El se?or de Kercadiou le transmiti? al marqu?s, lo m?s delicadamente que pudo, esa resoluci?n inquebrantable. Comprendiendo, desde su punto de vista, la enormidad de la ofensa infligida a la joven, el marqu?s se despidi? desesperanzado, y no volvi? m?s.
En cuanto a Andr?- Louis, sabedor de que el se?or de Kercadiou no faltar?a a su palabra, se resign? a acatar una decisi?n que supon?a irrevocable. No volvi? por casa de su padrino. Pero dos veces en el transcurso de aquel invierno vio al se?or de Kercadiou y a Aline: una vez fue en la Gal?rie de Bois, en el Palais Royal, donde se saludaron de lejos, y en otra ocasi?n les vio en un palco del Th??tre Francais, pero ellos no le vieron. A Aline volvi? a verla en una tercera ocasi?n, tambi?n en el palco de un teatro, y esta vez con la se?ora de Plougastel. Ella tampoco le vio en esta ocasi?n.
Mientras tanto, Andr?-Louis cumpl?a sus deberes en la Asamblea con todo el celo que le era posible, y se ocupaba tambi?n de la direcci?n de la academia de esgrima, que continuaba prosperando sobremanera, pues hab?a recibido un enorme impulso a ra?z del duelo de su director en el Bois durante aquella memorable semana de septiembre. Limit?ndose a vivir casi ?nicamente de los dieciocho francos diarios de su salario como diputado, sus ya considerables ahorros aumentaron. Pens? que ser?a prudente invertir aquel dinero en Alemania. Ten?a ya bastantes acciones colocadas en la Compa??a del Agua y en la deuda p?blica, y lo hizo a trav?s de un banquero alem?n en la rue Dauphine. Y compr? una importante propiedad en las afueras de Dresde. Hubiera preferido comprarla en su tierra natal. Pero la propiedad de las tierras en Francia le parec?a, y con raz?n, insegura. Tal como estaban las cosas, hoy un grupo de franceses pod?a desposeer a otro, ma?ana otro grupo podr?a desposeer a aquellos que hab?an comprado apresuradamente las propiedades de los antiguos despose?dos.
Esta parte de las Confesiones de Andr?-Louis es muy interesante, pues lo autobiogr?fico se mezcla con la historia dej?ndonos un panorama de la ?poca. All? describe la activa vida de Par?s, tal como ?l la ve?a, y los principales acontecimientos de la Asamblea. Habla del completo restablecimiento del orden y de la paz, del resurgimiento impetuoso de la industria, de la abundancia de trabajo para todos, y de la prosperidad econ?mica que parec?a haberse instalado en Francia. «La obra de la Revoluci?n est? cumplida», dice citando una frase de Dupont en la Asamblea. Y as? era, siempre que la Corona aceptara de buena fe el trabajo realizado, content?ndose con gobernar constitucionalmente, circunscribiendo su poder y subordin?ndose a la voluntad de la naci?n y al bienestar general.
Pero ?aceptar?a todo esto la Corona? ?sa era la pregunta que todos se hac?an, y que en cierta medida quedaba en el aire. Los que miraban al pasado, recordaban la primera reuni?n de los Estados Generales en la Salle des Menus Plaisirs, en Versalles, hac?a dos a?os, y recordaban cuan a menudo las promesas reales se romp?an. Por lo tanto, desconfiaban con raz?n, pues ahora pod?a ocurrir tambi?n. Debido a estas dudas y recelos, provocados especialmente por la reina y sus allegados, persist?a la incertidumbre. Hab?a una sensaci?n, casi una intuici?n, de que quedaba mucho por hacer antes de que Francia pudiera disfrutar con entera seguridad de la igualdad legal que tan laboriosamente hab?a creado para sus hijos. ?Cu?ntos obst?culos hab?a a?n que vencer, cu?ntos horrores tendr?an que vivir todav?a! Tantos que nadie, en aquella primavera de 1791 -ni siquiera los extremistas de los Cordeliers y otros clubes parecidos-, pod?a sospechar ni remotamente.
