz? s?bitamente, penetrando la guardia de su enemigo, coloc?ndolo tan a su merced, que el marqu?s, como fascinado, ni siquiera atin? a cubrirse.
Esta vez Andr?-Louis no se ri?. Se limit? a sonre?r ante la mirada at?nita del marqu?s y no aprovech? su evidente ventaja.
– ?Vamos, vamos, se?or! -grit? Andr?-Louis en?rgicamente-. No me gusta atacar a un hombre que no est? en guardia. -Deliberadamente retrocedi? para que su tembloroso contrario pudiera asumir la postura correcta.
El se?or d'Ormesson suspir? aliviado tras un momento de terror. Le Chapelier murmur?: «?Caramba! ?No hay que tentar a la suerte esgrimiendo de esa manera tan demencial!».
Andr?-Louis advirti? la profunda palidez que cubr?a el rostro de su adversario.
– Se?or m?o, me parece que empez?is a sentir lo mismo que debi? de sentir Philippe de Vilmorin aquel d?a en Gavrillac. Eso era lo primero que yo quer?a. As? que, ahora, ?vamos hasta el fin!
Y comenz? a luchar con la rapidez del rayo. Por un momento, la punta de su espada le pareci? al se?or de La Tour d'Azyr que estaba en todas partes a la vez, y entonces Andr?-Louis le acometi? vigorosamente hasta terminar en una estocada destinada a traspasar al marqu?s quien, de resultas de una serie de amagos anteriores calculados por su adversario, hab?a quedado al descubierto. Pero, para asombro y pesar de Andr?-Louis, el se?or de La Tour d'Azyr par? el golpe. Lo que m?s le pes? fue que lo hizo demasiado tarde. De haberlo parado antes, todo hubiera ido bien para Andr?-Louis. Pero con aquel quite en la ?ltima fracci?n de segundo, el marqu?s desvi? su espada poniendo a salvo su cuerpo, aunque no lo bastante para evitar que el acero de Andr?-Louis le rasgara los m?sculos del brazo.
Ninguno de estos detalles era visible. Lo ?nico que vieron los padrinos fue el torbellino de las espadas centelleantes y el ataque a fondo de Andr?-Louis, cuyas piernas se extendieron hasta casi tocar el suelo en una estocada ascendente que hiri? al marqu?s en el brazo derecho, justo debajo del hombro.
La herida hizo que los dedos del se?or de La Tour d'Azyr se crisparan dejando caer su espada. Desarmado, mordi?ndose los labios, p?lido y jadeante, se mantuvo firme ante su contrario. Con la punta de la espada ensangrentada, Andr?-Louis le miraba con sa?a, como un cazador viendo huir a la presa que por su torpeza se le escapa en el ?ltimo momento. M?s tarde, tanto en la Asamblea como en los peri?dicos, dir?an que hab?a sido una nueva victoria del palad?n del Tercer Estado, pero s?lo ?l conoc?a la magnitud de aquel fracaso.
Ahora el se?or d'Ormesson acud?a en ayuda del marqu?s.
– ?Est?is herido! -grit? est?pidamente.
– No es nada -dijo el se?or de La Tour d'Azyr-. Ha sido s?lo un rasgu?o.
Pero sus labios se crisparon en una mueca de dolor mientras la rasgada manga de su camisa de cambray se empapaba de sangre.
El capit?n d'Ormesson, acostumbrado a estos lances, sac? un pa?uelo de hilo y r?pidamente lo rompi? en tiras improvisando un vendaje.
Andr?-Louis continuaba inm?vil, en la misma posici?n de su estocada, mirando aturdido. Sigui? as? hasta que Le Chapelier le toc? en el brazo. S?lo entonces se irgui?, suspir? y, tras volver a vestirse, se alej? del lugar sin dignarse mirar a su contrario.
