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La condesa y Aline salieron. Ambas temblaban de c?lera, aunque por prudencia lo disimulaban muy bien. Subieron de nuevo al coche y ordenaron que las llevaran a su casa.

El asombro de Rougane se convirti? en desaliento al saber lo ocurrido. -?Por qu? no lo intentamos en el ayuntamiento, se?ora? -sugiri?.

– ?Despu?s de esto? Ser?a in?til. Tenemos que resignarnos a permanecer en Par?s hasta que abran de nuevo las barreras.

– Tal vez entonces ya no tenga sentido para nosotras que las abran -coment? Aline.

– ?Aline! -exclam? la se?ora horrorizada.

– ?Se?orita! -exclam? Rougane en el mismo tono.

El joven comprendi? que la gente as? retenida en Par?s deb?a de correr un riesgo a?n por determinar, pero no por ello menos terrible, y se puso a pensar. Al acercarse de nuevo al palacete de los Plougastel dijo que ten?a la soluci?n del problema.

– Un salvoconducto expedido desde fuera tambi?n servir? -anunci?-. Escuchadme y confiad en m?. Yo regresar? a Meudon ahora mismo. Mi padre me dar? dos permisos, uno para m? y otro para tres personas, de Meudon a Par?s y de regreso a Meudon. Volver? a entrar en Par?s con mi salvoconducto, que luego destruir?, y juntos nos iremos los tres con el otro, que har? constar que hemos entrado durante el d?a, procedentes de Meudon. Es muy sencillo. Si me voy enseguida, podr? regresar esta misma noche.

– Pero ?c?mo saldr?is? -pregunt? Aline.

– ?Yo? ?Bah! Eso no debe inquietaros. Mi padre es alcalde de Meudon. Todo el mundo lo conoce. Ir? al ayuntamiento, y all? dir?, lo que despu?s de todo es verdad, que me he encontrado en Par?s con todas las barreras cerradas y que mi padre me espera esta noche. Me dar?n el permiso. Es muy sencillo.

De nuevo, su confianza levant? el ?nimo de las dos mujeres. Tal como ?l lo contaba, todo parec?a muy f?cil.

– Entonces, querido amigo, no olvid?is que nuestro permiso deber? ser para cuatro -dijo la se?ora de Plougastel y le se?al? al lacayo que en ese momento se apeaba del estribo.

Rougane sali? confiando en volver pronto, dej?ndolas a ellas igualmente esperanzadas con su regreso. Pero las horas pasaron una tras otra, y ya era noche cerrada y el joven no regresaba.

Esperaron hasta la medianoche, tratando cada una de mostrarse confiada para sostener la esperanza de la otra, pero ambas experimentaban una vaga premonici?n de algo funesto. Y a pesar de todo, mataban el tiempo jugando al chaquete en el gran sal?n, como si no hubiera motivo de preocupaci?n. Por fin, cuando el reloj dio las doce de la noche, la condesa se levant? suspirando:

– Volver? ma?ana por la ma?ana -dijo sin convicci?n.

– Por supuesto -agreg? Aline-. Era realmente imposible que regresara esta noche. Y, adem?s, es mucho mejor viajar de d?a. Un viaje a estas horas de la noche ser?a muy fatigoso para nosotras, se?ora.

Por la ma?ana, muy temprano, las despert? un ta?ido de campanas. Era la llamada de alarma de los barrios. Sorprendidas, oyeron tambi?n un redoble de tambores y el rumor de una multitud que marchaba. Par?s se sublevaba. Se o?an detonaciones de armas y, a lo lejos, ca?onazos. Hab?a empezado la batalla entre el pueblo y los arist?cratas de la corte. El pueblo armado hab?a atacado las Tuller?as. Corr?an los m?s incre?bles rumores, algunos de los cuales llegaron al palacete de Plougastel a trav?s de los sirvientes. Dec?an que la lucha por la toma del palacio hab?a terminado en la in?til matanza de todos aquellos a quienes un invertebrado monarca abandon? all? mientras iba a ponerse con su familia bajo la protecci?n de la Asamblea. Irresoluto hasta el final, siempre adoptando el rumbo indicado por sus p?simos consejeros, no se prepar? para resistir hasta que la necesidad realmente se present?, despu?s de lo cual orden? rendirse, dejando a aquellos que lo apoyaron hasta el ?ltimo minuto a merced de una fren?tica muchedumbre.

