– ¿Va a suspender la función de mañana? -preguntó André-Louis, y Binet y los demás se volvieron a él.
– ¿Acaso podemos representar el Fígaro Scaramouche sin Scaramouche? -exclamó Binet con sorna.
– Por supuesto que no -dijo André-Louis acercándose-. Pero sí podríamos reorganizar el reparto. Por ejemplo, tenemos un excelente actor en Polichinela.
El aludido hizo una profunda reverencia.
– ¡Esa alabanza me abruma! -dijo irónicamente.
– ¡Pero ya tiene un papel! -objetó Binet.
– Un papel insignificante que Pasquariel podría interpretar.
– ¿Y quién hace el de Pasquariel?
– Nadie. Se suprime. La obra no se resentirá por eso.
– Éste piensa en todo -dijo burlón Polichinela-. ¡Qué hombre!
Pero Binet no estaba del todo convencido.
– ¿Sugieres que Polichinela podría hacer el papel de Scaramouche? -preguntó incrédulo.
– ¿Por qué no? Tiene bastante oficio.
– ¡Otra vez estoy abrumado! -comentó Polichinela.
– ¿Un Scaramouche con ese aspecto? -dijo Binet señalando con el dedo la facha de Polichinela.
– ¡A falta de algo mejor! -dijo André-Louis.
– ¡Primero me abruma y ahora me aplasta! -esta vez la reverencia de Polichinela fue magistral-. De hecho, tendré que salir a tomar el aire antes de que me ruborice.
– ¡Vete al diablo! -ladró Binet.
– Tanto mejor -Polichinela abrió la puerta, en cuyo umbral se detuvo para declarar en forma terminante-: Escúchame bien, Binet, ahora no pienso hacer el papel de Scaramouche bajo ninguna circunstancia.
Y muy dignamente hizo mutis. André-Louis alzó los brazos y los dejó caer:
– Lo has echado a perder todo -le dijo a Binet-. Esto hubiera podido arreglarse fácilmente. Pero en fin, tú eres el jefe, y si así lo quieres, nos marcharemos.
Y también salió. El señor Binet se quedó un rato pensando. Después se levantó apresuradamente y alcanzó al joven en la puerta de la calle.
– Vamos a dar una vuelta, amigo Parvissimus -le dijo afablemente.
Cogió por el brazo a André-Louis y se lo llevó a pasear por las calles más concurridas del pueblo. Después de atravesar la plaza del mercado, se dirigieron al puente.
– No creo que tengamos que irnos mañana -le anunció Binet-. De hecho, mañana por la noche actuaremos aquí.
– Hablas como si no conocieras a Polichinela. Está muy…
– No estoy pensando en Polichinela.
– Y entonces ¿en quién?
– En ti.
– Me halagas. ¿Y en qué sentido has pensado en mí? -preguntó André-Louis, que había notado algo demasiado lisonjero para su gusto en la voz del señor Binet.
– Pues para que hagas el papel de Scaramouche.
– ¡Sueñas! -dijo André-Louis-. ¿O me estás tomando el pelo?
– Nada de eso. Estoy hablando muy en serio.
– Pero yo no soy actor.
– Pero has dicho que podrías serlo.
– En ciertas ocasiones… Y si acaso, en papeles menores…
– Pues aquí tienes un gran papel. Ésta es tu ocasión de llegar a la cúspide. ¿Cuántos hombres han tenido una suerte así?
– Es una suerte que no ambiciono, señor Binet. Será mejor que cambiemos de tema.
André-Louis mostraba indiferencia, entre otras razones, porque intuía en la actitud de Binet algo vagamente amenazador.
– Cambiaremos de tema cuando a mí me plazca -dijo Binet dejando traslucir en sus untuosas palabras un destello de dureza-. Mañana por la noche actuarás en el papel de Scaramouche. Tienes la figura ideal, la sagacidad y la mordacidad requeridas para interpretar a ese personaje. Tendrás un gran éxito.
– Lo más probable es que tenga un rotundo fracaso.
– Eso no importa -dijo Binet cínicamente y enseguida se explicó-: El fracaso sería tuyo, pero los ingresos ya estarían en mi bolsillo.
– Muy amable de tu parte-dijo André-Louis.