Mientras andaba lentamente y en silencio, al lado de Le Chapelier, hacia la salida del bosque, donde hab?an dejado su carruaje, pas? ante ellos la calesa que llevaba al se?or de La Tour d'Azyr y a su padrino, quienes hab?an llegado en coche casi hasta el mismo lugar del duelo. El marqu?s llevaba el brazo en un cabestrillo improvisado con el cintur?n de su compa?ero. Con la casaca azul celeste abotonada al cuello, su manga derecha colgaba vac?a. Por lo dem?s, salvo cierta palidez, su aspecto era el de siempre.
As? se explica que el marqu?s fuera el primero en salir del bosque, y por eso, al verlo regresar en su calesa, aparentemente sano y salvo, las dos damas que quer?an evitar el duelo conjeturaron que hab?a ocurrido lo que m?s tem?an.
La se?ora de Plougastel trat? de llamar al marqu?s; pero su voz se negaba a obedecerla. Trat? de abrir la portezuela de su carruaje; pero sus dedos no encontraban la manija. Mientras la calesa pasaba despacio frente a ella, la mirada pesimista del se?or de La Tour d'Azyr buscaba ansiosamente a Aline. Entonces la se?ora de Plougastel vio algo m?s. Cuando el se?or d'Ormesson se ech? hacia atr?s para que su compa?ero pudiera saludar a la condesa, ella descubri? la manga vac?a del marqu?s. M?s a?n, como su casaca azul s?lo estaba abotonada al cuello, tambi?n pudo ver la manga de la camisa ensangrentada.
La se?ora de Plougastel lleg? a la l?gica conclusi?n de que, a pesar de haber sido herido, quiz?s el marqu?s hab?a herido m?s gravemente a su adversario. Al fin recobr? la voz y le pidi? al cochero del se?or de La Tour d'Azyr que se detuviera. El se?or d'Ormesson se ape? para encontrarse con la dama en el peque?o espacio que quedaba entre los dos carruajes.
– ?D?nde est? el se?or Moreau? -pregunt? la condesa dejando boquiabierto al amigo del marqu?s.
– Indudablemente sois partidaria de ?l, se?ora -replic? el capit?n sobreponi?ndose a su asombro. -?No est? herido?
– Desgraciadamente hemos sido nosotros los que… Pero el se?or d'Ormesson no pudo terminar su frase, pues la voz del se?or de La Tour d'Azyr le interrumpi? secamente: -Ese inter?s vuestro por el se?or Moreau, querida condesa…
A su vez el marqu?s se interrumpi? al notar un aire de desaf?o en la actitud de la dama hacia ?l. Pero su frase no necesitaba completarse.
Se hizo un silencio embarazoso, violento. Despu?s la dama mir? al se?or d'Ormesson. Su actitud cambi?, y dijo lo que al parecer era la explicaci?n de su inquietud por Andr?-Louis Moreau:
– La se?orita de Kercadiou viene conmigo. La pobre ni?a se ha desmayado.
Hubiera podido decir m?s, mucho m?s, de no ser por la presencia del se?or d'Ormesson.
Al enterarse de que all? estaba la se?orita de Kercadiou, y a pesar de su herida, el marqu?s se levant? de un salto.
– No estoy en condiciones de poder prestaros asistencia, se?ora; pero… -se disculp? y una sonrisa se dibuj? en sus p?lidos labios. Con la ayuda del se?or d'Ormesson, y a pesar de sus protestas, el marqu?s se baj? de la calesa, que ahora se hac?a a un lado para dejar pasar a otro carruaje que ven?a del bosque.
Poco despu?s, al pasar por all? aquel cabriol?, dejando atr?s a los dos carruajes detenidos, Andr?-Louis pudo ver una escena realmente conmovedora. Asom?ndose un poco a la ventanilla, vio a Aline sentada en el estribo del carruaje y sostenida por la se?ora de Plougastel. En ese momento volv?a de su desvanecimiento. A pesar de su herida, all? estaba tambi?n el se?or de La Tour d'Azyr, profundamente angustiado, inclin?ndose con solicitud hacia la joven, mientras el capit?n y el lacayo de la gran dama permanec?an respetuosamente apartados.