Y mientras esto suced?a en las Tuller?as, las dos damas segu?an esperando a Rougane en el palacete de Plougastel, cada vez m?s desalentadas. Y Rougane no volvi?. El plan no le pareci? tan sencillo al padre como al hijo. Tuvo miedo de involucrarse en semejante enredo.

Fue con su hijo a informar al se?or de Kercadiou de lo que hab?a sucedido y le coment? con franqueza la sugerencia del muchacho que ?l no se atrev?a a llevar a cabo. El se?or de Kercadiou le rog? que extendiera los salvoconductos, pero Rougane se mantuvo firme en su decisi?n.

– Se?or -le dijo-, si ese fraude llegara a descubrirse, como inevitablemente suceder?a, me ahorcar?an. Aparte de eso, y a pesar de mi deseo de serviros, eso ser?a faltar a mi deber, cosa que no pienso hacer. No pod?is pedirme eso, se?or.

– Pero, y entonces ?qu? va a suceder? -pregunt? el caballero, casi enloquecido.

– Es la guerra -dijo Rougane, que estaba bien informado-. La guerra entre el pueblo y la corte. Lamento que mi aviso haya llegado tan tarde. Pero, a decir verdad, no creo que haya motivo para alarmarse m?s de la cuenta. La guerra no tiene nada que ver con las mujeres.

El se?or de Kercadiou se aferr? a esta ?ltima idea cuando el alcalde y su hijo se fueron. Pero en el fondo, sab?a muy bien en qu? asuntos andaba metido el conde de Plougastel. ?Qu? pasar?a si los revolucionarios tambi?n lo sab?an? Y lo m?s probable era que lo supieran. No ser?a la primera vez que las mujeres de los pol?ticos pagaban por sus maridos. En una conmoci?n popular, todo era posible. Y Aline pod?a estar expuesta a los mismos peligros que la condesa de Plougastel.

A altas horas de la noche, sentado en la biblioteca de su hermano, sosteniendo la apagada pipa en la que en vano buscaba consuelo, el se?or de Kercadiou oy? que llamaban a la puerta.

Cuando el viejo mayordomo de Gavrillac abri? la puerta, vio en el umbral a un esbelto joven, con una casaca verde oliva, cuyos faldones le llegaban hasta las pantorrillas. Calzaba botas de cuero de ante y ce??a espada. Llevaba un faj?n tricolor y una escarapela tambi?n de tres colores en el sombrero, lo cual ofrec?a un aspecto siniestramente oficial para los ojos de aquel viejo criado del feudalismo que compart?a todos los temores de su amo.

– ?Qu? desea, se?or? -pregunt? el mayordomo con una mezcla de respeto y desconfianza. Entonces una voz desenfadada le dijo: -?Qu? pasa, B?noit? ?Caramba! ?Ya te has olvidado completamente de m??

Con mano temblorosa, el anciano levant? la linterna hasta que la luz ilumin? aquel rostro enjuto con una sonrisa de oreja a oreja.

– ?Se?orito Andr?! -exclam?-. ?Se?orito Andr?!

Y entonces, contemplando el faj?n y la escarapela tricolor, vacil? como si no supiera qu? hacer.

Pero Andr?-Louis entr? resueltamente en el vest?bulo embaldosado de m?rmol blanco y negro.

– Si mi padrino todav?a est? despierto, quiero verlo -dijo-. Y si ya se ha acostado, igualmente quiero verlo.

– ?Oh, claro que s?! Y estoy seguro de que se alegrar? mucho de veros. No se ha acostado todav?a. Por aqu?, por favor.