– Mañana por la noche haremos quince luises.
– Es una gran desgracia que te hayas quedado sin Scaramouche -dijo André-Louis.
– Pero es una suerte que haya encontrado otro, señor Parvissimus.
André-Louis se soltó del brazo de Pantalone.
– Empieza a cansarme tu insistencia -dijo-, regreso a la posada.
– Un momento, señor Parvissimus. Si he de perder esos quince luises, comprenderás que busque una compensación por otra vía…
– Eso no me concierne, señor Binet.
– Perdón, señor Parvissimus. Me parece que sí te concierne -y diciendo esto Binet volvió a cogerlo del brazo-. Por favor, te ruego que cruces la calle conmigo. Vamos sólo hasta la oficina de Correos. Allí quiero enseñarte algo.
André-Louis llegó con él hasta la puerta de Correos. Antes de leer la hoja de papel clavada en la puerta de la estafeta, ya había adivinado su contenido: pagaban veinte luises a quien ayudara a capturar a un tal André-Louis Moreau, abogado de Gavrillac, un acusado de sedición al que se buscaba por orden del procurador del rey.
Binet le observó mientras leía. Todavía estaban cogidos del brazo y Pantalone no lo soltaba.
– Y ahora, amigo mío -dijo-, escoge entre ser el cómico Parvissimus y actuar mañana como Scaramouche o ser André-Louis Moreau, de Gavrillac, e ir a Rennes a vértelas con el procurador del rey.
– ¿Y si estuvieras en un error? -dijo André-Louis ocultándose tras una máscara imperturbable.
– Me arriesgaré a equivocarme -dijo Binet-. Delante de mí dijiste que eres abogado. Eso fue una indiscreción, querido amigo.
Es demasiada coincidencia que dos abogados, en una misma región, tengan que ocultarse al mismo tiempo. Como ves, no hay que ser muy ingenioso para llegar a descubrirte. En fin, André-Louis Moreau, abogado de Gavrillac, ¿qué vas a hacer?
– Hablaremos de eso mientras regresamos -dijo André-Louis.
– ¿De qué hablaremos?
– De un par de cosas. Debo saber cuál es el terreno que estoy pisando. Caminemos, por favor.
– Muy bien -dijo Binet mientras regresaban, sin soltarle el brazo por temor a que fuera a escaparse. Pero era una precaución inútil. André-Louis no era hombre que gastase su energía en vano, y sabía que su fuerza física no era nada comparada con la del corpulento Pantalone.
– Si yo cediera ante tu persuasiva elocuencia -dijo André-Louis suavemente-, ¿qué garantía me darás de no ir a venderme por veinte luises después de que me hayas utilizado como actor?
– Te doy mi palabra de honor -dijo enfáticamente el señor Binet.
André-Louis se echó a reír.
– ¡Oh, ahora me hablas de honor! Realmente, señor Binet, ¿crees que soy un imbécil?
– Tal vez tengas razón -gruñó Binet, furioso, aunque rojo de vergüenza-. Pero ¿qué garantía puedo darte?
– No lo sé.
– Ya dije que seré fiel a mi palabra.
– Hasta que te resulte más rentable venderme.
– En tus manos está hacer que sea más rentable para mí no perderte. A ti debemos el éxito que hemos tenido en Guichen. Como ves, lo confieso con franqueza.
– En privado -agregó André-Louis.
El señor Binet pasó por alto el sarcasmo.
– Lo que aquí has hecho por nosotros con Fígaro Scaramouche puedes hacerlo en otras partes con otros argumentos. Como es lógico, a mí no me conviene perderte. Ésa es tu garantía.
– Sin embargo, esta noche estabas dispuesto a venderme por veinte luises.
– Porque… ¡rediós!… ¡Me sacaste de quicio negándome un servicio que puedes prestarme! Si yo fuera tan canalla como supones, te hubiera podido vender el sábado pasado. Me gustaría que nos comprendiéramos mejor, querido Parvissimus.
– Por favor, no te disculpes. ¡Sería una lata!
– Es lógico que te burles de mí. Nunca pierdes ocasión de burlarte. Eso te traerá muchos problemas en la vida. Bueno, ya hemos llegado a la posada y todavía no me has dicho cuál es tu decisión.