Aquella ?poca de aparente prosperidad y falsa paz dur? hasta que tuvo lugar la fuga del rey a Varennes, al siguiente mes de junio. Fruto de todas aquellas idas y venidas secretas entre Par?s y Coblenza, esa fuga destruy? la ?ltima ilusi?n, poniendo fin a la paz e iniciando el reinado de la turbulencia. El ignominioso retorno de Su Majestad, custodiado como un colegial que vuelve a su casa para ser castigado, y los ulteriores sucesos de aquel a?o hasta la disoluci?n de la Asamblea Cons tituyente, est?n tan minuciosamente descritos en otros libros, que no es preciso repetirlos, como no sea desde el punto de vista de Andr?-Louis.
La disoluci?n de la Asamblea fue en septiembre. Su trabajo hab?a terminado. El rey acudi? al sal?n Man?ge para declarar que aceptaba la Constituci?n. La Revoluci?n estaba consumada. Luego sigui? la elecci?n de una Asamblea Legislativa, en la que Andr?-Louis represent? una vez m?s a Ancenis. Como en la Asamblea Constituyente no hab?a sido m?s que diputado suplente, no le afectaba la moci?n de Robespierre, seg?n la cual ning?n miembro de la Constituyente podr?a ser miembro de la Legislativa. De haber observado sus propios deseos tan bien como la letra de la ley, se hubiera abstenido de aquella reelecci?n. Pero Andr?-Louis era tan querido en Ancenis, y Le Chapelier insisti? tanto, que no pudo por menos de someterse. Sus proezas como palad?n del Tercer Estado le hab?an hecho popular en todos los partidos, aun entre los miembros de la antigua ala derecha, y entre los jacobinos, en cuyo club hab?a hablado cordialmente una o dos veces. En aquel entonces se esperaba de ?l que hiciera grandes cosas. ?l mismo lo esperaba, pues en aquel momento compart?a la err?nea y extendida opini?n de que la Revoluci?n hab?a concluido. Francia ahora s?lo ten?a que gobernarse dentro de las leyes de la Cons tituci?n que ya ten?a.
Como todos los que pensaban as?, Andr?-Louis no tomaba en cuenta dos importantes factores: el hecho de que la corte no aceptar?a que se alterara el estado de cosas y que la nueva Asamblea no ten?a la experiencia necesaria para dominar las intrigas y las facciones dentro de la corte. La Legislativa era una Asamblea integrada por j?venes, siendo muy pocos los que pasaban de los veinticinco a?os. Predominaban los abogados y, entre ellos, el grupo de abogados de La Gironde, inspirados por un sublime republicanismo. Pero ninguno ten?a experiencia pol?tica; y, durante los cr?ticos primeros d?as, estaban desorientados, y eso, sumado a la consiguiente debilidad, alent? al partido de la corte a presentarles batalla otra vez.
Al principio s?lo fue una batalla de palabras, y una guerra period?stica que tuvo lugar entre publicaciones como L 'Ami du Roy y L'Ami du Peuple, que acababa de aparecer furiosamente editado por el fil?ntropo Marat.
El malestar p?blico empez? a manifestarse de nuevo, y la perpetua tensi?n entre la revoluci?n y la contrarrevoluci?n volvi? a proyectar la sombra de la crisis sobre el amenazado pa?s. Ahora media Europa se armaba para arremeter contra Francia, y su guerra con Francia era la guerra del rey franc?s. ?ste era el horror que estaba en el origen de todos los horrores que vendr?an despu?s. Esto era lo que serv?a de pretexto a gente como Marat, Danton, H?bert y otros extremistas para fomentar la ira del populacho.
Y mientras la corte prosegu?a sus intrigas, mientras los jacobinos, dirigidos por Robespierre, le declaraban la guerra a los girondinos, bajo la jefatura de Vergniaud y Brisset; mientras los feuillants 1 los combat?an a ambos; y mientras la antorcha de la invasi?n extranjera se encend?a en la frontera y la de la guerra civil ya se inflamaba dentro de la naci?n, Andr?-Louis se alej? del centro del polvor?n.