La condesa levant? los ojos y vio pasar de largo a Andr?-Louis. El rostro de ella se ilumin?, y ?l casi crey? que iba a llamarle, pero para evitarle la dificultad que entra?aba la presencia all? de su adversario, ?l se apresur? a saludarla fr?amente recost?ndose de nuevo en su asiento y mirando deliberadamente a otra parte.
Despu?s de lo que hab?a visto, no necesitaba m?s pruebas para reafirmarse en su convicci?n de que Aline lo hab?a visitado aquella ma?ana s?lo para interceder por el se?or de La Tour d'Azyr. Con sus propios ojos la hab?a visto desmadejada, emocionada al ver la sangre de su querido amigo, quien la consolaba asegur?ndole que su herida no era mortal. Mucho despu?s Andr?-Louis se reprochar?a aquella perversa estupidez. Incluso lleg? a ser demasiado severo en su flagelaci?n. Pues ?c?mo hubiera podido interpretar de otro modo aquella escena, despu?s de las ideas preconcebidas que ten?a?
Lo que antes hab?a sospechado, ahora quedaba confirmado. Aline no le hab?a dicho con franqueza lo que sent?a por el se?or de La Tour d'Azyr. Pero supon?a que en estos asuntos las mujeres suelen ser reservadas, y ?l no deb?a culparla. Tampoco pod?a culparla por haber sucumbido ante el singular encanto de un hombre como el marqu?s, pues ni siquiera su hostilidad pod?a cegarlo hasta el punto de no reconocer los atractivos del se?or de La Tour d'Azyr. Que estaba enamorada de ?l era evidente, y por eso desfallec?a ante el espect?culo de su herida.
– ?Dios m?o! -exclam? en voz alta-. ?Cu?nto habr?a sufrido si hubiera llegado a matarle como era mi prop?sito!
De haber sido un poco m?s franca con ?l, le hubiera sido m?s f?cil acceder a lo que le ped?a. De haberle confesado lo que ahora ?l hab?a visto, que amaba al se?or de La Tour d'Azyr, en vez de dejarle suponer que su ?nico inter?s por el marqu?s nac?a de una ambici?n indigna, entonces ?l hubiera cedido a su ruego inmediatamente.
Andr?-Louis lanz? un suspiro y rez? pidi?ndole perd?n a la sombra de Vilmorin.
– A lo mejor fue una suerte que desviara mi estocada -dijo.
– ?Qu? quieres decir? -pregunt? Le Chapelier.
– Que en este asunto debo abandonar toda esperanza de volver a empezar.
CAP?TULO XIII Hacia la culminaci?n
Al se?or de La Tour d'Azyr no se le volvi? a ver en la sala del Man?ge, ni siquiera en Par?s, durante los meses que siguieron mientras la Asamblea Nacional continuaba sus sesiones para dotar a Francia de una Constituci?n. Aunque su herida en el brazo hab?a sido relativamente leve, la que hab?a recibido su orgullo era realmente mortal.
Corr?an rumores de que hab?a emigrado. Pero era una verdad a medias. Lo cierto era que se hab?a unido a aquel grupo de nobles que iban y ven?an entre las Tuller?as y el Cuartel General de los emigrados, en Coblenza. En pocas palabras, se convirti? en miembro del servicio secreto realista que dar?a al traste con la monarqu?a.
Pero ese momento a?n no hab?a llegado. Por ahora, los mon?rquicos segu?an viendo a los innovadores como unos tipos m?s o menos raros, y no dejaban de burlarse de ellos en Actes des Apotres, el peri?dico sat?rico que editaban en el Palais Royal.
El se?or de La Tour d'Azyr hab?a hecho una visita a Meudon. Y fue bien recibido por el se?or de Kercadiou, quien despu?s de todo no hab?a re?ido con ?l. Pero Aline no sali? de su aposento, firme en su resoluci?n de no volver a verle. De ninguna manera modific? su actitud la circunstancia de que Andr?-Louis hubiera salido ileso del duelo. A un cierto precio, impl?citamente, se hab?a ofrecido al marqu?s y ?l la rechaz?. S?lo la humillaci?n que eso supon?a descartaba la posibilidad de que Aline volviera a recibir al se?or de La Tour d'Azyr.