Media hora antes, en su camino de regreso a Par?s, Andr?-Louis se hab?a detenido en Meudon, y fue inmediatamente a ver al alcalde para confirmar si eran ciertos los rumores que hab?a o?do a medida que se acercaba a la capital. Rougane le dijo que la insurrecci?n era inminente, que los barrios ya ten?an barreras y que nadie pod?a entrar ni salir de Par?s sin los salvoconductos de rigor.

Andr?-Louis se qued? pensativo. Advert?a el peligro de esta segunda revoluci?n dentro de la primera, que pod?a destruir todo lo que se hab?a hecho, dando las riendas del poder a una facci?n de malvados que sumir?an al pa?s en la anarqu?a. M?s que nunca, ahora tem?a que eso ocurriera. Ten?a que llegar a Par?s aquella misma noche, y ver con sus propios ojos lo que estaba sucediendo.

Antes de despedirse, le pregunt? a Rougane si el se?or de Kercadiou segu?a en Meudon.

– ?Le conoc?is?

– Es mi padrino.

– ?Vuestro padrino! ?Y sois diputado! Pues sois el hombre que ?l necesita.

Entonces Rougane le cont? el viaje de su hijo a Par?s aquella tarde y sus resultados. Andr?-Louis no lo pens? dos veces. Que su padrino le hubiera prohibido hac?a dos a?os que entrara en su casa no ten?a ninguna importancia en aquel momento. Dej? su carruaje en la posada y fue a ver al se?or de Kercadiou.

Sorprendido a esa hora de la noche por la intempestiva aparici?n de aquel contra quien estaba tan resentido, su padrino le recibi? casi con las mismas palabras que emple? antes en una ocasi?n similar:

– ?A qu? has venido?

– A servir, en todo lo posible, a mi padrino -dijo en tono conciliador.

Pero el se?or de Kercadiou no se dej? desarmar.

– Has estado tanto tiempo alejado de m? que ten?a la esperanza de no volverte a ver.

– No me hubiera atrevido a desobedeceros si no fuera porque ahora puedo seros ?til. He hablado con Rougane, el alcalde…

– ?Qu? quieres decir cuando hablas de desobediencia?

– Me prohibisteis que volviera a vuestra casa, se?or.

Su padrino le contemplaba perplejo, indeciso.

– ?Y por eso no has venido a verme en todo este tiempo?

– Por supuesto. ?Acaso hab?a otra raz?n?

El se?or de Kercadiou segu?a mir?ndole fijamente. Entonces solt? una palabrota en voz baja. Le molestaba que tomaran sus palabras tan al pie de la letra. Durante largo tiempo hab?a esperado que Andr?-Louis volviese contrito a admitir su falta, a pedir que de nuevo le permitiera gozar de su estimaci?n. Y as? se lo hizo saber.

– Pero ?c?mo pod?a saber que vuestras palabras no expresaban realmente vuestros deseos? ?Fuisteis tan rotundo en vuestra declaraci?n! ?Y c?mo iba a expresar mi contrici?n si realmente no tengo intenci?n de enmendarme? Porque no estoy dispuesto a enmendarme, se?or. De lo cual deber?ais estar agradecido.

– ?Agradecido?

– Soy un representante del pueblo. Y eso me otorga ciertos poderes. Vuelvo muy oportunamente a Par?s. ?Quer?is que haga por vos lo que Rougane no pudo hacer? Si s?lo la mitad de lo que sospecho es cierto, la situaci?n es tan grave que me necesitar?is. Hay que llevar a Aline a un lugar seguro cuanto antes.

El se?or de Kercadiou se rindi? incondicionalmente. Avanz? unos pasos y cogi? la mano de Andr?-Louis.

– Hijo m?o -dijo visiblemente conmovido-, hay en ti cierta nobleza que no puedes negar. Si fui duro contigo, era porque luchaba contra tu propensi?n al mal. Quer?a apartarte del funesto camino de los pol?ticos que han llevado a nuestro desdichado pa?s a una situaci?n tan terrible. El enemigo en la frontera y la guerra civil a punto de estallar aqu? dentro. ?Eso es lo que han conseguido tus revolucionarios!