Los disturbios contrarrevolucionarios fomentados por el clero ten?an lugar en todas partes, pero en ning?n lugar la situaci?n era tan dif?cil como en Breta?a, y en vista de sus antecedentes y de su influencia en su provincia nativa, la Comi si?n de los Doce, en aquellos primeros d?as del ministerio girondino, adoptando la sugerencia de Roland, dispuso que Andr?-Louis Moreau fuese a Breta?a a combatir, de ser posible por medios pac?ficos, las diab?licas influencias que se hab?an desencadenado.
En algunos municipios estaba claro a quien pertenec?a el poder. Pero otros muchos se estaban dejando ganar por los sentimientos reaccionarios. Por eso hab?a que enviar un representante con plenos poderes para alertar a aquellas poblaciones del peligro que corr?an. Andr?-Louis deb?a actuar pac?ficamente; pero al mismo tiempo estaba autorizado a recurrir a otros m?todos, pues pod?a reclamar la ayuda de la naci?n si la situaci?n ofrec?a peligro.
Andr?-Louis acept? la tarea y fue uno de los cinco plenipotenciarios enviados con el mismo prop?sito a las provincias aquella primavera de 1792, cuando por primera vez se levant? en el Carrousel la m?quina de matar del filantr?pico doctor Guillotin.
Considerando lo que despu?s sucedi? en Breta?a, no se puede decir que su misi?n tuviera el ?xito esperado. Pero ?sa es otra historia. Lo que aqu? importa es que gracias a esa misi?n Andr?-Louis estuvo ausente de Par?s durante unos cuatro meses, y aun hubiera podido ausentarse m?s tiempo si a principios de agosto no le hubiesen llamado urgentemente. M?s inminente que cualquier disturbio que pudiera ocurrir en Breta?a era lo que se estaba gestando en Par?s, donde el panorama pol?tico aparec?a m?s sombr?o que nunca desde 1789.
Mientras su coche le llevaba hacia la capital, Andr?-Louis vio se?ales y oy? rumores siempre crecientes que anunciaban ese levantamiento. Indolentemente hab?an lanzado la tea ardiente en el polvor?n que ya era Par?s: esa tea era el manifiesto de Sus Majestades de Prusia y de Austria que culpaba de cuanto pudiera ocurrir a todos los miembros de la Asamblea, de los distritos, de las municipalidades, a los jueces de paz y a los soldados de la Guardia Nacional, quienes deb?an ser tratados seg?n el fuero militar.
Era una declaraci?n de guerra, no contra Francia, sino contra una parte de Francia. Y lo m?s sorprendente era que este manifiesto, publicado en Coblenza el 26 de julio, ya era conocido en Par?s el 28, cosa que daba la raz?n a quienes dec?an que no proced?a de Coblenza, sino de las Tuller?as. El hecho queda confirmado tambi?n, en cierto modo, por las Memorias de la se?ora de Campan, quien dice que la reina, su se?ora, pose?a el itinerario preparado por los prusianos, quienes estaban ya en armas a las puertas de Francia. Los met?dicos prusianos lo hab?an planeado todo minuciosamente. Y Su Majestad le dio a la se?ora de Campan todos los detalles de aquel itinerario. Tal d?a los prusianos estar?an en Verd?n; tal otro en Chalons; y tal otro d?a ante los muros de Par?s, de los que no quedar?a piedra sobre piedra seg?n jur? Bouill?.
Al llegar a Par?s tan prematuramente la noticia de este manifiesto, qued? claro que la guerra no ven?a de Prusia, sino del antiguo y detestado r?gimen que la Constituci?n cre?a haber barrido para siempre. El pueblo comprendi? con cu?nta mala fe aquella Constituci?n hab?a sido aceptada. Y comprendi? que su ?nico recurso era la insurrecci?n antes de que entraran en Par?s los ej?rcitos extranjeros. A?n estaban en la capital todos los federados provinciales que hab?an ido con motivo de la Fiesta Nacional del 14 de julio, incluyendo las bandas de m?sica de los marselleses, que hab?an llegado marchando desde el sur al ritmo de su nuevo himno, que tan terrible sonar?a luego. Fue Danton quien retuvo en la capital a los marselleses, advirti?ndoles de lo que se estaba preparando.